Hace algún tiempo asistí a la lectura
de una tesis doctoral en la Universidad de Málaga, no sólo la
primera lectura a la que tengo el placer de asistir, sino la primera
que se lee en la Escuela de Arquitectura de Málaga.
A priori, este dato podría resultar
razón suficiente para inaugurar el casillero de asistencias a tesis
de mi agenda profesional. Sin embargo, no fue este el principal
motivo que me llevó al Salón de Actos. La citada tesis versaba
sobre Berlín, sin duda la ciudad de mis amores. Para mayor interés,
si cabe, el análisis de esta bella urbe se plantea desde una
metodología tan personal como arriesgada, a partir del estudio de
una película rodada en tal ciudad hace más de 25 años, “El cielo
sobre Berlín”. Lo cual, no sólo integra una variable tan
interesante como el cine en la ecuación, sino que nos traslada
directamente a uno de los episodios más relevantes del pasado siglo
en nuestro continente. La presencia caduca del Muro de Berlín no
hace sino introducir la entropía en este complejo análisis urbano.
Por tanto, sentarme a escuchar un
estudio detallado sobre la evolución de Berlín, desde finales de
los setenta hasta nuestros días, les garantizo que es uno de los
mejores planes, incluso placeres, que podría encontrar en mi
búsqueda profesional de conocimientos.
El evocador título, nos muestra
lugares olvidados de una ciudad que si son observados con atención
pueden llegar a generar un itinerario no sólo por su presente sino
por su historia pasada y futura.
De la extensa introducción realizada
por la doctoranda, no puedo sino recaer en la bella definición
empleada para referirse a los fragmentos de un todo, como muestras
puntuales de la identidad de un conjunto. La belleza implícita en
dicho acercamiento, no radica sólo en su potencia conceptual, sino
en su acertado empleo para el caso de Berlín. Para todos aquellos
que hayan gozado de la capital alemana post-muro, sabrán entender lo
impregnada que queda cada visita, de estos infinitos fragmentos del
urbanismo más interesante y único. Un sin fin de retales, vacíos y
oportunidades que, dada su vasta extensión, sólo pueden ser
recorridos a través de múltiples itinerarios aislados e inconexos,
que generan poco a poco el mapa global de nuestra propia Berlín
mental. El mayor ejemplo de este peculiar fenómeno se evidencia en
el masivo uso del metro, un medio de transporte tan eficiente como
“descontextualizador”. Podríamos transitar todas y cada una de
las estaciones que decoran el extenso territorio de la capital, sin
por ello conocer ni el 10% de la ciudad. Un ejercicio de acupuntura
turística, con el cual conocer los lugares más emblemáticos y
archiconocidos de cada distrito. Un catálogo de imágenes sugerentes
que representa con mayor o menor acierto el barrio al cual
representa. Pero sería absurdo imaginar que dicho catálogo pudiera
reflejar el verdadero significado de una capital tan experimentada y
castigada a lo largo de la historia.
Quizás la concepción urbana de todo
ciudadano, no deja de ser eso, un álbum personal de los cientos
posibles, en el cual colocar las principales imágenes de tu ciudad.
Los principales rincones de tu entorno. Las visiones más concretas,
sólo posibles desde una perspectiva igual de concreta. En
definitiva, hablar de urbanismo es hablar de ciudadanos, de personas.
Por tanto, afrontar un análisis aparentemente científico y objetivo
desde una intencionada subjetividad, puede que se trate de uno de los
mayores aciertos y ejercicios de humildad que podamos realizar.
Como saben, el mundo de la
investigación, en ocasiones, responde a unos estrictos protocolos
que apuestan por una ansiada garantía de éxito. Influencia del
rigor científico, tendemos a buscar ecuaciones perfectas que nos
devuelvan un resultado igual de perfecto.
Con lo cual, aprovecho estas líneas,
para trasladarles un interesante debate surgido en aquella mañana de
tesis, y que ronda a menudo mi cabeza en busca de batalla.
¡Debemos los humanos alejarnos de
nuestra humanidad para entender el propio comportamiento humano?
¿Somos lo suficientemente inteligentes como para disociarnos de
nuestro yo subjetivo en pro de un ejercicio académico correcto y
objetivo? Jamás dudaré de la inteligencia de alguien capaz de
dedicar tantísimas horas de su vida a la investigación de un hecho
que no sólo considera relevante, sino que lo entiende lo bastante
interesante como para contribuir humildemente en el complejo proceso
del conocimiento. Sin embargo, no creo que la investigación deba
ceñirse a un enfoque lineal y estandarizado, en tanto en cuanto, la
vida, no actúa como tal, y los ciudadanos que le dan sentido,
tampoco.
Por tanto, a modo de conclusión, me
gustaría elaborar este pequeño alegato en favor de la subjetividad,
no como paradigma de la investigación científica, sino como
alternativa del devenir humano. En mi opinión, tan necesarios son
los protocolos como las intuiciones, los reglamentos como la
aleatoriedad, el conjunto como sus fragmentos, el rigor como la ilusión.
Investigadores, doctores, alumnos,
catedráticos, profesionales, ciudadanos..., desde mi total y humilde
desconocimiento, sea cual sea el campo de intervención en el cual
decidamos adentrarnos, sea cual sea la labor en la cual nos
volquemos, no olvidemos que somos lo que somos gracias a que nos fue
permitido elegir. Conforme a determinados criterios, sí. En base a
un razonamiento lógico, sí. Pero no en base a una lógica
preestablecida, sino al resultado de un mecanismo de pensamiento
capaz e intencionado.
Cualquier acercamiento es válido si el
destino es atractivo, coherente y evocador. Dejemos a los humanos
actuar como humanos, y a las ciudades evolucionar como ciudades.
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