martes, 20 de diciembre de 2011

Muelle Uno, el gran futurible de Málaga

Futurible: adj. Se dice de lo futuro condicionado, que no será con seguridad, sino que sería si se diese una condición determinada. U. t. c. s.

(Real Academia Española de la Lengua)

Pues sí, ese es el principal calificativo que podríamos otorgar a la nueva iniciativa de Málaga, el muelle uno, espectacular proyecto en fase de construcción. Puede que hayan oído que está abierto, sí, pero eso no evita que siga aún inacabado.

Es probable que muchos, como yo, hayan decidido en los últimos días acercarse a esta zona portuaria plenos de ilusión y esperanza, en lo que entendían como un viaje al futuro de la ciudad, una travesía que representa el auténtico progreso de la capital. Sin embargo, lo primero que nos regala este nuevo centro comercial y recreativo, en nuestro intento por acceder a través del paseo de las Farolas, es una entrada provisional mal señalizada, a la cual se accede tras las indicaciones de los amables trabajadores que, aparte de trabajar a destajo en la terminación de este proyecto, se empeñan en ayudar a los pobres ciudadanos que se enfrentan perplejos a la incertidumbre creada al intentar acceder. 

Pues bien, una vez en calle Vélez-Málaga la emoción se dispara, estamos a punto de descubrir unos de los mayores aciertos de los últimos tiempos, dar un final decente a esta calle y emplearlo para derribar las barreras ancestrales del puerto, ofreciendo este espacio al ciudadano. Una maravilla. Pero no, la emoción se desvanece instantáneamente al descubrir que tan especial momento se ve distorsionado ante el empleado de la obra que, realizando fielmente su trabajo, se encuentra perforando el asfalto de la calle para poder introducir algún tipo de instalación urbana en un futuro muy próximo, sin reparar en la polvareda que genera a su alrededor y el estrecho paso que deja para los pocos transeúntes que continuamos convencidos de acceder. Tras la nube de material disperso, nos adentramos en el paso bajo el paseo de las Farolas, custodiados por un ejercito de obreros que se apresuran en terminar los diferentes frentes abiertos en la obra, tras las múltiples vallas que nos protegen, afortunadamente, de un peligro evidente. 

Ya estamos ahí, acabamos de realizar una acción histórica para la ciudad, estamos en el puerto, en el muelle uno. Ese espacio habilitado para el recreo y disfrute ciudadano que hace las veces de arco de entrada para los miles de turistas que alcanzan nuestras orillas a bordo de los múltiples cruceros que atracan diariamente en la ciudad. 

Desgraciadamente, no creo ser el único que se haya enfrentado con tan agridulce sensación, ver truncada parcialmente su ilusión ante la sorpresa desagradable que supone asumir que la gran obra de Málaga, no es mas que eso, una obra habitada. 

En ese momento, mi raciocinio entra en acción para recordarme la penosa tradición malagueña que parece asociar cada idea al fracaso, ese lastre que nos lleva a entender nuestra ciudad como una débil representante de la costa del sol. Más una estrategia mental que una realidad, sin duda, pero que nos permite continuar el día como si nada hubiese ocurrido y con ello evitar una tarde apesadumbrado.

Los siguientes metros de vuelta a mi vehículo se tornan en tragedia, cada paso se convierte en un esfuerzo inhumano provocado por el enorme peso adquirido repentinamente por mis piernas, como si llevásemos a nuestros hombros la carga de nuestra estática urbe.

Pocos semáforos más allá, me encuentro en el otro extremo del puerto, en la otra ribera del río, flanqueado por el nuevo edificio de la Gerencia, que parece erguir la barbilla ante la desolación que le rodea, para decir orgulloso: ¡Aquí estoy! 

Es entonces cuando contagiado por tal actitud, me reconozco observando la entrada del puerto, invadida por camiones esperando el momento de soltar su pesada carga. Y decido hacer lo mismo, alejarme de mi propia concepción para analizar la situación desde fuera, un nuevo punto de vista hasta ahora ausente. Sí señor, desde aquí no parece tan malo lo que acabo de experimentar. Comparado con esta entrada opaca del puerto, una barrera urbana hacia el mar, principal privilegio de la ciudad, resulta que muelle uno es la panacea. Una autentica apertura social al mar, un nuevo halo de esperanza que se le brinda a los ciudadanos, perplejos y algo desconfiados aún. Incapaces de reconocer la tremenda concesión que les acaba de ofrecer la autoridad portuaria, un regalo de navidad indescriptible. Nos permite transitar las mismísimas entrañas de esta infraestructura, recordando a las imágenes turísticas de otros municipios costeros, en los que el puerto se convierte en un espacio más para sus visitantes, un lugar atractivo y peculiar en el cual disfrutar de un ambiente marítimo puro y tradicional que se agarra confiado al tren de la evolución urbanística.

