sábado, 15 de diciembre de 2018

Cuestion-ando mi vida_DEP


Tras meses algo alejado de este blog, hoy me siento frente al teclado para trasladaros una pregunta importante que me tortura desde hace unos días.

¿Qué se le dice a alguien que acaba de perder uno de los pilares mas importantes de su vida?

¿Alguien que acaba de perderlo simplemente todo? 

Y lo que es peor, ¿qué se nos dice a tantas y tantas personas que inevitablemente nos sentimos hoy así?

Si alguien tiene la respuesta, por favor que me lo diga. Me será de gran ayuda, sin duda.

No obstante, tengo la sensación de que la respuesta es mucho más sencilla de lo que cabría esperar.

NADA.

No se nos dice nada.

Basta con que se nos recuerde lo afortunados que somos de haber conocido a una persona tan generosa y especial, la suerte que hemos tenido de poder disfrutar de su compañía y su infinita hospitalidad; y por encima de todo, lo privilegiados que nos hemos de sentir por haber tenido la enorme oportunidad de aprender con tan numerosas como valiosas lecciones de vida de una verdadera maestra.

¡Muchas gracias!

martes, 27 de febrero de 2018

Cuestion-ando mi vida_Divagaciones

¿Qué nos atrae tanto de los secretos? ¿Qué es lo que nos envía directamente hacia el misterio como si no hubiese nada más en el mundo? ¿Por qué la mentira nos embelesa infinitamente más que la verdad? ¿Qué convierte a la realidad en aburrida? ¿Por qué los sueños dejan de tener valor cuando nos acercamos a cumplirlos?

¿Por qué la imaginación siempre es capaz de superar a lo real? ¿Cómo puede ser tan sencillo dejar atrás algo tan complejo y elaborado? Especialmente cuando la alternativa es tan sugerente como inconsistente, incluso frágil.

En ocasiones me enfrento a tales pensamientos ante la perplejidad que me supone aceptar que la gente prefiere una mentira adornada que una verdad a secas. Cuando descubro que la honestidad, la sinceridad y la palabra han dejado de tener valor alguno. Cuando observo a diario cómo la gente se empeña en construir mundos paralelos que les permitan esconder el único que realmente conocen.

¿Por qué lo malo viaja más rápido que lo bueno? ¿Qué significa en realidad el morbo? ¿Por qué nos acerca a todo aquello que, sin embargo, rechazamos? Y lo más perturbador, ¿por qué yo también me veo arrastrado por esta silenciosa pero embaucadora corriente?

Todas estas cuestiones sin sentido, podrían dar lugar a un interesante debate, cuyo único objetivo resultara del puro placer de compartir opiniones sin ningún fin concreto, sin ánimo de lucro, sin afán de protagonismo, sin deseos de convencer o manipular; tan sólo el inocente acto de conversar en torno a un tema tan complejo como banal.

Pero, ¿cómo hemos podido convertir esta sencilla idea en la más insensata de las locuras? ¿Por qué el simple hecho de escribirlo ya me genera un cierto sentido del pudor, la vergüenza e inquietud propias de ese ingenuo niño que se adentra sin permiso en la habitación prohibida, atraído por las preguntas sin responder y a la vez temeroso por lo que ello pueda traer consigo?

No sé, imagino que aquello de conversar pasó directamente a mejor vida. Ahora se lleva más lo de hablar sin decir nada, pues así lograremos el ruido necesario para destacar, sin por ello arriesgarnos a cometer el fatídico error de equivocarnos.

Me conformaré con compartir este humilde ensayo, con la vaga esperanza, de que la ansiada equivocación sea tan sugerente, inspiradora y elocuente como debería.


Buenas noches.

miércoles, 14 de febrero de 2018

Cuestion-ando mi vida_¿Por qué?

En serio, ¿por qué?

¿Por qué nos empeñamos en hacer las cosas tan difíciles?

