9. Cubierta
¡Buenos
días! Parece decirme la habitación, al verme despertar mis
músculos, desperezarme divertido entre bostezos y suspiros. Pronto
descubro que el saludo más apropiado sería el de buenas tardes. Las
manillas marcan unas preocupantes cuatro de la tarde. Pese a ello, me
niego a romper la inmensa tranquilidad con la que he recibido este
sábado. Consulto curioso el móvil en busca de algún reclamo social
en forma de llamada o mensaje. Nada perturba mi soledad. Sólo un
hambre que se erige en necesidad conforme avanza la mañana-tarde.
Tras
la correspondiente visita de rigor, me adentro en territorio
comanche. La mala cara que visto me impide salir a comprar algo de
comer, así que me va a tocar improvisar algo con lo que tenga en
casa. Es entonces cuando reparo en el poco tiempo libre que tengo
durante la semana. No hay más que restos y recuerdos de un tiempo
mejor. ¡Vaya! Parece que el sábado me va a requerir otro aporte de
creatividad.
En
nada comparable al desgaste mental de estos días, se hace aún más
liviano por la presión fisiológica a la que me somete un creciente
vacío estomacal. Parece mentira, hasta qué punto somos capaces de
improvisar en situaciones de verdadera necesidad. Lo peor de todo, es
que no puedo decir que sea la peor comida que he tenido a bien
cocinarme en estos meses, desde mi emancipación definitiva. La
juventud ya no es lo que era, cierto. Pero tampoco nos las apañamos
tan mal.
Bajo
este clima de autocompasión y motivación interna, se esfuma esquivo
el ansiado fin de semana. Las películas, series y retransmisiones
deportivas colmatan mis cuarenta y ocho horas de huelga personal.
Cual recién nacido bebé, mi actividad vital se ciñe a dormir,
comer, dormir, cenar y un sin fin de sinsentidos que me esfuerzo por
disfrutar en los descansos entre una actividad y la siguiente. Dos
ciclos vitales completos, que lejos de ayudarme en mi enriquecimiento
personal, contribuyen a una desconexión total del entorno que
habito. Encuentro el auténtico karma,
donde quiera que esté. Un estado de paz y silencio neuronal sin
precedentes. Terapia de choque.
El
lunes, tan puntual como de costumbre, acude a su cita activo y
competente, con ganas de transmitir su energía a todo aquel
somnoliento que permanece anclado en un falso paraíso terrenal,
donde las preocupaciones son argumentos vinculados al celuloide.
Hoy,
tras un intenso mes de jornadas formativas diversas, recupero algo de
tiempo libre, el suficiente como para pensar. Me detengo unos
instantes a recuperar los mandos de una vida que parecía controlada
por el azar, el estrés y sus respectivos secuaces.
Organizo
mi agenda, mi casa, mis tareas y, para no perder el ritmo, preparo mi
próxima reunión del grupo. La comida casera y una buena ducha,
hacen el resto. Desprendo entusiasmo por los cuatro costados, un
derroche de simpatía que no puede evitar afectar a mis
conciudadanos. Así da gusto. Nada ha cambiado, salvo mi actitud.
Afronto
las primeras conversaciones del equipo con total optimismo, dispuesto
a contagiar a mis compañeros. No me hace falta insistir, dado que
parece que hemos sufrido procesos similares. Sorprendentemente, el
lunes acude con complejo de viernes. Levitamos desde el bar hasta el
estudio con soltura. En escasos minutos, el único sonido
predominante es el del suave deslizar del grafito sobre el preparado
de celulosa. Cada integrante materializa sus inquietudes en forma de
improvisada propuesta. Somos conscientes de las carencias que
presentan nuestros ingenuos esbozos del pasado viernes.
Progresivamente el discurso abandona el tono intimista para tornarse
en público y rozar lo vulgar. Los turnos de palabra empiezan a
superponerse ante un exceso de ímpetu que no logramos eludir. De
soslayo se presentan candidaturas sólidas aunque todavía tímidas.
El furor de nuestro intelecto eclipsa el indudable talento que
atesoran estos cuatro sillones.
Nuestro
lado más sereno colisiona con nuestro perfil más intrépido y
osado. Por un lado surgen valientes propuestas decididas a revertir
la dinámica de un barrio estancado, mientras su opuesto redunda en
la austera realidad en que la crisis ha convertido las políticas de
inversión. La necesidad de acción que evidencia este dramático
escenario, se refugia bajo el paraguas protector de las deudas y la
consiguiente conciencia social. Pese al deseo de mejora que invade
nuestro espíritu profesional, debemos actuar con la suficiente
responsabilidad como para otorgarle cierta viabilidad a un proyecto,
de por sí, utópico.
Las
pasarelas voladas y futuristas, contrastan con contenidos gestos de
elegancia y sencillez. Nos desconcierta el eterno dilema entre forma
y función, proyecto emblema o trampolín. La búsqueda de una imagen
capaz de devolver la ilusión a los ciudadanos, o un paso intermedio
que provoque un cambio meditado y sutil. Comparamos las tendencias
americanas adoptadas por los países árabes basadas en el show
business, con el reciclaje y sobriedad de la nueva sostenibilidad
europea. Referentes icónicos como Gehry o el mismísimo Calatrava,
frente a sus detractores conceptuales Lacaton y Vassal.
