2.
Cimentación
Los
días transcurren sin pena ni gloria, repletos de sorpresas y
curiosidades que nos invitan a seguir adentrándonos en las entrañas
de nuestra ciudad. Asimismo, cada día supone para mí una clase
magistral de arquitectura en estado puro. Mis compañeros adornan las
múltiples horas de trabajo con experiencias personales y
profesionales que hacen más amena la tarea.
Logramos
que nuestro río, ocupe su lugar dentro del territorio nacional,
estableciendo una comparativa entre este y sus equivalentes más
relevantes. Por ejemplo, fijamos el ancho medio para nuestro objeto
de estudio en torno a los ochenta metros, mientras que ciudades como
Valencia, Almería y Barcelona, nos ofrecen en esta línea entornos
fluviales ya modificados de, aproximadamente, ciento setenta, sesenta
y treinta metros, respectivamente. Esto nos facilita el esfuerzo de
escalar nuestras ideas a la hora de compararlas con el parque
valenciano, el bulevar almeriense o la rambla barcelonesa.
Tras
casi un mes de trabajo, el equipo decide hacer recuento de nuestras
ideas, con la firme intención de colocar el primer testigo en
nuestro proceso creativo, un hito que nos permita recapacitar acerca
de la viabilidad del concurso. Uno de los ya mencionados vaivenes que
nos muestran la realidad objetivizada y nos invita a la toma de
decisiones. Estas se enfocan hacia el calendario que preside la mesa.
Nuestro ritmo, algo lento, amenaza debacle si no empezamos a
sintetizar las ideas, organizarlas y plasmarlas en papel.
Es
el momento de crear un organigrama específico, un reparto de tareas
conciso y premeditado. Multiplicamos nuestra efectividad por cuatro.
Cada integrante deberá analizar gráficamente uno de los estratos en
que se divide toda ciudad y explicar al resto los pormenores de tal
estudio.
Definimos
cinco esquemas primordiales a estudiar y representar. Por un lado nos
centraremos en el tráfico rodado y el metro como principales medios
de transporte en la ciudad, sin olvidar los flujos peatonales. En
segundo lugar, los flujos peatonales nos guían hacia un análisis de
la población, contabilizando el número de habitantes y su
zonificación. Posteriormente, reconocemos también como primordial
el análisis hidráulico. Esto nos acerca al objeto del concurso,
atrayendo las miradas hacia el entorno fluvial: bordes, barrios
límite y fachadas urbanas. Por último, decidimos observar las
estrategias establecidas por el planeamiento, los objetivos e
intenciones inducidas por la normativa aplicable.
En
mi caso, es el estudio demográfico quien motiva mis próximos siete
días. Evidentemente mi vida continúa, siendo el concurso una de las
múltiples tareas que oprimen mi tiempo libre y protagonizan mi
agenda. Cada rato que puedo liberar de mi trabajo cotidiano lo dedico
a investigar a la población que habita la ciudad. El primer paso,
definir las divisiones existentes en el tejido urbano. Concretar los
once distritos que ocupan la trama y que incluyen a su vez multitud
de barrios, formados por otras tantas calles, manzanas y edificios.
Por tanto, el acercamiento se realiza desde la unidad hacia sus
componentes. Un asedio bien estudiado, donde la estrategia consiste
en la conquista progresiva de capas exteriores hasta lograr acceder
al núcleo central, el ciudadano de a pie.
Estos
distritos constan de una superficie determinada, que me revela una
escala. A su vez, cada uno de ellos se encuentra habitado por un
número concreto de ciudadanos. Este dato, unido al de la superficie,
nos permite descifrar la densidad que reina en dicho ámbito. Lo cual
acomete en una segunda lectura: una densidad mayor nos indica una
arquitectura de tipo residencial plurifamiliar en altura, o lo que
coloquialmente se denominan bloques o colmenas. Zonas por lo general
habitadas por una población de renta media-baja, asociada a la clase
obrera. Capaces de afrontar una vivienda en la capital, pero sin
plantearse la posibilidad de invertir en áreas más horizontales y,
por tanto, elitistas. Como bien saben, el valor del suelo condiciona
nuestra localización en el seno de una ciudad. Y puestos a
generalizar, un barrio de alta densidad implica un determinado tipo
de negocio, equipamientos acordes y una jerarquía vial bien
estructurada ante las exigencias existentes en materia de
desplazamientos diarios.
Otra
de las grandes sorpresas acontecidas, fue descubrir que mi ciudad
contaba con uno de los barrios más densos de Europa, con mayor
número de habitantes por metro cuadrado.
Por
el contrario, el otro extremo de la ciudad responde a un modelo
igualmente opuesto.
La
clase media-alta se distribuye entre pequeñas vías de poco
tránsito, donde la tranquilidad y el silencio reinan por encima del
caos urbano que caracterizaba nuestra anterior protagonista. Pequeñas
actuaciones residenciales aisladas, destacan por sus verdes jardines,
zonas privativas con un mantenimiento exquisito. Un alarde de poderío
al alcance de muy pocos. Un contexto social reflejado en su
equivalente arquitectónico. Destaca la ausencia casi total de
equipamientos y negocios. Sólo unos pocos reductos de ciudad
permanecen entre sus calles.
Como
pueden imaginar, dos extremos tan diversos, deben equilibrarse en
torno a un elemento común, conciliador. Una zona central en pleno
proceso de gentrificación parcial de su territorio, capaz de aunar
los barrios más tradicionales y pobres de la ciudad, con los
rincones más selectos y envidiados de la metrópoli. Un entorno
ecléctico pero acogedor, donde los negocios y equipamientos cobran
un papel primordial, el tráfico se resigna ante la supremacía, cada
vez mayor, del peatón. Una estructura tan antigua como enrevesada,
una muestra fiel del pasado histórico de esta región. Fachadas
colindantes pero tremendamente alejadas. Ruinas constructivas
flanqueadas por modernas remodelaciones y reinterpretaciones
pseudo-respetuosas de un melancólico apogeo.
