¿Qué nos atrae tanto de los secretos?
¿Qué es lo que nos envía directamente hacia el misterio como si no
hubiese nada más en el mundo? ¿Por qué la mentira nos embelesa
infinitamente más que la verdad? ¿Qué convierte a la realidad en
aburrida? ¿Por qué los sueños dejan de tener valor cuando nos
acercamos a cumplirlos?
¿Por qué la imaginación siempre es
capaz de superar a lo real? ¿Cómo puede ser tan sencillo dejar
atrás algo tan complejo y elaborado? Especialmente cuando la
alternativa es tan sugerente como inconsistente, incluso frágil.
En ocasiones me enfrento a tales
pensamientos ante la perplejidad que me supone aceptar que la gente
prefiere una mentira adornada que una verdad a secas. Cuando descubro
que la honestidad, la sinceridad y la palabra han dejado de tener
valor alguno. Cuando observo a diario cómo la gente se empeña en
construir mundos paralelos que les permitan esconder el único que
realmente conocen.
¿Por qué lo malo viaja más rápido
que lo bueno? ¿Qué significa en realidad el morbo? ¿Por qué nos
acerca a todo aquello que, sin embargo, rechazamos? Y lo más
perturbador, ¿por qué yo también me veo arrastrado por esta
silenciosa pero embaucadora corriente?
Todas estas cuestiones sin sentido,
podrían dar lugar a un interesante debate, cuyo único objetivo
resultara del puro placer de compartir opiniones sin ningún fin
concreto, sin ánimo de lucro, sin afán de protagonismo, sin deseos
de convencer o manipular; tan sólo el inocente acto de conversar en
torno a un tema tan complejo como banal.
Pero, ¿cómo hemos podido convertir
esta sencilla idea en la más insensata de las locuras? ¿Por qué el
simple hecho de escribirlo ya me genera un cierto sentido del pudor,
la vergüenza e inquietud propias de ese ingenuo niño que se adentra
sin permiso en la habitación prohibida, atraído por las preguntas
sin responder y a la vez temeroso por lo que ello pueda traer
consigo?
No sé, imagino que aquello de
conversar pasó directamente a mejor vida. Ahora se lleva más lo de
hablar sin decir nada, pues así lograremos el ruido necesario para
destacar, sin por ello arriesgarnos a cometer el fatídico error de
equivocarnos.
Me conformaré con compartir este
humilde ensayo, con la vaga esperanza, de que la ansiada equivocación
sea tan sugerente, inspiradora y elocuente como debería.
Buenas noches.
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