¿Por qué nos empeñamos en generar normativas creadas para obligar y prohibir en lugar de fomentar aquello que supuestamente las motiva?

Llamadme iluso, llamadme utópico, llamadme crítico, pero cada día estoy más convencido de que las normativas se alejan irremediablemente de la realidad hasta dejar de ser útiles e incluso convertirse en contraproducentes. Un despropósito tras otro que lo único que consiguen es allanar el camino a quienes se basan en la ilegalidad como medio de vida, mientras aquellos idealistas o responsables profesionales que aún creemos en hacer las cosas bien por el simple hecho de aportar algo al conjunto, nos quemamos en laberintos legales irresolubles.

Laberintos incomprensibles plagados de erráticos caminos sin salida, donde además las pocas señales de orientación que nos alientan, no hacen sino confundir aún más al sufrido viajero. Ese viajero que llega a aburrirse de una mesa pública a otra, mientras los cambiantes y ajenos enfoques desde los que interpretar la ambigua normativa, siguen impasibles en sus acomodados sillones para favorecer exclusivamente a quienes gozan del respaldo adecuado.

Lo siento, pero no logro entender que no haya profesionales realistas y conocedores del mercado actual, capaces de mediar entre el caos para establecer unas reglas del juego prácticas, coherentes y eficaces. No. En lugar de eso, se centran en redactar más y más ininteligibles textos cuyos objetivos principales no hacen sino contradecirse reiteradamente bajo el deleite del más político uso de las palabras.

En España no funcionamos por obligación, y dudo mucho que ocurra en ningún lugar del mundo. Me creo que funcionemos por aquello de aparentar ser mejores, por ambición, por conveniencia o por moda, pero no por obligación; y desde luego, confío en que no acabemos por funcionar por miedo. No me gustaría formar parte de una sociedad comandada por el miedo. Ya estamos sufriendo los resultados de ser dirigidos por la desidia, la ineptitud y la teorización extrema. No me quiero imaginar, lo que podríamos obtener del pánico, el temor y el instinto de supervivencia más animal.

No nos engañemos, no sale nada bueno de alguien que decide olvidarlo todo para centrarse exclusivamente en que algo concreto no le pase, en lugar de emplear todos sus sentidos en alcanzar el camino hacia aquello que realmente ansía o desea.

Me entristece enormemente descubrir cómo, cada vez con mayor frecuencia, el desempeño de nuestro trabajo se centra en intentar convencer al sistema de que algo bueno, puede llegar a ser adecuado. De que no necesariamente hemos venido a engañarlos. De que no somos unos delincuentes. Dedicar las horas a encontrar el enrevesado camino que la ley parece no acabar de prohibir. Esquivar las aberraciones que nos asaltan cual astas de toro embravecido, sin por ello caer en la resignación. Sin por ello renunciar a intentar hacerlo bien. Sin por ello rendirnos y formar parte del estado del malfacer en que hemos decidido convertir el ejercicio de nuestra profesión.

¿Qué sentido tiene formar a la gente si luego no nos fiamos de dejarlos ejercer?

¿Dónde han quedado la pasión, la coherencia, la sensatez, la ilusión por avanzar, la innovación, el derecho a equivocarse por una buena causa, el deber de intentar mejorar; en definitiva, el sentido de la responsabilidad profesional?


Imagino que atrapados en alguna de las múltiples normativas cuyos complejos enunciados alardean de la holística búsqueda de la potenciación de la igualdad y el libre mercado profesional sostenible.

miércoles, 7 de febrero de 2018

Cuestion-ando mi vida_Azafatas machistas

Efectivamente, como no podía ser de otro modo, ha llegado el momento de plantearme un tema de rabiosa actualidad como este, pese a lo polémico que reconozco que resulta.

Sin duda, este escrito tan sólo va dirigido a aquellos de mi entorno que me conocen, no porque no quiera compartir mis ideas con el resto, sino porque son los únicos que me atrevo a garantizar que sabrán entender estas reflexiones desde el respeto y la sinceridad con que son emitidas.

