lunes, 26 de noviembre de 2012

Concurso, luego pienso (10/14)


8. Vidrios

Entre argumentos y conversaciones internas me visita el sueño y me lleva con él hasta el inicio del citado viernes, un día importante que confío sea más corto de lo esperado.

La secuencia, cómica pero triste, sucede de la siguiente manera:

Placentera imagen paradisiaca – ruido infernal que interrumpe la escena – enfado – reconexión cerebral – asociación del sonido con mi despertador – enfado – búsqueda de teléfono móvil – caída de todo lo que inexplicablemente puebla mi mesita de noche – furia – encuentro fortuito con el ansiado dispositivo – muestra desproporcionada de cariño – silencio – felicidad – nueva interrupción – enfado – asimilación de los cinco minutos transcurridos – tristeza – negociación interna, incluidos complejos cálculos matemáticos – autoconvencimiento – manotazo hacia el despertador – silencio – satisfacción – cargo de conciencia – despertador – enfado – apertura ocular – picor – cabezada – segundo intento – mayor picor – lágrimas resecas – ¡otra vez el despertador! – fuego interior – cariño desmesurado ante el angelical canto del "aparatito" – nueva negociación – conciencia – esfuerzo ímprobo – contracción abdominal – salto de sábanas – torpeza – bocazo contra el maravilloso marco de la puerta – estiloso tambaleo – enciendo la luz - ¡Uf! – dolor – lágrimas – nubes – valiente continúo mi camino y me adentro en el mismísimo sol – mano izquierda en azulejos – mano derecha en la entrepierna – levantamiento de taza – apunten... – felicidad – un poco más de felicidad – cisterna – accionamiento del grifo – agua fría en la cara – más lágrimas – suspiro – alzamiento de la vista - ¡vamos ya! - ¿quién eres tú y qué has hecho con mi anterior yo? – recapacito – casi pienso – cierro el grifo – salgo del baño – patada a la indescriptible y amada puerta – dolor infernal – enciendo la luz en busca de daños – risa – breve descanso en la cama – pienso – miro la hora – estrés brutal – carrera para encender el termo – múltiples golpes – toalla – grifo – fría espera – ahora – ¡felicidad! – GRACIAS.

El resto del día no puede sino mejorar. Al menos en lo que a destreza y habilidad se refiere. La mañana me aporta nuevos conocimientos empresariales y un montón de contactos a los que confío en volver a ver, deseándoles lo mejor en sus respectivos proyectos. En lo que al Plan de Negocio se refiere, lo envío sin incidencias. Una llamada de teléfono me confirma la correcta recepción del archivo y me insta al próximo jueves para una nueva despedida y la consiguiente crítica del documento para pulir los posibles errores y discutir los pequeños matices que han sido modificados en esta última entrega.

Más de setenta folios de laboriosa investigación, tanto interna como externa. Una muestra de creatividad y realismo, sin precedentes para mí. Se trata de un trámite necesario y enriquecedor, que no ha hecho sino confirmar nuestro interés por acometer esta nueva hazaña, convencidos de su viabilidad y de la sociedad prevista.

Con la habitual escasez de tiempo que me caracteriza, me dirijo hacia el centro, en busca de un lugar donde nutrirme y cambiar el chip de cara al desarrollo de la tarde. Previo paso por casa para dejar los apuntes y cepillarme los dientes, alcanzo el bar, famoso meeting point del equipo, encontrando la típica estampa que conforma mi mentor frente al mantelito que le colocan junto al menú del día. Una sonrisa, cierta trivialidad mientras da buena cuenta del postre, y a trabajar. No tenemos ganas ni de perder el tiempo. Es momento de terminar cosas y disfrutar de un fin de semana muy esperado.

Comentamos las noticias que no paran de publicar los medios locales, acerca de un concurso, considerado por muchos la panacea de esta urbe en horas bajas. El maná que deberá alimentar las ilusiones del medio millón de ciudadanos que habitan esta metrópolis.

