lunes, 22 de abril de 2013

Berlín cum laude


Hace algún tiempo asistí a la lectura de una tesis doctoral en la Universidad de Málaga, no sólo la primera lectura a la que tengo el placer de asistir, sino la primera que se lee en la Escuela de Arquitectura de Málaga.

A priori, este dato podría resultar razón suficiente para inaugurar el casillero de asistencias a tesis de mi agenda profesional. Sin embargo, no fue este el principal motivo que me llevó al Salón de Actos. La citada tesis versaba sobre Berlín, sin duda la ciudad de mis amores. Para mayor interés, si cabe, el análisis de esta bella urbe se plantea desde una metodología tan personal como arriesgada, a partir del estudio de una película rodada en tal ciudad hace más de 25 años, “El cielo sobre Berlín”. Lo cual, no sólo integra una variable tan interesante como el cine en la ecuación, sino que nos traslada directamente a uno de los episodios más relevantes del pasado siglo en nuestro continente. La presencia caduca del Muro de Berlín no hace sino introducir la entropía en este complejo análisis urbano.

Por tanto, sentarme a escuchar un estudio detallado sobre la evolución de Berlín, desde finales de los setenta hasta nuestros días, les garantizo que es uno de los mejores planes, incluso placeres, que podría encontrar en mi búsqueda profesional de conocimientos.

El evocador título, nos muestra lugares olvidados de una ciudad que si son observados con atención pueden llegar a generar un itinerario no sólo por su presente sino por su historia pasada y futura.

De la extensa introducción realizada por la doctoranda, no puedo sino recaer en la bella definición empleada para referirse a los fragmentos de un todo, como muestras puntuales de la identidad de un conjunto. La belleza implícita en dicho acercamiento, no radica sólo en su potencia conceptual, sino en su acertado empleo para el caso de Berlín. Para todos aquellos que hayan gozado de la capital alemana post-muro, sabrán entender lo impregnada que queda cada visita, de estos infinitos fragmentos del urbanismo más interesante y único. Un sin fin de retales, vacíos y oportunidades que, dada su vasta extensión, sólo pueden ser recorridos a través de múltiples itinerarios aislados e inconexos, que generan poco a poco el mapa global de nuestra propia Berlín mental. El mayor ejemplo de este peculiar fenómeno se evidencia en el masivo uso del metro, un medio de transporte tan eficiente como “descontextualizador”. Podríamos transitar todas y cada una de las estaciones que decoran el extenso territorio de la capital, sin por ello conocer ni el 10% de la ciudad. Un ejercicio de acupuntura turística, con el cual conocer los lugares más emblemáticos y archiconocidos de cada distrito. Un catálogo de imágenes sugerentes que representa con mayor o menor acierto el barrio al cual representa. Pero sería absurdo imaginar que dicho catálogo pudiera reflejar el verdadero significado de una capital tan experimentada y castigada a lo largo de la historia.

Quizás la concepción urbana de todo ciudadano, no deja de ser eso, un álbum personal de los cientos posibles, en el cual colocar las principales imágenes de tu ciudad. Los principales rincones de tu entorno. Las visiones más concretas, sólo posibles desde una perspectiva igual de concreta. En definitiva, hablar de urbanismo es hablar de ciudadanos, de personas. Por tanto, afrontar un análisis aparentemente científico y objetivo desde una intencionada subjetividad, puede que se trate de uno de los mayores aciertos y ejercicios de humildad que podamos realizar.

Como saben, el mundo de la investigación, en ocasiones, responde a unos estrictos protocolos que apuestan por una ansiada garantía de éxito. Influencia del rigor científico, tendemos a buscar ecuaciones perfectas que nos devuelvan un resultado igual de perfecto.

Con lo cual, aprovecho estas líneas, para trasladarles un interesante debate surgido en aquella mañana de tesis, y que ronda a menudo mi cabeza en busca de batalla.

