miércoles, 21 de noviembre de 2012

2012: Odisea de la rutina


Con motivo de un nuevo concurso literario sobre arquitectura y ciudad, decidí afrontar este reto desde un punto de vista diferente. Una aventura que, pese a no haber resultado premiada, me ha aportado mucho en el plano tanto profesional como personal. 

Confío en que os guste o, como poco, os haga pensar.

Un saludo.
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- Buenos días, ¿estás bien? Tienes mala cara.

- Buenos días. Sí, aunque no he conseguido dormir nada esta noche. He tenido, de nuevo, ese sueño tan peculiar.

- ¿Otra vez? Ya está bien. Déjate ya de tonterías y olvida ese tema. Además, deberías darte prisa o llegarás tarde.

Quizá tenga razón, debería olvidarme de estos sueños absurdos. Sin embargo, cada vez me parece más real todo lo ocurrido. No sé, puede que me esté volviendo loco. Desde luego, no puedo volver a llegar tarde; no más castigos. Mejor será que me vaya. Decidido, cojo mi mochila y me dispongo a abandonar la casa. Los mismos cinco pasos de siempre. De no ser por la oscuridad que me rodea y la inestimable aportación de mi familia, este trayecto sería tan sólo un ejemplo más de mi lamentable rutina. Pese a ello, logro esquivar los múltiples obstáculos que invaden el caótico pasillo. La escalera se muestra ante mí peligrosa y traicionera. Sólo la cálida presencia de mi anciana vecina, logra amenizar este mal trago. Cada mañana se asoma a darme los buenos días, con su característica esencia de rosas que tanto me gusta. Ocho tramos más tarde, alcanzo victorioso el portal. No necesito oír al amable conserje para saber que su mañana se presenta dura, a juzgar por su alcohólico hedor.

Con el ruido de apertura de la puerta, dejo atrás la seguridad del hogar, estático y tranquilo. Este umbral da paso a la jungla. Un universo de prisas, voces, mal olor y miedo. Por más veces que recorra este mismo trayecto, cada día parece tratarse de una nueva ciudad. Sólo los excrementos de perro y restos de orín me confirman mi ubicación. A escasos cincuenta pasos del quiosco, los vehículos fluyen endiablados, inconscientes, ansiosos por alcanzar un objetivo que odian con todas sus fuerzas. No lo entiendo.

Resignado, espero con calma al semáforo. Pese a sentirme arropado en este acto tan social, nadie parece recaer en mi presencia, ni en la de ningún otro. Las únicas voces que rompen el incómodo silencio, más allá del atronador ruido de fondo, son aquellas inmersas en lejanas conversaciones telefónicas. Por fin, me entretengo con la histriónica música del verde. Al otro lado, alcanzo esa paradisiaca panadería que adorna nuestro deambular. Un placer para los sentidos que me anuncia el giro de sesenta grados hacia la nueva vía. Su pronunciada pendiente, su deteriorada solería y alguna que otra humedad procedente de los madrugadores cubos de limpieza, convierten esta ascensión en un auténtico reto para mi integridad. Me imagino esos pobres ciclistas agotados, concentrados en sus próximas pedaladas, sea cual sea el estado de la carretera. Por si no fuera suficiente, mi cautela parece molestar por igual a aquellos que, estresados, deciden arriesgarse en el ascenso, así como a nuestros opuestos, que animados por la pendiente descienden atropellados e imprecisos, como si no fuesen capaces de verme.

Tras varios cientos de pasos, dependo completamente de mi querido autobús. Los siguientes doce minutos, hasta su llegada, transcurren en un mar de dudas. Mi timidez, me origina siempre una estúpida sensación de inquietud, un miedo interior ante la posible equivocación que me llevara al otro extremo de la ciudad. Varios empujones y cinco paradas más tarde, me apeo hacia la acera, sin antes tropezar con ese maldito bordillo. Por suerte, una amable y recia señora me frena y evita el desastre... ¡Pero no! Cuento con la inestimable ayuda de los operarios que han decidido, sin avisar, vallar hoy la vía para una inoportuna reparación en fachada. Este desagradable encontronazo me devuelve a la realidad. Una vez más, voy a llegar tarde. No importa lo temprano que me despierte, o lo rápido que intente ir.

Otros cientos de pasos, abarrotadas aceras, ese inexplicable mobiliario que las invade y alguna que otra losa suelta, culminan mi rutinaria odisea. Por fin, mi segundo hogar. De nuevo, la seguridad y sosiego se apoderan de mis aceleradas pulsaciones. Las próximas horas resultarán un deleite para mis sentidos.

- ¡Ey! Por lo que veo, has vuelto a llegar tarde.

- Ya, lo siento. No hay manera.

- Es que sigo sin entender tu maldita manía de no venirte conmigo a clase. Con lo fácil que sería salir juntos en mi coche.

- Ya lo sé. Pero te recuerdo que lo necesito para sentirme plenamente independiente. ¿Qué haría si no, cuando tu no pudieses venir?

- Pues lo que haces cada día.

- Sí, pero entonces no me sería tan fácil, ¿no crees? Además, tengo la extraña sensación de que es la única forma de conseguir, poco a poco, mi sueño. 

- ¡Qué pesado con tu sueño! Ya te he dicho muchas veces que no hay manera de que accedas hasta aquí como los demás. Es más, ni siquiera sé porque te empeñas en venir. Si yo pudiera quedarme en casa, como tú...

- Si estuvieras en mi situación, harías exactamente lo que yo. Del mismo modo, que te despertarías en mitad de la noche, excitado por la inexplicable sensación de libertad que me invade cada vez que sueño con esa ciudad universalmente accesible de la que te hablé.


2012: Odisea de la rutina
by Álvaro Fernández

1 comentario:

  1. Una descripción fantástica de la rutina que cualquiera de nosotros sentimos cada mañana cuando vamos al trabajo, a la universidad, o a cualquier lugar que se ha convertido casi por imposición de otros, o de nosotros mismos, en una obligación diaria o con cierta periodicidad. A pesar de que la descripción no coincide con la que cada uno de nosotros experimentamos cada mañana, los elementos o símbolos arquitectónicos o urbanos que en ella aparecen son tan cotidianos y sencillos que podemos vernos a nosotros mismos siguiendo este recorrido, como si fuéramos nosotros mismos los que estamos persiguiendo ese objetivo diario.
    La última parte del relato, para mi inesperada, te da una visión totalmente nueva del mismo, te llena por un lado de tristeza, al descubrir que el personaje por cierta minusvalía, cada mañana tiene que luchar contra los obstáculos que la gente que le rodea, incluso su familia pone en su camino.. pero por otro lado te envuelve de ese sueño esperanzador, esa fuerza por seguir luchando día a día y por seguir salteando estos obstáculos por el simple hecho de sentirse bien y seguir luchando por un sueño, su sueño.

    Para aportar algo de participación, que no sea simple comentario, lanzo alguna pregunta que se me ocurre:

    el sueño de este personaje, al ser escrito en primera persona y con una descripción tan precisa, nos refleja de partida un sueño personal, individual, una situación concreta.. pero cuantas personas no han podido tener sueños como este? cuantas personas, ya tengan o no algun problema físico, han tenido sueños que le afectan a él como individuo pero que tienen una repercusión o influyen en el colectivo?

    Ahora toca seguir escribiendo...jeje

    Grande Alvaro!

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