Superado el trámite organizativo que precede cada encuentro, nuestro compañero toma la palabra para explicar la evolución de la propuesta llevada a acabo por su equipo. Concisa y directa, nos encandila desde el primer momento. Acto seguido, ocurre lo mismo con nuestra idea y la solución concreta del anfitrión. Tal festival de diseño deriva en la focalización del equipo hacia el barrio que conecta esta ultima área de trabajo con el puerto. Una zona especial y cercana, tremendamente familiar para mis compañeros, dado que dos de ellos viven en las inmediaciones y el presente estudio se encuentra en él.

Comienza una tormenta de ideas muy fluida y productiva, tanto que nos vemos obligados a desprendernos de nuestras herramientas de trabajo para acercarnos en persona al lugar, trabajo de campo. In situ ponemos en crisis algunas de las ideas lanzadas, mientras reforzamos el resto. La emoción embriaga al equipo y nos anima a recorrer la orilla del río hasta la citada avenida por la cual deprimir nuestro parque. En ella valoramos a fondo la idea de nuestro anfitrión que sale bastante bien parada aunque no ilesa. Lo siguiente que se anima es la noche, que invade nuestra euforia y nos devuelve a la cruda realidad, aquella en la cual nos quedan muchas cosas por dibujar, dos hijos esperan la vuelta de sus padres en la soledad del estudio, y el reloj evidencia un exceso.

Alegres llegamos al estudio y empezamos a dibujar, absortos en el proceso proyectual, ajenos al tic-tac del reloj. Los vegetales se superponen sobre la pared de vidrio de la sala de reuniones en la que nos encontramos. Cada uno sostiene su lápiz o rotulador, empleándolo indistintamente como puntero láser, varita mágica o instrumento de dibujo. Las siguientes horas se agotan con una velocidad que pasa desapercibida ante nuestros ojos. Sólo la melodía de uno de los móviles es capaz de destruir este clímax.

Una de las mujeres nos precipita abruptamente a la realidad. Son las diez de la noche y ninguno hemos pensado, siquiera, en cenar. La cordialidad reinante deriva en una improvisada cena, donde son invitados los miembros del segundo equipo. Tras varias semanas de trabajo conjunto, nos ponemos cara. Se trata de dos jóvenes arquitectos, algo tímidos pero ilusionados. Compartimos nuestras vespertinas hazañas. Las anécdotas y consiguientes bromas se convierten en el hilo conductor de una noche risueña y agradable.

Como no podía ser de otra forma, nos despedimos cariñosos y animados, con nuestros mejores deseos para los dos días de descanso que están por llegar. El resto se resume en un frío tremendo que no parece dispuesto a abandonarme durante el camino de vuelta a casa. Una muestra de aprecio, a todos los efectos, excesiva.

Pero ya da igual, el frío, el cansancio, o cualquier otra contrariedad son paliados por la calidez de un hogar tan gélido como la calle, pero familiar y confortable. Podría acostarme sin problemas, aunque eso convertiría este viernes en un día más. Así que, tras varias dudas, me dispongo a ver una película en ingles, obtenida de mi academia de idiomas, para terminar de cansarme y mejorar en lo posible mi capacidad de comprensión.

Esta vez sí, satisfecho con este interesante thriller, sucumbo ante las tentaciones de alcoba. Almohada de plumas, prima del cálido edredón, dos mullidas mantas y su correspondiente sábana. Una sucursal moderna del paraíso sobre la tierra. Un espectáculo que no me canso de disfrutar. Poco a poco siento como el calor invade mi cuerpo y contagia a mi espacio vital anexo, despertando una sonrisa relajada. El peso específico de mis párpados se eleva exponencialmente con cada nuevo movimiento periódico e inevitable. Del mismo modo, mi peso se reduce ante la disolución de mis múltiples cargas. Comienzo a levitar sobre la habitación sin dejar de sentir el abrazo de mi ropa de cama. Uno, doos, treees, cuuaaatroo, ciiincoooo, seeee...iiiis, sieeeetee, oooochoo, nuuueeeev...

¡Hasta mañana! Será lo mejor.


