martes, 31 de julio de 2012

Concurso, luego pienso (5/14)


3. Estructura


Esta semana, como podrían imaginar, transcurre lenta pero esquiva. Los argumentos se entrelazan y alejan sin motivo aparente. Cada nueva variable nos adentra un poco más en el caos en que se están convirtiendo nuestras mentes. Esporádicamente nuestro orgullo lidera a nuestros principales mecanismos de autodefensa, para alumbrar aleatoriamente nuestras ideas, destacando la más insospechada de ellas entre sus tímidas compañeras. No parecemos encontrar el foco adecuado en esta oscuridad.

La desesperación nos guía hacia lo más profundo de nuestro bagaje personal e incluso profesional. Pretendemos que la experiencia ya adquirida nos muestre la senda apropiada. En mi caso, recurro al recuerdo como vía de escape. Sondeo mi memoria en busca de una oportunidad. Me remonto a mi etapa de estudiante para buscar referencias similares que me ayuden en esta nueva peripecia. Un examen rápido entre la infinidad de datos almacenados a lo largo de mis cinco años de carrera. Nada. Seguimos como al principio. Aunque algo más cansados, eso sí.

Ahora es la palabra “Erasmus” quien aparece en escena, seguida de otro bello vocablo “Berlín”, ambos inseparables e inolvidables. Once meses para los cuales necesitaría más del doble de ellos en tratar de explicarlos, siquiera narrarlos, y puede que más de una vida para volver a vivirlos. Un cúmulo de sensaciones positivas y enriquecedoras que asocio inevitablemente a una trama urbana tan peculiar como atormentada, tan tradicional como innovadora, tan cercana como espectacular. Un conjunto de calles que marcará el resto de mi vida.

Intento buscar similitudes y diferencias entre ambas urbes, tarea complicada pero interesante, claro está. Cualquier excusa para retornar a aquellos más de trescientos días, resulta sin duda convincente.

Primer traspié, la ausencia total de medianeras. Hubo una central pero afortunadamente, pasó a formar parte de su extensa e inquietante historia. Podríamos considerar esta lamentable actuación, una versión horrible de nuestra cicatriz aunque tardo pocos segundos en desechar esta vinculación. A todos los efectos excesiva, no hace sino señalarme el segundo candidato a tan peculiar honor.

El río Spree, un caudaloso cauce que recorre la ciudad temeroso de ser descubierto, si bien podría afirmarse sobre él que separa nuevamente esta ciudad y que genera una curiosa e inexplicable animadversión de la traza urbana, no me atrevería a calificarla como herida. De hecho sus más de cien metros de anchura en algunas zonas, su gran cantidad de agua, sus “playas” artificiales incrustadas entre sus estáticas riberas, sus múltiples canales, y una postal que jamás conocí pero todos se empeñaron en transmitirme, como una infinita extensión helada en el frío invierno, invitan a que nos refiramos a él como una gran oportunidad, quizás algo desaprovechada, pero nunca como algo del todo negativo.

El caso es que su pasado sigue perenne en la impronta de esta ciudad con dos mitades que pese a que se hayan logrado entrelazar físicamente, necesitarán muchos más años para disimular sus diferentes orígenes. En este caso, se trata de dos ciudades que aparecen urbanísticamente unidas, contra todo pronóstico. Mientras que, en el otro extremo de Europa, nuestra ciudad podría definirse como una misma estructura que se resquebraja con el paso del tiempo, cual falla entre placas tectónicas. Visto así, me preocupa más la tendencia divergente de mi ciudad frente a la convergencia forzada y ansiada por mi otra ciudad. Así que dejo atrás la euforia impuesta por mi melancolía.

Vuelvo a la cruda realidad. Retomo la búsqueda de referencias que me ayuden a tomar tan difícil decisión.

En esta ocasión, mi caprichosa memoria me traslada a mi paso por la capital inglesa. Algo más de dos meses que contribuyeron tanto a la ampliación de mi bagaje como al fomento de mi admiración hacia la capital alemana. Sí, Londres es una ciudad espectacular y de gran interés arquitectónico y cultural, pero no puedo evitar compararla con mi otra ciudad. Lamentablemente la balanza se desequilibra tremendamente hacia una Berlín en pleno proceso de desarrollo.

Por el contrario, Londres me transmite mayor estabilidad y menor ilusión. No puedo negar la magnificencia de la city, o el esplendor de la nueva zona de negocios. Sin comentarios ante el maravilloso Big Ben, la Tate Modern Gallery o el London Bridge. Grandes actuaciones que conforman un conjunto no menos plausible. No obstante, habrán podido apreciar cómo la manera en que me refiero a ambas ciudades es completamente diferente. Mientras Berlín es descrita por un cúmulo de sensaciones y generalidades positivas, Londres resulta de la acumulación de admiraciones puntuales. Y no es casual, ya que probablemente es en esta diferente percepción donde radica el fondo de mi preferencia. Berlín es una ciudad muy extensa pero tremendamente local, compuesta por infinidad de pequeños barrios conectados pero autosuficientes, que nos invitan a disfrutar lo íntimo sin descuidar lo global. Londres sin embargo, no fue capaz de ocultarme en ningún momento su aura de gran ciudad. No digo que sea un aspecto negativo, pero desde luego sí lastra, en mi opinión, la experiencia de vivir en ella. Este tipo de ciudades son grandes oportunidades para un viaje o estancia temporal, pero desvelan ciertas debilidades a la hora de establecer tu cotidianeidad en ella.

A nivel de estructura urbana, creo que la mejor definición sería la de islotes segregados e inconexos que la propia dinámica de la ciudad se empeña en conectar sin gran éxito. En cuanto a la labor del río, una vez más, aparece como un valor añadido a la ciudad, un separador físico pero no emocional. Un elemento en sí mismo, que hace honor a su dimensión y protagonismo en la trama, absorbiendo gran parte del interés turístico de la capital.

Dicho esto, debo reconocer que me parecería del todo injusto hacer una comparativa más exhaustiva dada la evidente diferencia temporal entre mis dos estancias.

Más allá de estos dos grandes ejemplos de gran ciudad, se me vienen a la memoria todas aquellas ciudades que algún día decidí visitar, incluidas Ámsterdam, Roma, Gantes, Florencia, Brujas, Bruselas, y un largo etcétera alrededor del continente europeo. Es entonces cuando caigo en La Habana, Varadero, Tánger, muestras diversas de procedencia lejana. Cada una responde a un momento concreto de mi vida, sin embargo, es ahora cuando se analizan desde un punto de vista urbanístico. Cada ciudad es revisada bajo un prisma profesional, e intentando asociar estos conceptos técnicos a sus correspondientes reacciones personales, emociones y sensaciones atribuidas a las circunstancias, pero que, sin lugar a dudas, están condicionadas por la arquitectura del lugar.

Quizás en el momento en que viví y disfruté de tan bellos parajes, no era consciente de tal afirmación. Es ahora cuando me traslado de nuevo a esos lugares, consciente de la importancia de esta nueva variable. Muchos consideran esto como un “defecto profesional”, yo, en cambio, prefiero denominarlo una mejora gradual. De hecho, invito a todos a entender las ciudades, en lo posible, como un conjunto de capas independientes pero interconectadas. Es el único modo que conozco de pensar dos veces antes de criticar un alejado parking, una maldita calle peatonal o un interminable semáforo.


Continuará... (Parte 5/14)

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