Efectivamente, como no podía ser de
otro modo, ha llegado el momento de plantearme un tema de rabiosa
actualidad como este, pese a lo polémico que reconozco que resulta.
Sin duda, este escrito tan sólo va
dirigido a aquellos de mi entorno que me conocen, no porque no quiera
compartir mis ideas con el resto, sino porque son los únicos que me
atrevo a garantizar que sabrán entender estas reflexiones desde el
respeto y la sinceridad con que son emitidas.
Últimamente, los medios nos bombardean
a diario con múltiples noticias relacionadas con el hecho de que la
sociedad parece seguir siendo un ente machista en el que la mujer no
logra alcanzar la igualdad por la que tanto ha luchado a lo largo de
la historia.
Pues bien, sin negar esta realidad que
desconozco en profundidad, me gustaría dar una opinión al respecto,
la mía. La de alguien que afortunadamente se ha criado en un núcleo
familiar donde estos eran aspectos que no formaban parte de nuestro
día a día. No cabe duda que el machismo en muchos casos se ha
fundido con la tradición hasta el punto de no saber dónde empieza
el uno y dónde acaba la otra. Aspectos como que en casa era la mujer
la que se encargaba de la casa y la crianza de los niños, mientras
el hombre se dedicaba a trabajar para aportar el soporte económico
necesario en el hogar. En esta muestra de tradición indiscutible,
muchos parecen ver una falta de respeto a la mujer, por negar sus
instintos más naturales y merecidos.
Sin embargo, llamadme ingenuo,
personalmente siempre he entendido este hecho como un sacrificio
familiar compartido. Jamás le negaré a mi madre haber renunciado a
su desarrollo profesional para centrar todos sus esfuerzos en el
trabajo personal que supone hilvanar los cimientos de una familia.
Jamás le negaré las cantidades incontables de cariño y cuidados
que nos ha profesado desde entonces. Es más, aplaudo su decisión
desde el amor que ha sabido transmitirme.
De igual modo, jamás podré negarle a
mi padre el sacrificio que debió suponer el renunciar al desarrollo
personal implícito en la crianza y cercanía de unos hijos, no sólo
deseados sino queridos, en favor del arduo trabajo diario que lo
alejaba cada mañana de su familia hasta que la noche lo recibía tan
cansado como mostraban sus indudables facciones.
Desde mi punto de vista, se trata del
mejor ejemplo de trabajo en equipo, basado en la responsabilidad más
comprometida y convencida de las decisiones tomadas. Decisiones
tomadas libremente, ahí radica la verdadera diferencia entre
tradición y machismo. Un acto consecuente con la felicidad que insta
cada día a muchas personas a seguir perpetuando la especie, pero que
en ocasiones se enfoca desde el malinterpretado hedonismo egoísta
que se esconde tras conceptos tan manidos como el machismo, el
feminismo, o incluso el “hembrismo” (como algunos deciden
denominarlo ahora).
Entonces me pregunto, ¿hubiese sido
distinto si el encargado del hogar resultase ser mi padre? ¿Sería
mi madre mejor persona por haberse dedicado a sus inquietudes
profesionales? Jamás lo sabremos, pero no por ello debemos
desprestigiar tan plausible labor con la sencillez con que algunos
deciden manchar una actitud que debería ser más bien tachada de
heroica.
Bajo mi punto de vista, me parece
absurdo que la sociedad se empeñe en calificarnos como iguales,
cuando es evidente que los hombres y las mujeres no lo somos. Eso no
significa que ellas sean mejores o peores, que nosotros seamos los
más válidos o los menos. Simplemente somos distintos, con nuestras
virtudes y nuestros defectos. De la misma manera en que los hombres
son diferentes entre sí, y las mujeres entre ellas.
Cada uno goza del privilegio de la
individualidad y no podemos arrebatarle tales circunstancias. La
clave, más bien, está en entender que todos debemos partir con las
mismas oportunidades. Igualdad, sí, pero de oportunidades. Cada ser
humano ha de optar en igualdad de condiciones de partida frente a
cualquier trabajo, labor o aspecto vital al cual pretenda acceder,
para dejar que sean posteriormente sus valores personales los que
decanten la balanza en su favor o no. Se trata, al fin y al cabo, de
garantizar que todos por igual, tengamos las mismas oportunidades
para decidir, las mismas libertades, y las mismas exigencias.
Me niego a pensar que las mujeres
cobren menos por el simple hecho de que pertenecen al sexo femenino.
Lo siento, no digo que no ocurra. Digo que no lo quiero pensar, no
quiero ni imaginarme que la sociedad pueda estar tan enferma. Del
mismo modo en que la raza o la religión jamás deberían preceder a
lo realmente importante, que es lo que cada persona puede aportar a
sus iguales.
Si esto está ocurriendo, debe ser
erradicado inmediatamente, pero permitidme que siga viviendo ajeno a
esta cruda realidad que algunos me intentan mostrar. Mi mundo, el
único que conozco, gira en torno a hombres y mujeres que luchan a
diario por desarrollar sus vidas de la mejor manera posible,
aprovechando aquellos aspectos que las convierten en más
competitivas en determinados aspectos del día a día. Mujeres y
hombres, capaces de reunir tantos éxitos como sean merecedores de
alcanzar, independientemente del género que los abrigue.
