martes, 19 de febrero de 2013

La arquitectura del color


Mucho se ha hablado ya acerca del manido tema del color. Muchos son los profesionales que han decidido dedicar su tiempo a entender el papel que este elemento juega, ha jugado y jugará, en la arquitectura de nuestras ciudades. Un sin fin de debates, discusiones, referencias históricas y esfuerzos convencidos.

Sin embargo, durante años, he de reconocer que he sido de los que han logrado sobreponerse a tal dilema, concibiendo una arquitectura austera, en la cual el color se veía relegado a una simple circunstancia derivada del uso de un determinado material. Anclado en la supuesta corrección de esta filosofía, he llegado a tachar de gratuito, banal, trivial o incluso artificioso, algunos ejemplos observados entre mis compañeros. Consideraba innecesario ornamentar la arquitectura, ya que lo entendía como una evidente carencia del diseño, un esfuerzo desesperado por animar lo inanimado, por disimular otras vergüenzas, o maquillar una realidad no tan alegre y divertida.

Pues bien, a todos aquellos que se hayan podido dar por aludidos en estas palabras, lo siento.

Una vez más en mi vida, me enorgullece reconocer un error, desde el pedestal en el cual me sitúan los nuevos conocimientos adquiridos. Si algo hay bueno en esta vida, es saber reconocer los errores y aprender de ellos.

No es que entienda ahora el color como la panacea de mi profesión, ni que antes tachara de anticristo la pigmentación de una intervención. Más bien, acabo de abrir un poco más mi mente, hasta asimilar que el color, en sí mismo, no es sino un elemento más del complejo rompecabezas que supone todo proyecto, y lo más importante, un recuerdo humano y sutil de que nuestras obras se conciben para ser albergadas y habitadas por personas, no siempre tan preparadas en la materia, pero, sin duda, más que expertas en el arte de la vida.

En numerosas ocasiones he criticado la ausencia total de conocimientos por parte de la inmensa mayoría de ciudadanos, hasta el punto de no interesarse por lo que ocurre en su urbe y aprender a demandar mayor calidad. Aunque no sería justo, obviar por mi parte, la gran cantidad de ocasiones en las cuales he demandado a mis compañeros un mayor interés por el usuario final de nuestras intervenciones, quien más o menos instruido en el tema, tiene el mismo derecho que el resto a disfrutar de esos espacios que nos empeñamos en diseñar para ellos.

Por todo esto, me gustaría predicar con el ejemplo, y en pleno ejercicio de autocrítica reconocer estas líneas.

Tras años de guerra insensata contra el uso indiscriminado del color, me siento aquí para ofrecerles mi nueva perspectiva profesional. Un lienzo en blanco en el cual permitiros confrontar mis inquietudes y planteamientos más íntimos.

Como les decía, hasta hace poco tiempo, entendía la arquitectura como una serie de actuaciones tamizadas por la hiperrealidad de criterios económicos, funcionales y estéticos, donde el minimalismo representaba un fuerte compromiso con mi conciencia responsable y humilde. Pese a ello, la experiencia me ha permitido gozar del bello deambular que supone vivir una ciudad y convivirla con tus iguales. A lo largo de ese camino, me sorprendo entusiasmando con la idea de que, mi humildad, paradójicamente, ha terminado por llevarme a un nuevo promontorio desde el cual observar prepotente a aquellos que, resignados, se acostumbran a sobrellevar tales novedades, en ocasiones, incómodas.

Tan denostable es quien se cree en posesión de la verdad absoluta, como quien consciente de su necesidad por descubrirla, nunca llega a encontrarla y se rinde a ello.

Dicho esto, me gustaría emplear estas palabras para devolver al color lo que considero suyo. Reconocer desde mi error, la importancia del uso de un ornamento tan básico, con el fin de humanizar nuestros trabajos, tender una mano cálida y cercana hacia nuestros usuarios, no por una necesidad personal, ni mucho menos por propio interés, sino porque es parte indispensable de esta, nuestra profesión. Sí, en ocasiones se hace un mal uso de este y otros elementos, como parte de un virus peligroso y letal, el del famoso “gesto”. Esa muestra innecesaria y por otra parte, lógica, de subjetividad, ese intento por dejar huella o aportar. Pero esto no convierte al color en enemigo, sino a aquellos que no saben utilizarlo.

