7. Carpinterías
Efectivamente,
ese mañana ya es hoy, y con ello llega un nuevo día repleto de
dudas. Con los razonamientos de ayer aún rondando mi cabeza, me
enfrento a los quehaceres de esta mañana para poder dedicar
nuevamente la tarde a continuar con el proyecto.
La
hora de la comida supone para mí un pequeño paréntesis antes de
una nueva acometida. Acudo al lugar de encuentro puntual, sí.
Puntual a mi retraso. Una vez más, la hora oficial impuesta por el
equipo indica únicamente una referencia sobre la cual calcular la
posible hora de inicio. En mi caso, pasan cerca de veinte minutos las
cuatro y media, convocatoria inicial. Ya hay un compañero en el
estudio. Otro termina de comer en el bar del primero. El cuarto no
está ni al parecer se le espera. Acaban de hablar con él y ha
decidido quedarse en su estudio con su equipo para avanzar un poco
más su propuesta de cara a mañana.
Ante
esta novedad, recojo al comensal y nos acercamos al estudio para
reclutar al tercer integrante en activo. Este nos recibe ocupado con
su trabajo, enseñándonos unos bocetos bien definidos de su
propuesta y disculpándose por tener que ausentarse unos instantes
para terminar de resolver un asunto de su estudio.
Mientras
tanto, nosotros repetimos la rutina de estos dos últimos meses. Nos
acercamos al despacho que se nos ha cedido para dejar el material.
Cogemos todos los planos y nos dirigimos hacia la sala de reuniones
en la que estamos acostumbrados a trabajar, aprovechando una gran
mesa en la cual colocar el conjunto de planos que representan los
seis kilómetros de actuación.
Durante
el proceso por el cual mi mentor va sacando el séquito de
rotuladores que acompaña a mi solitario lápiz, discutimos acerca de
la propuesta que nos acaba de enseñar nuestro compañero.
Satisfechos con su idea, pasamos a debatir aquellos aspectos de
nuestra propuesta que no acabamos de entender, o que a lo largo del
día nos han suscitado ciertas dudas. Coincidimos en muchas de ellas,
aunque la mayoría parecen fáciles de solucionar. Ante esta
conclusión, nos planteamos cuál podría ser nuestro próximo paso.
Una de las opciones sería empezar a dibujar con el ordenador las
trazas que muestra el trabajado plano sobre el cual nos apoyamos en
estos momentos.
Descartamos
la opción de delinear lo diseñado, dado que faltan ciertos flecos
por atar. Así que consideramos más productivo generar un esquema de
tráfico en el cual indicar las modificaciones que hemos previsto,
para enviárselo a nuestros compañeros del segundo estudio y que
comiencen a producir los esquemas conceptuales de la idea.
Como
sabrán, en los concursos se suele limitar la cantidad de planos a
entregar, en adelante formatos. De la misma forma, se suele
establecer el tamaño de dichos formatos, según el estándar DIN, en
el cual el folio corriente se corresponde con el estándar DIN-A4.
Dos folios unidos por su lado mayor, forman un A3. Dos A3 un A2. Y
así hasta el A0, formato normalizado de mayor dimensión. Aunque
poco usado en nuestra profesión, también existe el A5 como
resultado de dividir un A4 por la mitad.
En
este caso, el máximo permitido es de 5 A0, pudiendo presentar
cuántos formatos de dicho tamaño consideremos oportunos por debajo
de dicho número.
En
nuestro caso, las primeras pruebas de maquetación, nos demuestran
que dada la gran dimensión del elemento a representar, necesitaremos
como mínimo tres formatos para definir la propuesta a escala
apropiada. Uno inicial será el encargado de mostrar las referencias
empleadas, los esquemas que justifican el desarrollo entregado y los
aspectos destacables sobre los cuales actuar. El quinto, según la
cantidad de información que finalmente seamos capaces de generar,
incluirá las veinticinco secciones del río requeridas por las bases
y tantos renderizados, también denominados fotorrealismos o
fotomontajes, como decidamos y podamos asumir.
Sin
dudarlo un instante, me pongo delante del ordenador y empiezo un
esquema que preveo terminar en menos de tres horas, para asegurarme
de que hoy quede enviado a nuestra sucursal.