¡Debemos los humanos alejarnos de nuestra humanidad para entender el propio comportamiento humano? ¿Somos lo suficientemente inteligentes como para disociarnos de nuestro yo subjetivo en pro de un ejercicio académico correcto y objetivo? Jamás dudaré de la inteligencia de alguien capaz de dedicar tantísimas horas de su vida a la investigación de un hecho que no sólo considera relevante, sino que lo entiende lo bastante interesante como para contribuir humildemente en el complejo proceso del conocimiento. Sin embargo, no creo que la investigación deba ceñirse a un enfoque lineal y estandarizado, en tanto en cuanto, la vida, no actúa como tal, y los ciudadanos que le dan sentido, tampoco.

Por tanto, a modo de conclusión, me gustaría elaborar este pequeño alegato en favor de la subjetividad, no como paradigma de la investigación científica, sino como alternativa del devenir humano. En mi opinión, tan necesarios son los protocolos como las intuiciones, los reglamentos como la aleatoriedad, el conjunto como sus fragmentos, el rigor como la ilusión.

Investigadores, doctores, alumnos, catedráticos, profesionales, ciudadanos..., desde mi total y humilde desconocimiento, sea cual sea el campo de intervención en el cual decidamos adentrarnos, sea cual sea la labor en la cual nos volquemos, no olvidemos que somos lo que somos gracias a que nos fue permitido elegir. Conforme a determinados criterios, sí. En base a un razonamiento lógico, sí. Pero no en base a una lógica preestablecida, sino al resultado de un mecanismo de pensamiento capaz e intencionado.

Cualquier acercamiento es válido si el destino es atractivo, coherente y evocador. Dejemos a los humanos actuar como humanos, y a las ciudades evolucionar como ciudades.

lunes, 15 de abril de 2013

El síndrome del observador


Mucho se ha hablado acerca de la penosa situación que rodea a la sociedad actual. No menos han sido los intentos por descifrar los posibles motivos que han provocado tal crisis y con ello, entender las repercusiones sociales de tales circunstancias. Existen críticos que defienden una postura de tipo social, es decir, mantienen un discurso en el cual la sociedad en sí misma es la causante de tales males, como resultado de sus propios defectos: avaricia, codicia, ansia de poder...

Otros por el contrario, se postulan hacia una teoría más individualista, donde culpar de este declive a aquellos pocos apoderados que emplean sus influencias para enriquecerse, a costa del resto de la sociedad, potenciando a su vez los defectos sociales antes mencionados.

Ya sea de un modo o de otro, no cabe duda que los principales perjudicados somos los ciudadanos. Y que causa o efecto, existen aspectos sociales que convendría estudiar.

En mi opinión, son muchos los defectos sociales que podrían haber desembocado en este desastre, pero uno de ellos destaca por encima del resto, el síndrome del observador.

Por todos conocida la diferencia entre ver y observar, del mismo modo en que distinguimos oír de escuchar, existe un mal endémico que afecta peligrosamente a esta sociedad. La inmediatez derivada de un progreso tecnológico sin precedentes, una globalización cada vez más agresiva, o el monopolio del marketing, entre otros factores, han derivado en una saturación visual de lo más preocupante. El ciudadano medio se enfrenta cada día a un exceso de información brutal, una cantidad desorbitada de datos e imágenes que nuestro cerebro debe ser capaz de cribar, filtrar de cara a evitar un sobrecalentamiento del sistema. Este proceso evolutivo, está generando un nuevo ser humano, cada vez más “cortoplacista”, más superficial, acostumbrado a analizar las cosas desde un prisma tan lejano como eficiente.

Si nos fijamos en uno de los medios de comunicación visual más tradicionales, el periódico, podremos descubrir estos mismo síntomas. Los amplios periódicos de papel, han tenido que observar atónitos como sus virtuales semejantes se apoderan silenciosos de su cuota de mercado, ante la inmediatez de respuesta y la sencillez de filtrado. Una máquina perfectamente diseñada para el nuevo ser humano. Infinitos titulares decoran páginas en movimiento, rodeadas por tantos anuncios e imágenes como letras. Los artículos, casi escondidos, se mantienen tímidos al acecho, esperando al pobre lector desconcertado o aburrido, que decida acercarse a ellos.