Confío en que sepan entender este pequeño alegato como una disculpa tan personal como alocada, en la cual recuperar mi estado de equilibrio creativo, recuperando elementos, por desgracia, olvidados en lo más profundo de mis adentros.

Veremos a dónde me lleva esta nueva etapa. De lo que sí puedo estar seguro, es de lo satisfactorio que resulta no parar de aprender y disfrutar con la bellísima y compleja interacción entre ciudadanos y arquitectos.

viernes, 8 de febrero de 2013

¿Por qué?


Desde hace ya algún tiempo me entristece descubrir cómo la negatividad se apodera de mi entorno profesional inmediato. Durante toda mi vida he intentado, en lo posible, no sólo convivir en armonía con mi lado más optimista, sino impregnar a mis allegados de tal alegría y ganas de seguir disfrutando de nuestro día a día. En definitiva, devolver todo lo bueno que he recibido para continuar esa altruista cadena de favores y pequeños detalles, en la cual se debería convertir esta vida. Sin embargo, jamás había sentido tan cercana la desilusión reinante en estos tiempos de crisis.

Más allá de la preocupación que todos tenemos ante la complejidad con que se presenta el futuro económico, me aterra ver que la reacción ante esta evidente adversidad se empieza a tornar, peligrosamente, en resignación.

Sin duda, el golpe definitivo me lo atestó una experiencia tan interesante como evocadora.

En una visita reciente a la Universidad, me encontré rodeado por futuros arquitectos que, lejos de exprimir su etapa académica para cimentar las bases de sus consiguientes carreras profesionales a partir de conceptos como el interés y la pasión propios de un gremio tan vocacional como el nuestro; se encontraban deambulando sin rumbo definido entre asignaturas vacías y noches repletas de tensión y excesos de cruda y desproporcionada realidad.

Mi primera reacción fue de asombro. Escasos segundos después, mi cabeza evidenció el por qué. Si aquellos que ya estamos integrados de lleno en este complicado gremio, que ya hemos saboreado las mieles de la creatividad, nos regocijamos en lo complicado de nuestro devenir, ¿qué esperamos que respiren quienes por definición se encuentran en pleno proceso de aprendizaje, en los albores de un viaje hacia lo que parece ninguna parte?

Siempre que me preguntan acerca de mi etapa universitaria, me cuesta cierto esfuerzo comenzar mi discurso con palabras positivas. Si me ciño a la experiencia personal, la sonrisa es inmediata y rotunda. La satisfacción se desprende con cada letra que rebasa ansiosa los límites de mi boca.

Si, por el contrario, la cuestión se redirige hacia el trasfondo más profesional, las anécdotas se suceden caóticas, mostrando un panorama agridulce repleto de situaciones extremas, al límite de lo que considero mi estado normal de bienestar.

Con esto, me gustaría trasladar un problema detectado entre los jóvenes que hace temblar todos los mimbres de mi conciencia.

Si desproveemos a los jóvenes de la ilusión, de su interés por mejorar lo presente, de su irreverencia, de su capacidad crítica, de sus inquietudes, de sus ganas... ¿qué les vamos a dejar? Y lo que es peor, ¿quién va a asumir ahora ese papel en la sociedad? ¿Cómo vamos a avanzar si no es a raíz del empuje de los que vienen por detrás?

Estas preguntas, evidentemente retóricas, no hacen sino mostrar mi estado de inquietud. Un rumor continuo y maleducado que se empeña desde hace tiempo en distorsionar e interrumpir mi realidad, lastrando poco a poco mi moral.

Por desgracia, lo único que puedo aportar a título personal, son mis humildes palabras de ánimo con las que arengar a estos jóvenes arquitectos, para que crean en lo que hacen, para que sepan que se puede y para que afronten lo que está por llegar con la energía que necesitan.

Sin embargo, cada vez es más frecuente descubrirme en mitad de una charla o conferencia ante jóvenes emprendedores o estudiantes, cual motivador de masas, cual inyección de moral, renunciando al discurso previamente preparado y con ello a la materia académica correspondiente, para centrarme en el lado más humano de mis apesadumbrados oyentes.

