lunes, 25 de noviembre de 2013

El libro_p10


Capítulo 10

Efectivamente el día comenzó conforme a lo esperado, envuelto por un clima de cansancio, dolor y tremenda dureza. Como si de un asiduo borracho me tratase, la resaca protagonizaba mis pensamientos, bloqueando toda posible actividad neuronal.

Así, sin pensar, abandoné mi cuarto apartando la puerta de mi camino con un gesto simple pero inexplicablemente cargado de emociones. Conmocionado por el hecho de verme atraído por la puerta de mi cuarto, me dirijo hacia el baño pensativo. Buscando respuestas a las muchas preguntas surgidas tras el inmenso malestar con que parecía presentarse el día.

Una vez más, lo que yo consideraba sutileza y discreción, resultaba más bien un ruidoso y descuidado deambular a lo largo del infinito pasillo. Los golpes y traspiés se sucedían con cada paso, anunciando a los cuatro vientos mi despertar. Como no podía ser de otro modo, mi madre se acercó a mí convencida de mi adormecido caminar, para recibirme con un cariñoso buenos días, que no sólo me alegrase un poco la mañana, sino saciase su curiosidad más irracional contribuyendo a su propio bienestar como madre.

Sin embargo, lo que pudo ser un mero saludo matinal, se convirtió en un auténtico drama para ella. Encontrar a tu hijo ensangrentado y dolorido, con la mirada perdida y una inexplicable e impropia desidia, no sería jamás calificado como una grata sorpresa. Prueba de ello fue su desconsolado grito. Un ruido tan atroz como para lograr rescatarme de mi abstracción y devolverme a mi cruda y surrealista realidad.

Tras intentar sin éxito que explicara tan aterradora imagen, su primera reacción fue la de dirigirse rauda y veloz hacia el teléfono para llamar a urgencias y avisar lo antes posible a mi equipo médico. Consciente de la fatalidad que se avecinaba, interrumpí su inconsciente maniobra de emergencia mentando a mi hermano, quien alertado por los gritos de mi madre asomaba su espectro por el salón. La escena con la que enfrentarse era a todos los efectos difícil de digerir. Por un lado, un hermano ensangrentado y culpándolo de algo que aún desconocía, por otro lado una madre en pleno estado de pánico y estrés maternal quien alertada por su hijo mayor, dejaba el teléfono sobre la mesa a la vez que desviaba su acusadora mirada hacia el recién aparecido protagonista. Un circo familiar del cual no parecía poder escapar.

Como no podía ser de otro modo, mi madre rápidamente percibió la tensión existente en nuestras miradas y se dirigió hacia él para reprenderle por lo que parecía, sin lugar a dudas, un exceso de poder entre hermanos. Una batalla en toda regla.

Al borde de una auténtica tragedia familiar, logro frenar su primer impulso y explicarle no sin dificultad lo ocurrido, agradeciendo a mi hermano su grandilocuente gesto y maldiciendo entre risas su desafortunado descuido con mi puerta.

Destensado el ambiente, aprovecho para dirigirme a mi hermano. Tenía razón, era el momento de luchar de verdad y dejar de ser ese llorica consentido en el que me había convertido. Era el momento de coger el toro por los cuernos y afrontar de una vez por todas mi nueva realidad, la única posible, la mía. De mí dependía que fuera una realidad feliz o no.

Convencido de todo ello, nos esforzamos en integrar a nuestra madre en lo sucedido, empezando por aclarar los motivos del sentido abrazo en que nos veíamos fundidos. Ella, aislada y desconcertada no lograba sino llorar ante la explosión de emociones vividas a lo largo de la mañana y el espectacular derroche de cariño entre hermanos, consciente de que lo que acaba de presenciar marcaría un definitivo antes y un después en la relación familiar. Empapada en lágrimas pero sonriente, se mantenía firme ante nosotros, paciente, calmada aunque ansiosa. Tras satisfacer nuestra necesidad de agradecimientos y alegrías recién descubierta, nos miramos cómplices y comenzamos a reír, desternillados sólo de pensar en lo que estaría pasando por la cabeza de nuestra matriarca. Sin duda, un sin fin de porqués aderezados con no menos cantidad de miedos.

