1.
Movimiento de tierras
El
lunes trajo consigo la primera reunión del equipo, cuatro
arquitectos de edades bastante dispares, dispuestos a transformar
esta crisis en una propuesta decente e ilusionante para su ciudad.
Una puerta de escape de la rutina pesimista en la que se habían
convertido sus estudios. Una oportunidad para compartir cuatro meses
de arquitectura y risas con sus amigos, y yo. Sí, y yo. Porque
resulta que este maravilloso equipo estaba compuesto por tres
arquitectos compañeros de promoción y amigos desde hace años, a
los que se agrega un servidor, veinte años más joven pero con las
mismas ganas de crear y disfrutar.
Sería
un necio si negara que aquel día me encontraba lleno de ilusión e
inquietud a partes iguales, con la previsible preocupación derivada
de un equipo en el cual sólo conozco cómo trabaja uno de ellos y
donde, sin lugar a dudas, soy la principal incógnita de la ecuación.
No obstante, jamás he dejado que este tipo de inquietudes me frenen
ante oportunidades de este calibre. Es preferible salir rechazado
antes que evitar el desastre sin intentarlo.
Los
primeros instantes de la reunión se centran en el acercamiento a las
bases del concurso, previamente revisadas por cada uno de nosotros, y
un debate acerca del posible calendario de trabajo que mejor se
amolde a cada uno.
Puede
que sea el único reflejo de seriedad que reina en la mesa, el resto
del tiempo se centra en el recuerdo de anécdotas e historias varias
que mis compañeros se animan a compartir conmigo, aderezadas con
pequeñas muestras de mi corta experiencia, no sólo vital sino
también profesional.
Evidentemente
mi papel aquí es secundario, no me cuesta lo más mínimo mantenerme
discreto ante su más que notable superioridad, vestido de humildad y
respeto. Sin embargo, no renuncio a mi personalidad, tan osada a
veces. Es por ello que me integro rápidamente en una dinámica en la
cual me siento como pez en el agua, o quizás sean ellos los que me
ayudan a sentirme así. Sea como fuere, desde el primer momento somos
cuatro arquitectos en igualdad de condiciones, luchando por un bien
común: disfrutar de la arquitectura. El resto, risas y buenos ratos
entre el bar y el estudio de uno de los integrantes.
Finalmente
decidimos imponernos una reunión semanal para ir avanzando poco a
poco en el análisis global del concurso y la búsqueda de
referencias internacionales. Nunca pensé lo difícil que puede
llegar a resultar dimensionar tu propia ciudad, asimilar esas calles
por las cuales hemos transitado infinidad de veces. No es hasta que
las comparas con otras referencias también cotidianas o quizás
impactantes, que no interiorizas realmente tu entorno. Si no, haced
la prueba con los elementos de vuestra propia casa.
Como
muestra un botón: aún me impresiona uno de los shocks más
recientes que me ha tocado vivir, cuando en mitad del diseño de un
bloque de viviendas aislado, con dos viviendas por planta en una
pequeña parcela, decidí insertar una pista de pádel para dotar de
mayor calidad a la idea y rellenar ese espacio que creía inmenso.
Cuál fue mi sorpresa al comprobar que la pista no sólo no entraba,
sino que era igual de grande que el citado bloque. No podía creerlo.
Soy bastante aficionado a este deporte, y jamás pensé que pudiera
vivir en una pista, menos aún dos viviendas y su correspondiente
núcleo de comunicaciones.
Ahí
fue cuando volví a analizar las dimensiones de una pista de pádel,
las cuales sabía de memoria aunque permanecían por descifrar en mi
cerebro, 20x10 metros. Sí, cada campo no es sino un área de 10
metros de lado, lo cual supone una superficie de 100 metros
cuadrados. ¿Se dan cuenta? ¿Cuántas de sus viviendas miden más de
100 metros cuadrados? No creo que hayan olvidado la polémica de las
viviendas para jóvenes integradas en 30 míseros metros cuadrados.
Digo míseros, ya que supone vivir en un tercio de uno de los lados
de la pista de pádel. Impactante.
En
fin, volviendo a nuestra historia urbana, entenderán que este
fenómeno se multiplicase exponencialmente conforme más nos
adentrábamos en el análisis del ámbito del concurso. Necesitábamos
no sólo conocer las dimensiones del elemento en cuestión, sino ser
capaces de interiorizar dichos datos hasta el punto de poder actuar
sobre ellos sin perder de vista el contexto global. No caer en algo
tan común como suele ser, centrarse tanto en un punto concreto, que
no te permite ver el resto. De ahí que el diseño en equipo suela
funcionar bien; cada uno observa desde un prisma diferente y eso
permite que siempre haya alguien dispuesto a analizar un problema con
perspectiva, no cegado por los detalles, sino observando la realidad
desde la distancia, considerando los aspectos primordiales.
Así
fue como empezamos a aproximarnos a la ciudad, dando un paso hacia
delante y otros dos hacia atrás. Profundizas, obtienes datos de
interés y, posteriormente, te alejas para ponerlos en su lugar. A
veces cada uno dirige sus vaivenes, otras son los compañeros los que
te fuerzan a recapacitar. Una ciudad es un ente tan complejo como
cotidiano. Lo cual supone que su análisis puede ser todo lo extenso
que uno quiera. Es fundamental no perder de vista el objetivo final,
no dejarse llevar por la curiosidad que implica encontrar novedades
en una ciudad que vives a diario.
¿Cuántos
de vosotros se han parado a pensar cómo afecta el sentido de
circulación de su calle al funcionamiento global del tráfico de su
ciudad? Hasta aquel día, yo era uno más, no se preocupen.
