Una vez más me siento aquí para
compartir con vosotros mis inquietudes y pensamientos más íntimos,
con el fin de trasladarles mis opiniones y críticas concretas acerca
de todo aquello que nos rodea en nuestro día a día. Un alarde de
cotidianidad y mediocridad intencionada, surgida desde la más
sincera humildad e ignorancia.
Definido el contexto, aireo mis
palabras en busca de posibles receptores dispuestos a compartir
ideas. En este caso, el motivo de mis dudas, no es otro que la
concepción de los museos contemporáneos. Apoyado en una tendencia
muy clara adquirida por mi Málaga natal, me centro en entender el
por qué de esta iniciativa y su consiguiente proliferación de
espacios expositivos.
Cabe destacar, ante todo, que no
pretendo en modo alguno juzgar este planteamiento, sino estudiar su
evolución y analizar en lo posible, aquellos aspectos susceptibles
de mejora o, en su defecto, pendientes de comprensión por mi parte.
Como auténtico ignorante en cuanto a
Historia del Arte se refiere, y ciudadano tan inculto como inquieto,
a partes iguales, me considero un ejemplar medio de estudio, bastante
adecuado de cara al entendimiento de la labor efectuada por los
museos como intermediarios culturales frente a la sociedad.
Es por ello que interesado en el factor
didáctico y dinamizador de los museos, como referentes culturales
por antonomasia, me he visto sorprendido en multitud de ocasiones,
perplejo ante la magnificencia de determinados emblemas de este arte;
así como embargado por el desconcierto, un irremediable cansancio,
una intratable saturación visual y en ocasiones, incluso,
aburrimiento, ante la desconexión existente entre estos
importantísimos edificios, su contenido y yo.
Parto de la base, de que cuando alguien
realiza el esfuerzo de acercarse a un museo para pagar la entrada y
adentrarse en el recorrido planteado por su gestor a lo largo de su
querida colección, lo mínimo que se merece es recibir una
contrapartida cultural como recompensa. Con esto quiero decir, que
todas esas burdas críticas orientadas a fustigar la incultura e
ineptitud ciudadanas, pierden su valor y credibilidad en el mismo
momento en que el visitante se acerca al edificio.
En mi opinión, ya ha realizado su
parte, ha cumplido. Ha abandonado su cómoda y segura rutina para
aprender, para disfrutar de lo desconocido y asimilarlo como
conocido. Un proceso tan complejo como interesante.
Dicho esto, entiendo que en el mundo
del Arte, como en cualquier otro sector, hay infinitos grados de
conocimiento y sabiduría. Sin embargo, me preocupa que en los museos
se parte de una base errónea. Si accedes a un museo por libre, sin
haber investigado previamente su contenido, lo más probable es que
no seas capaz de detectar las principales obras expuestas, ni
aprender más allá del nombre del autor, año y nombre de la obra
(sin olvidarnos del material con que se elabora). Esa es toda la
información que nos ofrece un edificio cultural estándar. Ninguna
aclaración del por qué de su instalación allí, ninguna pista
acerca de los criterios que lo convierten en un elemento de máxima
calidad artística; ni, por tanto, el más mínimo esfuerzo por
acercarnos al Arte y con ello fomentar nuestro interés por volver o
continuar en casa con nuestro proceso de aprendizaje.
Me temo que el museo se orienta
preferentemente hacia aquellos visitantes cultos y/o formados,
interesados en ampliar sus conocimientos previos.
En honor a la verdad, cabe dejar claro
que cada vez son más las visitas guiadas ofrecidas por la mayoría
de contenedores artísticos, en su afán por acercarse al ciudadano
medio. No sólo es algo que debemos valorar, sino que podríamos
incluso exigir. No en forma de una persona dedicada en cuerpo y alma
a un grupo no siempre tan agradecido como debería. Sino como
esfuerzo de apertura hacia la gente. No se necesita tanto, pero desde
luego, es inapropiado pensar en un modelo tan extremista, en el cual
existen dos versiones tan lejanas de museo. Una muy cerrada y opaca
en la cual nadie te aporta nada, la diaria. Y una muy abierta y
amable en la cual adornan las obras con anécdotas y aclaraciones del
por qué de sus creaciones, la eventual.
Estoy seguro de que existen multitud de
opciones intermedias que, sin perjudicar en modo alguno los deseos
del autor, nos ayuden a encontrar el ansiado equilibrio y, en lo
posible, lograr que resulte rentable a todos los niveles.
En una sociedad de la información,
donde cada mínimo aspecto de nuestro entorno puede ser consultado en
internet, me preocupa que cuente con museos de masas, orientados a
unas masas a las cuales no responden, más allá de la instalación
de una tienda de souvenirs. Como arquitecto, reconozco que me
encuentro situado más bien en el lado de la balanza correspondiente
a un espíritu minimalista, pero hay que tener claro que aquí el
mínimo, siempre responde a un canon funcional, no estético.
Por desgracia, en ocasiones, me da la
sensación de que existe un elitismo predominante en el Arte, que nos
filtra a los visitantes en función de su cercanía a un mundo,
culturalmente muy elevado. En mi opinión, el grado de cultura de una
persona siempre radica no en lo elevado de sus maneras, sino en la
habilidad para desenvolverse con la misma soltura sea cual sea el
ambiente cultural en que se encuentre. Por ello, considerando los
museos como el paradigma de la cultura, me encantaría que me
demostraran que son igual de útiles e interesantes tanto para los
eruditos o iniciados, como para los novatos e incluso despistados
visitantes.
La cultura debería ser un producto
turístico, académico o social, pero fácilmente accesible para
todos los ciudadanos, sea cual sea su nivel cultural o su grado de
interés.
Fácil, hagámoslo fácil.
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