lunes, 30 de junio de 2014

El libro_p13


Capítulo 13

  • Ufff.- Era la única palabra que me sentía capaz de articular. Sin duda, mi estado de angustia había logrado superar la barrera de mi piel, en forma de un gélido sudor.
  • Cariño, me estás empezando a asustar. Por favor, dime lo que tengas que decir. Sea lo que sea lo entenderé pero, por favor, no me hagas esto más difícil.
  • Lo siento Miriam. De verdad que lo siento. Pero creo que no tienes ni idea de lo que es estar realmente asustado. Esa es la clave de todo esto. El susto y el miedo han dado lugar a un terror indescriptible, puro pánico irracional. Mi cerebro se bloquea y no encuentro salida alguna. Verte ahí, seria, callada y expectante, no hace sino empeorar una situación que ya de por sí resulta insoportable, créeme.- Inevitablemente los sentimientos fluían sin remedio. Cada palabra rasgaba mi garganta como si de un alambre de espino se tratase. Por si esto fuese poco, sus lágrimas decidieron hacer acto de presencia e invadir con descaro esas mejillas que tantas veces había admirado.- Por favor, no me hagas esto. Sabes que no puedo verte llorar.
  • Lo siento, pero la primera vez que hablamos me pediste que siempre te fuese sincera.
  • Ufff.- Nuevamente, recurrí a la palabra mágica para intentar armarme de valor y afrontar una situación que me sobrepasaba de largo. Respiré hondo, me limpié la cara y clavé mi derrotada mirada en ella.- Miriam, ven aquí.- Obediente me ofreció su mano y se dirigió hacia mi pecho como un obediente “animalillo”. La abracé con ternura. Sentir de nuevo como su alma se desprendía de su cuerpo para entregarse completamente a mí, me dio la energía extra que necesitaba. La sostuve firme frente a mí y proseguí con mi recién descubierto discurso.- Te quiero. Lo sabes. Sabes que jamás haría nada que pudiese entristecer lo más mínimo tu existencia. No podría soportar hacerte daño. Eres lo mejor que me ha pasado en la vida y he tenido la suerte de darme cuenta a tiempo. Sin embargo, como siempre, existe una cara oculta que nos hace temblar de miedo. Un miedo atroz a perderte, a despertar y que todo esto no haya sido más que un sueño. No cambiaría nada de mi vida, nada que pudiera alejarme de ti. Pero, por más que haya intentado ocultarlo, hay algo de mí que me avergüenza, algo que me hace sentir la persona más insegura del mundo. Un complejo físico que se ha erigido en un tremendo lastre anímico.
    Cada mañana me levanto contando los minutos para verte y me acuesto, imaginando cada segundo hasta tu regreso. Veinticuatro horas, los trescientos sesenta y cinco días del año. Tan sólo un instante ínfimo e insignificante es capaz de enturbiar todo esto. Ese asqueroso instante que se empeñaba en trasladarme a este fatídico momento. El momento en el que tú y yo, afrontaríamos la realidad. Esa realidad que nos muestra un escenario en el cual una chica como tú jamás podría estar con un tullido como yo.
  • Shhhh.- Condescendiente se lanzó hacia mí, decidida a acallar mis palabras con su dedo. Esta vez no, era el momento de hablarlo. Lo que tuviese que ser, sería. No había marcha atrás. Eran muchas, quizás demasiadas, las veces que habíamos evitado esta transcendental conversación, pero ya no más.
  • Miriam, déjame acabar. Me lo has pedido tú. Tú también me pediste que fuese honesto contigo y creo que no lo he sido del todo. No quiero soportar esta carga ni un día más.
  • Está bien, pero no digas esas cosas. No pienso dejar que nadie hable así de ti, ni siquiera tú mismo.- Esbozó una tímida sonrisa a la cual no pude corresponder.
  • Como decía, ambos sabemos que no soy el novio perfecto. Son muchas las razones que me llevan a creer esto, pero sin duda hay una que destaca por encima de todas. Miriam, ¡joder!, eres la más guapa e inteligente de todo el maldito instituto, y yo casi no recuerdo ya como era mi puñetero rostro.
    ¡Nunca he sido un lince o un modelo de excepción, pero es que ahora encima me estoy quedando ciego!

Mientras que las palabras abandonaban orgullosas mi cuerpo para inundar cada centímetro de mi entorno como si del mejor antídoto contra la tristeza se tratase, el efecto parecía convertirse en su opuesto al encuentro con Miriam. Todo lo que en mí resultaba tranquilidad y alivio, en ella parecía tornarse en una opresión difícil de ocultar.
Por diferentes motivos pero la misma razón, ambos nos descubrimos sumidos en un infinito silencio que ni la presencia de algunos despistados compañeros parecía romper.
Sólo existía ella, yo, la nada, retales de un dolor que desgarraba mi ser por última vez.

Desgraciadamente, ese instante duró más de lo deseado y su impasible cara de asombro y pena comenzó a generar en mí una tensión que recordaba peligrosamente a aquella de la que creía haberme desprendido para siempre. Agobiado, dolido, desconcertado. La impaciencia acabó apoderándose de mí.