Últimamente, los medios nos bombardean a diario con múltiples noticias relacionadas con el hecho de que la sociedad parece seguir siendo un ente machista en el que la mujer no logra alcanzar la igualdad por la que tanto ha luchado a lo largo de la historia.

Pues bien, sin negar esta realidad que desconozco en profundidad, me gustaría dar una opinión al respecto, la mía. La de alguien que afortunadamente se ha criado en un núcleo familiar donde estos eran aspectos que no formaban parte de nuestro día a día. No cabe duda que el machismo en muchos casos se ha fundido con la tradición hasta el punto de no saber dónde empieza el uno y dónde acaba la otra. Aspectos como que en casa era la mujer la que se encargaba de la casa y la crianza de los niños, mientras el hombre se dedicaba a trabajar para aportar el soporte económico necesario en el hogar. En esta muestra de tradición indiscutible, muchos parecen ver una falta de respeto a la mujer, por negar sus instintos más naturales y merecidos.

Sin embargo, llamadme ingenuo, personalmente siempre he entendido este hecho como un sacrificio familiar compartido. Jamás le negaré a mi madre haber renunciado a su desarrollo profesional para centrar todos sus esfuerzos en el trabajo personal que supone hilvanar los cimientos de una familia. Jamás le negaré las cantidades incontables de cariño y cuidados que nos ha profesado desde entonces. Es más, aplaudo su decisión desde el amor que ha sabido transmitirme.

De igual modo, jamás podré negarle a mi padre el sacrificio que debió suponer el renunciar al desarrollo personal implícito en la crianza y cercanía de unos hijos, no sólo deseados sino queridos, en favor del arduo trabajo diario que lo alejaba cada mañana de su familia hasta que la noche lo recibía tan cansado como mostraban sus indudables facciones.

Desde mi punto de vista, se trata del mejor ejemplo de trabajo en equipo, basado en la responsabilidad más comprometida y convencida de las decisiones tomadas. Decisiones tomadas libremente, ahí radica la verdadera diferencia entre tradición y machismo. Un acto consecuente con la felicidad que insta cada día a muchas personas a seguir perpetuando la especie, pero que en ocasiones se enfoca desde el malinterpretado hedonismo egoísta que se esconde tras conceptos tan manidos como el machismo, el feminismo, o incluso el “hembrismo” (como algunos deciden denominarlo ahora).

Entonces me pregunto, ¿hubiese sido distinto si el encargado del hogar resultase ser mi padre? ¿Sería mi madre mejor persona por haberse dedicado a sus inquietudes profesionales? Jamás lo sabremos, pero no por ello debemos desprestigiar tan plausible labor con la sencillez con que algunos deciden manchar una actitud que debería ser más bien tachada de heroica.

Bajo mi punto de vista, me parece absurdo que la sociedad se empeñe en calificarnos como iguales, cuando es evidente que los hombres y las mujeres no lo somos. Eso no significa que ellas sean mejores o peores, que nosotros seamos los más válidos o los menos. Simplemente somos distintos, con nuestras virtudes y nuestros defectos. De la misma manera en que los hombres son diferentes entre sí, y las mujeres entre ellas.

Cada uno goza del privilegio de la individualidad y no podemos arrebatarle tales circunstancias. La clave, más bien, está en entender que todos debemos partir con las mismas oportunidades. Igualdad, sí, pero de oportunidades. Cada ser humano ha de optar en igualdad de condiciones de partida frente a cualquier trabajo, labor o aspecto vital al cual pretenda acceder, para dejar que sean posteriormente sus valores personales los que decanten la balanza en su favor o no. Se trata, al fin y al cabo, de garantizar que todos por igual, tengamos las mismas oportunidades para decidir, las mismas libertades, y las mismas exigencias.

