Hola a todos, esta vez me siento ante
las teclas de mi ordenador con la inquietud de quien reconoce un gran
momento en su vida, con el miedo de la responsabilidad que esto
supone, y con el dolor de la pena que encierra.
Probablemente se trate del momento más
difícil en mi corta carrera como pseudo-escritor. Sin duda, el más
difícil como persona. Esta noche me enfrento a algo que llevaba años
deseando hacer. Hoy, empieza mi homenaje a la persona más importante
que jamás haya conocido, la persona que más me ha podido querer, o
al menos, la que mejor me ha sabido transmitir su infinito amor.
Mi Abuela María.
Sé que a estas alturas, todos aquellos
que la conocierais ya estaréis embargados por la emoción y la
tristeza a partes iguales. Por ello me gustaría aclarar que no es mi
intención darle un disgusto a nadie. Me conformo con ser capaz de
sobrellevar el mío y con ello brindar un más que merecido homenaje
a una mujer, MUJER, de las que no se olvidan. En otras palabras, la
bondad en forma humana. No sólo abuela, sino madre, amiga, hermana,
tía. Todos ellos, términos empleados en su máximo esplendor.
En ocasiones, creemos que una mujer que
tiene un hijo, se convierte automáticamente en madre. Del mismo
modo, si su hijo tiene una hija, alcanza el título de abuela. Pero
no. A partir de ahora, estas palabras no van a ser la definición
estricta y biológica que todos conocemos. En mi opinión, madre y
abuela, son once escasas letras que esconden tras de sí una
responsabilidad enorme. Muy pocas personas son merecedoras de este
título más que nobiliario. Madre sólo es aquella capaz de
transmitir su amor hacia un hijo sin titubeos, reproches ni excusas.
Aquella dispuesta siempre a escuchar sin por ello dejar de educar. A
consolar cuando la situación lo requiera, y a regañar cuando menos
le apetezca. Una fuente infinita de ternura y madurez. Madre, al fin
y al cabo.
Dicho esto, imagínense lo complejo de
alcanzar el grado de abuela. Madres que superado el arduo proceso de
la maternidad, saben asumir su nuevo rol, ese segundo plano tan
injusto como necesario. Una madre en la sombra, a todas luces una
amiga fiel.
Aprovecho el día de la madre para
felicitar a la mejor madre que jamás haya conocido, mi abuela.
Veinticuatro años de auténtico
placer. ¡Gracias!
Aún recuerdo como su cara sonrosada
mostraba una tierna y humilde sonrisa al oír divertida la anécdota
de mi nacimiento. Mi fealdad no pudo sino convertirme en el
hazmerreír cariñoso de mis familiares más cercanos, en un intento
por restar tensión al momento del parto. Escasos segundos después,
ante el jolgorio generado a mi costa, mi abuela se armó de valor
para superar su infranqueable respeto hacia los demás y su
inigualable prudencia, para retirarme del centro de atención y
defenderme cual leona entre sus brazos.
¡No le digáis eso a mi niño! ¡Con
lo guapo que es!
Probablemente, mi familia estaba en lo
cierto, ante mi escasa belleza infantil, pero no contaban con el
desgarrador amor que mi abuela era capaz de generar. Apenas me
conocía hacía unos segundos y ya me quería más que a su propia
vida. Y no es una frase hecha. Os puedo garantizar que tuvo
veinticuatro años para demostrármelo cada día.
Lo más increíble de todo esto, es que
yo no era su único nieto. Siquiera el primero. Simplemente era de su
equipo. Era un miembro más de su familia. Ese amplio pero acotado
círculo en el cual algunos tuvimos la suerte de nacer. No sólo
suerte por tenerla a nuestro lado, sino por poder decir abiertamente
que conocemos lo que es el amor verdadero. Puro cariño escondido
tras una de esas sonrisas que paralizan el mundo a sus pies.
Aún hoy me levanta el ánimo cuando
más lo necesito.
No sabría expresar en palabras lo que
mis lágrimas se empeñan en derrochar. Jamás pude devolverle un
ápice de su incondicional y desproporcionado cariño. Curiosamente,
mi racional comportamiento e impostura habitual, no fueron capaces de
mantenerse firmes ante una avalancha de sensibilidad de este calibre.
Raro es el día que no recuerde alguna
de sus múltiples virtudes. Raro es el día en que no la recuerdo
sonriente y convencida al despedirse antes de dormir, con su
característico:
Hasta mañana si Dios quiere. Que
sueñes con los angelitos.
Cada noche nos despedíamos con una
muestra de fe que jamás dudé en secundar, arropado por su
inquebrantable creencia, no sólo en la religión, sino en la bondad
de la gente en general. Lejos de abrigar debate cultural o religioso
alguno, me quedo con su capacidad para querer a los demás, para
creer en los demás, para confiar en todos ellos.
A veces pensamos que las personas
mayores están algo perjudicadas por el paso de los años, y que
nuestra juventud suple con euforia la falta de experiencia. Error. Mi
abuela me enseñó que necesitaría más de cien años de vida, para
llegar a entenderla en toda su magnitud. Me enseñó algunas de las
lecciones más importantes que jamás aprenderé. Me enseñó a
querer sin condiciones. Me enseñó a ser humilde. Me enseñó a ser
bueno. Me enseñó a saber escuchar. Me enseñó, pese a todo, a
afrontar con optimismo mis carencias más innatas. En pocas palabras,
no paró de enseñarme.
De hecho, que esté aquí hoy a pecho
descubierto, removiendo lo más profundo de mi ser, no es sino el
resultado de su doctrina y enseñanzas. No podemos dejar de decir
aquello que pensamos, ya sea la vergüenza o el orgullo quien nos
coarte. No podemos dejar de agradecer lo que por fortuna nos es
regalado.
¡GRACIAS! Donde quiera que estés,
¡GRACIAS! Gracias por estar siempre ahí sin que parecieras estar.
Gracias por tus “rasquiñas”, tus abrazos, tus besos, tus
miradas, tus palabras, tus silencios, tus sonrisas, tus lecciones,
tus filetes empanados, tus... simplemente por ser como eras, por ser
como fuiste, por ser como eres.
Jamás te olvidaré y lo único que
siento, es no haberte dicho todo esto más a menudo. Siento que este
descomunal pellizco me haya desprovisto de toda elocuencia. No ser
capaz de mostrar al mundo todo lo que tú significabas. No saber
decir lo que realmente pienso, lo mucho que te admiro, te quiero y te
respeto.
A la mujer más importante de mi vida,
porque sin ti, ninguno de mis seres más queridos serían quienes son
hoy día. Sin ti, no sería ni la mitad de hombre, hijo y nieto de lo
que soy ahora. Sin ti, jamás podría entender lo que supone que
algún día me convierta en padre y puede que hasta abuelo.
Cada abrazo que doy, lo hago en tu
honor. Cada vez que logro hacer feliz a alguien, sé que es parte de
la deuda que mantengo contigo. Cada sonrisa que regalo, es el fiel
reflejo de lo que supiste entregarme. Cada paso que avanzo, sé que
estás a mi lado.
TE QUIERO Y SIEMPRE TE QUERRÉ.
Hasta mañana si Dios quiere. Que
sueñes con tus iguales, abuela.
No hay comentarios:
Publicar un comentario