8.
Vidrios
Entre
argumentos y conversaciones internas me visita el sueño y me lleva
con él hasta el inicio del citado viernes, un día importante que
confío sea más corto de lo esperado.
La
secuencia, cómica pero triste, sucede de la siguiente manera:
Placentera
imagen paradisiaca – ruido infernal que interrumpe la escena –
enfado – reconexión cerebral – asociación del sonido con mi
despertador – enfado – búsqueda de teléfono móvil – caída
de todo lo que inexplicablemente puebla mi mesita de noche – furia
– encuentro fortuito con el ansiado dispositivo – muestra
desproporcionada de cariño – silencio – felicidad – nueva
interrupción – enfado – asimilación de los cinco minutos
transcurridos – tristeza – negociación interna, incluidos
complejos cálculos matemáticos – autoconvencimiento – manotazo
hacia el despertador – silencio – satisfacción – cargo de
conciencia – despertador – enfado – apertura ocular – picor –
cabezada – segundo intento – mayor picor – lágrimas resecas –
¡otra vez el despertador! – fuego interior – cariño desmesurado
ante el angelical canto del "aparatito" – nueva negociación –
conciencia – esfuerzo ímprobo – contracción abdominal – salto
de sábanas – torpeza – bocazo contra el maravilloso marco de la
puerta – estiloso tambaleo – enciendo la luz - ¡Uf! – dolor –
lágrimas – nubes – valiente continúo mi camino y me adentro en
el mismísimo sol – mano izquierda en azulejos – mano derecha en
la entrepierna – levantamiento de taza – apunten... – felicidad
– un poco más de felicidad – cisterna – accionamiento del
grifo – agua fría en la cara – más lágrimas – suspiro –
alzamiento de la vista - ¡vamos ya! - ¿quién eres tú y qué has
hecho con mi anterior yo? – recapacito – casi pienso – cierro
el grifo – salgo del baño – patada a la indescriptible y amada
puerta – dolor infernal – enciendo la luz en busca de daños –
risa – breve descanso en la cama – pienso – miro la hora –
estrés brutal – carrera para encender el termo – múltiples
golpes – toalla – grifo – fría espera – ahora –
¡felicidad! – GRACIAS.
El
resto del día no puede sino mejorar. Al menos en lo que a destreza y
habilidad se refiere. La mañana me aporta nuevos conocimientos
empresariales y un montón de contactos a los que confío en volver a
ver, deseándoles lo mejor en sus respectivos proyectos. En lo que al
Plan de Negocio se refiere, lo envío sin incidencias. Una llamada de
teléfono me confirma la correcta recepción del archivo y me insta
al próximo jueves para una nueva despedida y la consiguiente crítica
del documento para pulir los posibles errores y discutir los pequeños
matices que han sido modificados en esta última entrega.
Más
de setenta folios de laboriosa investigación, tanto interna como
externa. Una muestra de creatividad y realismo, sin precedentes para
mí. Se trata de un trámite necesario y enriquecedor, que no ha
hecho sino confirmar nuestro interés por acometer esta nueva hazaña,
convencidos de su viabilidad y de la sociedad prevista.
Con
la habitual escasez de tiempo que me caracteriza, me dirijo hacia el
centro, en busca de un lugar donde nutrirme y cambiar el chip de cara
al desarrollo de la tarde. Previo paso por casa para dejar los
apuntes y cepillarme los dientes, alcanzo el bar, famoso meeting
point
del equipo, encontrando la típica estampa que conforma mi mentor
frente al mantelito que le colocan junto al menú del día. Una
sonrisa, cierta trivialidad mientras da buena cuenta del postre, y a
trabajar. No tenemos ganas ni de perder el tiempo. Es momento de
terminar cosas y disfrutar de un fin de semana muy esperado.
Comentamos
las noticias que no paran de publicar los medios locales, acerca de
un concurso, considerado por muchos la panacea de esta urbe en horas
bajas. El maná que deberá alimentar las ilusiones del medio millón
de ciudadanos que habitan esta metrópolis.