Me niego a pensar que las mujeres cobren menos por el simple hecho de que pertenecen al sexo femenino. Lo siento, no digo que no ocurra. Digo que no lo quiero pensar, no quiero ni imaginarme que la sociedad pueda estar tan enferma. Del mismo modo en que la raza o la religión jamás deberían preceder a lo realmente importante, que es lo que cada persona puede aportar a sus iguales.

Si esto está ocurriendo, debe ser erradicado inmediatamente, pero permitidme que siga viviendo ajeno a esta cruda realidad que algunos me intentan mostrar. Mi mundo, el único que conozco, gira en torno a hombres y mujeres que luchan a diario por desarrollar sus vidas de la mejor manera posible, aprovechando aquellos aspectos que las convierten en más competitivas en determinados aspectos del día a día. Mujeres y hombres, capaces de reunir tantos éxitos como sean merecedores de alcanzar, independientemente del género que los abrigue.

Además, creo que hemos perdido algo mucho más importante, y es el derecho a decidir.

Efectivamente, en los últimos tiempos, parece que existe una especie de jurado superior que es quien establece qué profesiones son dignas y cuáles no. En qué profesiones debe incurrir el hombre y en cuales no. En qué labores se debe enfocar la mujer digna y en cuáles no. Pero esto sin duda, me parece una auténtica aberración.

Me niego a que haya gente capaz de desvirtuar los enormes logros que aportaron tantas mujeres hasta el día de hoy, por más machista que pudiera resultar su entorno entonces; pues desgraciadamente, la injusticia siempre existirá entre nosotros, pero no por ello, tenemos menos mérito a la hora de seguir avanzando a través.

Ojalá algún día podamos desprendernos de estos sinsentidos, estos debates carentes de significado que continúan abarrotando aparentemente las barras de bar, los debates políticos y las noticias más mediáticas.

Hay hombres que no merecen ser tratados como tal. Sin duda. Hombres que han decidido unilateralmente desprender a las mujeres de todo valor personal para intentar someterlas a su antojo. Me repugna, pero desgraciadamente sí que existen. Sin embargo, eso no me convierte a mí en peor persona. Menos aún por compartir con él la estructura de mis genes. Me gustaría que mis actos fueran juzgados por lo que son, exclusivamente míos, más allá de lo que otros puedan o quieran hacer.

Me gustaría que salieran los medios a rechazar con la misma fuerza en que yo rechazo estos inhumanos comportamientos, cuando sean mujeres igualmente enfermas sus protagonistas, por más infrecuentes que sean. Estos actos han de ser repudiados independientemente desde el primero hasta el último de los ejemplos, y me niego a justificarlos en modo alguno; no me importa el sexo, la raza o la religión tras la que se escondan estos monstruosos especímenes.

Por todo ello, por favor, dejemos de decidir por las mujeres, pues no hay mayor acto de respeto hacia ellas que el de dejarles decidir por sí mismas. El de permitirles ganarse sus logros y aprender de sus errores. Nadie está por encima de los demás, ni debe sentirse legitimado para negarle sus voluntades.

En los últimos días me he visto sorprendido por un titular, que sin haberme visto atraído como para leer más allá, me ha generado una intranquilidad que me ha obligado a sentarme aquí hoy:

“Las mujeres azafatas son despedidas de la Formula 1”. Al parecer, alguien ha decidido que la profesión de esas mujeres que deciden libremente sujetar con maestría y elegancia los paraguas mientras aprovechan para promocionar las marcas que las patrocinan, ha dejado de ser digna para ellas al convertirlas, en ojos de otras, en mujeres objeto. Algo inaceptable puesto que supondría aceptar la cosificación sexual de la mujer, al desprenderla de su auténtica valía personal como simple objeto sexual.