Además, creo que hemos perdido algo
mucho más importante, y es el derecho a decidir.
Efectivamente, en los últimos tiempos,
parece que existe una especie de jurado superior que es quien
establece qué profesiones son dignas y cuáles no. En qué
profesiones debe incurrir el hombre y en cuales no. En qué labores
se debe enfocar la mujer digna y en cuáles no. Pero esto sin duda,
me parece una auténtica aberración.
Me niego a que haya gente capaz de
desvirtuar los enormes logros que aportaron tantas mujeres hasta el
día de hoy, por más machista que pudiera resultar su entorno
entonces; pues desgraciadamente, la injusticia siempre existirá
entre nosotros, pero no por ello, tenemos menos mérito a la hora de
seguir avanzando a través.
Ojalá algún día podamos
desprendernos de estos sinsentidos, estos debates carentes de
significado que continúan abarrotando aparentemente las barras de
bar, los debates políticos y las noticias más mediáticas.
Hay hombres que no merecen ser tratados
como tal. Sin duda. Hombres que han decidido unilateralmente
desprender a las mujeres de todo valor personal para intentar
someterlas a su antojo. Me repugna, pero desgraciadamente sí que
existen. Sin embargo, eso no me convierte a mí en peor persona.
Menos aún por compartir con él la estructura de mis genes. Me
gustaría que mis actos fueran juzgados por lo que son,
exclusivamente míos, más allá de lo que otros puedan o quieran
hacer.
Me gustaría que salieran los medios a
rechazar con la misma fuerza en que yo rechazo estos inhumanos
comportamientos, cuando sean mujeres igualmente enfermas sus
protagonistas, por más infrecuentes que sean. Estos actos han de ser
repudiados independientemente desde el primero hasta el último de
los ejemplos, y me niego a justificarlos en modo alguno; no me
importa el sexo, la raza o la religión tras la que se escondan estos
monstruosos especímenes.
Por todo ello, por favor, dejemos de
decidir por las mujeres, pues no hay mayor acto de respeto hacia
ellas que el de dejarles decidir por sí mismas. El de permitirles
ganarse sus logros y aprender de sus errores. Nadie está por encima
de los demás, ni debe sentirse legitimado para negarle sus
voluntades.
En los últimos días me he visto
sorprendido por un titular, que sin haberme visto atraído como para
leer más allá, me ha generado una intranquilidad que me ha obligado
a sentarme aquí hoy:
“Las mujeres azafatas son despedidas
de la Formula 1”. Al parecer, alguien ha decidido que la profesión
de esas mujeres que deciden libremente sujetar con maestría y
elegancia los paraguas mientras aprovechan para promocionar las
marcas que las patrocinan, ha dejado de ser digna para ellas al
convertirlas, en ojos de otras, en mujeres objeto. Algo inaceptable
puesto que supondría aceptar la cosificación sexual de la mujer, al
desprenderla de su auténtica valía personal como simple objeto
sexual.
Lo peor de todo es que la solución a
esta barbaridad, no parece haberse quedado atrás. Por lo visto, la
mejor forma de poner en valor su personalidad, pasa por negarlas por
completo a nivel individual. Es decir, para proteger su igualdad de
oportunidades se ha decidido privarlas de dichas oportunidades.
Curioso, cuanto menos. No voy a entrar en si el concepto de la
azafata (para algunos mujer paraguas) es más o menos válido, pero
lo que sí que tengo claro es que me parece bien que si una sola
mujer decide ganarse la vida de esa manera, se le permita hacerlo
pues no sólo no hace daño a nadie, sino que se trata de una labor
tan aceptable como cualquiera; mejor dicho, tan aceptable como la que
más. ¿O debemos prohibir a los niños que participen como
recogepelotas en un torneo de tenis, para evitar la explotación
infantil? Sé que suena extremo, pero basta ya de gestos
ejemplarizantes que no hacen sino empeorar la situación. De hecho,
parece ser que los rumores apuntan hacia precisamente los niños,
como dignos sucesores de tan indigna profesión. ¡Qué miedo!
Por favor, abandonemos la hipocresía
reinante, para aplacar con fuerza los ejemplos de desigualdad que
realmente existen en este mundo. Pues la clave no radica en la
dignidad del trabajo en sí, sino en la libre elección que lleve a
la persona hasta él. Cualquier trabajo que sea resultado de una
voluntad sincera y convencida, que no invada el bienestar de los
demás y que no surja desde la forzada obligación que amenaza a
muchos, en mi opinión no sólo ha de ser permitido, sino además
respetado por todos.
Lo siento, pero hay verdades objetivas
que no debemos olvidar por más políticamente incorrectas que puedan
sonar. Claro que rechazo los abusos, pero me niego a englobarlos
todos bajo el mismo rasero, pues como suele ocurrir con casi todo en
la vida, existirán distintos niveles y circunstancias, y como tal
han de ser juzgados. No me vale que el “me too” se olvide de que
no todos los hombres son culpables hasta que se demuestre lo
contrario. Y que incluso, dentro de su posible culpabilidad, merecen
el privilegio de ser juzgados por lo que realmente cometieron, no por
lo que otros se empeñen en adjudicarles. A partir de ahí, desde la
objetividad y la seriedad, deberán enfrentarse a las consecuencias
legales de sus actos, como cualquier hijo de vecino.