Continuará... (Parte 10/14)

viernes, 23 de noviembre de 2012

¿Escribimos un libro?


Buenos días a todos, en este viernes antesala del fin de semana que nos espera, me gustaría anunciaros mi última iniciativa/locura creativa. Como sabéis, siempre se ha dicho que una de las cosas que todos deberíamos hacer en la vida, es escribir un libro.

Pues bien, tras muchas vueltas y miedos al respecto, he decidido afrontar ese reto, pero no me gustaría hacerlo sólo. Sé que muchos de vosotros pensáis como yo, aunque en algunos casos la ausencia de tiempo o la inseguridad literaria, os impiden adentraros en esta aventura.

Por ello, me gustaría compartir con vosotros esta oportunidad. En lo que considero una idea original y divertida, me gustaría adaptar el concepto del crowdfunding (financiación colectiva) hacia el mundo de la literatura para poner en valor el crowdwriting (escritura colectiva). No sé si existirá ya o no, seguro que sí. Pero lo importante es poder escribir un libro en base a mis carencias literarias, pero contando como inspiración con vuestros comentarios y sugerencias. Al fin y al cabo es un homenaje a vosotros.

¿Qué os parece? ¿Queréis escribir, por fin, un libro?

El capítulo 0 ya lo tenéis en mi blog, con el título de "2012: Odisea de la rutina". Este título no tiene por qué ser el definitivo, sólo fue un nombre con el que presentar el relato a un concurso. De hecho, el nombre debería ser resultado de este debate colectivo que planteo. Se trata de una historia inventada pero deliberadamente ambigua y creo que inspiradora. Lo suficiente como para permitir que entre todos le demos forma a una novela creativa, original y lo más importante, con una pequeña parte de todos!

Lo dicho, si os gusta la idea, animaros a comentar y aportar ideas. Compartidlo con vuestros amigos y enemigos! Mientras más seamos, más sorprendente y compleja será la historia.

Como sabéis, podéis seguir el proceso a través de este blog, facebook o twitter.

Gracias a todos por estar ahí y animarme a contar con vosotros! Vosotros hacéis realmente que este hobby tenga sentido!

Un saludo.

miércoles, 21 de noviembre de 2012

2012: Odisea de la rutina


Con motivo de un nuevo concurso literario sobre arquitectura y ciudad, decidí afrontar este reto desde un punto de vista diferente. Una aventura que, pese a no haber resultado premiada, me ha aportado mucho en el plano tanto profesional como personal. 

Confío en que os guste o, como poco, os haga pensar.

Un saludo.
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- Buenos días, ¿estás bien? Tienes mala cara.

- Buenos días. Sí, aunque no he conseguido dormir nada esta noche. He tenido, de nuevo, ese sueño tan peculiar.

- ¿Otra vez? Ya está bien. Déjate ya de tonterías y olvida ese tema. Además, deberías darte prisa o llegarás tarde.

Quizá tenga razón, debería olvidarme de estos sueños absurdos. Sin embargo, cada vez me parece más real todo lo ocurrido. No sé, puede que me esté volviendo loco. Desde luego, no puedo volver a llegar tarde; no más castigos. Mejor será que me vaya. Decidido, cojo mi mochila y me dispongo a abandonar la casa. Los mismos cinco pasos de siempre. De no ser por la oscuridad que me rodea y la inestimable aportación de mi familia, este trayecto sería tan sólo un ejemplo más de mi lamentable rutina. Pese a ello, logro esquivar los múltiples obstáculos que invaden el caótico pasillo. La escalera se muestra ante mí peligrosa y traicionera. Sólo la cálida presencia de mi anciana vecina, logra amenizar este mal trago. Cada mañana se asoma a darme los buenos días, con su característica esencia de rosas que tanto me gusta. Ocho tramos más tarde, alcanzo victorioso el portal. No necesito oír al amable conserje para saber que su mañana se presenta dura, a juzgar por su alcohólico hedor.

