Capítulo 7
El
conserje nos despedía con sorna tras esperar nuestro reiterado
retraso, ansioso por poder cerrar la cancela de entrada al edificio.
Su sonrisa cómplice no sólo indicaba un secreto a voces sino que
permitía observar orgulloso, cómo mi acompañante devolvía el
gesto con gran elegancia y consciente de la situación, mientras
apretaba orgullosa mi mano junto a su vientre. Paradojas de la vida,
me veía de nuevo asociado a un retraso en el instituto, aunque en
este caso mucho más agradable y esperanzador.
Mi
imborrable sonrisa, sólo comparable a la de ella, evidenciaba lo
especial de lo que acababa de ocurrir. La secuencia iniciada con gran
tristeza, interrumpida por una inesperada sorpresa y continuada por
una explosión nuclear de euforia, habían desembocado
inevitablemente en lo que, desde ese mismo momento, sería bautizado
como el mejor instante de mi vida. Conmovido por el surrealismo que
acababa de acontecer y animado por la inmensa alegría que invadía
cada poro de mi piel, me desprendía de toda timidez para afrontar
confiado el mayor reto de mi vida. Era ese maravilloso momento con el
que tantas veces había soñado. Aquel que siempre había tenido que
vivir a través de la experiencia de mi hermano.
Mi
primer beso. Mi primer muestra de amor verdadero. O lo que yo pensaba
que lo sería.
Mis
labios habían encontrado triunfales el ansiado objetivo. Su calidez
se veía truncada ante su repentina y gélida respuesta. Nada. Ni el
mas mínimo gesto. Ni la mas mínima muestra de alegría o enfado.
Nada. Impaciente, los siguientes segundos me parecieron horas. De
nuevo, mis peores augurios se apoderaban de mis pensamientos. Todo
era miedo y enfado ante mi excesiva confianza, ante mi estúpido
alarde de motivación extrema. Era consciente de que, como solíamos
decir coloquialmente, “acababa de venirme arriba a tope”. Y lo
que es peor, esa grandilocuente locura suponía tirar por la borda
tantos días de preparativos y cuidados acercamientos, tantos días
de coherente flirteo en busca de allanar un terreno hasta ahora puede
que inexistente.
La
tan temida “cobra”, expresión empleada para definir el rechazo y
consiguiente huida de tu objetivo en el momento del beso, se
apoderaba irremediablemente de mis pensamientos...
Segundos
de amargura y desconsuelo que sólo podían terminar con una muestra
más de mi rocambolesco día.
Sin
mediar palabra, me apartó levemente de su boca para dedicarme una
impenetrable y misteriosa mirada. Tras una inmensidad en silencio y
esperándome lo peor, su sonrisa hizo de nuevo acto de presencia y
noté como su mano se apoyaba con ternura en mi nuca, mientras sus
dedos se enredaban con maestría entre mis cabellos. Un tremendo
escalofrío recorrió todo mi cuerpo. Con gran delicadeza y no menos
decisión, su mano se aferro a mi y me inclino de nuevo hacia ella,
esta vez sí, para corresponder mi apasionado atrevimiento con una
descarga inexplicable de sensualidad. Sus labios, repletos de vida,
se rozaban sutiles contra mis labios, a la espera de una
correspondencia que indicara el momento de afianzar el contacto, en
busca de que nuestras lenguas invadiera la recién generada caverna
que nos separaba y unía a partes iguales. Sentir mi lengua junto a
la suya, fue la señal definitiva de que aquel era el día, el día
por el que tanto había luchado. La razón por la cual estaba ahí,
desafiando a médicos y familiares.
Por
fin, estaba vivo, completamente vivo.
Mientras
nuestros labios saboreaban las mieles del éxito, mis manos lograron
desprenderse del bloqueo inicial para adentrarse valientes y
descaradas en el terreno de su fisonomía. Naturalmente, la primera
reacción fue la de abrazar su cuerpo con delicadeza, sentir en las
yemas de los dedos el calor que desprendía su espalda. Su sencillo
top no era capaz de contener la infinidad de sensaciones que brotaban
de su piel. Tras unos instantes, mis manos aprovecharon la creciente
confianza adquirida en sí mismas, para separar sus caminos y abarcar
el máximo terreno posible. Mientras mi mano izquierda emuló su
gesto en busca del cuello, mi mano derecha recorrió en sentido
contrario su espalda hasta encontrar victorioso el bolsillo trasero
de sus vaqueros. Sentir sus glúteos tersos y bien formados bajo mi
mano, fue algo que irremediablemente provocó un aumento de la
intensidad en mis besos. Sin embargo, el culmen de esta experiencia
lo encontré al retomar la posición original, esta vez levantando la
camiseta que llevaba puesta, para poder disfrutar del suave y
agradable tacto de su espalda. Curiosamente fue entonces ella, quien
en respuesta a mi atrevimiento, reaccionó con decisión, apretando
nuestros cuerpos mientras me transmitía entregada sus innegables
muestras de pasión.
Todo
lo que antes era timidez, dudas y miedo, se había convertido en
pasión, adrenalina y un sin fin de sensaciones hasta entonces
desconocidas, con sus correspondientes manifestaciones físicas.