Más allá de todo esto, pero
continuando en la misma línea, me niego igualmente a duplicar mis
escritos por el simple hecho de que alguien haya decidido que el
lenguaje español es machista, en tanto en cuanto, el género
masculino plural se decidió que englobara a ambos sexos. Me parece
una auténtica estupidez centrar en esas nimiedades las luchas en
contra de un tema tan serio. ¿He de sentirme menospreciado cuando la
gente (femenina) se refiera a mí como parte de la sociedad
(igualmente femenina)? ¿Mi profesión acaba de ser un ataque a mi
virilidad por el simple hecho de responder al género femenino que la
precede? Mi respuesta es clara, no. No. Y mil veces no. Cada uno que
piense lo que quiera, que yo seguiré siendo fiel a mis principios y
valores. Intentaré seguir analizando los comportamientos ajenos
desde la asexualidad que los motiva.
Sé que igual esto puede llegar a
ofender a alguien, pero es que no lo entiendo y como tal lo reflejo
sin ningún tipo de acritud, lo siento. Imagino que puedo estar
pecando de demagogo al tratar estos temas desde un enfoque tan
simplista, pero creo que debemos evitar que la única forma de luchar
contra cualquier tipo de desigualdad sea mediante el fomento de la
desigualdad opuesta. Que la única solución ante la discriminación
negativa, pase por apoyar el desarrollo de discriminaciones
positivas. En mi opinión, la cual quiero considerar como
constructiva, humilde y de total apoyo a la mujer; debemos tener
cuidado de no convertir esto en una guerra entre sexos que nos aleje
irremediablemente de la ansiada igualdad. Es labor de todos, no sólo
de las mujeres ni sólo de los hombres, luchar a diario para que esto
no se nos vaya de las manos.
Siempre recurro al mismo ejemplo, en el
cual no hace mucho, un tenista de primer nivel, fue atacado porque
algunos tachaban al deporte de machista desde el momento en que una
mujer que liderara la lista mundial, a día de hoy cobraría menos
que su equivalente masculino. Su respuesta fue tan polémica como
acertada. Desde su punto de vista, el deporte no entiende de sexos,
el deporte se basa en la competitividad sana por la cual se reconoce
en mayor medida a aquel que demuestre ser mejor que los demás. Así
es, ha sido y será siempre el deporte. Por tanto, más allá de que
se decida hacer una clasificación para hombres y otra para mujeres
para intentar buscar la justicia entre iguales, no entiendo que
alguien olvide que la mejor de las mujeres seguirá estando
tremendamente alejada del mejor de los hombres en lo que a términos
estrictamente deportivos se refiere. El día que una mujer sea capaz
de ganar al mejor hombre, o en aquellas disciplinas donde han
demostrado con creces ser mejores, entiendo que deberá ganar sin
dudarlo más que él, en base a los principios que rigen el deporte
desde tiempos inmemoriales.
Las carreras de fondo son un gran
ejemplo de ello. Todos salen por igual con el sonido del disparo
inicial, y terminan sus carreras cuando atraviesan del mismo modo la
línea establecida como meta. Esto es un dato objetivo. El mismo
recorrido, las mismas condiciones climatológicas y las mismas normas
de partida. Independiente de ello, una vez que todos han traspasado
la meta, cada uno en su lugar, se establecen clasificaciones en
función de la categoría en que compita cada corredor en concreto.
Así, el atleta clasificado en la posición ciento cincuenta y dos en
la línea de meta, puede ser galardonado como primer clasificado en
la categoría de mayores de cuarenta años. Pero eso no quita ni el
mérito que tiene por lo que acaba de hacer, ni el hecho indiscutible
de que han llegado ciento cincuenta y un corredores antes que él;
personas que independientemente de su categoría han recorrido el
trayecto en menor tiempo.
Con esto no quiero decir, más allá
del concepto de premio, que se cometa el error de no fomentar por
igual el deporte entre hombres y mujeres. Los principios y valores
que es capaz de transmitir son tan incuestionables como importantes,
de ahí la idea de que deba ser apoyada y promocionada su práctica
entre todas las personas, independientemente de su sexo; lo cual
redunda, una vez más, en el fomento de la igualdad de oportunidades.
Por tanto, dejemos de manipular la
realidad a nuestro antojo, y disfrutemos de la diversidad en su justa
medida, centrándonos en lo meritorio de cada esfuerzo, más allá
del sexo, la raza o la religión que abanderen en sus adentros.
Huyamos de la prohibición como
solución universal, por mucho que se empeñen en maquillarla bajo el
paraguas hipócrita del eterno protector. Si para proteger a una
mujer que no ha pedido ser protegida, en modo alguno se limitan,
coartan o cohíben sus libertades, mi respuesta ante esta injusticia
en forma de prohibición será siempre NO.