De sobra es conocido el debate en la
arquitectura surgido entre el lleno y el vacío. Un equilibrio tan
complejo como necesario que, cual código binario, representa la
identidad de toda actuación.
Dentro de este esquema de unos y ceros,
no cabe duda que la nada aparece asociada al vacío como
representante de la ausencia. Sin embargo, ambos conceptos, pese a la
gran cantidad de similitudes que encierran, nos permiten distinguir
pequeños matices que nos invitan a entender la Nada, como un
concepto en sí mismo.
Mientras el vacío responde a un
espacio no construido que logra erigirse en un algo muy
arquitectónico, en mi opinión la nada, es algo mucho más complejo
que apunta a aspectos más emocionales y menos constructivos. Cuando,
de ahora en adelante, me refiera a la Nada, lo haré entendiendo un
matiz muy especial de este término: la nada entendida no tanto como
ausencia, sino como anhelo de algo. Un deseo reivindicativo que nos
invita a encontrar ese algo al que se nos impide acceder. Ese algo
que nos fue prohibido, sustraído o arrebatado. Al fin y al cabo, la
emoción.
Aún más conocido es el eterno debate
entre forma y función, estética y uso. Sin duda, la clave de este
debate no es otra que la citada emoción. Es la encargada de
desnivelar la balanza.
Por otro lado, cabe destacar el hecho
de que en una sociedad cada vez más saturada de información, donde
el exceso de oferta empieza a agotar la demanda, se revaloriza la
máxima de que vale más una imagen que mil palabras. Y en este
momento de inmediatez global, una experiencia vale más que mil
imágenes. El exceso de datos nos lleva a asociar los conceptos a
experiencias personales que nos ayudan a retener la información,
distinguiendo unas cosas de otras. Serán recordadas exclusivamente
aquellas que traspasen la barrera de lo cotidiano para ser asimiladas
por nuestro cerebro como parte importante de nuestra existencia. Una
vez más, la emoción es la que lidera nuestro aprendizaje y se erige
como clave de la ecuación.
Así surgió uno de los conceptos
más estudiados a lo largo del desarrollo de mi Proyecto Fin de
Carrera (PFC): la “Nada”. Ese espacio sin uso aparente, que se
integra en la ciudad aunque parezca no formar parte de ella. La
“Nada” entendida como ausencia total de algo, o como la huella
imborrable de un algo desaparecido. Por ello, la “Nada” en muchos
casos es más explicita e interesante que el “Algo”. La “Nada”
hace pensar y plantearnos que habría antes, o el por qué de su
existencia.
Estas ideas y reflexiones guiaron mi
análisis hacia conceptos nuevos en mi formación y hacia grandes
representantes del arte y la filosofía como John Cage, Marcel
Duchamp, Robert Rauschenberg, Solá Morales..., artistas capaces de
hacernos pensar y reflexionar sobre cosas tan cotidianas como el
vacío, la nada, el silencio. En definitiva, hacernos ver las cosas
desde una nueva perspectiva.
Desde dicho PFC
pretendí, a una escala menor y más humilde, provocar un efecto
similar sobre el ciudadano. Inducirle a replantearse o reflexionar
sobre cosas que quizás eran consideradas como normales, con idea de
evitar que estas se dirijan irremediablemente al olvido.
Así surgen en la propuesta ideas como
mantener en lo posible los vacíos urbanos (terrain vague)
como referentes ciudadanos y parte indivisible del concepto ciudad.
Partiendo de esta premisa, mi investigación provocó la conexión
con Rauschenberg (autor de De Kooning erased): borrar lo
existente mostrando simplemente el resultado de este borrón, pero
rompiendo todo concepto preestablecido y, curiosamente, poniendo en
valor el desaparecido boceto original de De Kooning, que con
anterioridad al borrado no era sino uno más de los múltiples
bocetos que realizó.
El gesto de borrar algo y mostrar su
huella, nos conduce inevitablemente a plantearnos el origen, el
motivo del borrado.
Cuando Duchamp descontextualizaba esos
elementos cotidianos en sus famosos readymades, pretendía
que con un simple gesto el observador se planteara nuevos contextos
que aportarían tantos matices nuevos, como para cambiar
completamente el significado original del elemento.
Esta intención motivó, por ejemplo,
mi acción de descontextualizar la fachada, es decir, demoler los
edificios alineados a vial, pero manteniendo la fachada mediante una
estructura auxiliar que le permita continuar en pie en su
emplazamiento original (como en una obra de rehabilitación) pero
dentro de un nuevo e inmediato contexto, destinado a animar al
ciudadano a ser consciente de este elemento y de su ubicación.
Una fachada separada del edificio,
aislada, deja de concebirse como fachada y se convierte en un muro,
con el simple gesto de la demolición.
Posteriormente será el visitante, o
el observador, quien deberá aportar su mirada a este gesto,
interpretando y reflexionando al respecto.
Lo cual introduce una de las grandes
variables que contribuyen al verdadero entendimiento de la
arquitectura, como una más de las artes existentes. Como ya indicó
Duchamp, el papel del observador es fundamental en cualquier
disciplina del arte.
Es por ello que la componente de
subjetividad que motiva cada manifestación artística nos induce a
recurrir al observador como elemento esencial del proceso, el
elemento destinado a culminar el mensaje iniciado por el artista.
