jueves, 13 de diciembre de 2012

Concurso, luego pienso (11/14)


9. Cubierta

¡Buenos días! Parece decirme la habitación, al verme despertar mis músculos, desperezarme divertido entre bostezos y suspiros. Pronto descubro que el saludo más apropiado sería el de buenas tardes. Las manillas marcan unas preocupantes cuatro de la tarde. Pese a ello, me niego a romper la inmensa tranquilidad con la que he recibido este sábado. Consulto curioso el móvil en busca de algún reclamo social en forma de llamada o mensaje. Nada perturba mi soledad. Sólo un hambre que se erige en necesidad conforme avanza la mañana-tarde.

Tras la correspondiente visita de rigor, me adentro en territorio comanche. La mala cara que visto me impide salir a comprar algo de comer, así que me va a tocar improvisar algo con lo que tenga en casa. Es entonces cuando reparo en el poco tiempo libre que tengo durante la semana. No hay más que restos y recuerdos de un tiempo mejor. ¡Vaya! Parece que el sábado me va a requerir otro aporte de creatividad.

En nada comparable al desgaste mental de estos días, se hace aún más liviano por la presión fisiológica a la que me somete un creciente vacío estomacal. Parece mentira, hasta qué punto somos capaces de improvisar en situaciones de verdadera necesidad. Lo peor de todo, es que no puedo decir que sea la peor comida que he tenido a bien cocinarme en estos meses, desde mi emancipación definitiva. La juventud ya no es lo que era, cierto. Pero tampoco nos las apañamos tan mal.

Bajo este clima de autocompasión y motivación interna, se esfuma esquivo el ansiado fin de semana. Las películas, series y retransmisiones deportivas colmatan mis cuarenta y ocho horas de huelga personal. Cual recién nacido bebé, mi actividad vital se ciñe a dormir, comer, dormir, cenar y un sin fin de sinsentidos que me esfuerzo por disfrutar en los descansos entre una actividad y la siguiente. Dos ciclos vitales completos, que lejos de ayudarme en mi enriquecimiento personal, contribuyen a una desconexión total del entorno que habito. Encuentro el auténtico karma, donde quiera que esté. Un estado de paz y silencio neuronal sin precedentes. Terapia de choque.

El lunes, tan puntual como de costumbre, acude a su cita activo y competente, con ganas de transmitir su energía a todo aquel somnoliento que permanece anclado en un falso paraíso terrenal, donde las preocupaciones son argumentos vinculados al celuloide.

Hoy, tras un intenso mes de jornadas formativas diversas, recupero algo de tiempo libre, el suficiente como para pensar. Me detengo unos instantes a recuperar los mandos de una vida que parecía controlada por el azar, el estrés y sus respectivos secuaces.

Organizo mi agenda, mi casa, mis tareas y, para no perder el ritmo, preparo mi próxima reunión del grupo. La comida casera y una buena ducha, hacen el resto. Desprendo entusiasmo por los cuatro costados, un derroche de simpatía que no puede evitar afectar a mis conciudadanos. Así da gusto. Nada ha cambiado, salvo mi actitud.

Afronto las primeras conversaciones del equipo con total optimismo, dispuesto a contagiar a mis compañeros. No me hace falta insistir, dado que parece que hemos sufrido procesos similares. Sorprendentemente, el lunes acude con complejo de viernes. Levitamos desde el bar hasta el estudio con soltura. En escasos minutos, el único sonido predominante es el del suave deslizar del grafito sobre el preparado de celulosa. Cada integrante materializa sus inquietudes en forma de improvisada propuesta. Somos conscientes de las carencias que presentan nuestros ingenuos esbozos del pasado viernes. Progresivamente el discurso abandona el tono intimista para tornarse en público y rozar lo vulgar. Los turnos de palabra empiezan a superponerse ante un exceso de ímpetu que no logramos eludir. De soslayo se presentan candidaturas sólidas aunque todavía tímidas. El furor de nuestro intelecto eclipsa el indudable talento que atesoran estos cuatro sillones.

Nuestro lado más sereno colisiona con nuestro perfil más intrépido y osado. Por un lado surgen valientes propuestas decididas a revertir la dinámica de un barrio estancado, mientras su opuesto redunda en la austera realidad en que la crisis ha convertido las políticas de inversión. La necesidad de acción que evidencia este dramático escenario, se refugia bajo el paraguas protector de las deudas y la consiguiente conciencia social. Pese al deseo de mejora que invade nuestro espíritu profesional, debemos actuar con la suficiente responsabilidad como para otorgarle cierta viabilidad a un proyecto, de por sí, utópico.

Las pasarelas voladas y futuristas, contrastan con contenidos gestos de elegancia y sencillez. Nos desconcierta el eterno dilema entre forma y función, proyecto emblema o trampolín. La búsqueda de una imagen capaz de devolver la ilusión a los ciudadanos, o un paso intermedio que provoque un cambio meditado y sutil. Comparamos las tendencias americanas adoptadas por los países árabes basadas en el show business, con el reciclaje y sobriedad de la nueva sostenibilidad europea. Referentes icónicos como Gehry o el mismísimo Calatrava, frente a sus detractores conceptuales Lacaton y Vassal.

