martes, 27 de febrero de 2018

Cuestion-ando mi vida_Divagaciones

¿Qué nos atrae tanto de los secretos? ¿Qué es lo que nos envía directamente hacia el misterio como si no hubiese nada más en el mundo? ¿Por qué la mentira nos embelesa infinitamente más que la verdad? ¿Qué convierte a la realidad en aburrida? ¿Por qué los sueños dejan de tener valor cuando nos acercamos a cumplirlos?

¿Por qué la imaginación siempre es capaz de superar a lo real? ¿Cómo puede ser tan sencillo dejar atrás algo tan complejo y elaborado? Especialmente cuando la alternativa es tan sugerente como inconsistente, incluso frágil.

En ocasiones me enfrento a tales pensamientos ante la perplejidad que me supone aceptar que la gente prefiere una mentira adornada que una verdad a secas. Cuando descubro que la honestidad, la sinceridad y la palabra han dejado de tener valor alguno. Cuando observo a diario cómo la gente se empeña en construir mundos paralelos que les permitan esconder el único que realmente conocen.

¿Por qué lo malo viaja más rápido que lo bueno? ¿Qué significa en realidad el morbo? ¿Por qué nos acerca a todo aquello que, sin embargo, rechazamos? Y lo más perturbador, ¿por qué yo también me veo arrastrado por esta silenciosa pero embaucadora corriente?

Todas estas cuestiones sin sentido, podrían dar lugar a un interesante debate, cuyo único objetivo resultara del puro placer de compartir opiniones sin ningún fin concreto, sin ánimo de lucro, sin afán de protagonismo, sin deseos de convencer o manipular; tan sólo el inocente acto de conversar en torno a un tema tan complejo como banal.

Pero, ¿cómo hemos podido convertir esta sencilla idea en la más insensata de las locuras? ¿Por qué el simple hecho de escribirlo ya me genera un cierto sentido del pudor, la vergüenza e inquietud propias de ese ingenuo niño que se adentra sin permiso en la habitación prohibida, atraído por las preguntas sin responder y a la vez temeroso por lo que ello pueda traer consigo?

No sé, imagino que aquello de conversar pasó directamente a mejor vida. Ahora se lleva más lo de hablar sin decir nada, pues así lograremos el ruido necesario para destacar, sin por ello arriesgarnos a cometer el fatídico error de equivocarnos.

Me conformaré con compartir este humilde ensayo, con la vaga esperanza, de que la ansiada equivocación sea tan sugerente, inspiradora y elocuente como debería.


Buenas noches.

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