El
tiempo transcurre entre clics del ratón, consultas sobre la
representación del plano, comentarios acerca de la música
seleccionada y puestas en común de las matizaciones que va generando
mi compañero para la zona del puerto.
A
lo largo de la tarde van surgiendo conflictos en el diseño de este
sector, dado que la modificación de un único elemento afecta al
resto de piezas que conforman esta compacta maquinaria. En mi caso,
lo realmente complicado parece establecer el límite de la zona
seleccionada para reestructurar el trafico. No es fácil actuar sobre
un vial sin que eso genere un cierto caos en la manzana anexa.
Finalmente tras varias ampliaciones, fijamos un área comprendida
entre el río y las vías principales situadas a su alrededor. Lo
cual supone un esfuerzo extra, no sólo de estudiar su situación
actual, sino de entender sus implicaciones a nivel global.
De
este modo, mi esquema refleja gran parte de las decisiones que
continúa estableciendo mi mentor en su plano. Cada nuevo vegetal que
sitúa sobre el plano base, permanece intacto escasos segundos,
ofreciendo una colorida estampa en cuestión de minutos. Al inicio y
final de cada vegetal, me incorporo al diseño para contribuir en lo
posible y asimilar las modificaciones realizadas de cara a mi
esquema.
Con
esta dinámica, cerramos un día muy intenso pero no tan productivo.
Nos emplazamos a mañana para finiquitar mi tarea y presentar la
propuesta al grupo. Con esta misión clara transcurren las horas que
nos separan del nuevo asalto. Con una sorprendente puntualidad, rara
excepción en nuestra parsimoniosa trayectoria, retomamos el trabajo
en el mismo lugar donde lo dejamos, como si las horas pasadas se
hubiesen transformado en minutos. Continuamos aplicados y
concentrados en nuestro objetivo. El resto del grupo se va
incorporando a sus respectivas tareas, mientras nosotros cerramos el
esquema de tráfico que compartimos inmediatamente con ellos, tanto
aquí como en el segundo campo base, donde continúa nuestro cuarto
integrante, dirigiendo a su equipo.
El
presente día se nos presenta más corto que de costumbre, los
diferentes compromisos a los que debemos hacer frente, nos obligan a
abandonar el estudio con antelación. Sabido por todos, en similares
circunstancias, nos apresuramos en cerrar el trabajo para que mañana
nos sea aún más fácil de recuperar.
Una
educada pero fría despedida nos marca el camino hacia nuestros
próximos encuentros. Personalmente, ya llego tarde. Mis clases
semanales de inglés, comenzaron a las siete de la tarde, siendo ya
las siete y media. Resignado, renuncio a la primera hora para
concentrarme en la segunda de ellas. Una vez más, me encuentro en mi
moto, no sin cierto estrés, volando por esas mismas calles que acabo
de analizar y plasmar en mis dibujos.
Lamentablemente
no dispongo del tiempo suficiente como para recapacitar acerca de mis
acciones. Sólo tengo ojos y neuronas para mi moto y las
circunstancias externas que afectan a mi conducción. La búsqueda de
atajos y el peligroso zig-zag entre el resto de vehículos, auguran
lo inevitable. Tras varias maniobras de dudosa elegancia, me adentro
en una de las pequeñas callejuelas que deberán proporcionarme
cierto margen de maniobra para suplir otros posibles contratiempos
que, sin duda, surgirán a lo largo de mi trayecto. Para colmo de
males, la lluvia hace aparición tímida y sutil, lo cual representa
un peligro aún mayor si cabe, ya que apenas me percato de ello. Las
prisas crecen por momentos. No sólo me preocupa llegar tarde, sino
que un exceso de agua, para lo cual no voy preparado, podría suponer
la guinda de este peculiar pastel. No puedo llegar tarde y encima
empapado en agua.
Todas
estas deliberaciones internas se transmiten automáticamente en un
grado más de giro en mi puño derecho. Todo se traduce en más
estrés y equivalente velocidad. Cada vez, mis sentidos se encuentran
más concentrados en la conducción, en cada peatón que hace el
amago de cruzar la vía, no consciente de mi futura presencia por
miedo a una lluvia cada vez más molesta y notoria.