  • Miriam, ¿estás bien? Por favor, dime algo.
  • ¡¿En serio?! ¡¿Cómo quieres que esté bien si mi novio, la persona a la que he admirado durante todo este tiempo, ha resultado ser un completo idiota, un inepto incapaz de ver más allá de su propio ego?!- aquella reacción me dejó completamente sorprendido, absorto en un lenguaje corporal hasta entonces desconocido.-
    Sé lo difícil que esto ha debido ser para ti. Soy consciente de que no puedo, ni podré jamás, entender lo que debes haber pasado. Todo eso está muy bien. Pero una cosa es perder la visión y otra muy diferente es que me hayas tenido todo este tiempo ahí y no hayas aprendido una mierda sobre mí. Mi vida ha sido mucho mejor que la tuya, al menos aparentemente. Pero sabes lo frustrante que ha sido siempre para mí, no poder ser la niña perfecta que todos esperaban que fuera. Cada error, cada duda, cada acierto, todo parecía volverse en mi contra. Si era guapa, por serlo, si era lista, por serlo. Nunca era suficiente para lo que podría ser. Cuando lo único verdaderamente importante para mí, era ser simplemente normal, una más. Poder equivocarme y aprender de ello sin sentirme juzgada a cada paso. Como ves, no somos tan diferentes como crees. Yo también he vuelto a nacer a tu lado. Yo también me he reencontrado en tus brazos, tu sonrisa y tu mirada.
    Me ofendes si crees realmente que no soy capaz de ver más allá de tus ojos. Me importa un comino que no vayas a poder ser piloto, no necesitas la vista para seguir guiando mi camino. Siento ser tan dura contigo, pero ya basta de pena e inseguridades. Si algo he aprendido de ti es a valorar lo que tengo en vez de añorar lo que nunca tuve ni tendré. Te tengo a ti, me haces feliz, y estoy segura de que ni en la peor de las oscuridades dejarías de verlo. Me sobra con saber que estás ahí, eso es todo.
    No te digo por donde me paso los comentarios y cuchicheos de nuestros queridos compañeros. No me importa si me creen merecedora de ti o no. No me importan las bromas que hagan sobre nosotros, los menosprecios que decoren sus atentas miradas. Todo eso me da igual, pero para ello necesito saber que estás conmigo en esto. Que vas a ser ese chico valiente y seguro de sí mismo del que me enamoré. Hace mucho que superé tus defectos y no voy a dejar que me traslades nuevamente a un barro del que hace tiempo que salimos.
    Amor, te quiero. Ciego o no. Sordo o no. Gordo, flaco, alto o bajo. Te quiero a ti, por lo que eres, por lo que representas para mi, por cómo me haces sentir. Eso es todo lo que necesitas saber. Sé que llevabas demasiado aguantando esa carga que habías decidido auto-imponerte, pero necesito que lo superes. Ya te dije en su día que no dejaría que nada ni nadie se interpusiera entre nosotros, así que más te vale ponerte las pilas.- Una nueva sonrisa decoró la maravillosa escena. El primer impacto había dado lugar en mí a un sentimiento de orgullo inexplicable. No sólo fui incapaz de no responder a su sonrisa, sino que tampoco pude evitar que nuestros pechos se fundieran con pasión.
  • Miriam, lo siento. Tienes razón, creo que no he estado a la altura.
  • No te preocupes cariño. El miedo suele obligarnos a actuar como estúpidos.
  • Lo sé, pero este miedo era demasiado fuerte. Ni cuando me dijeron que podía perder totalmente la visión, sentí ese vacío infranqueable que me prometía la posibilidad de perderte.
  • No seas tonto. Estoy aquí y mientras así lo desees, aquí seguiré.
  • Gracias Miriam. En serio, por todo. Hasta para dar hostias tienes estilo. Jajaja.
  • Un placer. Jajaja.

Entre risas fuimos recuperando, poco a poco, esa normalidad perdida, aunque una cosa había cambiado, algo que jamás volvería a ser igual. No habría más dudas ni más miedos o, al menos, eso era lo que pensaba en aquel momento.

miércoles, 4 de junio de 2014

El placer de disfrutar


La inteligencia, como la cultura, no depende del grado máximo que somos capaces de alcanzar sino de nuestra capacidad para adaptarnos en cada momento al entorno que nos rodea.

Esta reflexión, lejos de resultar gratuita, responde a una inquietud personal que me acecha hace tiempo: 

¿Soy menos inteligente si disfruto por igual de un buen partido de fútbol y de una buena obra de arte? ¿Se supone que debo considerarme menos culto por no gozar exclusivamente con placeres de primer nivel?

Cuando uno analiza la situación que genera lo que nos empeñamos en llamar vida, se da cuenta que no deja de ser un cúmulo de circunstancias que nos rodean y nos dibujan un contexto concreto en cada momento, unas veces considerado más culto y otras menos. Así que, si partimos de la base de que el objetivo en la vida es indiscutible, ser feliz, no nos queda otra respuesta que la de aprovechar cada instante, independientemente de las características que lo configuren.