Divertidos, la acompañamos hasta el sofá donde sentados en torno a la mesilla, relatamos con todo lujo de detalles las últimas horas transcurridas en su hogar. Como hermano mayor me tocaba a mí comenzar la historia, indicando a mi madre el contexto inmediato que dio origen a toda la conversación posterior, intentando suavizar y preparar el terreno para lo que estaba por llegar. Mi hermano, consciente de mi deferencia, me sucedía en el momento en que se acercaba su estelar intervención, transmitiendo a mi madre su punto de vista y empleando, sorprendentemente, casi con exactitud las mismas palabras con que se dirigió a mí el día anterior. Mientras nuestra interlocutora mostraba ciertos indicios de shock, por mi parte, aún me estremecía al oír las duras palabras que me sacudieron hace ya un siglo.

Tras ello, llega de nuevo mi turno, mi oportunidad para compartir mis pensamientos y los posibles motivos de la espeluznante imagen que me preside. Siguiendo la línea marcada por mi compañero narrador, mantengo el mismo tono de sinceridad extrema, permitiendo a mi madre analizar las cosas desde una perspectiva directa y real, asumiendo por fin la madurez que nos guiaba y un nuevo estadio en nuestra relación madre-hijos. De este modo, les traslado mi ira y posterior humillación, mis razonamientos y por último lo más importante, mi conclusión a todo aquello. Mi gran decisión.

Instante en el cual oímos la puerta de entrada y mi padre hace acto de presencia. Como se suele decir, éramos pocos y parió la abuela. Si ya de por sí estábamos ante un verdadero circo, que mi padre hiciese su entrada triunfal justo ahora, era el colofón a tan “tarantiniano” guión.

Impactado, inquieto y preocupado, opta por renunciar a sus múltiples dudas y decantarse por la más pragmática de las opciones, empleando el silencio como principal arma de escucha. Impasible, se acercó a la cocina para desprenderse del pan y los periódicos, mientras volvía ensimismado hacia el sofá, ocupando su lugar junto a mi madre.

Contagiado por su reacción, opté por introducirle levemente nuestra conversación y así poder continuar con mi trabajado discurso, el cual alcanzaba ahora su clímax.

Como ya había anunciado previamente, era el momento de compartir mi conclusión, mi decisión. Motivado por las palabras de mi hermano y condicionado por mi indudable cansancio y la sangre reseca de mi improvisado disfraz de Halloween, me centro en elegir muy bien las palabras de lo que, por supuesto, supondría la bomba final de este maravilloso despertar.

Expectantes, sus miradas despedazaban cada uno de mis gestos, muecas o movimientos. Sentía el deseo insaciable de saber con que impregnaban cada rincón de la habitación. Sin necesidad de palabras, sus mensajes me llegaban con total claridad. Sin embargo era consciente de lo importante de este monólogo y, por tanto, del poder de los silencios y las pausas como parte del conjunto.

Así, alcanzado el punto exacto requerido, me dirijo a ellos con gran clarividencia, provisto de una inesperada elocuencia.

  • Familia, estas últimas horas han supuesto un verdadero punto de inflexión para mí. Como no podía ser de otro modo, el sismo generado por mi hermano ha desembocado en un imparable tsunami de emociones y pensamientos. El sueño y el cansancio han hecho el resto para permitir la fermentación de estas ideas, el reposo necesario para toda maduración. Tenéis razón. He perdido el norte. No soy ni la sombra de lo que era, y lo que es peor, ni el recuerdo de lo que me hubiese gustado ser. Pero la pena y las lamentaciones no van a reparar el daño que he cometido. Daño a esta familia, daño a mí mismo. Lo siento mucho. Por primera vez en años, me han sacado de mi lugar de confort hasta observar atónito lo estúpido de mi existencia. Ser consciente de mis errores debe ser el primer paso hacia mi resurgir. Me he dado cuenta de que me ha faltado la personalidad y fuerza de voluntad necesarias para acometer el objetivo que me impuse aquel inolvidable 20 de abril. Las palabras se las suele llevar el viento y en este caso ha sido un autentico vendaval lo que me ha desviado de mi trayecto. Ahora lo tengo claro. No puedo esperar que la vida cambie para mí, soy yo quien debe hacerlo. Es importante contar con la idea y las intenciones, pero lo que se necesita son objetivos claros, hechos. Es por ello que he decidido acometer un nuevo reto vital, retomar la senda anterior y continuar mi formación a través del instituto. Creo que soy muy capaz de afrontarlo y para ello necesito más que nunca vuestra ayuda. Pero no como padres guiados por la piedad y el amor incondicional, sino como amigos sinceros y convencidos de lo que es mejor para mí. No quiero más miedos, más mimos, más trato especial. Soy uno más, que lo único que ha demostrado hasta ahora es no saber estar a la altura de las circunstancias. Suena duro, pero todos sabéis que tengo razón. He mantenido a mamá casi encerrada a mi costa, esclava de mi supuesta enfermedad. Es injusto, lo siento. Pero todo va a cambiar, tiene que hacerlo. Y para ello, qué mejor que volver al instituto y convertirme en un niño normal, algo mayor sí, pero normal.