Una iniciativa en la línea de las grandes ciudades mediterráneas, una oportunidad sin igual, un paso al frente de toda una sociedad. Un acto aparentemente simple y con tintes comerciales que representa mucho más que todo eso, el primer paso hacia una Málaga en contacto directo con su mar, un final de ensueño para el descenso desde Gibralfaro, pasando por la Alcazaba, abandonando el centro histórico junto a la catedral, para cruzar, tras deambular divertido entre la frondosa vegetación que colma el parque, el nuevo Palmeral y encontrar sorprendidos un final abierto, un folio en blanco que nos permite escribir la nueva historia de Málaga, ante la infinidad de opciones que se nos abren ante nosotros. La caída de la valla, nos enseña un nuevo entorno vital, un lugar donde disfrutar del asombrado que recién llegado, admira atónito como la ciudad se despliega ante sí, invitándole decidida a formar parte de su estructura.

Señores, si he aprendido algo a lo largo de estos años, es que en la vida es muy fácil criticar y muy difícil apoyar, muy fácil hundir en vez de animar, destruir en vez de crear; así que, por una vez hagamos el esfuerzo de hacer las cosas bien y apoyar, animar, esta creación. Muelle uno, más allá de los errores cometidos para su apertura, la imagen inacabada actual y los posibles reparos que aún se instalen en nuestra memoria, es la mejor noticia que ha tenido Malaga en años, y es ese el sabor dulce con el que prefiero continuar recorriendo mi regreso, dejando lo agrio atrás. Ofreciendo un voto de confianza a esta, nuestra casa, nuestra ciudad. Sin por ello olvidar lo ocurrido, como experiencia de la que aprender, una lección más que nos da la vida. Sin duda, merece la pena tan plausible iniciativa.


miércoles, 30 de noviembre de 2011

¡Basta ya!

Buenos días, sí, soy arquitecto. A mucha honra.

Soy uno de esos miles, que tras años de dedicación a mis estudios, ajeno a todo lo que representa la ansiada vida universitaria, y tras dar gracias por poder ejercer mi profesión por cuenta ajena, se encuentra en una situación bastante precaria e inquietante, o quizá no tanto.

Sin embargo, me gustaría salir a colación de este nuevo bombardeo mediático en el cual parece resultar morboso o atractivo, por no decir noticiable, el mal momento por el que pasa el sector. Agradezco la preocupación que parece reinar entre la sociedad acerca de nuestra situación laboral, es más, aprovecho la ocasión para denunciar y mostrar mi apoyo a todos aquellos que, desgraciadamente, no encuentran solución a esta encrucijada que se nos ha planteado.

Desde aquí, mi más sincera muestra de apoyo y ánimo.

Pese a ello, no estoy aquí para lamentarme y patalear, para echarme flores a la espalda por lo bien que lo estamos haciendo en una época tan dura y difícil. No. Se trata de destapar una realidad subyacente, daños colaterales de un periodo de bonanza sin igual. Una década de derroche y sinrazón que ha fraguado en una resaca difícil de asimilar.

Con ello no quiero criticar a mis compañeros por los posibles errores que hayan podido cometer, no nos engañemos, yo probablemente hubiese cometido muchos de ellos también. Más bien pretendo animar a todos aquellos implicados en tal penuria, a dedicar algo del mucho tiempo del que disponemos hoy día, a recapacitar acerca de dichos errores. Pensar en lo que realmente ha hecho mal cada uno. Algo tan simple y a la vez inusual como hacer autocrítica.

Efectivamente, los culpables de la mala situación que estamos viviendo somos los propios profesionales del sector que hemos permitido que esto ocurriera, cegados por el estado del bienestar en el que se ha vivido. Lo hecho, hecho está. Lamentarse o acusar a los demás no nos va a ayudar en nada. Sólo hay una cosa que nos queda por hacer: aprender de ello para evitar en lo posible que nos vuelva a ocurrir, y educar a los que están por llegar para ahorrarles este traspié.

Cimentar bien las bases del resurgir del sector y la profesión, asumiendo de antemano que no buscamos una vuelta al pasado, sino forjar un futuro esperanzador. Un futuro diferente pero no por ello peor. No debemos tener miedo a lo desconocido, o a rechazar modelos aparentemente muy rentables que han resultado ruinosos. Lo estúpido no está en equivocarse, sino en negar la evidencia.

