La inteligencia, como la cultura, no depende del grado máximo que somos capaces de alcanzar sino de nuestra capacidad para adaptarnos en cada momento al entorno que nos rodea.
Esta reflexión, lejos de resultar
gratuita, responde a una inquietud personal que me acecha hace
tiempo:
¿Soy menos inteligente si disfruto por igual de un buen partido de fútbol y de una buena obra de arte? ¿Se supone que debo considerarme menos culto por no gozar exclusivamente con placeres de primer nivel?
¿Soy menos inteligente si disfruto por igual de un buen partido de fútbol y de una buena obra de arte? ¿Se supone que debo considerarme menos culto por no gozar exclusivamente con placeres de primer nivel?
Cuando uno analiza la situación que
genera lo que nos empeñamos en llamar vida, se da cuenta que no deja
de ser un cúmulo de circunstancias que nos rodean y nos dibujan un
contexto concreto en cada momento, unas veces considerado más culto
y otras menos. Así que, si partimos de la base de que el objetivo en
la vida es indiscutible, ser feliz, no nos queda otra respuesta que
la de aprovechar cada instante, independientemente de las
características que lo configuren.
Dicho esto, será más inteligente y
culto aquel capaz de adaptarse mejor a la diversidad reinante, aquel
cuya cintura permita una mayor flexibilidad social.
¿Como puede el “culto”
considerarse culto si no sabe disfrutar de los placeres más simples?
Desde que tengo uso de razón he
aprendido que la complejidad es una gráfica que surge de la ausencia
total de esta, la sencillez, y va aumentando progresivamente hasta
alcanzar su grado máximo. Por lo tanto, como en una etapa de
montaña, no es más importante el último esfuerzo sino entender que
a cada pedalada avanzamos un poco más hacia nuestro destino,
debiendo acometer los retos uno a uno, sin conquistar una cima hasta
no haber superado la anterior.
Del mismo modo, los grados máximos de
inteligencia y cultura se basan en la superación de aquellos niveles
que los preceden. Y un error muy habitual es el de alcanzar la cima
para acabar olvidando el camino recorrido hasta ella.
Por todo ello, entiendo que la
inteligencia no depende de la “altura” en la que nos movamos sino
de la conciencia global que nos exige cada situación, nuestra
capacidad para entender cada sorpresa que nos depare la vida, nuestra
capacidad para afrontarla en su justa medida, y lo más importante,
nuestra capacidad para disfrutar a lo largo de todo el proceso.
Aún ahora, os estaréis preguntando
qué ha podido motivar tan peculiar retahíla de pensamientos
inconexos. Quizás sea el último partido acontecido, o más bien,
puede que sea el último concierto que escuché. O puede que sea la
última exposición de arte que vi publicada hace unos días.
Pero la verdad es que la respuesta es
más bien de tipo holística, lo cual podría haber definido
fácilmente como “general o global”, pero claro, entonces no
sería un texto tan culto. En fin, como decía, se trata del conjunto
de supuestos planteados los que originan este deambular conceptual.
Cuando uno analiza sus últimos días y
descubre un panorama cultural tan diverso, se encuentra con que la
riqueza de su vida no depende del valor que otros se empeñan en
asignarle a cada una de esas experiencias, sino que la clave está en
el, exitoso o no, intento por mantener una constante fundamental, la
satisfacción personal.
Esta incógnita depende sólo de la
ilusión, las emociones, la alegría o la felicidad, todas ellas
intangibles que sin embargo se pueden palpar fácilmente en una
simple mirada, una sincera sonrisa o un fortuito gesto. No nos hace
falta mayor tesis doctoral que un ojo crítico dispuesto a dedicar un
instante a los demás.
Ser feliz es tan complejo como nosotros
queramos que sea. Oportunidades para serlo inundan cada segundo de
nuestras vidas. Un buen partido de fútbol, una tertulia entre
amigos, una buena cena en compañía, un rincón de soledad, un
abanico de frescura, un derroche de aventura, un concierto del grupo
que supo arrancar aquella sonrisa, una exposición del artista al
cual no conoces ni conocerás pero que sin embargo invade tus
pensamientos más íntimos...
Todas ellas, situaciones muy diferentes
que generan una sensación muy similar a cuando una película
traspasa la barrera del cine para adentrarse en lo más profundo de
tu ser, ese libro desconocido que parece haber robado las palabras
que describían tu anhelada infancia, un beso irrepetible que siempre
pareció estar ahí; en definitiva, múltiples caras de una misma
moneda, la más importante, la emoción.
Hace falta haber practicado deporte
para entender la emoción de celebrar un gol, una derecha definitiva
a la línea, una canasta en el último segundo. Haber intentado
cantar para apreciar los matices de una bonita voz empeñada en
remover cada uno de tus órganos internos. Haber intentado pensar,
para valorar una obra de arte capaz de desmontar todas tus creencias
tatuadas a fuego.
Ser feliz pasa por valorar lo inmenso
que rodea a cada instante, entender todo lo que encierra tras su
fachada de sencillez y naturalidad, pues no es hasta entonces que no
se aprecia lo bueno que, sin duda, forma parte de todo momento vital.
En este sentido, puedo decir orgulloso,
que más allá de la inteligencia que esto denote frente a los
grandes sabios que juzgan desde el desconocimiento de sus
pseudo-tronos sociales, en un sólo fin de semana he logrado
disfrutar plenamente de un concierto de música, de una derrota en un
partido de fútbol entre amigos, de una victoria ajena en la final de
la Champions, de la presentación de una exposición de arte,
del último capítulo de una serie de moda, o de una barbacoa
sencilla en familia.
Con todo mi respeto, ¿no es más
inteligente quien aprende a disfrutar de aquello que le rodea que
quien se esfuerza en negar determinados aspectos de su vida para
centrarse sólo en aquellos que a priori define como dignos o
adecuados?
Lo siento, pero una vez más, en la
variedad y la sencillez está el gusto.
A todos los que me lean, por favor,
aprovechad la oportunidad de gozar con los placeres que se presenten
ante vosotros, aunque estos vengan en forma de texto incoherente y
sin rigor literario.
Muchas gracias por contribuir a que mi
entorno sea tan variado como interesante.
Un abrazo a todos.
Simplemente genial.
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