Lamentablemente,
nuestro retraso no hacía sino ir en aumento, y a pesar de que podría
haber permanecido así durante toda mi vida, sabía que debíamos
abandonar el edificio antes de que la situación empeorara; todo
ello, claro está, gracias al hecho de que acababa de descubrir esa
sorprendente seguridad en que aquello no podía ser flor de un día,
sino que no era sino el primer paso de muchos.
Con
la misma facilidad con que habíamos unidos nuestros cuerpos, estos
se desprendieron el uno del otro, emplazando la alegría a cualquier
otro momento.
Y
así es como comenzó una nueva etapa en mi vida. En nuestra vida.
El
resto del día se convirtió en una verdadera odisea para mí.
Disimular todo lo que se cocía en mi interior frente a mis padres y
mi hermano, era un objetivo tan necesario como complejo. No hay nada
peor que simular una aparente normalidad cuando la realidad difiere
tanto de ese estándar. Era consciente de que mis padres puede que
hasta se alegraran de haberlo sabido. Sin duda, mi hermano hubiese
explotado de ilusión. El problema era que de haberlo sabido, no me
cabía la menor duda de que sería incapaz de mantener ese secreto.
Y
que nadie se confunda, estaba deseando compartir todo lo ocurrido con
él, incluso con mis padres. Pero había una pequeña parte de mí
que me recordaba que existía la posibilidad de que ella pudiera
arrepentirse, pensárselo mejor o por qué no, reaccionar de manera
extraña. Sea cual fuere su reacción, prefería ser cauto y esperar
al resultado, antes de iniciar un proceso de acercamiento a mi
familia que pudiera desembocar nuevamente en un fracaso social. No
creo que estuvieran preparados para un nuevo contratiempo. Era mejor
dejarlo estar y que aprovechasen mi estado de felicidad anterior para
ir recargando pilas.
Eso
no quita que mi cerebro no fuese a cien mil por hora. Un día feliz
que, sin embargo, ocultaba una tarde de lo más extensa. No veía el
momento de irme a la cama y acelerar con ello el tiempo que me
quedaba hasta volver a verla. Volver a sentir su cuerpo, disfrutar de
su increíble sonrisa y de la satisfacción que supone saber que eres
tú quien motiva tal obra de arte, tal muestra de alegría y belleza
sin parangón.
Por
si esto fuera poco, resolver el acertijo de mi querido profesor
resultaba ahora de lo más difícil, ante mi evidente distracción.
Cada número me recordaba a ella, cada operación matemática parecía
llevar su nombre. Si avanzaba en la resolución, me acordaba de mi
grandiosos triunfo. Si erraba, me animaba pensando en lo que me
acababa de ocurrir.
Imposible.
Hoy no soy capaz. Lo peor de todo es que me daba igual. En mi opinión
estaba más que justificado y no me cabía la menor duda de que hasta
el profesor lo entendería si le explicara el motivo que se escondía
tras este fracaso matemático.
Mi
fingida normalidad no pasó desapercibida ante nadie. Más bien, dio
lugar a un verdadero interrogatorio.
- ¿Se puede saber qué te pasa?
- Nada, ¿por qué? Disfruto de este solomillo. Está muy bueno.
Desgraciadamente
mi adulador intento por cambiar de tema y desviar la atención hacia
la comida, no parecía dar resultado.
- ¿Seguro que estás bien? No sé, te veo muy serio. Como distraído. ¿No te ha pasado nada en el colegio?
- ¡Que no Mamá! - “Pobrecilla”. No sabía como acabar con esto sin cambiar el tono. Entiendo que se preocupe, pero ya he decidido que no es el momento de compartirlo con ellos. Desgraciadamente, se me olvidaba ese tremendo don que adquieren las mujeres en el parto, por el cual intuyen todo lo que ocurre en tu cabeza. Aquello de “te conozco como si te hubiese parido”, era algo muy real.
- ¿No habrás vuelto a llegar tarde, no? Si te pasa algo en el instituto, me lo dirás, imagino. Ya sabes que no me pienso enfadar si tu director vuelve a hablar contigo. Prefiero estar al tanto de todo y lo sabes.
- Tranquila mamá. - El estrés empezaba a apoderarse de mí. Me sentía acorralado y era incapaz de mentir a mi madre, después de todo lo que había hecho por mi. Entonces, cuando el desastre parecía mi única salida, mi cerebro retomó parte de su actividad intelectual y me iluminó el camino de huida. Por fin, una escapatoria decente. - Es sólo que estoy algo preocupado por lo que pase mañana.
- ¿Ves? Lo sabía. ¿Qué pasa mañana?
- Nada, me preocupa que las cosas no transcurran como yo esperaba.
- ¿A qué te refieres? ¿Algo va mal? ¿No te gusta el curso o es que estás teniendo problemas con los compañeros? Mira que te lo dije.