Debemos retomar del pasado ciertos principios olvidados y devolver al arquitecto al lugar que le pertenece. El del profesional formado para ayudar a los ciudadanos a encontrar soluciones a uno de los problemas más antiguos del ser humano, el habitar. La necesidad innata de protegernos de la intemperie, pernoctar a cubierto, resguardar nuestros bienes, favorecer nuestra intimidad, optimizar nuestro trabajo o, lo más importante, simplemente disfrutar de una estancia agradable.

No debemos ser vistos como esos ricachones prepotentes que no osan manchar sus zapatos de marca en el barro de sus obras, ese impuesto desagradable y obligatorio asociado al molesto trámite administrativo, ese gasto innecesario y excesivo. No. Somos mucho más que todo eso. Ello no quita que haya ciertos momentos en los que se hayan dado innumerables razones para alimentar estos bulos. Pero no por ello debemos caer en el desánimo y aceptar ciertos prejuicios ya instaurados, o lo que es aún peor, contribuir a tal debacle desprestigiando nuestro trabajo y regalando los honorarios. No soy nadie para juzgar las acciones de otros compañeros, pero desde luego no nos hacemos ningún favor entrando en una batalla sin ley por la bajada desorbitada de precios, hasta el punto de que nos cueste dinero ejercer nuestro trabajo. La crisis está ahí, y hay que adaptarse. Pero sin cruzar determinados límites que no hacen sino infravalorar nuestro empeño.

Por todo ello, aprovecho para arengar a mis compañeros en estos momentos duros y a la vez bonitos, donde replantearse los errores y mejorar nuestras actitudes y aptitudes, a buscar nuevos caminos sin por ello abandonar esta bella profesión. Encontrar de nuevo nuestro espacio, ese pequeño rincón de felicidad desde el cual ayudar en lo posible a los demás y ganarnos la vida con orgullo. Nuevos puntos de vista desde los cuales observar a la arquitectura, y dejar que ella nos observe a nosotros. No me cabe duda, que hay ciertos claros entre las penumbras. Aún se puede hacer arquitectura, sólo que no de la forma que el tiempo nos ha enseñado a rechazar. Así lo hago, lo haré, y sé que no estaré solo.

Entiendo cuando ciertos jóvenes, rodeados de explotación y rechazo, deciden abandonar todo lo que tienen para emprender una nueva aventura más allá de nuestras fronteras. Es lógico y muy loable. Sin embargo, la única pega a tan lícita reacción, es la falta de recursos que amenaza al país. Por desgracia, que yo, individuo aislado, denuncie este riesgo nacional, no va a contribuir en nada. O quizá sí. Quizá la gente decida luchar por lo nuestro, por esos talentos formados con el dinero de nuestro esfuerzo, que en vez de afrontar lo que está por venir con frescura e ilusión, se ven obligados a huir en busca de ese reconocimiento perdido, dejando el cambio en otras manos, cansadas y acomodadas tras años de profesión.

Confío en que las instituciones educativas, colegiales y gubernamentales destinadas a tal fin, sepan lidiar con esta res, y encuentren soluciones coherentes y esperanzadoras.

Ánimo y suerte. No sólo a ellos, sino a nosotros y los más importantes, nuestros descendientes.


Es ahora, cuando leyendo esas historias de superación y humildad, me siento más arquitecto, más ciudadano.

sábado, 29 de octubre de 2011

El arte del borrado

¿Qué es el arte? Una de las cuestiones más recurrentes a lo largo de la historia, y, sin duda, la más frecuente cuando alguien se enfrenta a la obra del artista americano Robert Rauschenberg. Pues bien, si alguien intenta ir más allá de la primera impresión, algo bastante complicado hoy día, encontrará un universo infinito de ideas revolucionarias que son expresadas con la sencillez de un único gesto conceptual, multitud de sensaciones e intenciones plasmadas en un único acto.

Este prestigioso autor, decidió mostrar un día su admiración hacia uno de los más grandes, De Kooning, solicitándole una de sus obras, un dibujo. Lo curioso de este hecho, no es que De Kooning aceptara tal petición, sino que lo hiciese pese a conocer el por qué. Lo cual me hace pensar que, ambos artistas, fueron capaces de abstraerse de sus prejuicios, e ir al fondo de la cuestión. Es decir, centrarse en el contenido, más allá del continente.