Lo peor de todo es que la solución a esta barbaridad, no parece haberse quedado atrás. Por lo visto, la mejor forma de poner en valor su personalidad, pasa por negarlas por completo a nivel individual. Es decir, para proteger su igualdad de oportunidades se ha decidido privarlas de dichas oportunidades. Curioso, cuanto menos. No voy a entrar en si el concepto de la azafata (para algunos mujer paraguas) es más o menos válido, pero lo que sí que tengo claro es que me parece bien que si una sola mujer decide ganarse la vida de esa manera, se le permita hacerlo pues no sólo no hace daño a nadie, sino que se trata de una labor tan aceptable como cualquiera; mejor dicho, tan aceptable como la que más. ¿O debemos prohibir a los niños que participen como recogepelotas en un torneo de tenis, para evitar la explotación infantil? Sé que suena extremo, pero basta ya de gestos ejemplarizantes que no hacen sino empeorar la situación. De hecho, parece ser que los rumores apuntan hacia precisamente los niños, como dignos sucesores de tan indigna profesión. ¡Qué miedo!

Por favor, abandonemos la hipocresía reinante, para aplacar con fuerza los ejemplos de desigualdad que realmente existen en este mundo. Pues la clave no radica en la dignidad del trabajo en sí, sino en la libre elección que lleve a la persona hasta él. Cualquier trabajo que sea resultado de una voluntad sincera y convencida, que no invada el bienestar de los demás y que no surja desde la forzada obligación que amenaza a muchos, en mi opinión no sólo ha de ser permitido, sino además respetado por todos.

Lo siento, pero hay verdades objetivas que no debemos olvidar por más políticamente incorrectas que puedan sonar. Claro que rechazo los abusos, pero me niego a englobarlos todos bajo el mismo rasero, pues como suele ocurrir con casi todo en la vida, existirán distintos niveles y circunstancias, y como tal han de ser juzgados. No me vale que el “me too” se olvide de que no todos los hombres son culpables hasta que se demuestre lo contrario. Y que incluso, dentro de su posible culpabilidad, merecen el privilegio de ser juzgados por lo que realmente cometieron, no por lo que otros se empeñen en adjudicarles. A partir de ahí, desde la objetividad y la seriedad, deberán enfrentarse a las consecuencias legales de sus actos, como cualquier hijo de vecino.

Más allá de todo esto, pero continuando en la misma línea, me niego igualmente a duplicar mis escritos por el simple hecho de que alguien haya decidido que el lenguaje español es machista, en tanto en cuanto, el género masculino plural se decidió que englobara a ambos sexos. Me parece una auténtica estupidez centrar en esas nimiedades las luchas en contra de un tema tan serio. ¿He de sentirme menospreciado cuando la gente (femenina) se refiera a mí como parte de la sociedad (igualmente femenina)? ¿Mi profesión acaba de ser un ataque a mi virilidad por el simple hecho de responder al género femenino que la precede? Mi respuesta es clara, no. No. Y mil veces no. Cada uno que piense lo que quiera, que yo seguiré siendo fiel a mis principios y valores. Intentaré seguir analizando los comportamientos ajenos desde la asexualidad que los motiva.

Sé que igual esto puede llegar a ofender a alguien, pero es que no lo entiendo y como tal lo reflejo sin ningún tipo de acritud, lo siento. Imagino que puedo estar pecando de demagogo al tratar estos temas desde un enfoque tan simplista, pero creo que debemos evitar que la única forma de luchar contra cualquier tipo de desigualdad sea mediante el fomento de la desigualdad opuesta. Que la única solución ante la discriminación negativa, pase por apoyar el desarrollo de discriminaciones positivas. En mi opinión, la cual quiero considerar como constructiva, humilde y de total apoyo a la mujer; debemos tener cuidado de no convertir esto en una guerra entre sexos que nos aleje irremediablemente de la ansiada igualdad. Es labor de todos, no sólo de las mujeres ni sólo de los hombres, luchar a diario para que esto no se nos vaya de las manos.