Ninguno oculta sus preferencias, del mismo modo, que ninguno condena sus descartes. En esta línea, continúa el progreso de las propuestas, obteniendo ordenaciones sugerentes de un barrio que de correcto, aburre. Una normalidad tan corriente como asumida, hasta el punto de no permitir reproche alguno. Las sugerencias se atisban como críticas, mientras un análisis más exhaustivo denota unas carencias a priori imperceptibles, casi inimaginables. Lo que tan acertadamente denominó el gran Jaime Lerner, como Acupuntura Urbana. Actuaciones ínfimas y puntuales que están pensadas para influenciar un barrio completo e invertir su evolución decadente.

Empleando una alegoría energética basada en el principio de acción-reacción y la delgada matriz que engloba los elementos de un determinado conjunto, aprovecha para recalcar la importancia de los pequeños detalles, los desapercibidos desajustes del sistema.

En pleno proceso creativo, una de las múltiples llamadas que “amenizan” la escena, responde a una de las peticiones que más hemos luchado por ejecutar. Desde hace ya varias semanas, el equipo se mantiene expectante acerca de la contribución de uno de los grandes entendidos en materia ferroviaria. Un referente en el sector que consideramos primordial de cara a la definición de una solución técnica factible para la mejora de este importante medio de transporte. Modificar su trazado actual, implementar el sistema con la incorporación de un metro ligero, o priorizar unas iniciativas frente a otras, son simples apuestas ingenuas, si no se cuenta con el respaldo adecuado. De ahí la alegría que brota de la sonrisa de mi mentor, antes de anunciar para mañana la confirmación de esta importante cita.

Su dilatada experiencia, unida a una indiscutible dedicación y entusiasmo, convierten a nuestro próximo invitado en una pieza clave de nuestro diseño.

El resto de la tarde parece transcurrir supeditada ante tal novedad. Con la impaciencia de un cándido infante en las horas previas a su cumpleaños, me mantengo absorto en la idealización de esta reunión, que sólo el tiempo y la amenaza permanente de fracaso han podido elevar a la categoría de especial. No sabría explicar racionalmente el por qué de esta emoción.

Tan lento, como cabría esperar, transcurre un nuevo día de curso, comida industrial y agitación innecesaria. Las cuatro y media señalan algo más que una simple combinación de horas y minutos. Proclaman el inicio de una clase magistral. Un placer incomprensible, que no me atrevo a negar. Más de cinco horas de investigación y deleite en materia ferroviaria. Un descubrimiento tras otro, que me despiertan un interés oculto sobre un medio de transporte tan tradicional como innovador. Un referente del pasado preocupado por condicionar el presente sin menospreciar al futuro. Una sólida oposición al tráfico aéreo, que aprendo a justificar con razones de peso. Un mundo nuevo para mí, capaz de captar mi atención hasta límites insospechados. Es en estos casos cuando mi corta edad se pone de manifiesto ante mis experimentados compañeros. No me preocupo de meditar mis preguntas por miedo a equivocarme, sólo me cercioro de evitar interrupciones innecesarias o molestas.

Cerca de las diez de la noche, mi mentor le recuerda a su amigo, que pese a que podríamos continuar esta conversación durante otras cinco horas, va llegando el momento de cerrar la sesión, si perdura su manifiesto interés por visionar el inminente partido de fútbol que enfrentará al principal representante de la ciudad con uno de los gigantes de la competición nacional. Un partidazo, que estaría dispuesto a sacrificar con tal de avanzar en una propuesta de tráfico que cada vez considero más arraigada a la ciudad, cimentada en sólidos fundamentos.

El proceso de agradecimientos, saludos y despedidas se precipita ante la premura con que se acerca el citado acontecimiento deportivo-social.

A continuación, preparamos nuestra marcha en pleno estado de júbilo y satisfacción por la realización de un buen trabajo, un paso en firme que no hace sino invitarnos a proseguir con la marcha. El aval que necesitábamos para afianzar el posicionamiento de nuestro nuevo campamento base. Ese lugar de aparente seguridad, desde el cual planificar la siguiente acometida con total libertad, sin los miedos generados por unos débiles soportes.

La rutina previa al merecido descanso es más placentera que de costumbre. Una agradable sensación me acompaña durante la cena. La comida encargada bajo mi casa no tiene nada que envidiarle al mejor de los manjares. Mi cansancio se oculta respetuoso ante una euforia contenida pero patente.

Todo son buenas noticias que se suceden como partes de un caso práctico de contagio positivo. El bienestar interior, una vez más, condiciona el entorno para envolverlo bajo un suave y estiloso telón que nos muestra sólo aquello destinado a ayudar.

Parece que estamos cerca de tocar techo, si es que no lo hemos hecho ya.

En cuanto al fútbol, digamos que mejor no hablar demasiado.


Continuará... (Parte 11/14)

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