Una evolución tan lógica como peligrosa. Nuestro ansia de conocimientos deriva, paradójicamente, en una ausencia total de cultura. Un exceso de noticias vacías, titulares inconexos y aislados que nos convierten en perfectos charlatanes de ascensor. Máquinas tan eficientes como incultas, capaces de tratar el más recóndito y lejano de los temas, con la misma inexactitud y levedad, con que afrontar la más cercana de las noticias. Expertos conocedores de aspectos que se desvanecen en el tiempo por simple adhesión de nuevos conocimientos. Un bucle infinito por el cual generar sabios de lo actual, actuales inútiles en la verdadera sabiduría.

Con motivo de este nuevo defecto social, la especie se está viendo afectada por una serie de daños colaterales, efectos secundarios que nos convierten en seres atemporales, sin sentimientos. Y no me refiero a la avaricia y ansia de poder que comentaba antes, estas características desgraciadamente se mantienen bien arraigadas, sino a las emociones derivadas de toda observación, entendida como resultado de una simple empatía. El placer de interactuar con la otra persona, intentar entenderla, disfrutar con ella, discutir, aprender, enseñar, divagar, incluso por qué no, compartir el silencio. De no ser así, puede que nos acerquemos irremediablemente a la tan manida invasión de las máquinas, no como resultado de una industrialización excesiva, sino como resultado de una eficiencia extrema. Una ausencia total de humanidad.

Lamentablemente, cada vez con más frecuencia, observo cómo mis semejantes dedican el menor tiempo posible a pensar, con tal de hacer simplemente las cosas como siempre lo han hecho, a ser posible a través de un proceso caótico y corrupto en el cual resultar más listo que los demás.

La crisis está ahí, los ciudadanos tenemos los defectos que tenemos, sin embargo, nuestra principal virtud es la posibilidad y capacidad para aprender de los errores. De nosotros depende, querer ejercer nuestro papel como humanos, o recuperar los rasgos animales más primitivos y emplear nuestra inteligencia para acallar nuestra pasión.

Por mi parte, como siempre digo, elijo seguir siendo como soy, con mis errores y mis escasas virtudes, pero consciente de mi existencia y orgulloso de mi devenir.

Apasionado, empático, débil y alegre, me enfrento cada día a una sociedad cada vez más alejada, perfecta pero plana. Una sociedad capaz y a la vez apocada, quejica pero conformista, prepotente pero manejada. Una sociedad que ninguno queremos pero que, lamentablemente, todos asumimos y aceptamos.  

lunes, 8 de abril de 2013

El libro_p04


Capítulo 4

Ansioso, expectante, incluso desesperado, ultimo los segundos que restan para el desagradable sonido de mi despertador. La presión ejercida por los recientes retrasos y posteriores reprimendas me pesan sobremanera en esta fría mañana.

Por fin, el parpadeo que precede al ruido infernal hace acto de presencia y mi mano reacciona rauda y veloz para frenar el proceso estándar. No me gustaría hacer partícipes a mis padres o mi hermano de mi surrealista plan. Este tremendo madrugón podría ser malentendido por mis preocupados parientes, quienes ya mostraron su descontento y consiguiente preocupación en la pasada cena.

Feliz por mi pronta reacción, me dirijo orgulloso hacia el pasillo, toalla en mano y rodeado por un halo de sorprendente optimismo. El reloj parece mi principal aliado en esta batalla tan personal como necesaria. El desayuno, la elección de mi vestimenta o, incluso el rasurado matinal parecen relegados a un sombrío segundo plano.

Jamás había sentido tanto el deambular del agua sobre mi cuerpo. Parece que cada gota se desprendiera de sus vecinas para reivindicar su inevitable individualidad en lo que se asemeja a una extraña celebración callejera. La temperatura perfecta me recuerda el por qué de todo esto, me dibuja distraída una leve pero intensa sonrisa en mi rostro. Un relajado suspiro que invade mi cuerpo, del mismo modo en que lo hace el líquido elemento, sutil pero contundente, eficaz.

El momento toalla, recupera su trivialidad original, negado frente a la celeridad de mis medidos movimientos. Cada nuevo hito en esta estudiada mañana, corrobora los plazos previstos y con ello, genera una nueva satisfacción que deriva en mayor efusividad y nerviosismo controlado. Uno de esos momentos en los que todo a tu alrededor demanda una sobriedad y silencio imposibles de alcanzar. Todo tu cuerpo emana adrenalina contenida, tus músculos se contraen impacientes, preparados.