Superado
el trámite organizativo que precede cada encuentro, nuestro
compañero toma la palabra para explicar la evolución de la
propuesta llevada a acabo por su equipo. Concisa y directa, nos
encandila desde el primer momento. Acto seguido, ocurre lo mismo con
nuestra idea y la solución concreta del anfitrión. Tal festival de
diseño deriva en la focalización del equipo hacia el barrio que
conecta esta ultima área de trabajo con el puerto. Una zona especial
y cercana, tremendamente familiar para mis compañeros, dado que dos
de ellos viven en las inmediaciones y el presente estudio se
encuentra en él.
Comienza
una tormenta de ideas muy fluida y productiva, tanto que nos vemos
obligados a desprendernos de nuestras herramientas de trabajo para
acercarnos en persona al lugar, trabajo de campo. In
situ ponemos
en crisis algunas de las ideas lanzadas, mientras reforzamos el
resto. La emoción embriaga al equipo y nos anima a recorrer la
orilla del río hasta la citada avenida por la cual deprimir nuestro
parque. En ella valoramos a fondo la idea de nuestro anfitrión que
sale bastante bien parada aunque no ilesa. Lo siguiente que se anima
es la noche, que invade nuestra euforia y nos devuelve a la cruda
realidad, aquella en la cual nos quedan muchas cosas por dibujar, dos
hijos esperan la vuelta de sus padres en la soledad del estudio, y el
reloj evidencia un exceso.
Alegres
llegamos al estudio y empezamos a dibujar, absortos en el proceso
proyectual, ajenos al tic-tac del reloj. Los vegetales se superponen
sobre la pared de vidrio de la sala de reuniones en la que nos
encontramos. Cada uno sostiene su lápiz o rotulador, empleándolo
indistintamente como puntero láser, varita mágica o instrumento de
dibujo. Las siguientes horas se agotan con una velocidad que pasa
desapercibida ante nuestros ojos. Sólo la melodía de uno de los
móviles es capaz de destruir este clímax.
Una
de las mujeres nos precipita abruptamente a la realidad. Son las diez
de la noche y ninguno hemos pensado, siquiera, en cenar. La
cordialidad reinante deriva en una improvisada cena, donde son
invitados los miembros del segundo equipo. Tras varias semanas de
trabajo conjunto, nos ponemos cara. Se trata de dos jóvenes
arquitectos, algo tímidos pero ilusionados. Compartimos nuestras
vespertinas hazañas. Las anécdotas y consiguientes bromas se
convierten en el hilo conductor de una noche risueña y agradable.
Como
no podía ser de otra forma, nos despedimos cariñosos y animados,
con nuestros mejores deseos para los dos días de descanso que están
por llegar. El resto se resume en un frío tremendo que no parece
dispuesto a abandonarme durante el camino de vuelta a casa. Una
muestra de aprecio, a todos los efectos, excesiva.
Pero
ya da igual, el frío, el cansancio, o cualquier otra contrariedad
son paliados por la calidez de un hogar tan gélido como la calle,
pero familiar y confortable. Podría acostarme sin problemas, aunque
eso convertiría este viernes en un día más. Así que, tras varias
dudas, me dispongo a ver una película en ingles, obtenida de mi
academia de idiomas, para terminar de cansarme y mejorar en lo
posible mi capacidad de comprensión.
Esta
vez sí, satisfecho con este interesante thriller,
sucumbo ante las tentaciones de alcoba. Almohada de plumas, prima del
cálido edredón, dos mullidas mantas y su correspondiente sábana.
Una sucursal moderna del paraíso sobre la tierra. Un espectáculo
que no me canso de disfrutar. Poco a poco siento como el calor invade
mi cuerpo y contagia a mi espacio vital anexo, despertando una
sonrisa relajada. El peso específico de mis párpados se eleva
exponencialmente con cada nuevo movimiento periódico e inevitable.
Del mismo modo, mi peso se reduce ante la disolución de mis
múltiples cargas. Comienzo a levitar sobre la habitación sin dejar
de sentir el abrazo de mi ropa de cama. Uno,
doos, treees, cuuaaatroo, ciiincoooo, seeee...iiiis, sieeeetee,
oooochoo, nuuueeeev...
¡Hasta
mañana! Será lo mejor.
Continuará...
(Parte 10/14)