Por fin, un esbozo de sonrisa se apoderaba del ambiente y sin grandes excesos lograba relajar la tensión reinante.

Durante unos instantes no hubo más que silencio. Siquiera miradas incómodas, ni enfados, ni desprecios, ni carcajadas. Nada. Tan sólo tres miradas perdidas bajo la atenta y desconcertada mirada del emisor del mensaje.

Trascurrieron varios minutos de este modo tan peculiar hasta que mi madre, se armó del valor necesario para abandonar su limbo y dirigirse a mí. Sorprendentemente calmada y convencida de lo que estaba a punto de decir, recuperó inmediatamente sus facciones de ternura y sencillez, para trasladarme una opinión teñida de cátedra.

  • Hijo mío. Gracias por ser tan sincero y hacernos partícipes de tus inquietudes. Gracias por mostrarnos sin tapujos todo lo que ronda por esa cabecita. Sabes que lo que acabas de plantearnos supone un cambio radical en tu vida para el cual no sabemos si estás realmente preparado. De hecho, ninguno de tus médicos se ha atrevido hasta ahora a sugerirnos tal atrevimiento. Además, como bien has dicho somos tu familia y todo lo que hacemos lo hacemos en busca de lo mejor para ti, para vosotros. Incluidos los posibles errores que sé que hemos cometido. Pero me gustaría dejar clara una cosa, en este caso no ha habido error alguno. Sólo hemos hecho lo que teníamos que hacer. Sabes que no eres uno más, aunque nos pese. Y por tanto, pretender serlo es sin duda un error garrafal. No intentes ser lo que no eres. A lo largo de toda tu vida, hemos estado ahí para guiar tus pasos hacia lo que considerábamos era la mejor de las opciones que tú mismo nos indicabas. Jamás ha sido ni será nuestra intención que vivas una vida que no es la tuya. Es por ello que no vamos a interceder en tus decisiones, más allá de nuestra humilde opinión. En este caso, mi opinión ya la sabes. Mi respuesta sería no. Pero no me corresponde a mi responder a tal cuestión, sino a ti. Y he de reconocer, que por más que me atemorice, creo que es la mejor de las respuestas posibles. Sólo quiero que tengas claro que el motivo de este nuevo esfuerzo no puede ser hacer lo que hacen los demás, sino hacer aquello que consideras que debes hacer. Dicho esto, cuenta conmigo para lo que necesites, siempre estaré ahí para vosotros, me cueste lo que me cueste.
  • Gracias mamá.
  • Una cosa más, como madre que soy no puedo evitar imponerte una ultima condición.
  • Jajaja. Dime mamá.
  • Si decides apuntarte al instituto, será en el mismo instituto que tu hermano, para así contar con él como apoyo en caso de que lo necesites.
  • Está bien mamá. Si ese es tu deseo, así lo haré. Pero como hijo tuyo que soy, sabes que también soy incapaz de renunciar a mi correspondiente condición. - las sonrisas vuelven a protagonizar la escena – Si voy al instituto de mi hermano será manteniendo mi independencia y con libertad para hacer las cosas a mi manera.
  • A quién habrá salido el niño eh! - decía con sorna mi padre, dirigiendo su pícara mirada hacia mi madre.
  • Está bien, hijo. No me convence del todo la idea, pero creo que te mereces ese voto de confianza. No me hagas cambiar de opinión.

Una sonrisa común dio lugar a un abrazo colectivo de esos que perduran para siempre en la memoria. Por fin, parecía retomábamos la normalidad. Hasta el punto de que mi madre respondía a los múltiples chistes de mi padre sobre mi lamentable estado con fuerzas renovadas, lanzándome un pellizco por sentarme así en su sofá y enviándome directamente a la ducha, donde me esperaba una buena sesión de esponja y algodón, un buen repaso de chapa y pintura del cual no habría ser humano capaz de librarme.

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