Capítulo 10
Efectivamente
el día comenzó conforme a lo esperado, envuelto por un clima de
cansancio, dolor y tremenda dureza. Como si de un asiduo borracho me
tratase, la resaca protagonizaba mis pensamientos, bloqueando toda
posible actividad neuronal.
Así,
sin pensar, abandoné mi cuarto apartando la puerta de mi camino con
un gesto simple pero inexplicablemente cargado de emociones.
Conmocionado por el hecho de verme atraído por la puerta de mi
cuarto, me dirijo hacia el baño pensativo. Buscando respuestas a las
muchas preguntas surgidas tras el inmenso malestar con que parecía
presentarse el día.
Una
vez más, lo que yo consideraba sutileza y discreción, resultaba más
bien un ruidoso y descuidado deambular a lo largo del infinito
pasillo. Los golpes y traspiés se sucedían con cada paso,
anunciando a los cuatro vientos mi despertar. Como no podía ser de
otro modo, mi madre se acercó a mí convencida de mi adormecido
caminar, para recibirme con un cariñoso buenos días, que no sólo
me alegrase un poco la mañana, sino saciase su curiosidad más
irracional contribuyendo a su propio bienestar como madre.
Sin
embargo, lo que pudo ser un mero saludo matinal, se convirtió en un
auténtico drama para ella. Encontrar a tu hijo ensangrentado y
dolorido, con la mirada perdida y una inexplicable e impropia
desidia, no sería jamás calificado como una grata sorpresa. Prueba
de ello fue su desconsolado grito. Un ruido tan atroz como para
lograr rescatarme de mi abstracción y devolverme a mi cruda y
surrealista realidad.
Tras
intentar sin éxito que explicara tan aterradora imagen, su primera
reacción fue la de dirigirse rauda y veloz hacia el teléfono para
llamar a urgencias y avisar lo antes posible a mi equipo médico.
Consciente de la fatalidad que se avecinaba, interrumpí su
inconsciente maniobra de emergencia mentando a mi hermano, quien
alertado por los gritos de mi madre asomaba su espectro por el salón.
La escena con la que enfrentarse era a todos los efectos difícil de
digerir. Por un lado, un hermano ensangrentado y culpándolo de algo
que aún desconocía, por otro lado una madre en pleno estado de
pánico y estrés maternal quien alertada por su hijo mayor, dejaba
el teléfono sobre la mesa a la vez que desviaba su acusadora mirada
hacia el recién aparecido protagonista. Un circo familiar del cual
no parecía poder escapar.
Como
no podía ser de otro modo, mi madre rápidamente percibió la
tensión existente en nuestras miradas y se dirigió hacia él para
reprenderle por lo que parecía, sin lugar a dudas, un exceso de
poder entre hermanos. Una batalla en toda regla.
Al
borde de una auténtica tragedia familiar, logro frenar su primer
impulso y explicarle no sin dificultad lo ocurrido, agradeciendo a mi
hermano su grandilocuente gesto y maldiciendo entre risas su
desafortunado descuido con mi puerta.
Destensado
el ambiente, aprovecho para dirigirme a mi hermano. Tenía razón,
era el momento de luchar de verdad y dejar de ser ese llorica
consentido en el que me había convertido. Era el momento de coger el
toro por los cuernos y afrontar de una vez por todas mi nueva
realidad, la única posible, la mía. De mí dependía que fuera una
realidad feliz o no.
Convencido
de todo ello, nos esforzamos en integrar a nuestra madre en lo
sucedido, empezando por aclarar los motivos del sentido abrazo en que
nos veíamos fundidos. Ella, aislada y desconcertada no lograba sino
llorar ante la explosión de emociones vividas a lo largo de la
mañana y el espectacular derroche de cariño entre hermanos,
consciente de que lo que acaba de presenciar marcaría un definitivo
antes y un después en la relación familiar. Empapada en lágrimas
pero sonriente, se mantenía firme ante nosotros, paciente, calmada
aunque ansiosa. Tras satisfacer nuestra necesidad de agradecimientos
y alegrías recién descubierta, nos miramos cómplices y comenzamos
a reír, desternillados sólo de pensar en lo que estaría pasando
por la cabeza de nuestra matriarca. Sin duda, un sin fin de porqués
aderezados con no menos cantidad de miedos.
