lunes, 8 de abril de 2013

El libro_p04


Capítulo 4

Ansioso, expectante, incluso desesperado, ultimo los segundos que restan para el desagradable sonido de mi despertador. La presión ejercida por los recientes retrasos y posteriores reprimendas me pesan sobremanera en esta fría mañana.

Por fin, el parpadeo que precede al ruido infernal hace acto de presencia y mi mano reacciona rauda y veloz para frenar el proceso estándar. No me gustaría hacer partícipes a mis padres o mi hermano de mi surrealista plan. Este tremendo madrugón podría ser malentendido por mis preocupados parientes, quienes ya mostraron su descontento y consiguiente preocupación en la pasada cena.

Feliz por mi pronta reacción, me dirijo orgulloso hacia el pasillo, toalla en mano y rodeado por un halo de sorprendente optimismo. El reloj parece mi principal aliado en esta batalla tan personal como necesaria. El desayuno, la elección de mi vestimenta o, incluso el rasurado matinal parecen relegados a un sombrío segundo plano.

Jamás había sentido tanto el deambular del agua sobre mi cuerpo. Parece que cada gota se desprendiera de sus vecinas para reivindicar su inevitable individualidad en lo que se asemeja a una extraña celebración callejera. La temperatura perfecta me recuerda el por qué de todo esto, me dibuja distraída una leve pero intensa sonrisa en mi rostro. Un relajado suspiro que invade mi cuerpo, del mismo modo en que lo hace el líquido elemento, sutil pero contundente, eficaz.

El momento toalla, recupera su trivialidad original, negado frente a la celeridad de mis medidos movimientos. Cada nuevo hito en esta estudiada mañana, corrobora los plazos previstos y con ello, genera una nueva satisfacción que deriva en mayor efusividad y nerviosismo controlado. Uno de esos momentos en los que todo a tu alrededor demanda una sobriedad y silencio imposibles de alcanzar. Todo tu cuerpo emana adrenalina contenida, tus músculos se contraen impacientes, preparados.

La calle, por fin. Todo marcha. No sabría decir, para ser sincero, si los zapatos son realmente del mismo par, si los calcetines coinciden, si el peine ha llegado a ordenar mis húmedos cabellos, o si la mochila contiene alguno de los materiales que necesitaré más adelante. Sólo me preocupa una cosa, el paso firme e irremediable de mis suizas agujas. Y desde luego, es de lo poco que podría garantizar con seguridad, seguimos llevándonos bien.

La odisea diaria se presenta más amable que de costumbre, solitaria a la par que original. Los olores parecen similares, sin embargo el conjunto revela una pureza hasta ahora olvidada. Los ruidos, sin duda, no son sino una vaga muestra de mi anterior referencia. Mi alegría sigue en aumento y su representante hormonal, continua su lento pero constante llenado del vaso de mi autocontrol. Las buenas noticias se suceden y mi sonrisa comienza a tornarse en nerviosa.

8:59h. En pleno éxtasis emocional, reconozco la ansiada puerta de mi recién bautizado como querido instituto. No quepo en mi gozo. La hora cuadra, mi reloj corrobora tal triunfo y por si esto fuera poco, la voz aliviada de mi hermano resuena cual canto gregoriano en mis adentros. ¡Lo logré! Voy a oír el timbre por primera vez.

  •  Oye, lo has hecho. Me alegro.
  • Gracias. No podía permitirme un fallo más.
  • Pero bueno, ¿a qué hora te has levantado? Eres un auténtico personaje. Cuando me he levantado ya te habías ido. Y por lo que parece no has desayunado, ¿verdad?
  • A ver. Tampoco le vamos a pedir peras al olmo, ¿no? Jajaja. Déjame disfrutar de mi pequeño logro. Ya, si eso, mañana desayuno.
  • Anda, cómete esto que te he pillado en casa. ¡Cómo te conozco! Sabía que te habías venido en plan valiente.
  • Gracias tío, eres un máquina. Menos mal, porque ya empezaba el estómago a dirigir a la orquesta. Jajaja. Si es que te tengo que querer...
  • Déjate de rollos! Come y calla. Jajaja.
  • Vale, lo haré. Luego te veo.

Instante en el cual el sonido angelical del timbre interrumpe nuestra improvisada tertulia anunciando mi llegada triunfal. Confiado me dirijo hacia mi aula, consciente de mi tremenda valía. Mentiría si dijera que no me siento como un auténtico superhéroe. Las caras sorprendidas de mis compañeros, sólo son mejoradas por la peculiar sonrisa de mi director, quien me felicita entre dientes por mi pequeño éxito. Pese a mi timidez, me adentro en la clase feliz, observando al tendido, mientras el profesor me saluda casi tan sorprendido como yo mismo. Acto que se ve acompañado de las risas de mis compañeros, quienes no podrían estar más de acuerdo con el “gestito” espontáneo de mi maestro de tecnología.

Lejos de avergonzarme, decido dar el golpe en la mesa definitivo, y alzar temeroso la voz para dar los buenos días con sorna al perplejo grupo, acompañado por un atrevido intento de chiste, que sorprendentemente, mis compañeros parecen aceptar de buena gana. Momento en el cual, mi hermano se apodera remotamente de mis actos, teledirigiendo mi mirada hacia la tercera fila, justo a mi lado, la mesa en la cual se sienta algo dormida aún, su improvisada candidata a mujer del año.