La calle, por fin. Todo marcha. No sabría decir, para ser sincero, si los zapatos son realmente del mismo par, si los calcetines coinciden, si el peine ha llegado a ordenar mis húmedos cabellos, o si la mochila contiene alguno de los materiales que necesitaré más adelante. Sólo me preocupa una cosa, el paso firme e irremediable de mis suizas agujas. Y desde luego, es de lo poco que podría garantizar con seguridad, seguimos llevándonos bien.

La odisea diaria se presenta más amable que de costumbre, solitaria a la par que original. Los olores parecen similares, sin embargo el conjunto revela una pureza hasta ahora olvidada. Los ruidos, sin duda, no son sino una vaga muestra de mi anterior referencia. Mi alegría sigue en aumento y su representante hormonal, continua su lento pero constante llenado del vaso de mi autocontrol. Las buenas noticias se suceden y mi sonrisa comienza a tornarse en nerviosa.

8:59h. En pleno éxtasis emocional, reconozco la ansiada puerta de mi recién bautizado como querido instituto. No quepo en mi gozo. La hora cuadra, mi reloj corrobora tal triunfo y por si esto fuera poco, la voz aliviada de mi hermano resuena cual canto gregoriano en mis adentros. ¡Lo logré! Voy a oír el timbre por primera vez.

  •  Oye, lo has hecho. Me alegro.
  • Gracias. No podía permitirme un fallo más.
  • Pero bueno, ¿a qué hora te has levantado? Eres un auténtico personaje. Cuando me he levantado ya te habías ido. Y por lo que parece no has desayunado, ¿verdad?
  • A ver. Tampoco le vamos a pedir peras al olmo, ¿no? Jajaja. Déjame disfrutar de mi pequeño logro. Ya, si eso, mañana desayuno.
  • Anda, cómete esto que te he pillado en casa. ¡Cómo te conozco! Sabía que te habías venido en plan valiente.
  • Gracias tío, eres un máquina. Menos mal, porque ya empezaba el estómago a dirigir a la orquesta. Jajaja. Si es que te tengo que querer...
  • Déjate de rollos! Come y calla. Jajaja.
  • Vale, lo haré. Luego te veo.

Instante en el cual el sonido angelical del timbre interrumpe nuestra improvisada tertulia anunciando mi llegada triunfal. Confiado me dirijo hacia mi aula, consciente de mi tremenda valía. Mentiría si dijera que no me siento como un auténtico superhéroe. Las caras sorprendidas de mis compañeros, sólo son mejoradas por la peculiar sonrisa de mi director, quien me felicita entre dientes por mi pequeño éxito. Pese a mi timidez, me adentro en la clase feliz, observando al tendido, mientras el profesor me saluda casi tan sorprendido como yo mismo. Acto que se ve acompañado de las risas de mis compañeros, quienes no podrían estar más de acuerdo con el “gestito” espontáneo de mi maestro de tecnología.

Lejos de avergonzarme, decido dar el golpe en la mesa definitivo, y alzar temeroso la voz para dar los buenos días con sorna al perplejo grupo, acompañado por un atrevido intento de chiste, que sorprendentemente, mis compañeros parecen aceptar de buena gana. Momento en el cual, mi hermano se apodera remotamente de mis actos, teledirigiendo mi mirada hacia la tercera fila, justo a mi lado, la mesa en la cual se sienta algo dormida aún, su improvisada candidata a mujer del año.

El recorrido de mis ojos parece ralentizarse hasta casi detenerse por completo en su búsqueda ilusionada del objetivo. Cual es mi sorpresa, al encontrar frente a mi, dos preciosos ojos verdes, arropados por unas elegantes cejas y unas pobladas pestañas. Un festival de colores organizados bajo la batuta de una naturalidad impactante y una belleza que difícilmente podría describir con palabras. Un regalo del destino que parecía presentarse ante mí. Perplejo, me paralizo de arriba a abajo, con una estúpida sonrisa que decora mi impasible rostro.