Con el ruido de apertura de la puerta, dejo atrás la seguridad del hogar, estático y tranquilo. Este umbral da paso a la jungla. Un universo de prisas, voces, mal olor y miedo. Por más veces que recorra este mismo trayecto, cada día parece tratarse de una nueva ciudad. Sólo los excrementos de perro y restos de orín me confirman mi ubicación. A escasos cincuenta pasos del quiosco, los vehículos fluyen endiablados, inconscientes, ansiosos por alcanzar un objetivo que odian con todas sus fuerzas. No lo entiendo.

Resignado, espero con calma al semáforo. Pese a sentirme arropado en este acto tan social, nadie parece recaer en mi presencia, ni en la de ningún otro. Las únicas voces que rompen el incómodo silencio, más allá del atronador ruido de fondo, son aquellas inmersas en lejanas conversaciones telefónicas. Por fin, me entretengo con la histriónica música del verde. Al otro lado, alcanzo esa paradisiaca panadería que adorna nuestro deambular. Un placer para los sentidos que me anuncia el giro de sesenta grados hacia la nueva vía. Su pronunciada pendiente, su deteriorada solería y alguna que otra humedad procedente de los madrugadores cubos de limpieza, convierten esta ascensión en un auténtico reto para mi integridad. Me imagino esos pobres ciclistas agotados, concentrados en sus próximas pedaladas, sea cual sea el estado de la carretera. Por si no fuera suficiente, mi cautela parece molestar por igual a aquellos que, estresados, deciden arriesgarse en el ascenso, así como a nuestros opuestos, que animados por la pendiente descienden atropellados e imprecisos, como si no fuesen capaces de verme.

Tras varios cientos de pasos, dependo completamente de mi querido autobús. Los siguientes doce minutos, hasta su llegada, transcurren en un mar de dudas. Mi timidez, me origina siempre una estúpida sensación de inquietud, un miedo interior ante la posible equivocación que me llevara al otro extremo de la ciudad. Varios empujones y cinco paradas más tarde, me apeo hacia la acera, sin antes tropezar con ese maldito bordillo. Por suerte, una amable y recia señora me frena y evita el desastre... ¡Pero no! Cuento con la inestimable ayuda de los operarios que han decidido, sin avisar, vallar hoy la vía para una inoportuna reparación en fachada. Este desagradable encontronazo me devuelve a la realidad. Una vez más, voy a llegar tarde. No importa lo temprano que me despierte, o lo rápido que intente ir.

Otros cientos de pasos, abarrotadas aceras, ese inexplicable mobiliario que las invade y alguna que otra losa suelta, culminan mi rutinaria odisea. Por fin, mi segundo hogar. De nuevo, la seguridad y sosiego se apoderan de mis aceleradas pulsaciones. Las próximas horas resultarán un deleite para mis sentidos.

- ¡Ey! Por lo que veo, has vuelto a llegar tarde.

- Ya, lo siento. No hay manera.

- Es que sigo sin entender tu maldita manía de no venirte conmigo a clase. Con lo fácil que sería salir juntos en mi coche.

- Ya lo sé. Pero te recuerdo que lo necesito para sentirme plenamente independiente. ¿Qué haría si no, cuando tu no pudieses venir?

- Pues lo que haces cada día.

- Sí, pero entonces no me sería tan fácil, ¿no crees? Además, tengo la extraña sensación de que es la única forma de conseguir, poco a poco, mi sueño. 

- ¡Qué pesado con tu sueño! Ya te he dicho muchas veces que no hay manera de que accedas hasta aquí como los demás. Es más, ni siquiera sé porque te empeñas en venir. Si yo pudiera quedarme en casa, como tú...

- Si estuvieras en mi situación, harías exactamente lo que yo. Del mismo modo, que te despertarías en mitad de la noche, excitado por la inexplicable sensación de libertad que me invade cada vez que sueño con esa ciudad universalmente accesible de la que te hablé.


2012: Odisea de la rutina
by Álvaro Fernández

jueves, 1 de noviembre de 2012

Concurso, luego pienso (9/14)


7. Carpinterías

Efectivamente, ese mañana ya es hoy, y con ello llega un nuevo día repleto de dudas. Con los razonamientos de ayer aún rondando mi cabeza, me enfrento a los quehaceres de esta mañana para poder dedicar nuevamente la tarde a continuar con el proyecto.

