miércoles, 7 de febrero de 2018

Cuestion-ando mi vida_Azafatas machistas

Efectivamente, como no podía ser de otro modo, ha llegado el momento de plantearme un tema de rabiosa actualidad como este, pese a lo polémico que reconozco que resulta.

Sin duda, este escrito tan sólo va dirigido a aquellos de mi entorno que me conocen, no porque no quiera compartir mis ideas con el resto, sino porque son los únicos que me atrevo a garantizar que sabrán entender estas reflexiones desde el respeto y la sinceridad con que son emitidas.

Últimamente, los medios nos bombardean a diario con múltiples noticias relacionadas con el hecho de que la sociedad parece seguir siendo un ente machista en el que la mujer no logra alcanzar la igualdad por la que tanto ha luchado a lo largo de la historia.

Pues bien, sin negar esta realidad que desconozco en profundidad, me gustaría dar una opinión al respecto, la mía. La de alguien que afortunadamente se ha criado en un núcleo familiar donde estos eran aspectos que no formaban parte de nuestro día a día. No cabe duda que el machismo en muchos casos se ha fundido con la tradición hasta el punto de no saber dónde empieza el uno y dónde acaba la otra. Aspectos como que en casa era la mujer la que se encargaba de la casa y la crianza de los niños, mientras el hombre se dedicaba a trabajar para aportar el soporte económico necesario en el hogar. En esta muestra de tradición indiscutible, muchos parecen ver una falta de respeto a la mujer, por negar sus instintos más naturales y merecidos.

Sin embargo, llamadme ingenuo, personalmente siempre he entendido este hecho como un sacrificio familiar compartido. Jamás le negaré a mi madre haber renunciado a su desarrollo profesional para centrar todos sus esfuerzos en el trabajo personal que supone hilvanar los cimientos de una familia. Jamás le negaré las cantidades incontables de cariño y cuidados que nos ha profesado desde entonces. Es más, aplaudo su decisión desde el amor que ha sabido transmitirme.

De igual modo, jamás podré negarle a mi padre el sacrificio que debió suponer el renunciar al desarrollo personal implícito en la crianza y cercanía de unos hijos, no sólo deseados sino queridos, en favor del arduo trabajo diario que lo alejaba cada mañana de su familia hasta que la noche lo recibía tan cansado como mostraban sus indudables facciones.

Desde mi punto de vista, se trata del mejor ejemplo de trabajo en equipo, basado en la responsabilidad más comprometida y convencida de las decisiones tomadas. Decisiones tomadas libremente, ahí radica la verdadera diferencia entre tradición y machismo. Un acto consecuente con la felicidad que insta cada día a muchas personas a seguir perpetuando la especie, pero que en ocasiones se enfoca desde el malinterpretado hedonismo egoísta que se esconde tras conceptos tan manidos como el machismo, el feminismo, o incluso el “hembrismo” (como algunos deciden denominarlo ahora).

Entonces me pregunto, ¿hubiese sido distinto si el encargado del hogar resultase ser mi padre? ¿Sería mi madre mejor persona por haberse dedicado a sus inquietudes profesionales? Jamás lo sabremos, pero no por ello debemos desprestigiar tan plausible labor con la sencillez con que algunos deciden manchar una actitud que debería ser más bien tachada de heroica.

Bajo mi punto de vista, me parece absurdo que la sociedad se empeñe en calificarnos como iguales, cuando es evidente que los hombres y las mujeres no lo somos. Eso no significa que ellas sean mejores o peores, que nosotros seamos los más válidos o los menos. Simplemente somos distintos, con nuestras virtudes y nuestros defectos. De la misma manera en que los hombres son diferentes entre sí, y las mujeres entre ellas.

Cada uno goza del privilegio de la individualidad y no podemos arrebatarle tales circunstancias. La clave, más bien, está en entender que todos debemos partir con las mismas oportunidades. Igualdad, sí, pero de oportunidades. Cada ser humano ha de optar en igualdad de condiciones de partida frente a cualquier trabajo, labor o aspecto vital al cual pretenda acceder, para dejar que sean posteriormente sus valores personales los que decanten la balanza en su favor o no. Se trata, al fin y al cabo, de garantizar que todos por igual, tengamos las mismas oportunidades para decidir, las mismas libertades, y las mismas exigencias.

Me niego a pensar que las mujeres cobren menos por el simple hecho de que pertenecen al sexo femenino. Lo siento, no digo que no ocurra. Digo que no lo quiero pensar, no quiero ni imaginarme que la sociedad pueda estar tan enferma. Del mismo modo en que la raza o la religión jamás deberían preceder a lo realmente importante, que es lo que cada persona puede aportar a sus iguales.

Si esto está ocurriendo, debe ser erradicado inmediatamente, pero permitidme que siga viviendo ajeno a esta cruda realidad que algunos me intentan mostrar. Mi mundo, el único que conozco, gira en torno a hombres y mujeres que luchan a diario por desarrollar sus vidas de la mejor manera posible, aprovechando aquellos aspectos que las convierten en más competitivas en determinados aspectos del día a día. Mujeres y hombres, capaces de reunir tantos éxitos como sean merecedores de alcanzar, independientemente del género que los abrigue.