Segundos con complejo de horas preceden al instante definitivo, el momento en el cual esos maravillosos ojos se cierran suavemente en su camino hacia el suelo, mientras su bello rostro evidencia un cierto tono sonrosado que acompaña una ínfima sonrisa que deja entrever sus tímidos dientes, todo ello bajo el inexplicable efecto del slow motion. Una mínima mueca que en mi cerebro es recibida como la mayor de las alegrías jamás anunciadas.

Supongo que para ella pudo ser un simple acto reflejo, pero he de reconocer que fueron necesarios algunos minutos más para permitir a mi cuerpo recuperar el control sobre una situación que hacía ya tiempo dejó de existir. El profesor llevaba un rato intentando despertar nuestras neuronas con una inexplicable perorata repleta de tecnicismos, capaz de domar a la más fiera de las criaturas que habitan este mundo. Sin embargo, harían falta toneladas del peor de los tranquilizantes para apagar el fuego que acababan de encender en mi interior. Y lo peor, que se lo debía a mi hermano, mi hermano pequeño. Tendría que decirle que sí, que tenía razón, que estaba en lo cierto. En fin, imagino que merece la pena y que, en el fondo, se lo merece.

Tecnología, matemáticas, informática, economía... un sin fin de asignaturas que esperan respetuosas en el porche de mi cabeza a que mi nueva inquietud abandone la casa y les permita entrar. No logro olvidar esa mirada, esas mejillas sonrojadas y perfiladas con maestría frente al mini espejo que toda chica parece llevar en su bolso, o quizás, la imagen que había decidido crearme de ellas. Ahora me parece increíble que durante todos estos días me hubiese podido perder tal espectáculo. Hasta qué punto podía estar obsesionado con fingir una normalidad forzada, que había obviado una de las mejores imágenes que podrían decorar ese tradicional mural en que se convierten los recuerdos.

Mi objetivo acababa de cambiar radicalmente. Llegar puntual, pasar desapercibido, integrarme, aprender; todo eso quedaba relegado a un meritorio segundo plano. Las veinticuatro horas del día en mi nueva vida, encontraban su sentido en tanto en cuanto contasen con la aportación de mi nueva musa. Cada movimiento parecía conducirme directamente hacia ella, del mismo modo en que los imanes se adhieren a la puerta de la nevera. Un fenómeno conocido pero inexplicable, asumido pero opaco.

Podría recrearme en todo ese rollo de las mariposas, las hormiguitas y demás cursiladas, pero mi pragmatismo me lleva a mostrar una realidad mucho más racional, más fría. Prefiero contar mi versión de lo que muchos denominan amor a primera vista. En mi opinión, es bastante más cercano a una tremenda obsesión, sólo que afortunadamente, desprendida de toda esa negatividad peyorativa. Una cariñosa obsesión por conocer cada íntimo detalle que configura su interesantísima existencia. Un deseo pasional por entregarle toda esa ternura y bondad contenidas bajo el telón de mi teatral impostura. Un sentimiento tan profundo como transparente, donde su felicidad ocupa el lugar más alto, en un inestable equilibrio entre alegría y tristeza, entre amor y odio.

Sé que no puedo contarle todo esto a mis amigos, si no, probablemente, empezarían por dudar de mi masculinidad y posteriormente, usarme para amenizar sus ratos de aburrimiento. Pero, por primera vez en mucho tiempo, me gustaría permitirme el lujo de desencadenar mis emociones, derrumbar el interminable dique con que sellé hace años todo un mar de pensamientos. Es el momento de liberarme, dejar fluir mis ideas, como si nadie las pudiera ver, sólo ella, sólo yo. Un rincón de total sinceridad en el cual depositar cada gramo de humanidad que aún respiro.