Todo
ello, completado por los muy escasos espacios libres que ofrecen
cierto respiro a una ciudad ensimismada en su complejidad y carente
de orden urbanístico alguno.
Una
ciudad entre medianeras. La primera natural, un territorio encrespado
y abrupto que conforma el skyline
de la periferia; el otro, tan urbano como social, integrado en la
memoria histórica de un territorio costero, que lejos de entender su
linde marítima como una oportunidad de expansión emocional y
espiritual, lejos de ofrecer la tan ansiada vía de escape que toda
aglomeración requiere, ha visto como el uso industrial se ha
apoderado de todo vestigio de ocio y esparcimiento que esta ribera
pudiera ofrecer.
El
sistema se cierra con la aparición de barrios dispersos, a caballo
entre la zonificación mencionada, entre los espacios intersticiales
surgidos tras la clasificación anterior. Una amalgama de calles y
edificios sin identidad que sólo el tiempo ha conseguido adherir a
una población orgullosa pero crítica. Pequeños islotes de
ciudadanía que ocupan el resto del territorio a menor escala,
intercalando zonas de gran poderío con los suburbios más
desfavorecidos.
Sin
embargo, este eclecticismo con complejo de caos y alma de ciudad,
podría ser simplemente la radiografía crítica de un sin fin de
aglomeraciones urbanas a lo largo del territorio español, de no ser
por la principal característica que la define y motivo, a su vez,
del presente concurso. Esta estructura urbana definida, presenta una
particularidad muy especial, se encuentra dividida, literalmente
sesgada, por una inmensa cicatriz resultado de una ruptura histórica,
una herida transversal que recorre su territorio cual grieta entre
medianeras. Se trata del río, o lo que queda de él. Un cauce seco e
inhóspito cuya existencia se justifica ante los grandes desastres
del pasado, una vergonzosa secuela que nos recuerda tragedias de
nuestros antepasados a la vez que nos ofrece la seguridad ansiada de
un futuro mejor. Una herramienta hidráulica de escape, un desagüe
de proporciones desmesuradas. Una alcantarilla natural erigida por la
erosión y la mano humana a partes iguales. El reguero de miedo y
respeto que desciende cauteloso pero confiado desde la medianera
escarpada.
Con
origen en el embalse artificial generado años antes para ocultar una
realidad evidente a la ciudadanía, protegerla de una amenaza sutil
pero devastadora, transcurre esta fisura atroz. Un muro curvo de casi
cien metros de altura (equivalente a un edificio de más de 30
plantas) que se eleva artificial entre sus gemelos geológicos, para
frenar las avenidas generadas a lo largo del cauce fluvial y
controlar la evacuación progresiva y voluntaria del líquido
embalsado, sin olvidar el aporte de agua potable que supone para la
población. A partir de ahí, el deambular casi divertido de un lecho
sin agua, un caudal previsto pero ausente, temido pero añorado. Seis
largos kilómetros que condicionan la fisonomía de su ciudad hasta
llegar a formar parte indivisible de su idiosincrasia.
Es
entonces cuando nos surge la primera duda, ¿qué hacer con algo tan
peligroso como arraigado a nuestros orígenes? ¿Cómo eliminar un
elemento de seguridad de tales dimensiones sin poner en peligro
nuevamente la integridad de nuestros vecinos?
Son
preguntas complejas pero inspiradoras. Empezamos a leer multitud de
propuestas anteriores, teorías que defienden actuaciones
diametralmente opuestas, soluciones que no acaban de convencer a
nuestros “yo” empíricos y pragmáticos.
Por
un lado el deseo casi infantil e ingenuo de recuperar un río que
hace siglos que no existe, la envidia de otras ciudades. En
contraposición surgen ideas más bien basadas en la inmediatez
conceptual, cubrir aquello que nos desagrada para seguir nuestras
vidas sin más, “ojos que no ven corazón que no siente” dicen,
¿no?
No
obstante, esta decisión, lejos de ser tan sencilla, conforma los
cimientos de nuestros próximos tres meses de trabajo. No es una
decisión que podamos tomar a la ligera. Ni siquiera una alternativa
que exploramos para ver la viabilidad de sus consecuencias. No. Es
mucho más complejo que todo eso. Tres meses son aparentemente un
plazo de trabajo bastante amplio y sosegado, pero no es así. Estos
noventa días deben ser meticulosamente programados para evitar un
desplome prematuro. Pese a que gozamos de un margen suficiente como
para no tener por qué preocuparnos aún, no contamos con la masa
crítica requerida ni con su equivalente en forma de excedente
temporal, como para diversificar esfuerzos y recursos en varias
direcciones hasta encontrar el camino correcto. Es el momento de
reunirnos y precipitar una decisión tan importante como dura,
debemos elegir la senda que nos ha de llevar hasta el objetivo final.
De no ser así, habrá que hacer todo lo posible porque lo parezca, o
abandonar la aventura a las primeras de cambio.
Por
un momento, la responsabilidad nos abruma, no estamos preparados para
tal acontecimiento. No podemos hipotecar un mes de trabajo y sus
consiguientes tres meses de desarrollo en función de una primera
impresión. Ahora o nunca, son palabras que se diluyen en nuestras
mentes, en plena negociación consigo mismas en aras de ampliar un
plazo apretado pero sin cerrar. Finalmente, acordamos una semana de
reflexión, meditación y vicisitudes.
Continuará...
(Parte 4/14)
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