domingo, 19 de junio de 2022

Mallorca

Las primeras veces siempre son las más auténticas, emocionantes y sorprendentes de todas. En este caso, ha sido Mallorca. Mi primera visita a la isla. No puedo decir que acudiera sin el más mínimo conocimiento al respecto, pues se trata de uno de los destinos turísticos por excelencia en nuestro país y eso implica que soy de los pocos que aún no había estado por allí. Los tópicos acerca de la mayoría de población de origen alemán o el color turquesa del mar no me han decepcionado para nada. El coche de alquiler venía con todos los menús en la lengua de la Merkel. La primera foto indiscutible, esas aguas transparentes que decoran el perímetro insular, en su mayoría escarpado. 

Superadas las novatadas propias de estos casos, me llevo algunas reflexiones interesantes. Por un lado, la invasión ciclista que caracteriza cada rincón. No se tarda demasiado en entender el por qué. Carreteras sinuosas, recorridos llanos de bastante longitud combinados con ascensiones con gran desnivel y hermosas vistas. Contrastes interesantes que enamoran a los amantes de las dos ruedas. Amplío este abanico deliberadamente a raíz de la enorme presencia de motocicletas que imagino responden a los mismos incentivos ya mencionados para sus hermanas pequeñas. Como tercer ingrediente de este curioso y ajetreado ejemplo de tráfico, aparecen, aparecemos, los innumerables coches de alquiler que serpentean erráticos por estos lares, más preocupados por alcanzar el desconocido destino que por cumplir con las exigencias establecidas por la DGT. Resultado de este curioso cocktail: nada que no pudiéramos prever. Caos. Un riesgo innecesario pero al parecer inevitable, tan solo reducido por la evidente componente de buenrollismo asociado al viajero que se desplaza por diversión. Pese a todo, un peligro omnipresente que igual se debería intentar evitar, aunque a ver quién es el guapo que se atreve a eliminar alguno de estos factores de la ecuación. 

Por otro lado, me ha llamado la atención una arquitectura de calidad, en cuanto a la vivienda unifamiliar se refiere, y una masificación hotelera importante en determinadas localizaciones. A diferencia de su vecina Menorca, creo que me he sentido atraído por muchas más casas privilegiadas de las que esperaba. Cada acantilado es una nueva oportunidad para compartir orgullosos el preciado tesoro turquesa que decora con seguridad sus generosos ventanales. Pizcas del lujo más incontestable que flirtean, sin embargo, con una gran variedad de escalas y estilos. Villas modernas, entendidas como cubitos blancos plagados de cristal, se codean con robustas mansiones de piedra que bien podrían haber habitado los antiguos romanos o algún ciudadano castellano del interior peninsular. Quizás la clave de todo este eclecticismo serían las contraventanas, de diversos colores pero enorme protagonismo. Hogares de hormigón y piedra que reflejan con maestría a sus homólogos acuáticos. Un sinfín de yates que, manteniendo esa amalgama de estilos y escalas, anuncian con descaro la existencia de los mejores spots, que dirían los modernos. En este caso, igual de simples y blancos pero con algo menos de cristal.

Resulta casi insultante los ejemplares que navegan por la isla, repletos de anónimos millonarios, famosos en racha y ostentosos sin blanca. Todos ellos convencidos de lo acertado de su perspectiva y lo afortunado de su flexibilidad. Pues si algo envidio de sus ocupantes, es la facilidad para deambular entre las calas sin necesidad de acumular kilómetros de riesgo y calor a sus vehículos. Supongo que lo valoran. Quizás ellos anhelen igualmente lo entretenido de estos vaivenes de asfalto. Sea como fuere, una razón más para alargar los incisivos de aquellos humildes visitantes que nos conformamos con la crítica fácil y la foto de la vergüenza. Siempre hubo clases, que dirían los tiesos. Haber estudiado, que dirían los sabios. Como si algo de esto tuviera realmente que ver con la educación o la cultura. Dinero, dinero y más dinero. Un turismo de pasta, no precisamente gastronómica. Iba a decir de nivel, pero no me atrevería a emplear este término, después de haber oído hablar de Magaluf, donde todo vale menos mejorar. Algo parecido a este blog, que puede que estéis pensando muchos. De ser así, invitados quedáis a cerrar esta ventana para continuar desperdiciando petroleo en vuestras esqueléticas barcazas. 

Por mi parte, prefiero centrarme en mi particular aventura: seguir conociendo mundo, aprendiendo realidades y acumulando momentos. Gracias por llegar hasta el final, y si no has estado aún en Mallorca, confío en que estas torpes palabras sean el revulsivo definitivo para tachar esta bella isla de la lista. 

Volveré, como todo lo malo. Volveré.

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