Soy consciente de que si ella pudiera leer mi mente, huiría despavorida ante tanta ilusión desproporcionada. Soy aún más consciente de que las probabilidades de que una chica como ella se fije siquiera en mí, son prácticamente nulas. Soy, a ratos, vagamente consciente de que, incluso, cabe la posibilidad de que me acerque a ella y sea yo quien decida alejarme poco a poco. No olvido mi inseparable don para alejarme de toda aquella persona que parece sentir por mí algo parecido a lo que acabo de expresar. Pero bueno, no hace falta ir tan deprisa. Como buen romántico utópico, lo único que me importa ahora mismo, es disfrutar de este peculiar cortejo. Este acercamiento tan sutil como intenso. Es como si me hubiesen devuelto a esos fatídicos quince años, cuando mi querida Sandra protagonizaba con tanto estilo cada episodio de mi recién descubierta adolescencia

Sólo puedo dar las gracias por todo esto. Por recuperar algo que pensaba perdido.

Pues sí, han pasado sólo diez años, ya han transcurrido más de tres mil quinientos días desde aquel. Pero, sin saber muy bien por qué, mi cuerpo salda conmigo una deuda generada tanto tiempo atrás. Por fin, puedo gritar en silencio que vuelvo a ser yo. ¡Sí! Estoy de nuevo aquí, y esta vez, vengo para quedarme, así que mejor que se preparen. No más psicólogos, no más complejos, no más excesos ni ausencias. Simplemente yo, en busca de un nuevo nosotros que me permita entenderlos mejor a ellos.

martes, 2 de abril de 2013

Mi alter ego en twitter


Probablemente muchos de vosotros hayáis llegado a este peculiar artículo a través de un tweet, o como poco, estéis familiarizados con términos como retweet, timeline, hashtag... Sea como fuere, me considero uno de los muchos millones de personas que dedican parte de su tiempo a deambular por ese extraño mundo virtual que alguien decidió inventar para nosotros. Sin embargo, no ha sido hasta ahora, tras muchos meses de experimentación y análisis empírico que me veo capacitado para descifrar el complejo código escondido tras esos escasos ciento cuarenta caracteres.

A lo largo de este post, intentaré plasmar el resultado de dicha investigación científico-social, un recorrido por los diferentes perfiles detectados en esta red, donde agrupar a los usuarios en función de sus comportamientos y actitudes. He aquí las diversas especies que pueblan nuestro nuevo mundo:

- El búho: todo usuario principiante decide adentrarse temeroso en este extraño pero interesante escenario, sólo por probar, guiado por la creciente curiosidad generada por su entorno más inmediato y potenciado por los medios de comunicación. Como no podía ser de otro modo, esta fase de adaptación y aprendizaje da lugar al tipo de usuario uno, el búho. Ese personaje dubitativo y algo tímido que comienza a seguir a aquellos famosos y usuarios más seguidos, con idea de entretener sus horas más aburridas del día, sin escribir nada por vergüenza y limitándose a observar desde la distancia en lo que parece la preparación infinita de su descomunal ataque, su primer tweet.

- El funcionario: la fase búho puede durar días o incluso meses, según el tiempo libre del individuo, su afición a la informática, si dispone de smartphone o no, etc. Pese a ello, llega el anunciado día en que rompe una de sus barreras mentales para adentrarse en ese mundo tan llamativo como absurdo, tomando parte en el infantil juego de los “mensajitos”. Desde ese mismo instante, se inicia la segunda fase del proceso, la fase funcionario. Sí. Ese periodo en el cual, nos vamos incorporando a la dinámica poco a poco. De cada tres días que vamos, trabajamos uno. El resto nos dedicamos a observar y justificar nuestra visita con un retweet esporádico, dicho de otro modo, aprovechar el trabajo de otros para aparentar que estamos ahí, “al pie del cañón”.

- La madre coraje: esta nueva fase surge tras un largo periodo de “funcionariado” en el cual encontramos el verdadero sentido de ese tipo de vida, cansarse. Efectivamente, todo cansa, y llega un momento en el que el usuario acaba detestando esa apatía para aventurarse a una etapa más activa y participativa. Es entonces cuando surge la madre coraje que todos llevamos dentro. Un ser defensor por naturaleza, convencido de que cada tweet es una muestra inequívoca de excelencia, un candidato indiscutible a trending topic por el cual merece la pena luchar “a capa y espada”.