- Tranquila mujer. No es eso. El problema es que mi profesor me ha planteado un ejercicio de matemáticas que no logro resolver. Es un acertijo clásico que se supone que debería ser capaz de descifrar, pero no lo veo. Jaja. Qué paradoja, ¿no? - Esta casualidad, suponía el toque de humor que se convertiría en el detalle definitivo de mi elaborada trama de escape, con el que zanjar la conversación y cambiar de tema. En definitiva, sabía que mi madre no acababa de secundar mis bromas acerca de mi situación actual.
- ¡Ah! Pues haberlo dicho. Seguro que tu padre puede echarte una mano.
- No te ofendas papá, pero me temo que es algo bastante complejo. Lo que pasa es que el profesor me tiene muy bien valorado y confía en mí. Se ve que demasiado. Y, desde luego, no me gustaría perder ese trato preferencial y que se desilusione.
- Bueno hijo, pero si es tan difícil, entenderá que te cueste solucionarlo. Vamos, digo yo. Lo único que tengo claro es que no quiero verte preocupado por algo así.
- Mamá, ya está bien. Tengo que intentarlo y si no lo consigo, es normal que me enfade.
- Pero...
- Lo siento mamá, pero ya soy mayorcito y estoy decidido a hacer lo que me gusta, cueste lo que cueste. No te preocupes. Lo peor que puede pasar es que mañana me encuentre más cansado de lo normal. Eso es todo. Una más que probable noche sin dormir, y listo. Ya verás cómo lo logro. - Eso era seguro. Esa noche tenía claro que no iba a ser capaz de conciliar el sueño. Demasiadas emociones, demasiado en qué pensar. Aunque las matemáticas fueran lo de menos, quizá puede que se convirtieran en un socorrido entretenimiento para cuando la desesperación se apoderara de mí.
- ¡Ay mi niño! ¡Que cabezón eres! A quién habrá salido, ¡eh!. - exclamó mi madre, mientras dedicaba una acusadora mirada a mi padre.
- Ya sabía yo, que al final me salpicaba a mí. Con lo “calladito” que estaba yo aquí...
- Déjate de tonterías. Ya sabes lo que dijo el médico...
- Venga ya mujer. Vamos a comer antes de que reciba alguien más. No pasa nada. Está bien que el niño intente solucionar lo que el profesor le ha planteado. Si él cree que puede hacerlo, por algo será.
- Desde luego, no será por tu habilidosa genética.
- Ya está. Me tocó. Como el “Luisma” es tonto... Jajaja.
El
comentario de mi padre, una vez más, desataba las risas de todos.
Ese mar de carcajadas, inspirado en un célebre personaje de la
televisión, no sólo zanjaba la discusión, sino que me permitía
relajarme por fin. Objetivo conseguido. No sin esfuerzo, había
superado la tormenta.
Mi
madre, por el contrario, seguía preocupada y no olvidaría este tema
tan fácilmente. Su mirada mostraba una incertidumbre e inquietud
difíciles de esquivar. Puede que hubiese perdido esta batalla, pero
no la guerra. Así que más me valía disimular mañana mi cansancio
y hacer todo lo posible hoy por dormir lo suficiente como para
lograrlo. Todos conocían lo incisiva que podía ser mi madre, cuando
de la salud y bienestar de sus hijos se trataba. Y... la tenía que
comprender.
Consciente
de mi estrategia y con un leve atisbo de culpa que asomaba por mi
subconsciente, me acerqué a mi madre, le di un cariñoso beso, le
dediqué mi mejor sonrisa y me despedí de ella deseándole las
buenas noches.
- No te preocupes mamá. Te prometo que haré todo lo que pueda por resolverlo lo antes posible y dormir lo máximo, ¿vale?
- Vale. - dijo mi madre con voz cansada. Resignada me devolvió el beso y me guiñó el ojo, cómplice a la par que consciente de mi testarudez.
Pese
a la mini crisis a la que acababa de enfrentarme, me dirigía hacia
mi cuarto con mi objetivo más que cumplido. Mis padres ya tenían
tema de conversación para toda la noche y mi hermano no osaría
siquiera a entrar en mi cuarto, dada su inexplicable alergia a todo
lo relacionado con las matemáticas. De este modo, podría mantener
mi secreto hasta mañana, cuando pudiera verla y confirmar hasta qué
punto, lo que acababa de vivir esa tarde, era real.
La
noche, curiosamente, transcurrió pesada entre los entresijos de mi
coartada y mi inevitable realidad.
La
frustración debida a mi incapacidad para dar con la clave del enigma
matemático al que parecía enfrentarme, crecía de manera
exponencial, conforme mi grado de cansancio iba del mismo modo en
aumento. Todo ello, provocaba que mis pensamientos relacionados con
los acontecimientos de esa misma tarde, se tornaran progresivamente
hacia la negatividad más absoluta, resucitando esos viejos fantasmas
que me alejaban de ella.
Agotado,
derrotado y completamente abatido, el cansancio terminó por
sobreponerse a mi mermada ilusión y a mi destrozado orgullo.
Finalmente, mi querido despertador marcaba las 4:20 de la mañana
cuando decidí sucumbir al desastre y rendirme ante la evidencia,
adoptando la posición horizontal que me trasladaría directamente al
tan ansiado mañana.