jueves, 16 de junio de 2022

Vete a cagar

Cuando uno lee o escucha una expresión tan castiza cómo ésta, lo primero que hace es ponerse en posición de guerra. Una llamada a la violencia en toda regla. Los niveles de tensión se disparan, la adrenalina entra en escena, la ira comienza a crecer y los aires de venganza se convierten en un auténtico torrente descontrolado. Un torbellino de emociones que no suele traer más que ruina y caos. No falla. Como ya estableció Newton en su día, se trata de una acción que desata inevitablemente una reacción que no difiere mucho de lo descrito, independientemente de lo pacífico que seas. Pacífico, que no pacifista. Pues el primero rehúye cualquier conflicto, el segundo simplemente lucha para evitarlo. En fin, curiosidades del lenguaje. Anécdotas aparte, enviar a alguien a cagar es una falta de educación importante, una ofensa que recomiendo no efectuar, por más merecida que pueda parecer. Un ataque indiscriminado hacia la persona que lo recibe, no importa la relación que se tenga con ella o los esfuerzos realizados por suavizar su significado. “Vete a cagar” es un insulto con todas las letras. Sin embargo, y aquí viene la reflexión surrealista de hoy, quizás no nos hemos parado lo suficiente a analizar el verdadero sentido de esta expresión. Como tantas otras veces, hemos optado por dar por hecho cosas sin siquiera preguntarnos los motivos que podrían existir para justificarlas. Me explico. Cagar como tal, entendido como el acto de defecar o eliminar los residuos generados por nuestro cuerpo, en sí mismo no es algo malo o despreciable. Es algo común y necesario que supone la culminación a un proceso de nutrición fundamental para sobrevivir. Es cierto que lidera el ranking de lo escatológico pero no por ello se le puede asignar el título de antihéroe por definición. En definitiva es tan antiguo como el comer. Y tan necesario o más, si me lo permitís. Sin duda, más educado. 

Recurriendo a un debate más conceptual, por todos es sabido que se considera como norma de buena conducta que antes de entrar, siempre antes, se ha de dejar salir. Sé que el símil no es demasiado sutil pero sí efectivo. Lo correcto es salir para luego poder entrar. Por tanto, defecar antes de comer, sería lo más apropiado. Ahora bien, sea educado o no, todos tendemos a evitar conversaciones como esta. La razón, evidente. Es una imagen desagradable. Lo cual nos lleva a la segunda gran reflexión. No voy a entrar en si lo bello es lo único que merece ser valorado, dejando fuera de todo debate lo menos agraciado. Sería muy oportunista por mi parte. No. La reflexión gira más bien en torno a la privacidad. Es decir, cuando reconocemos algo como habitual pero intentamos por todos los medios que no sea conocido por los demás, eso no es más que recelo, un deseo gigantesco de intimidad. Lo cual sitúa al acto de expulsar los excrementos como uno de los momentos más privados y por tanto personales que alguien puede tener. En un mundo donde la globalización y la libertad de expresión se han asociado para garantizar la total transparencia social, por no decir exposición ilimitada, de cada rincón de nuestra vida, parecería coherente valorar en su justa medida que aún existan recovecos en los que reclamar nuestra individualidad más recalcitrante. Punto positivo, diría yo. Si a eso, le añadimos un contexto familiar donde el susodicho comparte hogar con su esposa, cuatro hijos, la suegra, dos perros, el novio espabilado de la mayor, el gatito de la menor y las tortugas del mediano, igual se nos presenta algo más placentero el hecho de evadirnos con excusa, acudiendo precisamente al excusado. Otra expresión, cargada de significado, aunque interpretada desde un prisma muy diferente al que da origen a esta reflexión. 

Por tanto, recapitulando, tenemos que "soltar lastre" es un acto caracterizado por un ejercicio de educación extremo, en el que el afortunado protagonista se permite el lujo de desconectar de todo y de todos. Un acto casi de misericordia con nosotros mismos, dadas las circunstancias. Interesante giro de los acontecimientos. Que no el único. Aún nos queda el argumento definitivo en este “alegato de mierda”. Está bien, un poco duro, puede que hasta soez. Pero como ya sabemos, lo soez no quita lo valiente. En fin. 

En una sociedad de la inmediatez como esta en la que vivimos, donde la sobreexcitación de nuestros sentidos está a la orden del día, podría parecer hasta sensato pensar que en los momentos de paz es donde mejor nos desarrollamos como seres humanos, alejados del mundano ruido que nos rodea a diario. Sin ir más lejos, hace poco me decían que la meditación no es más que la capacidad para concentrarse en una única cosa. Algo casi imposible estos días. Por tanto, encontrarnos en un lugar donde nadie más debería molestarnos, donde el ruido está controlado, la luz optimizada y el objetivo bien definido, podría ser catalogado de idóneo. Idóneo para enfocar todos nuestros sentidos a aquello que nos atañe exclusivamente y por completo, durante el periodo que se precise. Tanto es así, que del máster en etiquetas del champú, no son pocos los que se han aficionado a la lectura de "sobreváter", empleando ese silencio para culturizarse y aprender cosas que requieran de un mínimo de tranquilidad y calma. Un momento de exaltación de la amistad con uno mismo, en el que agasajarnos con el privilegio de la cultura. Un ejercicio de crecimiento personal de lo más significativo. Una oportunidad para liberarnos de nuestros tabúes más afianzados, nuestras barreras más altas y nuestras cargas más pesadas. Si a todo esto le sumamos el hecho de lo que muchos estaréis pensando, que hoy día ni cagar le dejan a uno. Pues nos encontramos con la baza definitiva: la exclusividad. 

Cualquiera no se puede permitir el lujo de cagar a gusto. Sólo algunos privilegiados saben a lo que me refiero. Y, para más inri, resulta que es gratis. ¿A quién no le gusta un verdadero regalo gratuito con el que enderezar hasta el día más torcido? Pues eso. Lo que yo os decía. Que llevamos años mirando hacia otro lado cuando la respuesta a todos nuestros problemas estaba justo enfrente de nuestras narices, o más bien tras ellas. Y todo por un malentendido del lenguaje. Probablemente, un ejemplo más de la eficacia, en este caso negativa, del juego del teléfono. Cada vez estoy más seguro de que esta expresión surgió como un cumplido que tan solo las envidias, el paso del tiempo, la testarudez de las personas y la falta de perspectiva han convertido en esta enorme injusticia. El inodoro ha sido maltratado socialmente durante años, lustros, decenios; me atrevería a decir. Un disparate sin igual. Ya lo dejó entrever Duchamp, un visionario de los que ya no quedan. 

Cagar es vivir, pero además vivir en el lado educado, tranquilo, culto y exclusivo de la vida. Y por cero euros. Qué maravilla. Por todo esto, como podréis imaginar y seguro entenderéis, no me queda más opción que enviaros a todos a cagar. 

Sí, tú, ¡vete a cagar!

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