Siempre recurro al mismo ejemplo, en el cual no hace mucho, un tenista de primer nivel, fue atacado porque algunos tachaban al deporte de machista desde el momento en que una mujer que liderara la lista mundial, a día de hoy cobraría menos que su equivalente masculino. Su respuesta fue tan polémica como acertada. Desde su punto de vista, el deporte no entiende de sexos, el deporte se basa en la competitividad sana por la cual se reconoce en mayor medida a aquel que demuestre ser mejor que los demás. Así es, ha sido y será siempre el deporte. Por tanto, más allá de que se decida hacer una clasificación para hombres y otra para mujeres para intentar buscar la justicia entre iguales, no entiendo que alguien olvide que la mejor de las mujeres seguirá estando tremendamente alejada del mejor de los hombres en lo que a términos estrictamente deportivos se refiere. El día que una mujer sea capaz de ganar al mejor hombre, o en aquellas disciplinas donde han demostrado con creces ser mejores, entiendo que deberá ganar sin dudarlo más que él, en base a los principios que rigen el deporte desde tiempos inmemoriales.

Las carreras de fondo son un gran ejemplo de ello. Todos salen por igual con el sonido del disparo inicial, y terminan sus carreras cuando atraviesan del mismo modo la línea establecida como meta. Esto es un dato objetivo. El mismo recorrido, las mismas condiciones climatológicas y las mismas normas de partida. Independiente de ello, una vez que todos han traspasado la meta, cada uno en su lugar, se establecen clasificaciones en función de la categoría en que compita cada corredor en concreto. Así, el atleta clasificado en la posición ciento cincuenta y dos en la línea de meta, puede ser galardonado como primer clasificado en la categoría de mayores de cuarenta años. Pero eso no quita ni el mérito que tiene por lo que acaba de hacer, ni el hecho indiscutible de que han llegado ciento cincuenta y un corredores antes que él; personas que independientemente de su categoría han recorrido el trayecto en menor tiempo.

Con esto no quiero decir, más allá del concepto de premio, que se cometa el error de no fomentar por igual el deporte entre hombres y mujeres. Los principios y valores que es capaz de transmitir son tan incuestionables como importantes, de ahí la idea de que deba ser apoyada y promocionada su práctica entre todas las personas, independientemente de su sexo; lo cual redunda, una vez más, en el fomento de la igualdad de oportunidades.

Por tanto, dejemos de manipular la realidad a nuestro antojo, y disfrutemos de la diversidad en su justa medida, centrándonos en lo meritorio de cada esfuerzo, más allá del sexo, la raza o la religión que abanderen en sus adentros.

Huyamos de la prohibición como solución universal, por mucho que se empeñen en maquillarla bajo el paraguas hipócrita del eterno protector. Si para proteger a una mujer que no ha pedido ser protegida, en modo alguno se limitan, coartan o cohíben sus libertades, mi respuesta ante esta injusticia en forma de prohibición será siempre NO.

domingo, 4 de febrero de 2018

De qué hablo cuando hablo de leer

Efectivamente, estas letras tratan sobre el último libro que acabo de leer, una obra maestra de Haruki Murakami que seguramente muchos habréis leído y que casi todos reconoceréis.

Se trata de uno de esos libros que surgen como cariñosa y acertada recomendación de una persona cercana, a quien no puedes sino obedecer. A priori, el autor ya suponía para mí razón más que suficiente como para recorrer tan interesantes páginas. He de reconocer que tras leer tres de sus obras, necesité un tiempo de desconexión y lejanía para acercarme a otros autores que me animaran, a su debido tiempo, a volver a pasear por “tierras” niponas. De hecho, es curioso que fue precisamente mi viaje a tan atractivo país lo que me terminó de alentar frente a este nuevo reto literario.