Dicho esto, será más inteligente y culto aquel capaz de adaptarse mejor a la diversidad reinante, aquel cuya cintura permita una mayor flexibilidad social.

¿Como puede el “culto” considerarse culto si no sabe disfrutar de los placeres más simples?

Desde que tengo uso de razón he aprendido que la complejidad es una gráfica que surge de la ausencia total de esta, la sencillez, y va aumentando progresivamente hasta alcanzar su grado máximo. Por lo tanto, como en una etapa de montaña, no es más importante el último esfuerzo sino entender que a cada pedalada avanzamos un poco más hacia nuestro destino, debiendo acometer los retos uno a uno, sin conquistar una cima hasta no haber superado la anterior.

Del mismo modo, los grados máximos de inteligencia y cultura se basan en la superación de aquellos niveles que los preceden. Y un error muy habitual es el de alcanzar la cima para acabar olvidando el camino recorrido hasta ella.

Por todo ello, entiendo que la inteligencia no depende de la “altura” en la que nos movamos sino de la conciencia global que nos exige cada situación, nuestra capacidad para entender cada sorpresa que nos depare la vida, nuestra capacidad para afrontarla en su justa medida, y lo más importante, nuestra capacidad para disfrutar a lo largo de todo el proceso.

Aún ahora, os estaréis preguntando qué ha podido motivar tan peculiar retahíla de pensamientos inconexos. Quizás sea el último partido acontecido, o más bien, puede que sea el último concierto que escuché. O puede que sea la última exposición de arte que vi publicada hace unos días.

Pero la verdad es que la respuesta es más bien de tipo holística, lo cual podría haber definido fácilmente como “general o global”, pero claro, entonces no sería un texto tan culto. En fin, como decía, se trata del conjunto de supuestos planteados los que originan este deambular conceptual.

Cuando uno analiza sus últimos días y descubre un panorama cultural tan diverso, se encuentra con que la riqueza de su vida no depende del valor que otros se empeñan en asignarle a cada una de esas experiencias, sino que la clave está en el, exitoso o no, intento por mantener una constante fundamental, la satisfacción personal.

Esta incógnita depende sólo de la ilusión, las emociones, la alegría o la felicidad, todas ellas intangibles que sin embargo se pueden palpar fácilmente en una simple mirada, una sincera sonrisa o un fortuito gesto. No nos hace falta mayor tesis doctoral que un ojo crítico dispuesto a dedicar un instante a los demás.

Ser feliz es tan complejo como nosotros queramos que sea. Oportunidades para serlo inundan cada segundo de nuestras vidas. Un buen partido de fútbol, una tertulia entre amigos, una buena cena en compañía, un rincón de soledad, un abanico de frescura, un derroche de aventura, un concierto del grupo que supo arrancar aquella sonrisa, una exposición del artista al cual no conoces ni conocerás pero que sin embargo invade tus pensamientos más íntimos...

Todas ellas, situaciones muy diferentes que generan una sensación muy similar a cuando una película traspasa la barrera del cine para adentrarse en lo más profundo de tu ser, ese libro desconocido que parece haber robado las palabras que describían tu anhelada infancia, un beso irrepetible que siempre pareció estar ahí; en definitiva, múltiples caras de una misma moneda, la más importante, la emoción.

Hace falta haber practicado deporte para entender la emoción de celebrar un gol, una derecha definitiva a la línea, una canasta en el último segundo. Haber intentado cantar para apreciar los matices de una bonita voz empeñada en remover cada uno de tus órganos internos. Haber intentado pensar, para valorar una obra de arte capaz de desmontar todas tus creencias tatuadas a fuego.

Ser feliz pasa por valorar lo inmenso que rodea a cada instante, entender todo lo que encierra tras su fachada de sencillez y naturalidad, pues no es hasta entonces que no se aprecia lo bueno que, sin duda, forma parte de todo momento vital.

En este sentido, puedo decir orgulloso, que más allá de la inteligencia que esto denote frente a los grandes sabios que juzgan desde el desconocimiento de sus pseudo-tronos sociales, en un sólo fin de semana he logrado disfrutar plenamente de un concierto de música, de una derrota en un partido de fútbol entre amigos, de una victoria ajena en la final de la Champions, de la presentación de una exposición de arte, del último capítulo de una serie de moda, o de una barbacoa sencilla en familia.

Con todo mi respeto, ¿no es más inteligente quien aprende a disfrutar de aquello que le rodea que quien se esfuerza en negar determinados aspectos de su vida para centrarse sólo en aquellos que a priori define como dignos o adecuados?

Lo siento, pero una vez más, en la variedad y la sencillez está el gusto.

A todos los que me lean, por favor, aprovechad la oportunidad de gozar con los placeres que se presenten ante vosotros, aunque estos vengan en forma de texto incoherente y sin rigor literario.

Muchas gracias por contribuir a que mi entorno sea tan variado como interesante.

Un abrazo a todos.