Del mismo modo, en la arquitectura,
resulta primordial contar con el usuario como pieza básica de todo
proyecto. No es casualidad que el término observador, haya sido
sustituido por el concepto de usuario. Como pueden imaginar, lo que
diferencia a la arquitectura de otras disciplinas artísticas como la
escultura, es el trabajo con espacios que deberán ser habitados por
su teórico observador, para convertirse en usuario. Por tanto, en mi
opinión, cuando un proyecto se realiza pensando en el observador, se
aleja del origen mismo de la profesión. Por el contrario, conforme
más nos acerquemos al usuario y sus necesidades, más eficaz y
coherente será la actuación.
Arquitectura y usuario son dos
elementos indivisibles, permitiendo sin embargo, que aparezcan
diferentes maneras de dirigirse a este target, ya sea desde
una perspectiva funcional, estética o emocional.
En esta línea, el empleo de la nada,
no puede sino responder a un deseo de tipo emocional, sensorial, con
el cual emplear la arquitectura para actuar en las emociones de sus
usuarios, estableciendo con ellos una interacción de carácter
sentimental.
Como uno de los grandes referentes de
esta arquitectura, en mi opinión, podríamos destacar el museo judío
de Berlín, de Daniel Libeskind, un verdadero ejemplo de arquitectura
emocional.
A lo largo de dicho museo, el
espectador se torna paulatinamente en usuario, casi sin querer. De
manera sutil, el continente se convierte en contenido, sin por ello
caer en la prepotencia de un protagonismo excesivo. Con gran
elegancia y humildad logra asumir este nuevo rol, elevando la mirada
cuando se le exige aglutinar toda la importancia, y agachándola
cuando la situación le exige asumir un papel más sumiso, donde
otorgar el protagonismo a las obras que alberga. Por tanto, convierte
la visita al museo en una verdadera experiencia que enriquece, sin
lugar a dudas, la colección para la cual surge.
Todo lo que me esfuerce en explicar
mediante palabras, no alcanzará ni de lejos lo que realmente supone
acceder al edificio personalmente. Por ello, invito a todos a
visitarlo.
De este modo, mis escritos serán
buenos en tanto en cuanto les traslade las emociones experimentadas
en primera persona durante mi estancia allí. No sólo por enriquecer
la lectura de estos párrafos, sino por inducir al lector a sentirse
partícipe del relato, deseando intervenir en esta experiencia y
matizar personalmente mis opiniones. Convertir un vacío en el máximo
exponente de la negación, la nada.
Asimismo, la arquitectura será buena,
en tanto en cuanto logre trasladar al usuario la satisfacción de una
necesidad resuelta, un divertimento gozado o un aprendizaje activo.
Al fin y al cabo, permitir al observador-usuario cerrar el ciclo del
arte, asumiendo su rol subjetivo para aportar las sensaciones y
emoción que toda obra requiere para lograr el apellido “de arte”.
Superar la barrera de lo emocional, por
otra parte, resulta realmente difícil dentro de un tablero de juego
en el cual cada pieza se convierte en un objetivo igualmente
potencial, sea cual sea su procedencia, cultura o condición. Esta
reflexión me lleva a poner en duda la esencia misma de la
globalización en la arquitectura, empeñada en objetivar seres
subjetivos, eliminar sus peculiaridades para dirigirse a ellos de
manera inequívoca y lineal.
Del mismo modo que la arquitectura más
emocional de toda su historia, la religiosa, ha entendido durante
años que debía materializar su discurso de manera completamente
diferente en función de su público objetivo, resulta cuanto menos
pretencioso, aspirar al logro de edificios globales que a su vez sean
capaces de traspasar sus barreras personales.
En este sentido, no cabe duda de que
dentro de la arquitectura residencial, será mas sencillo encontrar
el objetivo emocional en viviendas unifamiliares de autoconstrucción,
donde el usuario final es conocido y parte activa del proceso de
diseño, que en los malogrados bloques plurifamiliares donde el
promotor se erige en cliente, sustituyendo al usuario por un estándar
tan analítico como impersonal, de nuevo un ser subjetivo que
tendemos a objetivar.
La industrialización, la globalización
y el capitalismo, han logrado convertir la arquitectura en un mercado
inmobiliario donde la obtención de beneficios premia sobre la
habitabilidad, donde la eficiencia de recursos frena la creatividad;
en definitiva, un alejamiento progresivo de la sociedad
contemporánea, caracterizada por una participación evidente y
constante en el día a día de sus iguales, con cada vez mayores
conexiones pseudo-sociales y una creciente borrachera informativa.
No será hasta que nos reencontremos
con el nuevo entorno social, que la arquitectura no recuperará su
lugar, su papel fundamental dentro del proceso vital del ser humano.
Un estricto collage surrealista: unos y ceros, la nada, Duchamp, Cage, Solà-Morales (Solà-Morales en la categoría de artista?), lo emocional, el PFC, el museo judío de Libeskind, la arquitectura religiosa, globalización, entorno social...
ResponderEliminarLa mente de un arquitecto es un baúl de desván.
Un abrazo Álvaro
Muchas gracias Ángel.
ResponderEliminarYo no lo hubiese expresado mejor. Veo que la elocuencia sigue siendo una de tus múltiples virtudes.
Un abrazo fuerte.