Observo
cada coche que asoma su morro marcando su territorio en el próximo
cruce. Cada semáforo. Cada señal. Hasta que todo este contexto
decide volcarse ante mí, desafiante pero escurridizo. En un
instante, aparece un estrechísimo callejón que no había acertado a
ver con la abundante lluvia que amenaza mi visión, mi reacción no
es sino buscar la señal que me indique mi preferencia en dicho
cruce. ¡Maldición! Se trata de un ceda al paso, escoltado por un
deslizante paso de cebra pintado sobre la tradicional calzada de
adoquines pulidos por el paso de los años. Combinación explosiva la
que parece resultar de esta coctelera.
Las
siguientes décimas de segundo, duran horas en mi cabeza. Raudo y
veloz reduzco mi velocidad y presiono la maneta de los frenos.
Consciente del riesgo que ello supone, pero obligado por las
circunstancias, recibo la visita indeseada de mi rueda trasera, quien
reacciona instantáneamente a mi acción de frenado, perdiendo toda
adherencia e incorporándose en paralelo a la fiesta. Una caída
podría ser bastante peligrosa en estas condiciones, así que suelto
el freno, enderezo la moto y me lanzo al cruce completamente
entregado a mi suerte.
No
puedo hacer más que confiar en la ausencia de vehículos en la calle
perpendicular. Sin por ello olvidar, que sigo inmerso en un proceso
de malabarista para controlar una moto completamente encabritada,
desbocada, ansiosa por emprender su propio camino.
La
próxima décima de segundo se convierte en el instante de tiempo
mínimo que se supone que debería ocupar. Sólo me centro en
prepararme para lo peor. Afortunadamente, recupero la conciencia
total, unos metros más adelante, perplejo ante la normalidad que
reina de nuevo en mi viaje. No gozo del descanso necesario para
saborear la increíble explosión de adrenalina que parece diluirse
progresivamente en mi organismo, sólo oculta por una alegría serena
pero indescriptible y un cansancio desproporcionado. Únicamente me
puedo permitir reducir algo la velocidad antes de abandonar
definitivamente la trampa mortal en la que pareció convertirse el
adoquín. Los diez minutos que me separan de mi objetivo, no superan
el cenit alcanzado unos momentos atrás. Llego victorioso, contra
todo pronóstico, a mi academia, intentando ocultar mi satisfacción
para mostrar el respeto que me demanda un retraso más que evidente.
Una vestimenta poco presentable y húmeda, que acompaña a un rostro
demacrado.
Eso
sí, estoy ahí. Me siento, dedico todos mis sentidos a relajarme y
recuperar el dominio sobre mi mente. Aún me queda una hora de
concentración en la que mantener una conversación en inglés sobre
los sistemas educativos de diferentes países. Todo ello, con una
preocupación lejana que deambula entre mis pensamientos y ausencias:
aún tengo que volver a casa, bajo una lluvia cada vez más segura y
orgullosa de sí misma.
Doce
de la noche. Proclamo este día como terminado. Por fin gozo de unos
instantes para mí. El trayecto hacia el dormitorio se torna en paseo
triunfal hacia la gloria. Lo mejor de todo, saber que mañana ya es
viernes, no cualquier viernes, sino en el que termino uno de los dos
cursos para jóvenes emprendedores que simultaneo por las mañanas.
Por
si esto fuera poco, supone además el último día de trabajo con el
Plan de Empresa que llevo un mes redactando. Crear tu propia empresa
debería ser siempre motivo de alegría, pero el cansancio me aleja
cada día más de tal sensación. Mi capacidad creativa se debate
entre el inicio de mi futuro y un concurso de gran magnitud en el
cual se nos invita entre líneas a reestructurar una ciudad entera,
nuestra ciudad.
Palabras
como exhausto, reventado
o seco, pierden aquí su sentido. Me sorprende ver lo que hace creer
en algo. Nunca pensé que podría diversificar tanto mis esfuerzos,
teniendo en cuenta que cada día, afronto infinidad de novedades que
debo entender y asimilar para poder aplicarlas acto seguido en mis
variopintos retos.
Que
nadie malinterprete mis palabras. No me quejo para nada de lo
acontecido, sino que me enorgullece ver que sigo aquí, dispuesto a
dar más.
Continuará...
(Parte 9/14)
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