La hora de la comida supone para mí un pequeño paréntesis antes de una nueva acometida. Acudo al lugar de encuentro puntual, sí. Puntual a mi retraso. Una vez más, la hora oficial impuesta por el equipo indica únicamente una referencia sobre la cual calcular la posible hora de inicio. En mi caso, pasan cerca de veinte minutos las cuatro y media, convocatoria inicial. Ya hay un compañero en el estudio. Otro termina de comer en el bar del primero. El cuarto no está ni al parecer se le espera. Acaban de hablar con él y ha decidido quedarse en su estudio con su equipo para avanzar un poco más su propuesta de cara a mañana.

Ante esta novedad, recojo al comensal y nos acercamos al estudio para reclutar al tercer integrante en activo. Este nos recibe ocupado con su trabajo, enseñándonos unos bocetos bien definidos de su propuesta y disculpándose por tener que ausentarse unos instantes para terminar de resolver un asunto de su estudio.

Mientras tanto, nosotros repetimos la rutina de estos dos últimos meses. Nos acercamos al despacho que se nos ha cedido para dejar el material. Cogemos todos los planos y nos dirigimos hacia la sala de reuniones en la que estamos acostumbrados a trabajar, aprovechando una gran mesa en la cual colocar el conjunto de planos que representan los seis kilómetros de actuación.

Durante el proceso por el cual mi mentor va sacando el séquito de rotuladores que acompaña a mi solitario lápiz, discutimos acerca de la propuesta que nos acaba de enseñar nuestro compañero. Satisfechos con su idea, pasamos a debatir aquellos aspectos de nuestra propuesta que no acabamos de entender, o que a lo largo del día nos han suscitado ciertas dudas. Coincidimos en muchas de ellas, aunque la mayoría parecen fáciles de solucionar. Ante esta conclusión, nos planteamos cuál podría ser nuestro próximo paso. Una de las opciones sería empezar a dibujar con el ordenador las trazas que muestra el trabajado plano sobre el cual nos apoyamos en estos momentos.

Descartamos la opción de delinear lo diseñado, dado que faltan ciertos flecos por atar. Así que consideramos más productivo generar un esquema de tráfico en el cual indicar las modificaciones que hemos previsto, para enviárselo a nuestros compañeros del segundo estudio y que comiencen a producir los esquemas conceptuales de la idea.

Como sabrán, en los concursos se suele limitar la cantidad de planos a entregar, en adelante formatos. De la misma forma, se suele establecer el tamaño de dichos formatos, según el estándar DIN, en el cual el folio corriente se corresponde con el estándar DIN-A4. Dos folios unidos por su lado mayor, forman un A3. Dos A3 un A2. Y así hasta el A0, formato normalizado de mayor dimensión. Aunque poco usado en nuestra profesión, también existe el A5 como resultado de dividir un A4 por la mitad.

En este caso, el máximo permitido es de 5 A0, pudiendo presentar cuántos formatos de dicho tamaño consideremos oportunos por debajo de dicho número.

En nuestro caso, las primeras pruebas de maquetación, nos demuestran que dada la gran dimensión del elemento a representar, necesitaremos como mínimo tres formatos para definir la propuesta a escala apropiada. Uno inicial será el encargado de mostrar las referencias empleadas, los esquemas que justifican el desarrollo entregado y los aspectos destacables sobre los cuales actuar. El quinto, según la cantidad de información que finalmente seamos capaces de generar, incluirá las veinticinco secciones del río requeridas por las bases y tantos renderizados, también denominados fotorrealismos o fotomontajes, como decidamos y podamos asumir.

Sin dudarlo un instante, me pongo delante del ordenador y empiezo un esquema que preveo terminar en menos de tres horas, para asegurarme de que hoy quede enviado a nuestra sucursal.