La siguiente etapa comienza con un cruce de caminos. Nos encontramos ante un verdadero punto de inflexión en todo este proceso social. Los resultados obtenidos durante el periodo de madre coraje condicionarán nuestro futuro más inmediato. Podemos rendirnos ante la fatalidad en forma de ausencia de seguidores y volver a la fase búho, o incluso optar por acabar con nuestro perfil. O por el contrario derivar en una de las diferentes variantes de lo que denomino la cuarta fase, según sea el grado de “cansino” alcanzado:

- El locutor de radio: es aquel individuo empeñado en describir a sus fieles seguidores cada instante señalado en su vida, un espejo gigante diseñado para reflejar cada aspecto considerado interesante de su alrededor. Ciertos tweets resultan interesantes aunque pocas son las vidas lo suficientemente excitantes como para no resultar algo cansinas.

- El “monologuista”: todos reconocemos el típico perfil del humor, tweets infinitos repletos de frases graciosas y chistes malos, siempre dispuestos a alegrarnos el día y arrancarnos una sonrisa. Sin embargo, de vez en cuando cansa tanta comedia y falta de seriedad en lo relativo a determinados temas de actualidad.

- La Bridget Jones: probablemente una de las más cansinas de este entorno virtual. La protagonista de este estereotipo responde a una necesidad compulsiva por transcribir cada segundo de su vida como si de un diario se tratase. Frases como, en el coche al trabajo, saliendo de la ducha, o de vuelta a casa; son sólo algunos ejemplos de lo que su falta de discreción es capaz de ofrecernos como deleite cotilla.

- El científico: personaje aplicado y concienzudo que, lamentablemente, acaba por creerse su valía hasta el punto de pretender inventar la pólvora una y otra vez con cada uno de sus tweets. En su esfuerzo por destacar e impresionar a sus seguidores suelen aportar información sorprendente y actual muy entretenida. El problema, cuando no encuentran el ansiado trofeo y comienzan a rellenarnos el TL (timeline) con noticias de segundo nivel o demasiado rocambolescas.

- El monotema: generalmente asociados a comerciales y representantes de empresas o productos de una determinada marca, que confunden su interés profesional por vender, con nuestro interés personal por aprender o desconectar. Toda información puede resultar gratificante siempre que no se convierta en una saturación excesiva de noticias similares y con un objetivo tan banal.

- La estrella porno: se caracteriza por creerse actor, sin darse cuenta de que lo único que saber hacer, realmente, es dar por... En fin, cansino por definición, nos “deleita” con una insufrible retahíla de tweets sin sentido y faltos de todo decoro personal.

- El bombero-torero: suele aparecer vinculado a representantes del ámbito político nacional, especialmente entrenados para “marear la perdiz” y demostrar su maestría en el uso del capote. Todo ello aderezado con grandes dosis de “apaga-fuegos” en los cuales mejorar una imagen tan estudiada como frágil, asumiendo el riesgo de salir derrotados ante el desconocimiento de la tecnología y el exceso de intermediarios, con el único objetivo de cosechar alguna victoria parcial en forma de típica foto de éxito y cercanía.

En definitiva, simples estadios intermedios hacia lo que se denomina un buen “tuitero”, un referente de buen comportamiento que deriva en un gran número de seguidores convencidos y desinteresados, atraídos exclusivamente por la valía y calidad de la información facilitada. Dicho de otro modo, deambulamos entre los diferentes tipos de “tuitero” existentes, en nuestro afán por emplear esta oportunidad virtual para lograr convertirnos en las estrellas que no hemos podido ser en la realidad. Todo ello por olvidarnos de que en el fondo, no dejamos de ser personas jugando a ser otras personas, cuando lo único que realmente funciona es ser uno mismo y comportarse con la naturalidad con que lo haríamos en la calle. No necesitamos mayor oportunidad que la que nos brinda el día a día, si lográsemos desprendernos del orgullo, los prejuicios y los tabúes, como parece prometernos el teclado y sus escasos ciento cuarenta caracteres.

Con la sincera intención de que nadie se sienta ofendido por este ingenuo artículo de opinión y entretenimiento, me gustaría trasladarles ahora la patata caliente. Pasaros el turno y daros la oportunidad de mostrar vuestro desacuerdo.

¿En cual de estas fases os encontráis? #mialterego