Además, creo que hemos perdido algo mucho más importante, y es el derecho a decidir.

Efectivamente, en los últimos tiempos, parece que existe una especie de jurado superior que es quien establece qué profesiones son dignas y cuáles no. En qué profesiones debe incurrir el hombre y en cuales no. En qué labores se debe enfocar la mujer digna y en cuáles no. Pero esto sin duda, me parece una auténtica aberración.

Me niego a que haya gente capaz de desvirtuar los enormes logros que aportaron tantas mujeres hasta el día de hoy, por más machista que pudiera resultar su entorno entonces; pues desgraciadamente, la injusticia siempre existirá entre nosotros, pero no por ello, tenemos menos mérito a la hora de seguir avanzando a través.

Ojalá algún día podamos desprendernos de estos sinsentidos, estos debates carentes de significado que continúan abarrotando aparentemente las barras de bar, los debates políticos y las noticias más mediáticas.

Hay hombres que no merecen ser tratados como tal. Sin duda. Hombres que han decidido unilateralmente desprender a las mujeres de todo valor personal para intentar someterlas a su antojo. Me repugna, pero desgraciadamente sí que existen. Sin embargo, eso no me convierte a mí en peor persona. Menos aún por compartir con él la estructura de mis genes. Me gustaría que mis actos fueran juzgados por lo que son, exclusivamente míos, más allá de lo que otros puedan o quieran hacer.

Me gustaría que salieran los medios a rechazar con la misma fuerza en que yo rechazo estos inhumanos comportamientos, cuando sean mujeres igualmente enfermas sus protagonistas, por más infrecuentes que sean. Estos actos han de ser repudiados independientemente desde el primero hasta el último de los ejemplos, y me niego a justificarlos en modo alguno; no me importa el sexo, la raza o la religión tras la que se escondan estos monstruosos especímenes.

Por todo ello, por favor, dejemos de decidir por las mujeres, pues no hay mayor acto de respeto hacia ellas que el de dejarles decidir por sí mismas. El de permitirles ganarse sus logros y aprender de sus errores. Nadie está por encima de los demás, ni debe sentirse legitimado para negarle sus voluntades.

En los últimos días me he visto sorprendido por un titular, que sin haberme visto atraído como para leer más allá, me ha generado una intranquilidad que me ha obligado a sentarme aquí hoy:

“Las mujeres azafatas son despedidas de la Formula 1”. Al parecer, alguien ha decidido que la profesión de esas mujeres que deciden libremente sujetar con maestría y elegancia los paraguas mientras aprovechan para promocionar las marcas que las patrocinan, ha dejado de ser digna para ellas al convertirlas, en ojos de otras, en mujeres objeto. Algo inaceptable puesto que supondría aceptar la cosificación sexual de la mujer, al desprenderla de su auténtica valía personal como simple objeto sexual.

Lo peor de todo es que la solución a esta barbaridad, no parece haberse quedado atrás. Por lo visto, la mejor forma de poner en valor su personalidad, pasa por negarlas por completo a nivel individual. Es decir, para proteger su igualdad de oportunidades se ha decidido privarlas de dichas oportunidades. Curioso, cuanto menos. No voy a entrar en si el concepto de la azafata (para algunos mujer paraguas) es más o menos válido, pero lo que sí que tengo claro es que me parece bien que si una sola mujer decide ganarse la vida de esa manera, se le permita hacerlo pues no sólo no hace daño a nadie, sino que se trata de una labor tan aceptable como cualquiera; mejor dicho, tan aceptable como la que más. ¿O debemos prohibir a los niños que participen como recogepelotas en un torneo de tenis, para evitar la explotación infantil? Sé que suena extremo, pero basta ya de gestos ejemplarizantes que no hacen sino empeorar la situación. De hecho, parece ser que los rumores apuntan hacia precisamente los niños, como dignos sucesores de tan indigna profesión. ¡Qué miedo!

Por favor, abandonemos la hipocresía reinante, para aplacar con fuerza los ejemplos de desigualdad que realmente existen en este mundo. Pues la clave no radica en la dignidad del trabajo en sí, sino en la libre elección que lleve a la persona hasta él. Cualquier trabajo que sea resultado de una voluntad sincera y convencida, que no invada el bienestar de los demás y que no surja desde la forzada obligación que amenaza a muchos, en mi opinión no sólo ha de ser permitido, sino además respetado por todos.

Lo siento, pero hay verdades objetivas que no debemos olvidar por más políticamente incorrectas que puedan sonar. Claro que rechazo los abusos, pero me niego a englobarlos todos bajo el mismo rasero, pues como suele ocurrir con casi todo en la vida, existirán distintos niveles y circunstancias, y como tal han de ser juzgados. No me vale que el “me too” se olvide de que no todos los hombres son culpables hasta que se demuestre lo contrario. Y que incluso, dentro de su posible culpabilidad, merecen el privilegio de ser juzgados por lo que realmente cometieron, no por lo que otros se empeñen en adjudicarles. A partir de ahí, desde la objetividad y la seriedad, deberán enfrentarse a las consecuencias legales de sus actos, como cualquier hijo de vecino.