El tiempo transcurre entre clics del ratón, consultas sobre la representación del plano, comentarios acerca de la música seleccionada y puestas en común de las matizaciones que va generando mi compañero para la zona del puerto.

A lo largo de la tarde van surgiendo conflictos en el diseño de este sector, dado que la modificación de un único elemento afecta al resto de piezas que conforman esta compacta maquinaria. En mi caso, lo realmente complicado parece establecer el límite de la zona seleccionada para reestructurar el trafico. No es fácil actuar sobre un vial sin que eso genere un cierto caos en la manzana anexa. Finalmente tras varias ampliaciones, fijamos un área comprendida entre el río y las vías principales situadas a su alrededor. Lo cual supone un esfuerzo extra, no sólo de estudiar su situación actual, sino de entender sus implicaciones a nivel global.

De este modo, mi esquema refleja gran parte de las decisiones que continúa estableciendo mi mentor en su plano. Cada nuevo vegetal que sitúa sobre el plano base, permanece intacto escasos segundos, ofreciendo una colorida estampa en cuestión de minutos. Al inicio y final de cada vegetal, me incorporo al diseño para contribuir en lo posible y asimilar las modificaciones realizadas de cara a mi esquema.

Con esta dinámica, cerramos un día muy intenso pero no tan productivo. Nos emplazamos a mañana para finiquitar mi tarea y presentar la propuesta al grupo. Con esta misión clara transcurren las horas que nos separan del nuevo asalto. Con una sorprendente puntualidad, rara excepción en nuestra parsimoniosa trayectoria, retomamos el trabajo en el mismo lugar donde lo dejamos, como si las horas pasadas se hubiesen transformado en minutos. Continuamos aplicados y concentrados en nuestro objetivo. El resto del grupo se va incorporando a sus respectivas tareas, mientras nosotros cerramos el esquema de tráfico que compartimos inmediatamente con ellos, tanto aquí como en el segundo campo base, donde continúa nuestro cuarto integrante, dirigiendo a su equipo.

El presente día se nos presenta más corto que de costumbre, los diferentes compromisos a los que debemos hacer frente, nos obligan a abandonar el estudio con antelación. Sabido por todos, en similares circunstancias, nos apresuramos en cerrar el trabajo para que mañana nos sea aún más fácil de recuperar.

Una educada pero fría despedida nos marca el camino hacia nuestros próximos encuentros. Personalmente, ya llego tarde. Mis clases semanales de inglés, comenzaron a las siete de la tarde, siendo ya las siete y media. Resignado, renuncio a la primera hora para concentrarme en la segunda de ellas. Una vez más, me encuentro en mi moto, no sin cierto estrés, volando por esas mismas calles que acabo de analizar y plasmar en mis dibujos.

Lamentablemente no dispongo del tiempo suficiente como para recapacitar acerca de mis acciones. Sólo tengo ojos y neuronas para mi moto y las circunstancias externas que afectan a mi conducción. La búsqueda de atajos y el peligroso zig-zag entre el resto de vehículos, auguran lo inevitable. Tras varias maniobras de dudosa elegancia, me adentro en una de las pequeñas callejuelas que deberán proporcionarme cierto margen de maniobra para suplir otros posibles contratiempos que, sin duda, surgirán a lo largo de mi trayecto. Para colmo de males, la lluvia hace aparición tímida y sutil, lo cual representa un peligro aún mayor si cabe, ya que apenas me percato de ello. Las prisas crecen por momentos. No sólo me preocupa llegar tarde, sino que un exceso de agua, para lo cual no voy preparado, podría suponer la guinda de este peculiar pastel. No puedo llegar tarde y encima empapado en agua.

Todas estas deliberaciones internas se transmiten automáticamente en un grado más de giro en mi puño derecho. Todo se traduce en más estrés y equivalente velocidad. Cada vez, mis sentidos se encuentran más concentrados en la conducción, en cada peatón que hace el amago de cruzar la vía, no consciente de mi futura presencia por miedo a una lluvia cada vez más molesta y notoria.

