Con motivo de la pasada semana de la
arquitectura de Málaga, tuve el honor de ser invitado a la visita
guiada organizada por el Colegio de Arquitectos en Vélez-Málaga. El
objetivo de dicho evento no era otro que el de mostrar a los
asistentes el edificio destinado a acoger, a principios del próximo
año, el Centro de Arte Contemporáneo del citado municipio.
Como directores de orquesta, el
arquitecto principal Juan Miguel Hernández León, acompañado de los
técnicos municipales que han contribuido a la realización de tan
ambicioso proyecto.
Como pueden imaginar, no hay nada como
escuchar de primera mano los detalles que caracterizan un proyecto
tan singular; especialmente cuando se trata de alguien de la talla de
Juan Miguel.
Sin embargo, en este caso, el edificio
se erige en protagonista absoluto de la visita. Desde un plano
humilde y sereno, fiel reflejo de su autor, este futuro Museo se
planta ante nosotros confiado y seguro de su papel, consciente de su
responsabilidad. Resultado de la rehabilitación de una antigua casa
tradicional del núcleo histórico, en lamentables condiciones de
conservación, se alimenta de su más que notoria historia para
irradiar carisma y personalidad a raudales.
El conjunto de salas de exposición en
torno al patio central se convierte en un verdadero ejercicio
magistral en el uso de la luz. Los recorridos se generan de manera
natural a través del dominio de los focos de iluminación natural
que el autor tamiza e insinúa conforme a un elaborado plan. Un uso
tan sensible a la luz, como suele ser el museístico, requiere de
espacios muy controlados. En ocasiones se tiende al empleo de
iluminación artificial para no depender de una luz cambiante y
caprichosa, capaz de arruinar la mejor de las exposiciones.
Por el contrario, en este nuevo CAC, se
hace un esfuerzo por no renunciar a lo que consideran una de las
principales virtudes del encargo, la luminosidad de la que gozamos
por estas benevolentes latitudes. Para ello, se arma de martillo y
cincel para tallar con el mayor de los cuidados cada espacio
expositivo, logrando una obra de artesano, un muestrario estelar de
diferentes recursos lumínicos. Cada sala se configura en función de
parámetros bien diversos, con la luz como único elemento común y,
sin duda, auténtico hilo conductor del proyecto.
Lucernarios cenitales, cristaleras
escondidas, accesos quebrados, aperturas controladas al patio e,
incluso, la depresión de una cubierta colgada que nos permite el
suave deambular de los tímidos rayos entre sus intersticios, son
sólo algunos de los múltiples recursos que invaden cada metro
cuadrado de este maravilloso espectáculo. Del mismo modo en que las
salas logran una jerarquía espacial evidente, el patio central se
rodea de sendos vacíos que se encargan de completar el discurso
conceptual definido, en perfecta armonía. El resto, salas blancas
inmaculadas, cálidos suelos de madera y un falso techo continuo
donde los retornos e instalaciones se manifiestan a través de una
elegante fisura lineal que decora todo el espacio.
Desde aquel día, no hago más que
pensar en la belleza que puede llegar a generar un arquitecto cuando
asume con respeto e ilusión su trabajo, cuando abandona su ego y
prepotencia con elegancia y sabiduría. Un regalo que no podemos
dejar de valorar y agradecer, con la misma humildad con la que nos es
ofrecido.
Una verdadera obra de arte donde la
arquitectura asume el papel de lienzo y las diferentes exposiciones
albergadas, actuarán a modo de inigualables tintes al servicio de la
luz.
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