Más allá de todo esto, pero continuando en la misma línea, me niego igualmente a duplicar mis escritos por el simple hecho de que alguien haya decidido que el lenguaje español es machista, en tanto en cuanto, el género masculino plural se decidió que englobara a ambos sexos. Me parece una auténtica estupidez centrar en esas nimiedades las luchas en contra de un tema tan serio. ¿He de sentirme menospreciado cuando la gente (femenina) se refiera a mí como parte de la sociedad (igualmente femenina)? ¿Mi profesión acaba de ser un ataque a mi virilidad por el simple hecho de responder al género femenino que la precede? Mi respuesta es clara, no. No. Y mil veces no. Cada uno que piense lo que quiera, que yo seguiré siendo fiel a mis principios y valores. Intentaré seguir analizando los comportamientos ajenos desde la asexualidad que los motiva.

Sé que igual esto puede llegar a ofender a alguien, pero es que no lo entiendo y como tal lo reflejo sin ningún tipo de acritud, lo siento. Imagino que puedo estar pecando de demagogo al tratar estos temas desde un enfoque tan simplista, pero creo que debemos evitar que la única forma de luchar contra cualquier tipo de desigualdad sea mediante el fomento de la desigualdad opuesta. Que la única solución ante la discriminación negativa, pase por apoyar el desarrollo de discriminaciones positivas. En mi opinión, la cual quiero considerar como constructiva, humilde y de total apoyo a la mujer; debemos tener cuidado de no convertir esto en una guerra entre sexos que nos aleje irremediablemente de la ansiada igualdad. Es labor de todos, no sólo de las mujeres ni sólo de los hombres, luchar a diario para que esto no se nos vaya de las manos.

Siempre recurro al mismo ejemplo, en el cual no hace mucho, un tenista de primer nivel, fue atacado porque algunos tachaban al deporte de machista desde el momento en que una mujer que liderara la lista mundial, a día de hoy cobraría menos que su equivalente masculino. Su respuesta fue tan polémica como acertada. Desde su punto de vista, el deporte no entiende de sexos, el deporte se basa en la competitividad sana por la cual se reconoce en mayor medida a aquel que demuestre ser mejor que los demás. Así es, ha sido y será siempre el deporte. Por tanto, más allá de que se decida hacer una clasificación para hombres y otra para mujeres para intentar buscar la justicia entre iguales, no entiendo que alguien olvide que la mejor de las mujeres seguirá estando tremendamente alejada del mejor de los hombres en lo que a términos estrictamente deportivos se refiere. El día que una mujer sea capaz de ganar al mejor hombre, o en aquellas disciplinas donde han demostrado con creces ser mejores, entiendo que deberá ganar sin dudarlo más que él, en base a los principios que rigen el deporte desde tiempos inmemoriales.

Las carreras de fondo son un gran ejemplo de ello. Todos salen por igual con el sonido del disparo inicial, y terminan sus carreras cuando atraviesan del mismo modo la línea establecida como meta. Esto es un dato objetivo. El mismo recorrido, las mismas condiciones climatológicas y las mismas normas de partida. Independiente de ello, una vez que todos han traspasado la meta, cada uno en su lugar, se establecen clasificaciones en función de la categoría en que compita cada corredor en concreto. Así, el atleta clasificado en la posición ciento cincuenta y dos en la línea de meta, puede ser galardonado como primer clasificado en la categoría de mayores de cuarenta años. Pero eso no quita ni el mérito que tiene por lo que acaba de hacer, ni el hecho indiscutible de que han llegado ciento cincuenta y un corredores antes que él; personas que independientemente de su categoría han recorrido el trayecto en menor tiempo.

Con esto no quiero decir, más allá del concepto de premio, que se cometa el error de no fomentar por igual el deporte entre hombres y mujeres. Los principios y valores que es capaz de transmitir son tan incuestionables como importantes, de ahí la idea de que deba ser apoyada y promocionada su práctica entre todas las personas, independientemente de su sexo; lo cual redunda, una vez más, en el fomento de la igualdad de oportunidades.

Por tanto, dejemos de manipular la realidad a nuestro antojo, y disfrutemos de la diversidad en su justa medida, centrándonos en lo meritorio de cada esfuerzo, más allá del sexo, la raza o la religión que abanderen en sus adentros.

Huyamos de la prohibición como solución universal, por mucho que se empeñen en maquillarla bajo el paraguas hipócrita del eterno protector. Si para proteger a una mujer que no ha pedido ser protegida, en modo alguno se limitan, coartan o cohíben sus libertades, mi respuesta ante esta injusticia en forma de prohibición será siempre NO.

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