3. Estructura
Esta
semana, como podrían imaginar, transcurre lenta pero esquiva. Los
argumentos se entrelazan y alejan sin motivo aparente. Cada nueva
variable nos adentra un poco más en el caos en que se están
convirtiendo nuestras mentes. Esporádicamente nuestro orgullo lidera
a nuestros principales mecanismos de autodefensa, para alumbrar
aleatoriamente nuestras ideas, destacando la más insospechada de
ellas entre sus tímidas compañeras. No parecemos encontrar el foco
adecuado en esta oscuridad.
La
desesperación nos guía hacia lo más profundo de nuestro bagaje
personal e incluso profesional. Pretendemos que la experiencia ya
adquirida nos muestre la senda apropiada. En mi caso, recurro al
recuerdo como vía de escape. Sondeo mi memoria en busca de una
oportunidad. Me remonto a mi etapa de estudiante para buscar
referencias similares que me ayuden en esta nueva peripecia. Un
examen rápido entre la infinidad de datos almacenados a lo largo de
mis cinco años de carrera. Nada. Seguimos como al principio. Aunque
algo más cansados, eso sí.
Ahora
es la palabra “Erasmus” quien aparece en escena, seguida de otro
bello vocablo “Berlín”, ambos inseparables e inolvidables. Once
meses para los cuales necesitaría más del doble de ellos en tratar
de explicarlos, siquiera narrarlos, y puede que más de una vida para
volver a vivirlos. Un cúmulo de sensaciones positivas y
enriquecedoras que asocio inevitablemente a una trama urbana tan
peculiar como atormentada, tan tradicional como innovadora, tan
cercana como espectacular. Un conjunto de calles que marcará el
resto de mi vida.
Intento
buscar similitudes y diferencias entre ambas urbes, tarea complicada
pero interesante, claro está. Cualquier excusa para retornar a
aquellos más de trescientos días, resulta sin duda convincente.
Primer
traspié, la ausencia total de medianeras. Hubo una central pero
afortunadamente, pasó a formar parte de su extensa e inquietante
historia. Podríamos considerar esta lamentable actuación, una
versión horrible de nuestra cicatriz aunque tardo pocos segundos en
desechar esta vinculación. A todos los efectos excesiva, no hace
sino señalarme el segundo candidato a tan peculiar honor.
El
río Spree, un caudaloso cauce que recorre la ciudad temeroso de ser
descubierto, si bien podría afirmarse sobre él que separa
nuevamente esta ciudad y que genera una curiosa e inexplicable
animadversión de la traza urbana, no me atrevería a calificarla
como herida. De hecho sus más de cien metros de anchura en algunas
zonas, su gran cantidad de agua, sus “playas” artificiales
incrustadas entre sus estáticas riberas, sus múltiples canales, y
una postal que jamás conocí pero todos se empeñaron en
transmitirme, como una infinita extensión helada en el frío
invierno, invitan a que nos refiramos a él como una gran
oportunidad, quizás algo desaprovechada, pero nunca como algo del
todo negativo.
El
caso es que su pasado sigue perenne en la impronta de esta ciudad con
dos mitades que pese a que se hayan logrado entrelazar físicamente,
necesitarán muchos más años para disimular sus diferentes
orígenes. En este caso, se trata de dos ciudades que aparecen
urbanísticamente unidas, contra todo pronóstico. Mientras que, en
el otro extremo de Europa, nuestra ciudad podría definirse como una
misma estructura que se resquebraja con el paso del tiempo, cual
falla entre placas tectónicas. Visto así, me preocupa más la
tendencia divergente de mi ciudad frente a la convergencia forzada y
ansiada por mi otra ciudad. Así que dejo atrás la euforia impuesta
por mi melancolía.
Vuelvo
a la cruda realidad. Retomo la búsqueda de referencias que me ayuden
a tomar tan difícil decisión.
Por
el contrario, Londres me transmite mayor estabilidad y menor ilusión.
No puedo negar la magnificencia de la city,
o el esplendor de la nueva zona de negocios. Sin comentarios ante el
maravilloso Big
Ben,
la Tate
Modern Gallery
o el London
Bridge.
Grandes actuaciones que conforman un conjunto no menos plausible. No
obstante, habrán podido apreciar cómo la manera en que me refiero a
ambas ciudades es completamente diferente. Mientras Berlín es
descrita por un cúmulo de sensaciones y generalidades positivas,
Londres resulta de la acumulación de admiraciones puntuales. Y no es
casual, ya que probablemente es en esta diferente percepción donde
radica el fondo de mi preferencia. Berlín es una ciudad muy extensa
pero tremendamente local, compuesta por infinidad de pequeños
barrios conectados pero autosuficientes, que nos invitan a disfrutar
lo íntimo sin descuidar lo global. Londres sin embargo, no fue capaz
de ocultarme en ningún momento su aura de gran ciudad. No digo que
sea un aspecto negativo, pero desde luego sí lastra, en mi opinión,
la experiencia de vivir en ella. Este tipo de ciudades son grandes
oportunidades para un viaje o estancia temporal, pero desvelan
ciertas debilidades a la hora de establecer tu cotidianeidad en ella.
A
nivel de estructura urbana, creo que la mejor definición sería la
de islotes segregados e inconexos que la propia dinámica de la
ciudad se empeña en conectar sin gran éxito. En cuanto a la labor
del río, una vez más, aparece como un valor añadido a la ciudad,
un separador físico pero no emocional. Un elemento en sí mismo, que
hace honor a su dimensión y protagonismo en la trama, absorbiendo
gran parte del interés turístico de la capital.
Dicho
esto, debo reconocer que me parecería del todo injusto hacer una
comparativa más exhaustiva dada la evidente diferencia temporal
entre mis dos estancias.
Más
allá de estos dos grandes ejemplos de gran ciudad, se me vienen a la
memoria todas aquellas ciudades que algún día decidí visitar,
incluidas Ámsterdam, Roma, Gantes, Florencia, Brujas, Bruselas, y un
largo etcétera alrededor del continente europeo. Es entonces cuando
caigo en La Habana, Varadero, Tánger, muestras diversas de
procedencia lejana. Cada una responde a un momento concreto de mi
vida, sin embargo, es ahora cuando se analizan desde un punto de
vista urbanístico. Cada ciudad es revisada bajo un prisma
profesional, e intentando asociar estos conceptos técnicos a sus
correspondientes reacciones personales, emociones y sensaciones
atribuidas a las circunstancias, pero que, sin lugar a dudas, están
condicionadas por la arquitectura del lugar.
Quizás
en el momento en que viví y disfruté de tan bellos parajes, no era
consciente de tal afirmación. Es ahora cuando me traslado de nuevo a
esos lugares, consciente de la importancia de esta nueva variable.
Muchos consideran esto como un “defecto profesional”, yo, en
cambio, prefiero denominarlo una mejora gradual. De hecho, invito a
todos a entender las ciudades, en lo posible, como un conjunto de
capas independientes pero interconectadas. Es el único modo que
conozco de pensar dos veces antes de criticar un alejado parking, una
maldita calle peatonal o un interminable semáforo.
Continuará...
(Parte 5/14)
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