miércoles, 8 de octubre de 2014

Inmaduros e inseguros, ¿es así como queremos ser?

Muchos son los foros en los cuales se debate acerca del preocupante devenir de nuestra sociedad y no menos las veces en que me he encontrado a mi mismo meditando sobre el por qué de esta involución social.

No cabe duda que como todo aspecto relacionado con un proceso tan complejo como el evolutivo, son múltiples los aspectos que condicionan una determinada actitud poblacional y amplísimas las consecuencias culturales y educativas de dichos matices.

Sin embargo, en mi afán por entender el origen, comprender el fin último de este debate, me decanto por una explicación bastante sencilla, capaz no sólo de invertir el proceso evolutivo sino fomentar un desarrollo negativo del ser humano.

Mientras algunos apuntan hacia la maldad o el egoísmo como posibles causantes de tal debacle, yo prefiero atribuir estos defectos a todos y cada uno de nosotros, como consecuencia de actos más comunes y tangibles.

En mi opinión, la principal razón por la cual nos horrorizamos cada día con las anécdotas que nos rodean, es la falta de principios de la que adolece nuestra sociedad.

Evidentemente, este macro-motivo genera a su vez infinidad de motivos secundarios, como la creación de un sistema basado en ensalzar al menos capaz, un modelo de comunicación basado en el morbo derivado de lo negativo, una pseudo libertad que nos aleja de lo más importante, nuestra propia intimidad y su consiguiente habilidad para decidir. La globalización, en lugar de desembocar en un esquema social desde el cual poner en valor el potencial colectivo a partir de las diferentes virtudes individuales, nos limita cada día más mediante la anulación del valor individual en pro de un colectivo curiosamente más individualista y ajeno precisamente al colectivo del que procede. La preocupación por el bienestar de los demás ha cedido su lugar a la preocupación por la imagen trasladada públicamente a nuestros semejantes, mientras nos importa un pimiento su auténtico bienestar o incluso el nuestro.

Valores tan importantes como la amistad, el compañerismo o el disfrute y enriquecimiento personal derivado del altruismo, se han convertido en banales símbolos de la cursilería más recalcitrante y de la obsolescencia social.

Con todos mis respetos, no debemos permitir que esto ocurra, no podemos quedarnos impasibles mientras renunciamos abiertamente al “hoy por ti mañana por mi”, a cambio de una suscripción no solicitada para el “doble rasero” o el famoso “es que no es lo mismo”.

Una de las cosas más detestables de la sociedad actual es algo tan antiguo como hacer a los demás aquello que no nos gustaría que nos hicieran a nosotros mismos. Esta ausencia total de empatía nos introduce irremediablemente en una espiral que se retroalimenta y nos arma de excusas para justificar nuestras más lamentables decisiones. El doble rasero implícito en la típica respuesta “no es lo mismo” viene a resolver los resquicios de conciencia social que aún permanecen en nuestras modernas mentalidades.

Por último, se tiende a vincular esta tendencia con el indudable egoísmo que caracteriza al ser humano, aportando así unas connotaciones negativas no pertenecientes al concepto objetivo original. Hacer las cosas por nuestro bien, no tiene absolutamente nada que ver con que el motivo de ese bienestar sea el bien o mal ajeno. Ahí es donde se esconde la verdadera conciencia social, en saber elegir la forma de disfrutar sin molestar a los demás, sin perjudicarles a ellos para evitar así sentirnos perjudicados por sus respectivos actos. En definitiva, empatizar para fomentar en los demás lo que nos gustaría que nos hicieran a nosotros.

Pero, sin duda, estos razonamientos podrían ser acusados de una excesiva generalidad. Es por ello, que haría falta analizar el problema con mayor detalle, llegando a una conclusión fundamental, el principal causante de todo esto es tan sencillo como el desarrollo desmesurado de dos de los principales problemas de la sociedad:

La inmadurez y la inseguridad.

La inmadurez de no ser capaz de asumir las consecuencias de nuestros actos, no ser capaces de afrontar los esfuerzos que requieren muchos de ellos. La inmadurez intrínseca en la búsqueda de lo bueno sin aceptar lo menos bueno. Siempre se ha dicho que “el que algo quiere algo le cuesta”, sin embargo, este refrán tradicional cada vez carece de más sentido. Si algo nos cuesta verdadero esfuerzo, ya no lo queremos. Y si aún así lo seguimos queriendo por su importancia dentro del nuevo status social impuesto, entonces parece que alguien nos ha delegado inmediatamente el derecho a tenerlo, y ya que otros se hagan cargo de aquello que nosotros ni podemos ni queremos encarar. Es así como surge la otra gran palabra clave, por no decir mágica. El favor. El favor es esa maravillosa acción por la cual puedes llegar a solicitar a los demás todo aquello que necesites o no quieras aceptar, sin que se genere derecho alguno de reciprocidad y desde la evidente convicción de que es un arma secreta que puedo usar en mi propio beneficio con el único límite que nos llegue a imponer nuestro interlocutor. Porque claro está, en este caso, los valores sociales tradicionales sí son de lo más importantes e inevitables.

El otro gran mal que asola nuestra sociedad es la inseguridad como medio de impulsión humana. La inseguridad es una virtud humana que desemboca irremediablemente en el miedo a sentirnos menos que nuestro vecino, con lo importante que ello resulta dentro de ese nuevo status del que os hablaba. Hemos creado una sociedad en la cual parece que todos debemos ser igual de buenos e importantes, independientemente de nuestra capacidad innata, nuestra preparación o nuestro esfuerzo. Ya no premiamos la excelencia, sino que, una vez más, fomentamos la mediocridad para así lograr que nadie se sienta menospreciado o minusvalorado. Nadie desea esa sensación en sus iguales, evidentemente, pero no acabo de entender en qué momento, el hecho de ser peor que alguien debe constituir una amenaza a mi valía. Lo siento, pero no puedo estar de acuerdo con esta afirmación ni esta nueva filosofía social. Ya está bien.

Basta de igualdades forzadas, mediocridades inducidas, luchemos por ser mejores, para lo cual es fundamental que haya referentes sociales que nos ayuden a avistar nuevos horizontes culturales e intelectuales, que nos inviten a seguir aprendiendo, en definitiva que nos ayuden a mejorar. Para lo cual, es fundamental volver a la madurez y la seguridad como principales referentes de cara a la culminación de estos principios. La generosidad implícita en compartir. Compartir los conocimientos adquiridos para así lograr que sean más los que alcancen nuestro nivel, la humildad necesaria para entender que lo que yo he comprendido sin más, puede que genere nuevos avances desde la perspectiva de otros. Creer en la capacidad de los demás, entender lo importante de un trabajo en equipo. La importancia de perpetuar el saber colectivo a través de la educación como transmisión de conocimiento. Todo lo que sabemos nos viene heredado por lo que, sinceramente, no creo que queramos destrozar en esto también el principio del “hoy por ti, mañana por mi”. Es el momento de recordar todos los avances que hemos podido disfrutar gracias a la generosidad de grandes mentes del pasado.


En definitiva, es fundamental que la sociedad actual luche por recuperar logros pasados para reinterpretarlos en clave contemporánea y seguir aportando nuestro granito de arena de cara a generaciones futuras. No rompamos la cadena social. Asumamos nuestra responsabilidad para con nuestros descendientes, pues no es nuestro presente con lo que estamos jugando, sino que es el futuro lo que realmente hipotecamos.

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