Lo siento, pero me niego a aceptar esta situación. No podemos dejarles esta herencia tan horrible. No podemos cruzarnos de brazos ante tal desidia, ante tal desastre social.

Me gustaría que los organismos que, afortunadamente, han asumido a lo largo de la historia este papel, se sacudieran el miedo y la pena, se liberaran de la pesada carga que parece posarse sobre nuestras espaldas, para esforzarse en preparar a estos jóvenes valientes desde un punto de vista activo y decidido. Atajar de raíz el más mínimo esbozo de duda y contribuir desde nuestro presente a allanar todo lo posible su futuro.

Dejémonos de cambios absurdos y entrópicos, para retomar valores ancestrales y recuperar el espíritu docente de los sistemas educativos. Está bien preparar a los alumnos de cara a una realidad difícil, pero sin olvidar que no es aún la suya, y que de ellos depende que nunca lo sea.

lunes, 4 de febrero de 2013

Concurso, luego pienso (14/14)


12. Liquidación de obra

Las siguientes semanas, transcurren inmersas en las diferentes dinámicas que nos mantienen distraídos. No obstante, todos sabemos de este extraño vínculo capaz de unirnos en momentos puntuales. Conectados a través de la sensación de rabia que aumenta con cada nueva noticia, referencia, cita o imagen relacionada con el innombrable evento.

No puedo decir que me arrepienta de lo ocurrido, pero tampoco puedo engañarme y negar que, por más que me alejara de aquel día, no podía evitar pensar en qué hubiese pasado.

Sin apenas percatarme de su presencia, el fatídico día llegó, tranquilo y pausado. Consciente de su importancia y del efecto que en nosotros iba a suponer. No nos llamamos, pero no cabe duda que aquel día no paramos de hablar y pensar en el resto.

Meses más tarde, aún perdura esa inquietud. Ese regusto amargo que vaga a sus anchas entre sombras y rincones. Aunque a día de hoy, lo que crece sin cesar es el miedo a no olvidar, a arrepentirme algún día de todo lo sucedido. Crece la sensación de que existe una parte de mí, que no acaba de cerrar este capítulo de mi vida.

15 de abril de 2012.

Tras más de veinte mil palabras repletas de insensateces y erratas. Tras gran cantidad de horas frente a mi ordenador sin saber muy bien el por qué de este nuevo reto en el que me encuentro sumido. Tras noches sin dormir y días absorto en mis pensamientos literarios. Por fin, no necesito de un diccionario para entender lo que sucede aquí. No requiero ningún buscador de sinónimos para aparentar cierta elocuencia y rigor técnico.

No.

Acabo de entenderlo todo.

Esta maravillosa aventura, no es sino el cierre a una de las etapas más interesantes de mi vida. Una redención merecida del trauma y la vergüenza que residían en lo más profundo de mi ser.

Con estas lapidarias palabras, me despido con alegría de una pesada carga que he llevado conmigo durante meses.

Hoy, día quince de abril, abro una puerta para poder cerrar otra. Ahora entiendo, que la única razón por la cual me adentro en este nuevo territorio profesional, es por necesidad.

Sí.

Necesidad de compartir estas emociones con alguien, desconocidos o no. Necesidad de mostrar al ciudadano medio, la belleza que encierra su ciudad, sea cual sea esta. Necesidad de enseñar a la gente lo complejo que resulta un concurso público. Lo difícil que es pensar ciudad. Lo poco que se hace. Y lo bonito que puede llegar a ser, compartir con compañeros tan inquietos y entusiastas como tú, el amor hacia esta profesión, la pasión y respeto hacia su manifestación más conmovedora, la ciudad. Aquella en la que se esfuma cualquier duda o reticencia sobre el papel que juega la arquitectura en nuestro día a día.

La ciudad la piensan unos, pero tienden a vivirla otros. Ya es hora de que pensadores y usuarios se pongan de acuerdo y empiecen a trabajar en equipo.

¡Viva la ciudad pensada!


Continuará??? Seguro que sí. ;-) (Parte 14/14)