Ninguno
oculta sus preferencias, del mismo modo, que ninguno condena sus
descartes. En esta línea, continúa el progreso de las propuestas,
obteniendo ordenaciones sugerentes de un barrio que de correcto,
aburre. Una normalidad tan corriente como asumida, hasta el punto de
no permitir reproche alguno. Las sugerencias se atisban como
críticas, mientras un análisis más exhaustivo denota unas
carencias a priori imperceptibles, casi inimaginables. Lo que
tan acertadamente denominó el gran Jaime Lerner, como Acupuntura
Urbana. Actuaciones ínfimas y puntuales que están pensadas para
influenciar un barrio completo e invertir su evolución decadente.
Empleando
una alegoría energética basada en el principio de acción-reacción
y la delgada matriz que engloba los elementos de un determinado
conjunto, aprovecha para recalcar la importancia de los pequeños
detalles, los desapercibidos desajustes del sistema.
En
pleno proceso creativo, una de las múltiples llamadas que “amenizan”
la escena, responde a una de las peticiones que más hemos luchado
por ejecutar. Desde hace ya varias semanas, el equipo se mantiene
expectante acerca de la contribución de uno de los grandes
entendidos en materia ferroviaria. Un referente en el sector que
consideramos primordial de cara a la definición de una solución
técnica factible para la mejora de este importante medio de
transporte. Modificar su trazado actual, implementar el sistema con
la incorporación de un metro ligero, o priorizar unas iniciativas
frente a otras, son simples apuestas ingenuas, si no se cuenta con el
respaldo adecuado. De ahí la alegría que brota de la sonrisa de mi
mentor, antes de anunciar para mañana la confirmación de esta
importante cita.
Su
dilatada experiencia, unida a una indiscutible dedicación y
entusiasmo, convierten a nuestro próximo invitado en una pieza clave
de nuestro diseño.
El
resto de la tarde parece transcurrir supeditada ante tal novedad. Con
la impaciencia de un cándido infante en las horas previas a su
cumpleaños, me mantengo absorto en la idealización de esta reunión,
que sólo el tiempo y la amenaza permanente de fracaso han podido
elevar a la categoría de especial. No sabría explicar racionalmente
el por qué de esta emoción.
Tan
lento, como cabría esperar, transcurre un nuevo día de curso,
comida industrial y agitación innecesaria. Las cuatro y media
señalan algo más que una simple combinación de horas y minutos.
Proclaman el inicio de una clase magistral. Un placer incomprensible,
que no me atrevo a negar. Más de cinco horas de investigación y
deleite en materia ferroviaria. Un descubrimiento tras otro, que me
despiertan un interés oculto sobre un medio de transporte tan
tradicional como innovador. Un referente del pasado preocupado por
condicionar el presente sin menospreciar al futuro. Una sólida
oposición al tráfico aéreo, que aprendo a justificar con razones
de peso. Un mundo nuevo para mí, capaz de captar mi atención hasta
límites insospechados. Es en estos casos cuando mi corta edad se
pone de manifiesto ante mis experimentados compañeros. No me
preocupo de meditar mis preguntas por miedo a equivocarme, sólo me
cercioro de evitar interrupciones innecesarias o molestas.
Cerca
de las diez de la noche, mi mentor le recuerda a su amigo, que pese a
que podríamos continuar esta conversación durante otras cinco
horas, va llegando el momento de cerrar la sesión, si perdura su
manifiesto interés por visionar el inminente partido de fútbol que
enfrentará al principal representante de la ciudad con uno de los
gigantes de la competición nacional. Un partidazo, que estaría
dispuesto a sacrificar con tal de avanzar en una propuesta de tráfico
que cada vez considero más arraigada a la ciudad, cimentada en
sólidos fundamentos.
El
proceso de agradecimientos, saludos y despedidas se precipita ante la
premura con que se acerca el citado acontecimiento deportivo-social.
A
continuación, preparamos nuestra marcha en pleno estado de júbilo y
satisfacción por la realización de un buen trabajo, un paso en
firme que no hace sino invitarnos a proseguir con la marcha. El aval
que necesitábamos para afianzar el posicionamiento de nuestro nuevo
campamento base. Ese lugar de aparente seguridad, desde el cual
planificar la siguiente acometida con total libertad, sin los miedos
generados por unos débiles soportes.
La
rutina previa al merecido descanso es más placentera que de
costumbre. Una agradable sensación me acompaña durante la cena. La
comida encargada bajo mi casa no tiene nada que envidiarle al mejor
de los manjares. Mi cansancio se oculta respetuoso ante una euforia
contenida pero patente.
Todo
son buenas noticias que se suceden como partes de un caso práctico
de contagio positivo. El bienestar interior, una vez más, condiciona
el entorno para envolverlo bajo un suave y estiloso telón que nos
muestra sólo aquello destinado a ayudar.
Parece
que estamos cerca de tocar techo, si es que no lo hemos hecho ya.
En
cuanto al fútbol, digamos que mejor no hablar demasiado.
Continuará...
(Parte 11/14)
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