Esta sencilla afirmación, sin embargo, carece de sentido en el urbanismo cotidiano. Cada día, podemos observar infinidad de ejemplos que muestran como la ciudad se ha convertido en un inmenso parque de atracciones, donde lo único que parece importar es la disposición de las fachadas y la homogeneidad del conjunto. ¿Por qué? Porque debemos preservar el valor patrimonial e histórico que estas ciudades puedan tener. ¿En serio? Cuanto menos me resulta inquietante, que se hable de valor patrimonial e histórico, asociando dicha idea a la preservación de edificios. En mi opinión, un mal edificio construido hoy, seguirá siéndolo dentro de 100 años. Esta idea, es la que realmente debería imperar en nuestro urbanismo y considerar mejor qué debemos proteger y qué puede ser eliminado.

Cada vez, es más frecuente descubrirme absorto en una tormenta de ideas enfrentadas, al ejercer el firme acto de pasear por el centro histórico de mi ciudad y descubrir nuevas obras de magnitud colosal, en las cuales la principal característica es, desgraciadamente, que se pretende edificar a espaldas de una fachada preexistente, un paramento derruido y carente de valor, cuyos nuevos propietarios deben preservar por imposición legal.

A poco que estén familiarizados con el mundo de la construcción, podrán imaginar el tremendo sinsentido que esto supone. Técnicamente estamos hablando de generar una estructura auxiliar extremadamente costosa, cuya única justificación es garantizar la seguridad de los ciudadanos. A priori, puede parecer coherente, de no ser por el hecho de que la inseguridad la genera la propia ley, provocando una actuación antinatura; es decir, aislar una envolvente, extraer el contenido que debería recoger y mantener la piel que lo cobijaba. Lo peor es que esta perversión se retuerce aún más, cuando analizamos el fin de dicha barbaridad: crear un edificio que dé contenido a una fachada previa. ¿Se dan cuenta de lo que ello supone?

A lo largo de la historia, las diferentes culturas han conquistado territorios y sus respectivas ciudades, imponiendo sus nuevos criterios y evolucionando a costa de las obras de sus predecesores. Sin ir más lejos, Rauschenberg decidió que la mejor manera de poner en valor la obra de De Kooning, era borrarla y mostrar los restos de tal actuación. Polémico, sí, pero no me digan que no sienten una tremenda curiosidad por conocer lo que borró.

¿Tan equivocados estaban Rauschenberg, los griegos y demás civilizaciones? Quien haya recorrido la City londinense, entenderá que esta convivencia histórico-moderno, es posible. No olvidemos que si hoy día hay cosas que merecen ser preservadas, es gracias a que ellos supieron entender la evolución y su conflicto con tiempos pasados. Debemos poner en valor ese pasado, sí, pero sin perjudicar un presente destinado a conformar el futuro.

jueves, 27 de octubre de 2011

Definición del contexto: 2+2=X

¿Qué es la arquitectura?
Pues, probablemente, la ciencia más inexacta de todas.

La arquitectura es una disciplina donde esta más que probado el hecho de que 2+2=X, sin duda no es igual a 4, tiende a 4, pero jamas lo será. En términos matemáticos podríamos hablar de que el cuatro sería la asíntota en esta ecuación, tanto por encima como por debajo.

A la hora de explicar esta afirmación, es importante entender la complejidad implícita en un proyecto de arquitectura y simplificar esta inmensidad hasta abstraer la base de los principios que rigen cada proyecto. Evidentemente un proyecto consta de una serie de variables que podrían ser divididas entre las variables heredadas y las variables requeridas, todas ellas orquestadas por una serie de constantes que completan la ecuación. Las variables no son sino los diferentes condicionantes asociados a cualquier proyecto, ya sean de índole geotécnica, artística o funcional, unidas a un conjunto de peticiones y necesidades impuestas por un cliente y que justifican esta creación.

Estas variables podrían tender a infinito de no ser por un amplio número de constantes creadas por el hombre como fruto de la tradición y de la experiencia, y que surgen como herramienta de control del proceso proyectual, las normativas. Como saben, estas inciden en todas y cada una de las labores creativas asociadas al proyecto. Existen normativas ideadas para garantizar un determinado modelo de ciudad, otras para velar por el empleo de las mejores prácticas posibles, garantizar la igualdad de oportunidades entre los usuarios, la seguridad, la habitabilidad, y, en definitiva, concretar una serie de mínimos y criterios básicos asociados a la técnica, el diseño y la funcionalidad.

Sin embargo, esta complejidad podría ser solventable, de no ser por una última variable definitiva e imprescindible, la intervención humana, la más subjetiva de las variables y por ello la más inexacta de todas, la más impredecible y desde luego la más flexible de ellas.

