lunes, 15 de abril de 2013

El síndrome del observador


Mucho se ha hablado acerca de la penosa situación que rodea a la sociedad actual. No menos han sido los intentos por descifrar los posibles motivos que han provocado tal crisis y con ello, entender las repercusiones sociales de tales circunstancias. Existen críticos que defienden una postura de tipo social, es decir, mantienen un discurso en el cual la sociedad en sí misma es la causante de tales males, como resultado de sus propios defectos: avaricia, codicia, ansia de poder...

Otros por el contrario, se postulan hacia una teoría más individualista, donde culpar de este declive a aquellos pocos apoderados que emplean sus influencias para enriquecerse, a costa del resto de la sociedad, potenciando a su vez los defectos sociales antes mencionados.

Ya sea de un modo o de otro, no cabe duda que los principales perjudicados somos los ciudadanos. Y que causa o efecto, existen aspectos sociales que convendría estudiar.

En mi opinión, son muchos los defectos sociales que podrían haber desembocado en este desastre, pero uno de ellos destaca por encima del resto, el síndrome del observador.

Por todos conocida la diferencia entre ver y observar, del mismo modo en que distinguimos oír de escuchar, existe un mal endémico que afecta peligrosamente a esta sociedad. La inmediatez derivada de un progreso tecnológico sin precedentes, una globalización cada vez más agresiva, o el monopolio del marketing, entre otros factores, han derivado en una saturación visual de lo más preocupante. El ciudadano medio se enfrenta cada día a un exceso de información brutal, una cantidad desorbitada de datos e imágenes que nuestro cerebro debe ser capaz de cribar, filtrar de cara a evitar un sobrecalentamiento del sistema. Este proceso evolutivo, está generando un nuevo ser humano, cada vez más “cortoplacista”, más superficial, acostumbrado a analizar las cosas desde un prisma tan lejano como eficiente.

Si nos fijamos en uno de los medios de comunicación visual más tradicionales, el periódico, podremos descubrir estos mismo síntomas. Los amplios periódicos de papel, han tenido que observar atónitos como sus virtuales semejantes se apoderan silenciosos de su cuota de mercado, ante la inmediatez de respuesta y la sencillez de filtrado. Una máquina perfectamente diseñada para el nuevo ser humano. Infinitos titulares decoran páginas en movimiento, rodeadas por tantos anuncios e imágenes como letras. Los artículos, casi escondidos, se mantienen tímidos al acecho, esperando al pobre lector desconcertado o aburrido, que decida acercarse a ellos.

Una evolución tan lógica como peligrosa. Nuestro ansia de conocimientos deriva, paradójicamente, en una ausencia total de cultura. Un exceso de noticias vacías, titulares inconexos y aislados que nos convierten en perfectos charlatanes de ascensor. Máquinas tan eficientes como incultas, capaces de tratar el más recóndito y lejano de los temas, con la misma inexactitud y levedad, con que afrontar la más cercana de las noticias. Expertos conocedores de aspectos que se desvanecen en el tiempo por simple adhesión de nuevos conocimientos. Un bucle infinito por el cual generar sabios de lo actual, actuales inútiles en la verdadera sabiduría.

Con motivo de este nuevo defecto social, la especie se está viendo afectada por una serie de daños colaterales, efectos secundarios que nos convierten en seres atemporales, sin sentimientos. Y no me refiero a la avaricia y ansia de poder que comentaba antes, estas características desgraciadamente se mantienen bien arraigadas, sino a las emociones derivadas de toda observación, entendida como resultado de una simple empatía. El placer de interactuar con la otra persona, intentar entenderla, disfrutar con ella, discutir, aprender, enseñar, divagar, incluso por qué no, compartir el silencio. De no ser así, puede que nos acerquemos irremediablemente a la tan manida invasión de las máquinas, no como resultado de una industrialización excesiva, sino como resultado de una eficiencia extrema. Una ausencia total de humanidad.

Lamentablemente, cada vez con más frecuencia, observo cómo mis semejantes dedican el menor tiempo posible a pensar, con tal de hacer simplemente las cosas como siempre lo han hecho, a ser posible a través de un proceso caótico y corrupto en el cual resultar más listo que los demás.

La crisis está ahí, los ciudadanos tenemos los defectos que tenemos, sin embargo, nuestra principal virtud es la posibilidad y capacidad para aprender de los errores. De nosotros depende, querer ejercer nuestro papel como humanos, o recuperar los rasgos animales más primitivos y emplear nuestra inteligencia para acallar nuestra pasión.

Por mi parte, como siempre digo, elijo seguir siendo como soy, con mis errores y mis escasas virtudes, pero consciente de mi existencia y orgulloso de mi devenir.

Apasionado, empático, débil y alegre, me enfrento cada día a una sociedad cada vez más alejada, perfecta pero plana. Una sociedad capaz y a la vez apocada, quejica pero conformista, prepotente pero manejada. Una sociedad que ninguno queremos pero que, lamentablemente, todos asumimos y aceptamos.  

2 comentarios:

  1. Gracias por estas reflexiones que ordenan los pensamientos que muchos tenemos, pero nos cuesta cohesionar!

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    1. Muchas Gracias!
      Me alegra saber que coincidimos en este tipo de reflexiones e ideas.
      Saludos.

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