martes, 14 de mayo de 2013

Hasta mañana si Dios quiere


Hola a todos, esta vez me siento ante las teclas de mi ordenador con la inquietud de quien reconoce un gran momento en su vida, con el miedo de la responsabilidad que esto supone, y con el dolor de la pena que encierra.

Probablemente se trate del momento más difícil en mi corta carrera como pseudo-escritor. Sin duda, el más difícil como persona. Esta noche me enfrento a algo que llevaba años deseando hacer. Hoy, empieza mi homenaje a la persona más importante que jamás haya conocido, la persona que más me ha podido querer, o al menos, la que mejor me ha sabido transmitir su infinito amor.

Mi Abuela María.

Sé que a estas alturas, todos aquellos que la conocierais ya estaréis embargados por la emoción y la tristeza a partes iguales. Por ello me gustaría aclarar que no es mi intención darle un disgusto a nadie. Me conformo con ser capaz de sobrellevar el mío y con ello brindar un más que merecido homenaje a una mujer, MUJER, de las que no se olvidan. En otras palabras, la bondad en forma humana. No sólo abuela, sino madre, amiga, hermana, tía. Todos ellos, términos empleados en su máximo esplendor.

En ocasiones, creemos que una mujer que tiene un hijo, se convierte automáticamente en madre. Del mismo modo, si su hijo tiene una hija, alcanza el título de abuela. Pero no. A partir de ahora, estas palabras no van a ser la definición estricta y biológica que todos conocemos. En mi opinión, madre y abuela, son once escasas letras que esconden tras de sí una responsabilidad enorme. Muy pocas personas son merecedoras de este título más que nobiliario. Madre sólo es aquella capaz de transmitir su amor hacia un hijo sin titubeos, reproches ni excusas. Aquella dispuesta siempre a escuchar sin por ello dejar de educar. A consolar cuando la situación lo requiera, y a regañar cuando menos le apetezca. Una fuente infinita de ternura y madurez. Madre, al fin y al cabo.

Dicho esto, imagínense lo complejo de alcanzar el grado de abuela. Madres que superado el arduo proceso de la maternidad, saben asumir su nuevo rol, ese segundo plano tan injusto como necesario. Una madre en la sombra, a todas luces una amiga fiel.

Aprovecho el día de la madre para felicitar a la mejor madre que jamás haya conocido, mi abuela.

Veinticuatro años de auténtico placer. ¡Gracias!

Aún recuerdo como su cara sonrosada mostraba una tierna y humilde sonrisa al oír divertida la anécdota de mi nacimiento. Mi fealdad no pudo sino convertirme en el hazmerreír cariñoso de mis familiares más cercanos, en un intento por restar tensión al momento del parto. Escasos segundos después, ante el jolgorio generado a mi costa, mi abuela se armó de valor para superar su infranqueable respeto hacia los demás y su inigualable prudencia, para retirarme del centro de atención y defenderme cual leona entre sus brazos.

¡No le digáis eso a mi niño! ¡Con lo guapo que es!

Probablemente, mi familia estaba en lo cierto, ante mi escasa belleza infantil, pero no contaban con el desgarrador amor que mi abuela era capaz de generar. Apenas me conocía hacía unos segundos y ya me quería más que a su propia vida. Y no es una frase hecha. Os puedo garantizar que tuvo veinticuatro años para demostrármelo cada día.

Lo más increíble de todo esto, es que yo no era su único nieto. Siquiera el primero. Simplemente era de su equipo. Era un miembro más de su familia. Ese amplio pero acotado círculo en el cual algunos tuvimos la suerte de nacer. No sólo suerte por tenerla a nuestro lado, sino por poder decir abiertamente que conocemos lo que es el amor verdadero. Puro cariño escondido tras una de esas sonrisas que paralizan el mundo a sus pies.

Aún hoy me levanta el ánimo cuando más lo necesito.

No sabría expresar en palabras lo que mis lágrimas se empeñan en derrochar. Jamás pude devolverle un ápice de su incondicional y desproporcionado cariño. Curiosamente, mi racional comportamiento e impostura habitual, no fueron capaces de mantenerse firmes ante una avalancha de sensibilidad de este calibre.

Raro es el día que no recuerde alguna de sus múltiples virtudes. Raro es el día en que no la recuerdo sonriente y convencida al despedirse antes de dormir, con su característico:

Hasta mañana si Dios quiere. Que sueñes con los angelitos.

Cada noche nos despedíamos con una muestra de fe que jamás dudé en secundar, arropado por su inquebrantable creencia, no sólo en la religión, sino en la bondad de la gente en general. Lejos de abrigar debate cultural o religioso alguno, me quedo con su capacidad para querer a los demás, para creer en los demás, para confiar en todos ellos.

A veces pensamos que las personas mayores están algo perjudicadas por el paso de los años, y que nuestra juventud suple con euforia la falta de experiencia. Error. Mi abuela me enseñó que necesitaría más de cien años de vida, para llegar a entenderla en toda su magnitud. Me enseñó algunas de las lecciones más importantes que jamás aprenderé. Me enseñó a querer sin condiciones. Me enseñó a ser humilde. Me enseñó a ser bueno. Me enseñó a saber escuchar. Me enseñó, pese a todo, a afrontar con optimismo mis carencias más innatas. En pocas palabras, no paró de enseñarme.

De hecho, que esté aquí hoy a pecho descubierto, removiendo lo más profundo de mi ser, no es sino el resultado de su doctrina y enseñanzas. No podemos dejar de decir aquello que pensamos, ya sea la vergüenza o el orgullo quien nos coarte. No podemos dejar de agradecer lo que por fortuna nos es regalado.

¡GRACIAS! Donde quiera que estés, ¡GRACIAS! Gracias por estar siempre ahí sin que parecieras estar. Gracias por tus “rasquiñas”, tus abrazos, tus besos, tus miradas, tus palabras, tus silencios, tus sonrisas, tus lecciones, tus filetes empanados, tus... simplemente por ser como eras, por ser como fuiste, por ser como eres.

Jamás te olvidaré y lo único que siento, es no haberte dicho todo esto más a menudo. Siento que este descomunal pellizco me haya desprovisto de toda elocuencia. No ser capaz de mostrar al mundo todo lo que tú significabas. No saber decir lo que realmente pienso, lo mucho que te admiro, te quiero y te respeto.

A la mujer más importante de mi vida, porque sin ti, ninguno de mis seres más queridos serían quienes son hoy día. Sin ti, no sería ni la mitad de hombre, hijo y nieto de lo que soy ahora. Sin ti, jamás podría entender lo que supone que algún día me convierta en padre y puede que hasta abuelo.

Cada abrazo que doy, lo hago en tu honor. Cada vez que logro hacer feliz a alguien, sé que es parte de la deuda que mantengo contigo. Cada sonrisa que regalo, es el fiel reflejo de lo que supiste entregarme. Cada paso que avanzo, sé que estás a mi lado.

TE QUIERO Y SIEMPRE TE QUERRÉ.

Hasta mañana si Dios quiere. Que sueñes con tus iguales, abuela.

No hay comentarios:

Publicar un comentario