Así es, en la labor arquitectónica, entendida en el mas romántico y puro sentido del termino, el ser humano juega una labor fundamental, es el encargado de resolver las variables de acuerdo a las constantes hasta lograr un resultado único y personal, un proyecto arquitectónico.

Es más que sabida la rivalidad, bien entendida, entre arquitectos e ingenieros, y es sin duda esta cuestión la que genera dicha dialéctica. Una mente científica tiende a objetivizar cada ecuación hasta encontrar unas pautas que la resuelvan, por complejas que estas puedan resultar. Por ello si planteamos la misma ecuación a un numero n de individuos, obtendremos n maneras de alcanzar un resultado común. En la arquitectura, por el contrario, si planteamos una misma casuística a un numero n de individuos, obtendremos con toda seguridad n soluciones diferentes. Lo cual nos lleva ante el gran dilema de la arquitectura, no existe una solución universal, sino un universo de soluciones.

Ante una ecuación habrá tantas soluciones como individuos dispuestos a resolverla. Desde un punto de vista científico, esta afirmación genera un primer enigma: ¿cuál de ellas es mejor?
En cada caso esta decisión será tan subjetiva o más que la concepción misma de la solución.

La arquitectura, entendida como respuesta a una determinada necesidad, será mejor, en tanto en cuanto, sea capaz de satisfacer dicha necesidad. Con el paso de los tiempos, el ser humano se ha visto inmerso en un bucle sin fin llamado evolución, que no ha hecho sino enmarañar los principios mas básicos de la relación entre ser humano y naturaleza, entre este y sus requisitos más vitales. No nos conformamos con pernoctar a cubierto sino que deseamos hacerlo en el mejor de los entornos posible, gozando del mejor clima imaginable y rodeados del mayor número de necesidades innecesarias.

Este nuevo escenario implica una diversidad de criterios a la hora de valorar la eficacia de una solución, y todo ello sin contemplar la componente estética, la autentica piedra filosofal de cualquier proyecto. Hoy día la imagen es más importante que nunca, y plantear un proyecto carente de belleza es casi más crítico que plantearlo inútil. Lo cual nos lleva ante otro de los grandes dilemas del momento: ¿qué es la belleza? ¿en qué radica su existencia? ¿cuándo saber si algo es bello y cómo valorarlo?
Podrían escribirse infinitas líneas en este sentido sin, por ello, llegar a dar una respuesta única y concreta.

Sin embargo, lejos de acomplejarnos ante tal complejidad, los arquitectos hemos intentado desde el inicio de los tiempos asumir este rol que se nos ha permitido interpretar y abstraer los aspectos positivos y excitantes que, sin duda, se esconden entre tal amalgama de inquietudes.

Entender la arquitectura empieza por asumir la imposibilidad de hacerlo. No es un elemento finito capaz de ser analizado en función de sus características más inmediatas u ocultas. No, la arquitectura es mucho más que eso, es la más humana y racional de las artes y la más artística de las ciencias. Se trata de un equilibrio inalcanzable entre función y forma, entre belleza y eficacia, entre solución y capricho, entre constantes y variables.

Dos más dos sera 4 con 01 o 3 con 99, pero desde luego no existe un 4 más que al que aspirar, siendo este a su vez un número difuso y esquivo en manos del azar y el más humano de los deseos.

Por tanto, esta no es sino una de las múltiples definiciones posibles y otra más dentro del amplio rango de intentos surgidos, en algunos casos mejores, en otros peores, pero aún sin determinar.

¿Qué es la arquitectura? Esta es probablemente una de las preguntas más cuestionadas a lo largo de su propia historia. La búsqueda fallida de una respuesta única y coherente que genere la definición de este arte, no hace sino engrandar su propia elocuencia. La arquitectura es precisamente eso, la búsqueda de una solución concreta a un problema con infinitas soluciones, unas mejores y otras peores, como las respuestas que hemos obtenido a lo largo de los años a la pregunta del origen. No es más que esto.

Saluda del redactor: De la "A" a la "O"

Diarios de un "Ar" con complejo de "quitectO".

Bienvenidos a esta recopilación de reflexiones y pensamientos inconexos y en ocasiones indigestos, llevada a cabo por un licenciado en arquitectura que afronta desde la más profunda ignorancia el arduo camino que se le presenta ante sí y que resta por recorrer, el trayecto de vida que nos traslada desde la A a la O, desde la inocencia a la experiencia, de la ilusión alocada a la inercia orgullosa, desde el Aprendiz al maestrO.

Confío les sea de ayuda y/o distracción.

Un saludo.