Más allá de su autor, el tema de fondo que motiva este libro, no podía ser más acorde a mis gustos e intereses. Aunar deporte y escritura suponía para mí una especie de indescriptible coincidencia. Pues no cabe duda, que mis principales aficiones a día de hoy pasan por la práctica del deporte y el maltrato de mi teclado. No obstante he de reconocer que el “correr” como tal, nunca ha sido una de mis disciplinas favoritas, y definitivamente, jamás ha sido una de mis principales virtudes. No obstante, siempre he defendido que quien realmente ama y disfruta del deporte, lo hace más allá de la especialidad a la que decida dedicar su tiempo. Por ello, este libro suponía para mí una oportunidad para descifrar los entresijos de una persona tan aclamada, y de paso entender sus motivaciones, sus miedos y sus más profundas razones para dedicar su vida a la literatura, sin por ello abandonar jamás su compromiso con el duro entrenamiento que suponen las carreras de larga distancia. Resulta curioso, que alguien probablemente acostumbrado a encontrarse en la cúspide de la pirámide en su sector, se atreva a dedicar tanto tiempo a una actividad en la cual él mismo se reconoce como mediocre, por el simple hecho de mejorar y hacerse mejor persona.

Por todo ello, sin entrar en detalles sobre esta obra que no me gustaría desvelar, sino más bien ensalzarla para animar a todos a compartir sus confesiones; me he decidido a confesar mis propias reflexiones surgidas durante el proceso de lectura.

Sin duda, considero esta obra como un verdadero homenaje a mis más queridas aficiones. Pero, lo que más me ha animado a escribir estas líneas, es el hecho de que me he sentido aún más identificado de lo que esperaba con esta obra. Y además, por algo que a priori no podía imaginar.

La forma en que Murakami se refiere al hecho de “correr”, resulta tremendamente similar a mis sentimientos acerca del “leer”. Me ha sorprendido gratamente descubrir como el autor parecía describir mis sensaciones mejor de lo que lo hubiese podido hacer yo mismo. Ese firme convencimiento adquirido quizás a una edad avanzada, y como resultado más bien de un acercamiento racional, en lugar de visceral.

No puedo decir que leer para mí haya sido nunca una pasión. De hecho, me adentré antes en lo más recóndito del escribir, cuando aún no podría definirme siquiera como algo similar a lo que debería suponer un lector. Este hecho siempre ha resultado algo sorprendente, incluso para mí. Aún hoy día, leer sigue siendo para mí una actividad que, pese a gustarme y disfrutar de ella, sigo necesitando de una pequeña dosis de obligación para establecer unos objetivos mínimos que me permitan ampliar mis conocimientos, abrir mi mente, y por qué no, mejorar mis habilidades en esto del escribir.

Un ejercicio necesario desde el cual dedicarme el tiempo suficiente como para seguir aprendiendo no sólo del mundo en el que vivo, sino de mí mismo.

Del mismo modo, comparto con el autor esas inevitables rachas en las cuales la motivación fluye más suelta, mientras en otras ocasiones reconozco que me cuesta más encontrar la ilusión y por tanto el tiempo necesario para adentrarme en otros mundos. Es por ello, que en ciertos periodos del año soy capaz de leer varios ejemplares, para posteriormente pasar meses sin ampliar en modo alguno mis registros.

Como conclusión, no puedo sino terminar este artículo con el firme convencimiento que me aporta el compartir muchas de las razones que argumenta el autor, para seguir afrontando mis maratones literarias personales, sin por ello aspirar siquiera a convertirme en algo parecido a un lector. Seguiré siendo un humilde aficionado que con cierta frecuencia, abandonará el papel de pseudo mensajero, para dejar que otros que realmente pueden considerarse como tal, me iluminen con sus incuestionables muestras de talento.


Muchas gracias Murakami.

martes, 9 de enero de 2018

La poca educación


- ¿Qué pasa Juan? ¡Cuánto tiempo sin verte!

- Pues la verdad es que sí. Es que he estado un poco perdido. Llevo varios meses encerrado.

- ¿Y eso? Por fin te has mirado en el espejo, ¿no? Jajaja.

- ¡Eres un cachondo! Jaja. Habló el “Brad Pitt de la Bahía”, no te jodes. Pues no, llevo meses estudiando una oposición y mi preparador solo me deja descansar un día a la semana. Es super jodida y me lo tengo que tomar en serio.

- ¿Una oposición? ¿A tu edad? Pues sí que está la cosa mala, ¿no? 

- Pues sí. No queda otra. Así que te puedes imaginar lo aburrida que se ha vuelto mi vida. Nada que contar, más allá del menú de la cafetería o la increíble aventura que supuso la última avería de la máquina de café. Jaja.

- ¿Y a qué te presentas?

- Es una oposición un poco rara que he encontrado.

- Ah, vale. ¿Y para cuándo tienes los exámenes?

- Pues empiezo el mes que viene, así que hoy me he “rallado” un poco y he decidido salir a dar una vuelta porque me voy a quedar tonto de tanta biblioteca.

- ¡Ufff, es que eso debe de ser una locura! Yo no podría.

- Ya, eso dicen todos. Yo también lo pensaba, pero bueno, al final es ponerse. A mí me costó volver a coger el ritmo de estudio después de tantos años.

- Me imagino. Desde que acabamos la universidad no cogías unos apuntes, ¿no?

- Tal cual.

- ¡Qué crack! ¿Y te ves preparado para aprobar?

- Mi preparador dice que sí, aunque yo creo que esta primera vez es un poco precipitada. Me veo muy justo.

- Bueno, si él te dice que sí...

- Ya, claro, ¿qué me va a decir?

- Puede ser, también es verdad. ¿Y de qué van los temas de la oposición?

- Pues nada, lo mismo de siempre, memorizar un montón de temas y luego cantarlos delante de un tribunal.

- ¿Cantarlos? ¿Qué dices Juan?

- Jaja, sí, se le dice así. Tengo que recitar en voz alta el tema completo de pe a pa. 

- ¡Hostia! ¿Y eso para qué vale? ¿No sería más fácil leerlo y ya está? Jaja. No te lo tomes a mal Juan, pero yo pensaba que os hacían aplicar la teoría para que demostréis que os la sabéis y la habéis entendido.

- Ya, claro. Eso sería lo lógico. ¿Pero desde cuando se ha hecho lo lógico en este puñetero país? Ya sabemos que aquí lo de hacer las cosas bien no se lleva.

- Vale, en eso tienes razón. ¿Pero en la carrera nos hacían aplicar las cosas no?

- Bueno, entre comillas, pero sí. Si lo piensas, desde pequeñitos nos han enseñado tan solo a memorizar. ¡Hasta las matemáticas había que sabérselas de memoria!

- ¡Joder Juan! Pues ahora que lo dices...

- ¡Claro! En este país no nos enseñan a aprender. ¿Para qué? Nadie nos enseña a pensar, ni siquiera a estudiar. Aquí lo que se lleva es lo de ponernos a repetir como loros lo que pone en los libros, sin más.

- Hombre es que, visto así, igual es hasta mejor. Desde luego se ahorran que la gente tenga una opinión propia.

- ¡Exacto! Esa es la cruda realidad. Nos prefieren como borregos.

- ¡Qué duro Juan! Pobres niños, ¿no? ¡Me dan ganas de sacar a mi niño del colegio y enseñarle yo!

- ¡Ojalá! Jaja. Seguro que lo harías mejor.

- ¡”Es o no”! Bueno Juan, me alegro mucho de verte. Y suerte con los exámenes. ¡Que sé que tú eres un crack! ¡Seguro que te lo sacas! ¡Y después, a vivir del cuento toda la vida!

- Jajaja. ¡Di que sí! Igual hasta podría hacer algo, una vez dentro, por mejorar las cosas. Jajaja. ¡Qué gilipollez! ¿No te digo yo que me estoy quedando tonto?