Divertidos,
la acompañamos hasta el sofá donde sentados en torno a la mesilla,
relatamos con todo lujo de detalles las últimas horas transcurridas
en su hogar. Como hermano mayor me tocaba a mí comenzar la historia,
indicando a mi madre el contexto inmediato que dio origen a toda la
conversación posterior, intentando suavizar y preparar el terreno
para lo que estaba por llegar. Mi hermano, consciente de mi
deferencia, me sucedía en el momento en que se acercaba su estelar
intervención, transmitiendo a mi madre su punto de vista y
empleando, sorprendentemente, casi con exactitud las mismas palabras
con que se dirigió a mí el día anterior. Mientras nuestra
interlocutora mostraba ciertos indicios de shock, por mi parte, aún
me estremecía al oír las duras palabras que me sacudieron hace ya
un siglo.
Tras
ello, llega de nuevo mi turno, mi oportunidad para compartir mis
pensamientos y los posibles motivos de la espeluznante imagen que me
preside. Siguiendo la línea marcada por mi compañero narrador,
mantengo el mismo tono de sinceridad extrema, permitiendo a mi madre
analizar las cosas desde una perspectiva directa y real, asumiendo
por fin la madurez que nos guiaba y un nuevo estadio en nuestra
relación madre-hijos. De este modo, les traslado mi ira y posterior
humillación, mis razonamientos y por último lo más importante, mi
conclusión a todo aquello. Mi gran decisión.
Instante
en el cual oímos la puerta de entrada y mi padre hace acto de
presencia. Como se suele decir, éramos pocos y parió la abuela. Si
ya de por sí estábamos ante un verdadero circo, que mi padre
hiciese su entrada triunfal justo ahora, era el colofón a tan
“tarantiniano” guión.
Impactado,
inquieto y preocupado, opta por renunciar a sus múltiples dudas y
decantarse por la más pragmática de las opciones, empleando el
silencio como principal arma de escucha. Impasible, se acercó a la
cocina para desprenderse del pan y los periódicos, mientras volvía
ensimismado hacia el sofá, ocupando su lugar junto a mi madre.
Contagiado
por su reacción, opté por introducirle levemente nuestra
conversación y así poder continuar con mi trabajado discurso, el
cual alcanzaba ahora su clímax.
Como
ya había anunciado previamente, era el momento de compartir mi
conclusión, mi decisión. Motivado por las palabras de mi hermano y
condicionado por mi indudable cansancio y la sangre reseca de mi
improvisado disfraz de Halloween, me centro en elegir muy bien las
palabras de lo que, por supuesto, supondría la bomba final de este
maravilloso despertar.
Expectantes,
sus miradas despedazaban cada uno de mis gestos, muecas o
movimientos. Sentía el deseo insaciable de saber con que impregnaban
cada rincón de la habitación. Sin necesidad de palabras, sus
mensajes me llegaban con total claridad. Sin embargo era consciente
de lo importante de este monólogo y, por tanto, del poder de los
silencios y las pausas como parte del conjunto.
Así,
alcanzado el punto exacto requerido, me dirijo a ellos con gran
clarividencia, provisto de una inesperada elocuencia.
- Familia, estas últimas horas han supuesto un verdadero punto de inflexión para mí. Como no podía ser de otro modo, el sismo generado por mi hermano ha desembocado en un imparable tsunami de emociones y pensamientos. El sueño y el cansancio han hecho el resto para permitir la fermentación de estas ideas, el reposo necesario para toda maduración. Tenéis razón. He perdido el norte. No soy ni la sombra de lo que era, y lo que es peor, ni el recuerdo de lo que me hubiese gustado ser. Pero la pena y las lamentaciones no van a reparar el daño que he cometido. Daño a esta familia, daño a mí mismo. Lo siento mucho. Por primera vez en años, me han sacado de mi lugar de confort hasta observar atónito lo estúpido de mi existencia. Ser consciente de mis errores debe ser el primer paso hacia mi resurgir. Me he dado cuenta de que me ha faltado la personalidad y fuerza de voluntad necesarias para acometer el objetivo que me impuse aquel inolvidable 20 de abril. Las palabras se las suele llevar el viento y en este caso ha sido un autentico vendaval lo que me ha desviado de mi trayecto. Ahora lo tengo claro. No puedo esperar que la vida cambie para mí, soy yo quien debe hacerlo. Es importante contar con la idea y las intenciones, pero lo que se necesita son objetivos claros, hechos. Es por ello que he decidido acometer un nuevo reto vital, retomar la senda anterior y continuar mi formación a través del instituto. Creo que soy muy capaz de afrontarlo y para ello necesito más que nunca vuestra ayuda. Pero no como padres guiados por la piedad y el amor incondicional, sino como amigos sinceros y convencidos de lo que es mejor para mí. No quiero más miedos, más mimos, más trato especial. Soy uno más, que lo único que ha demostrado hasta ahora es no saber estar a la altura de las circunstancias. Suena duro, pero todos sabéis que tengo razón. He mantenido a mamá casi encerrada a mi costa, esclava de mi supuesta enfermedad. Es injusto, lo siento. Pero todo va a cambiar, tiene que hacerlo. Y para ello, qué mejor que volver al instituto y convertirme en un niño normal, algo mayor sí, pero normal.