El recorrido de mis ojos parece ralentizarse hasta casi detenerse por completo en su búsqueda ilusionada del objetivo. Cual es mi sorpresa, al encontrar frente a mi, dos preciosos ojos verdes, arropados por unas elegantes cejas y unas pobladas pestañas. Un festival de colores organizados bajo la batuta de una naturalidad impactante y una belleza que difícilmente podría describir con palabras. Un regalo del destino que parecía presentarse ante mí. Perplejo, me paralizo de arriba a abajo, con una estúpida sonrisa que decora mi impasible rostro.

Segundos con complejo de horas preceden al instante definitivo, el momento en el cual esos maravillosos ojos se cierran suavemente en su camino hacia el suelo, mientras su bello rostro evidencia un cierto tono sonrosado que acompaña una ínfima sonrisa que deja entrever sus tímidos dientes, todo ello bajo el inexplicable efecto del slow motion. Una mínima mueca que en mi cerebro es recibida como la mayor de las alegrías jamás anunciadas.

Supongo que para ella pudo ser un simple acto reflejo, pero he de reconocer que fueron necesarios algunos minutos más para permitir a mi cuerpo recuperar el control sobre una situación que hacía ya tiempo dejó de existir. El profesor llevaba un rato intentando despertar nuestras neuronas con una inexplicable perorata repleta de tecnicismos, capaz de domar a la más fiera de las criaturas que habitan este mundo. Sin embargo, harían falta toneladas del peor de los tranquilizantes para apagar el fuego que acababan de encender en mi interior. Y lo peor, que se lo debía a mi hermano, mi hermano pequeño. Tendría que decirle que sí, que tenía razón, que estaba en lo cierto. En fin, imagino que merece la pena y que, en el fondo, se lo merece.

Tecnología, matemáticas, informática, economía... un sin fin de asignaturas que esperan respetuosas en el porche de mi cabeza a que mi nueva inquietud abandone la casa y les permita entrar. No logro olvidar esa mirada, esas mejillas sonrojadas y perfiladas con maestría frente al mini espejo que toda chica parece llevar en su bolso, o quizás, la imagen que había decidido crearme de ellas. Ahora me parece increíble que durante todos estos días me hubiese podido perder tal espectáculo. Hasta qué punto podía estar obsesionado con fingir una normalidad forzada, que había obviado una de las mejores imágenes que podrían decorar ese tradicional mural en que se convierten los recuerdos.

Mi objetivo acababa de cambiar radicalmente. Llegar puntual, pasar desapercibido, integrarme, aprender; todo eso quedaba relegado a un meritorio segundo plano. Las veinticuatro horas del día en mi nueva vida, encontraban su sentido en tanto en cuanto contasen con la aportación de mi nueva musa. Cada movimiento parecía conducirme directamente hacia ella, del mismo modo en que los imanes se adhieren a la puerta de la nevera. Un fenómeno conocido pero inexplicable, asumido pero opaco.

Podría recrearme en todo ese rollo de las mariposas, las hormiguitas y demás cursiladas, pero mi pragmatismo me lleva a mostrar una realidad mucho más racional, más fría. Prefiero contar mi versión de lo que muchos denominan amor a primera vista. En mi opinión, es bastante más cercano a una tremenda obsesión, sólo que afortunadamente, desprendida de toda esa negatividad peyorativa. Una cariñosa obsesión por conocer cada íntimo detalle que configura su interesantísima existencia. Un deseo pasional por entregarle toda esa ternura y bondad contenidas bajo el telón de mi teatral impostura. Un sentimiento tan profundo como transparente, donde su felicidad ocupa el lugar más alto, en un inestable equilibrio entre alegría y tristeza, entre amor y odio.

Sé que no puedo contarle todo esto a mis amigos, si no, probablemente, empezarían por dudar de mi masculinidad y posteriormente, usarme para amenizar sus ratos de aburrimiento. Pero, por primera vez en mucho tiempo, me gustaría permitirme el lujo de desencadenar mis emociones, derrumbar el interminable dique con que sellé hace años todo un mar de pensamientos. Es el momento de liberarme, dejar fluir mis ideas, como si nadie las pudiera ver, sólo ella, sólo yo. Un rincón de total sinceridad en el cual depositar cada gramo de humanidad que aún respiro.

Soy consciente de que si ella pudiera leer mi mente, huiría despavorida ante tanta ilusión desproporcionada. Soy aún más consciente de que las probabilidades de que una chica como ella se fije siquiera en mí, son prácticamente nulas. Soy, a ratos, vagamente consciente de que, incluso, cabe la posibilidad de que me acerque a ella y sea yo quien decida alejarme poco a poco. No olvido mi inseparable don para alejarme de toda aquella persona que parece sentir por mí algo parecido a lo que acabo de expresar. Pero bueno, no hace falta ir tan deprisa. Como buen romántico utópico, lo único que me importa ahora mismo, es disfrutar de este peculiar cortejo. Este acercamiento tan sutil como intenso. Es como si me hubiesen devuelto a esos fatídicos quince años, cuando mi querida Sandra protagonizaba con tanto estilo cada episodio de mi recién descubierta adolescencia

Sólo puedo dar las gracias por todo esto. Por recuperar algo que pensaba perdido.

Pues sí, han pasado sólo diez años, ya han transcurrido más de tres mil quinientos días desde aquel. Pero, sin saber muy bien por qué, mi cuerpo salda conmigo una deuda generada tanto tiempo atrás. Por fin, puedo gritar en silencio que vuelvo a ser yo. ¡Sí! Estoy de nuevo aquí, y esta vez, vengo para quedarme, así que mejor que se preparen. No más psicólogos, no más complejos, no más excesos ni ausencias. Simplemente yo, en busca de un nuevo nosotros que me permita entenderlos mejor a ellos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario