lunes, 23 de enero de 2012

El valor de la orientación


Que nadie se asuste, no voy a hablar de política (ni de sexo). Prefiero hablar mejor de aquello de lo que se supone que sé.

Si todos hiciésemos lo mismo... en fin, nada que no sepáis ya.

Sin embargo en esta gélida tarde me dirijo a vosotros para hablaros de lo importante que es la labor que desempeñamos los arquitectos, y más importante aún la experiencia adquirida en primera persona, dicho de otra forma, las consecuencias derivadas de nuestros diseños y decisiones.

¿Por qué os comento esto? Pues supongo que porque tras años de estudios universitarios en la materia, otros tantos de experiencia profesional y un proceso continuo de formación, me enfrento cada día con una de las mayores representantes docentes que existen en la actualidad, la vida.

Voy a intentar situaros: son aproximadamente las 20h de un 20 de enero de 2012, mi ubicación ronda los 36º de latitud Norte, y me encuentro en una habitación de aproximadamente 6 metros cuadrados. El ordenador, como principal fuente de calor se esfuerza en compensar el desequilibrio térmico existente, mientras mi cuerpo decide en una actitud algo más realista, rendirse a la evidencia y observar impasible el flujo negativo de calor. Podríamos pensar que el invierno, con pleno derecho, ha decidido hacer su aparición, tardía pero implacable. Pero no. No es el invierno quien provoca esta desazón. A través de la ventana diviso a insensatos transeúntes que se enfrentan a la intemperie sin mayor protección que un estiloso abrigo de entretiempo. La imagen me escama, mientras me empeño en estirar mi jersey para evitar la visita de los vientos polares que alguien parece haber invitado al interior de mi vivienda.

[Parón inevitable debido a la necesidad indiscutible de reforzar mis vestiduras]

De no ser por mi deformación profesional, achacaría mis temblores nerviosos, mi tensión mandibular y el dolor en mis manos a cuestiones de salud. Sin embargo, intento combatir dichas bajas temperaturas con la prenda térmica de snowboard que he decidido vestir mientras escribía el párrafo anterior, como única arma defensiva ante la más que posible hipotermia que me espera tranquila y confiada, a sabiendas de que es la historia de una muerte anunciada, una lucha en la cual sólo falta por determinar la fecha exacta de la derrota. Ello me demuestra que se trata de una realidad más que tangible e independiente de la condición física de cada individuo.

Pese a ello, parece que una parte remota de mi ser, cerca del cerebro, se muestra aún revolucionaria, logrando constatar que hay una explicación más objetiva y evitable. La única razón por la cual me veo sentado en la silla con un chaquetón de invierno de máximo aislamiento, es la herencia maquiavélica de mi profesión. El resultado de una tipología fallida, revestida por cerramientos mal diseñados y ajenos a su contexto, confiados en la benevolencia de un clima que, aunque sólo sea de vez en cuando, se presenta tímido y cabizbajo para traernos lo que por lógica nos tenía guardado y que no ha podido retener más.

Estoy harto de escuchar eso de: en la arquitectura... está ya todo inventado.

Tienen razón, está todo inventado, hasta lo malo, y es por ello que no podemos excusarnos en la ignorancia para permitir ciertas atrocidades. Vivo en una de las cuatro viviendas situadas en un bloque aislado, tipo torre, frente a una vía urbana transitada, habitada y de anchura considerable. Sin embargo, el azar, unido a un equipo de profesionales tiranizado por el valor del dinero, me han deparado una inmensa sorpresa, resulta que mi vivienda ha sido la afortunada en el reparto de orientaciones y me ha tocado disfrutar de unas maravillosas vistas al norte, al noroeste, para ser más exactos.

Quizás a algunos esta afirmación no les diga nada, así que lo voy a traducir: resulta que vivo en un habitáculo situado de tal manera que no recibe el sol durante los meses de invierno, mientras que en verano se esfuerza en acoger todos los rayos de sol tardío que existen; de hecho, mis facturas de la luz pueden confirmar que no se le escapa ninguno. Es como vivir en un país nórdico pero sin aurora boreal y con conexión directa al verano saharaui. Además, los cerramientos tienen tan poco espesor y aislamiento que no son capaces de suavizar este desequilibrio o almacenar energía de cara a la noche. Eso sí, acabar con las técnicas constructivas que crearon nuestros antepasados tras años de ensayo-error, nos permite disfrutar de la magnificencia de un ventanal amplio y valiente orientado hacia el paradigma de la belleza urbana, un bloque igual de temerario que el tuyo y repleto de máquinas horrendas destinadas a suplir las citadas deficiencias térmicas de la envolvente.

Por todo ello me aventuro a deciros, queridos compañeros, que no existe mayor aprendizaje que el sufrido en carnes propias, lo cual me anima a compartir mi vivencia con la firme intención de evitaros este mal trago y transmitir un mensaje claro y conciso:

No somos arquitectos porque lo diga nuestro título, somos arquitectos porque la sociedad necesita que alguien se encargue de diseñar los recursos habitacionales requeridos para el desempeño de las diferentes actividades vitales que componen nuestra cotidianeidad actual. Es por ello, que debemos ser profesionales y asumir esta responsabilidad desde la concienciación ciudadana. Nuestras decisiones son disfrutadas o sufridas por terceras personas que invierten gran parte de sus vidas en pagar estos bienes que algún día decidimos firmar. El matiz positivo o negativo en esas experiencias depende únicamente de nosotros, las excusas de tipo económico no son más que eso, excusas. Igual que debemos educar a la sociedad para que aprendan a valorar la buena arquitectura y rechacen todo lo que no lo sea, debemos predicar con el ejemplo y no aceptar encargos o soluciones arquitectónicas insostenibles, por muy rentables que puedan resultar para sus promotores o nuestros propios estudios.