Observo cada coche que asoma su morro marcando su territorio en el próximo cruce. Cada semáforo. Cada señal. Hasta que todo este contexto decide volcarse ante mí, desafiante pero escurridizo. En un instante, aparece un estrechísimo callejón que no había acertado a ver con la abundante lluvia que amenaza mi visión, mi reacción no es sino buscar la señal que me indique mi preferencia en dicho cruce. ¡Maldición! Se trata de un ceda al paso, escoltado por un deslizante paso de cebra pintado sobre la tradicional calzada de adoquines pulidos por el paso de los años. Combinación explosiva la que parece resultar de esta coctelera.

Las siguientes décimas de segundo, duran horas en mi cabeza. Raudo y veloz reduzco mi velocidad y presiono la maneta de los frenos. Consciente del riesgo que ello supone, pero obligado por las circunstancias, recibo la visita indeseada de mi rueda trasera, quien reacciona instantáneamente a mi acción de frenado, perdiendo toda adherencia e incorporándose en paralelo a la fiesta. Una caída podría ser bastante peligrosa en estas condiciones, así que suelto el freno, enderezo la moto y me lanzo al cruce completamente entregado a mi suerte.

No puedo hacer más que confiar en la ausencia de vehículos en la calle perpendicular. Sin por ello olvidar, que sigo inmerso en un proceso de malabarista para controlar una moto completamente encabritada, desbocada, ansiosa por emprender su propio camino.

La próxima décima de segundo se convierte en el instante de tiempo mínimo que se supone que debería ocupar. Sólo me centro en prepararme para lo peor. Afortunadamente, recupero la conciencia total, unos metros más adelante, perplejo ante la normalidad que reina de nuevo en mi viaje. No gozo del descanso necesario para saborear la increíble explosión de adrenalina que parece diluirse progresivamente en mi organismo, sólo oculta por una alegría serena pero indescriptible y un cansancio desproporcionado. Únicamente me puedo permitir reducir algo la velocidad antes de abandonar definitivamente la trampa mortal en la que pareció convertirse el adoquín. Los diez minutos que me separan de mi objetivo, no superan el cenit alcanzado unos momentos atrás. Llego victorioso, contra todo pronóstico, a mi academia, intentando ocultar mi satisfacción para mostrar el respeto que me demanda un retraso más que evidente. Una vestimenta poco presentable y húmeda, que acompaña a un rostro demacrado.

Eso sí, estoy ahí. Me siento, dedico todos mis sentidos a relajarme y recuperar el dominio sobre mi mente. Aún me queda una hora de concentración en la que mantener una conversación en inglés sobre los sistemas educativos de diferentes países. Todo ello, con una preocupación lejana que deambula entre mis pensamientos y ausencias: aún tengo que volver a casa, bajo una lluvia cada vez más segura y orgullosa de sí misma.

Doce de la noche. Proclamo este día como terminado. Por fin gozo de unos instantes para mí. El trayecto hacia el dormitorio se torna en paseo triunfal hacia la gloria. Lo mejor de todo, saber que mañana ya es viernes, no cualquier viernes, sino en el que termino uno de los dos cursos para jóvenes emprendedores que simultaneo por las mañanas.

Por si esto fuera poco, supone además el último día de trabajo con el Plan de Empresa que llevo un mes redactando. Crear tu propia empresa debería ser siempre motivo de alegría, pero el cansancio me aleja cada día más de tal sensación. Mi capacidad creativa se debate entre el inicio de mi futuro y un concurso de gran magnitud en el cual se nos invita entre líneas a reestructurar una ciudad entera, nuestra ciudad.

Palabras como exhausto, reventado o seco, pierden aquí su sentido. Me sorprende ver lo que hace creer en algo. Nunca pensé que podría diversificar tanto mis esfuerzos, teniendo en cuenta que cada día, afronto infinidad de novedades que debo entender y asimilar para poder aplicarlas acto seguido en mis variopintos retos.

Que nadie malinterprete mis palabras. No me quejo para nada de lo acontecido, sino que me enorgullece ver que sigo aquí, dispuesto a dar más.



Continuará... (Parte 9/14)