Por
fin, un esbozo de sonrisa se apoderaba del ambiente y sin grandes
excesos lograba relajar la tensión reinante.
Durante
unos instantes no hubo más que silencio. Siquiera miradas incómodas,
ni enfados, ni desprecios, ni carcajadas. Nada. Tan sólo tres
miradas perdidas bajo la atenta y desconcertada mirada del emisor del
mensaje.
Trascurrieron
varios minutos de este modo tan peculiar hasta que mi madre, se armó
del valor necesario para abandonar su limbo y dirigirse a mí.
Sorprendentemente calmada y convencida de lo que estaba a punto de
decir, recuperó inmediatamente sus facciones de ternura y sencillez,
para trasladarme una opinión teñida de cátedra.
- Hijo mío. Gracias por ser tan sincero y hacernos partícipes de tus inquietudes. Gracias por mostrarnos sin tapujos todo lo que ronda por esa cabecita. Sabes que lo que acabas de plantearnos supone un cambio radical en tu vida para el cual no sabemos si estás realmente preparado. De hecho, ninguno de tus médicos se ha atrevido hasta ahora a sugerirnos tal atrevimiento. Además, como bien has dicho somos tu familia y todo lo que hacemos lo hacemos en busca de lo mejor para ti, para vosotros. Incluidos los posibles errores que sé que hemos cometido. Pero me gustaría dejar clara una cosa, en este caso no ha habido error alguno. Sólo hemos hecho lo que teníamos que hacer. Sabes que no eres uno más, aunque nos pese. Y por tanto, pretender serlo es sin duda un error garrafal. No intentes ser lo que no eres. A lo largo de toda tu vida, hemos estado ahí para guiar tus pasos hacia lo que considerábamos era la mejor de las opciones que tú mismo nos indicabas. Jamás ha sido ni será nuestra intención que vivas una vida que no es la tuya. Es por ello que no vamos a interceder en tus decisiones, más allá de nuestra humilde opinión. En este caso, mi opinión ya la sabes. Mi respuesta sería no. Pero no me corresponde a mi responder a tal cuestión, sino a ti. Y he de reconocer, que por más que me atemorice, creo que es la mejor de las respuestas posibles. Sólo quiero que tengas claro que el motivo de este nuevo esfuerzo no puede ser hacer lo que hacen los demás, sino hacer aquello que consideras que debes hacer. Dicho esto, cuenta conmigo para lo que necesites, siempre estaré ahí para vosotros, me cueste lo que me cueste.
- Gracias mamá.
- Una cosa más, como madre que soy no puedo evitar imponerte una ultima condición.
- Jajaja. Dime mamá.
- Si decides apuntarte al instituto, será en el mismo instituto que tu hermano, para así contar con él como apoyo en caso de que lo necesites.
- Está bien mamá. Si ese es tu deseo, así lo haré. Pero como hijo tuyo que soy, sabes que también soy incapaz de renunciar a mi correspondiente condición. - las sonrisas vuelven a protagonizar la escena – Si voy al instituto de mi hermano será manteniendo mi independencia y con libertad para hacer las cosas a mi manera.
- A quién habrá salido el niño eh! - decía con sorna mi padre, dirigiendo su pícara mirada hacia mi madre.
- Está bien, hijo. No me convence del todo la idea, pero creo que te mereces ese voto de confianza. No me hagas cambiar de opinión.
Una
sonrisa común dio lugar a un abrazo colectivo de esos que perduran
para siempre en la memoria. Por fin, parecía retomábamos la
normalidad. Hasta el punto de que mi madre respondía a los múltiples
chistes de mi padre sobre mi lamentable estado con fuerzas renovadas,
lanzándome un pellizco por sentarme así en su sofá y enviándome
directamente a la ducha, donde me esperaba una buena sesión de
esponja y algodón, un buen repaso de chapa y pintura del cual no
habría ser humano capaz de librarme.