- Mamá, mamá, ya sé lo que quiero ser de
mayor.
- Dime hijo. ¿Qué te gustaría ser?
¿Médico, astronauta, futbolista, policía?
- Que va mamá, yo de mayor quiero ser
egoísta, apático, caprichoso, egocéntrico y listo.
- Pero, ¿qué dices hijo? ¿Por qué?
- Porque estoy harto de ser el raro.
Le he estado dando muchas vueltas y me
he dado cuenta de que lo más inteligente es potenciar mi estupidez.
En el cole he aprendido que ser
inteligente es sinónimo de empollón. Mientras más sabes, más se
ríen de ti. Lo importante no es aprender cosas nuevas, sino ser el
mejor en fingir que lo haces. En definitiva, ser listo, no
inteligente. No eres el más respetado por tus logros sino por tus
fracasos. El único acierto que se valora es aquel que proviene de un
engaño. Porque claro, si tardo lo mismo en ser honrado que en
engañar, es mejor lo segundo ya que no sólo me alza al mejor puesto
sino que automáticamente me sitúa por encima de mi responsable.
De hecho, una vez que aprendes a
engañar, parece que todo es mucho más fácil. Es más rápido hacer
las cosas mal que bien. Además, la inseguridad que implica ese
riesgo le aporta algo de picante a la vida y la hace más
interesante. Es así como se disfruta la vida, ¿no? Yo no quiero que
digan que no he aprovechado la mía.
- Pero hijo, ¿de verdad serías capaz
de vivir esa farsa?
- Claro que sí. Al fin y al cabo se
trata simplemente de ser feliz. ¿No es por eso, por lo que me
dijisteis que luchamos toda la vida?
- Sí, la verdad es que sí.
- Pues ya está. Sólo voy a buscar el
camino más corto que conozco. Mientras antes lo logre, mejor.
No pienso dejarme llevar por mis
inquietudes, mis ilusiones, mis esperanzas... No. Voy a ser
simplemente uno más. Feliz. Normal.
Nunca más me sentiré diferente, nunca
más me plantearé por qué. Por fin podré dejar de intentar
entender a los demás, dejar de sufrir ante las desgracias ajenas,
dejar de frustrarme por mis carencias. Ya nunca más dudaré de mí
mismo por la lamentable mayoría que me rodea. Se acabaron los
reproches, juicios morales y cargos de conciencia.
De ahora en adelante, me limitaré a
pensar en mí. Hacer lo que me convenga en cada momento. Sentirme
superior, aunque sea a base de hundir a los demás.
- No puedo creer que estés diciéndome
esto, hijo. ¿Qué hemos hecho mal?
- Nada, mamá. Papá y tú, sólo
habéis hecho vuestro trabajo. Y muy bien, por cierto. Pero eso no
quita que quiera ser feliz. Tengo derecho, como los demás, a ser
feliz, ¿no?
- Desde luego que tienes derecho. Pero,
¿qué hay de tus deberes?
- ¿Ves? Como yo te decía, es mejor no
pensar.
- Bueno hijo, sigo sin entender qué
tiene que ver la estupidez con la felicidad.
- Muy fácil, mamá. Una persona
inteligente es temida por unos, envidiada por otros y odiada por el
resto.
- Anda ya, hijo. Además, ¿qué más
te da a ti lo que piensen los demás? Tú preocúpate por ti mismo.
- Pues eso es lo que quiero mamá, ser
egoísta.
- No, hijo. No tiene nada que ver que
te olvides de los que te critican, con que seas un egoísta. Es
simplemente que no hagas caso a los que intenten cambiarte.
- Ya, mamá. Eso también, apático.
- No. Apático es otra cosa, es no
tener ilusión por nada. Dejarte llevar por la vagancia y la falta de
interés. ¡Será porque no hay cosas que hacer! Puedes hacer todo lo
que quieras, cuando quieras y como quieras.
- Pues eso, mamá, caprichoso.
- ¡Que no, hijo! Se trata de que vales
mucho como para malgastar tu talento. Eres muy bueno. El mejor. Es
por ello que puedes permitirte dirigir tu vida, sin necesidad de
pensar en los demás.
- Claro, mamá. Egocéntrico.
- ¡Anda hijo, que estás tonto! Desde
luego no hay quien hable contigo. Será mejor que lo dejemos.
- ¿Ves, mamá? Al final, lo más
inteligente es no pensar, no discutir. Por eso, he decidido, a partir
de ahora, volverme todo lo estúpido que pueda. Listo.
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