En
este sentido, el tráfico fue uno de los primeros análisis que
realizamos. Hoy día, poder desplazarnos con agilidad y libertad es
una de las principales preocupaciones que nos supone la urbe. Es por
ello que antes de realizar cualquier intervención sobre el eje de
esta capital, debíamos entender su funcionamiento, sus carencias y
virtudes, sus posibles mejoras.
Todo
ello, salpicado de ejemplos y actuaciones previas que alguno había
encontrado el pasado fin de semana o ese mismo día, porque resulta
que en un concurso se acrecienta otro de los principales rasgos de la
mente humana: basta que nos interesemos por algo para que parezca que
el mundo se empeña en bombardearnos con referencias a ese aspecto
concreto, independientemente de lo invisible que pudiera resultar
anteriormente.
Es
como cuando alguien cercano se queda embarazado, desde ese instante
todo el mundo se pondrá de acuerdo para aumentar la población al
mismo tiempo, o, al menos, eso nos parece, ¿no es así?.
Pues
bien, entre carritos y preñadas, nuestras vidas se encuentran
ineludiblemente rodeadas de continuas referencias al concurso. Todo
parece alinearse para que cada noticia, comentario o imagen de
nuestro entorno, suponga una oportunidad de cara a la creación de
nuestra gran obra. Nunca más podremos disfrutar de un ignorante
paseo por la calle, un rato de ocio en el parque o momentos de
meditación en la playa. No. El concurso lo invade todo. La máquina
se ha activado y no podrá detenerse a nuestro antojo. Incluso
durmiendo parece que hay alguna neurona rebelde dispuesta a continuar
con su ardua tarea. Dicho así, podría parecer algo negativo, y de
hecho a veces lo es, pero no cabe duda que al final merece la pena.
Es por ello que, tras un tiempo de desconexión, todos volvemos a
adentrarnos en esta peculiar práctica profesional, sea cual sea el
resultado obtenido.
Volviendo
al trabajo, seguimos analizando calles, autovías, carriles bici y
demás ejes estructurantes. Nos esforzamos por entender los
entresijos de este complejo organismo.
No
obstante, lo más complicado resulta ser la parte hidrológica, o
quizás hidráulica. Sólo el término con el que referirnos a ello,
ya supone un auténtico dilema. Imaginaos el resto. Debemos entender
los por qué de nuestro río, sus crecidas y sus ausencias, su
historia. Su pasado, presente y sus posibles futuros.
Ello
podríamos lograrlo a través de años de aprendizaje con una carrera
apropiada para tal fin, seguido de ciertos estudios empíricos, o
aprender de los buenos que ya pasaron por ahí. Evidentemente nuestro
masoquismo no alcanza tales cotas y decidimos por una vez atajar a
través de la segunda de las opciones. Pese a ello, que nadie piense
que basta con leer complejos informes al respecto, varias veces por
cierto, sino que hace falta cambiar algo el chip y completar dichas
lecturas con alguna que otra investigación auxiliar.
Más
allá de esta aparente complejidad, el resultado es bien sencillo, no
tenemos ni idea, por más que nos empeñemos en disfrazarnos de
ingenieros. Así que la coherencia retorna al grupo y nos ayuda a
sumar, interpretar a los ingenieros desde una perspectiva
arquitectónica y urbanística tan diversa como necesaria. Es
entonces cuando empieza a dar frutos este proceso. No pretendemos
entender dichos informes, sino analizar su repercusión sobre la
ciudad y de esta forma seleccionar la solución más apropiada
conforme a nuestras aspiraciones. Zapatero a tus zapatos.
Para
ello, no nos engañemos, resulta crucial la labor de nuestro equipo
de ingenieros. Sí. Un concurso de este nivel no puede ser realizado
exclusivamente por cuatro arquitectos aislados. Así es como entran
en escena, nuestros siguientes protagonistas en la historia, un grupo
de profesionales traídos a colación por uno de nuestros compañeros,
para afianzar nuestras decisiones arquitectónicas y filtrar nuestros
deslices técnicos, a la vez que guiar nuestras interpretaciones de
los informes hidráulicos ya comentados.
Su
más que probada experiencia y talento, se imponen a la distancia a
la cual se encuentran, siendo las nuevas tecnologías las auténticas
culpables de su participación. Una comunicación menos fluida
demanda, por el contrario, una mayor eficiencia en nuestro diálogo,
contribuyendo enormemente al análisis exhaustivo de la documentación
técnica que nos facilitan. Cada duda planteada es el resultado de
una meditada tormenta de ideas, donde el orgullo y el respeto se
reparten el mérito de tan trabajada reflexión. Esto, pese al
aparente incremento de los plazos, deriva en una efectividad sin
precedentes. Analizamos más cada aspecto, permitiéndonos
profundizar en las preguntas formuladas, facilitando la comprensión
de sus respuestas y fomentando un diálogo inteligente y casi
igualitario.
De
sobra conocido es el eterno debate surgido entre ingenieros y
arquitectos, que muchos se empeñan en convertir en rivalidad, y que
a otros nos gustaría considerar más bien, una auténtica
oportunidad de cara a posibles sinergias profesionales. Y es así
como se enfocan las diferencias en el seno de nuestro equipo, cuando
los ingenieros rebaten nuestros planteamientos o dilapidan nuestras
ideas. No sin falta de razón, por cierto. Sin embargo, este debate
es afortunadamente bidireccional y nosotros también aportamos
argumentos positivos que ayudan a nuestros nuevos compañeros a
entender el diseño como parte del proyecto.
Continuará...
(Parte 3/14)