Así es como se encuentra a una persona importante. De la misma manera en que podemos llegar a perderla. Todo ello sin tener la más mínima capacidad de reacción, tan sólo un instante alegre, feliz, relajado, sincero.
Siempre he defendido que no hay mejor
manera de conocer a alguien, que a través de un abrazo. Ese momento
de sinceridad total por el cual dos personas se entregan en cuerpo y
alma, sin otra intención que la simple transmisión de sentimientos.
Un espacio de tiempo mínimo, donde cada uno se muestra tal y como
es, más allá de fachadas e imposturas.
Las palabras dicen que se las lleva el
viento, por más que nos molestemos en plasmarlas en papel. Los
detalles y regalos, son simples muestras banales de aparente
complicidad. Sin embargo, cualquiera de estas dos vías, no hace sino
prepararnos de cara a ese gran momento, en el cual las miradas se
conectan, las sonrisas brillan con luz propia y los cuerpos se
entrelazan hasta confundirse en uno mismo. Una reacción química
inexplicable que evidencia la más mínima errata en el discurso que
nos empeñamos en redactar.
En mi opinión, no es hasta ese momento
que sabemos si realmente estamos ante alguien valioso o no. Escasos
instantes capaces de mostrarnos al principiante temeroso, o al
experto manipulador. Un detalle repleto de conjuntos. Un gesto físico
evocador de los más intangibles sentimientos.
Jamás olvidaré esos pocos abrazos que
me mostraron la belleza que encierra la vida en el interior de cada
ser humano, la grandeza escondida tras innumerables capas de luchas
sociales, derrotas, desconfianzas, miedos y errores. Instantes que
difícilmente nos atrevemos a reconocer. Nos basta con disfrutar en
silencio de esa inyección indescriptible de felicidad. No importa si
estamos ante uno de los mayores inconvenientes de nuestra existencia,
o si por el contrario, acabamos de experimentar la mejor de las
alegrías. Esta felicidad es especial. Es simplemente eso, pura
satisfacción espiritual.
En esta línea, me gustaría intentar
describir y compartir con todos vosotros uno de mis ejemplos más
apreciados. Me encontraba en mi casa, aún absorto en mis
pensamientos, intentando asimilar lo que considero una de esas
noticias que nuestro cerebro repele hasta la saciedad, una tragedia
personal de las que marcan tu vida, un punto de inflexión que nos
revela el verdadero valor de las cosas. En plena consecución de los
hechos, la tristeza bloqueaba todo intento por existir, por tomar las
riendas de la situación, imponer mi deber familiar ante mi
desesperado vacío personal. Momento en el cual, el destino decidió
enfrentar mi lamentable deambular con el no menos lamentable
discurrir de un familiar, o más bien, la demacrada carcasa exterior
de lo que en otro momento solía ser. El silencio reinante en la
minúscula habitación, retumbaba entre los más de diez espectros
presentes.
El resultado de dicho encuentro
fortuito, acabó con una explosión desorbitada de cariño y ternura,
tan inesperada como agradecida. Condescendencia a raudales. Cuatro
brazos inanimados a punto de recibir una carga inmensa de energía,
un instante eterno en el cual pude sentir toda una vida adulta
entregada a mis temblorosos brazos. Una conexión tan profunda que
nunca me he atrevido a expresar ni compartir, pese a la indiscutible
certeza que me asegura confiada una evidente reciprocidad, de esas
que no necesitan confirmación. Con la misma naturalidad con que se
presentó ante mí, desapareció. No hubo palabras, ni gestos, sólo
lágrimas y dolor.
Nunca sabré con seguridad si la otra
persona pudo sentir lo que aún estremece cada músculo de mi cuerpo.
Nunca sabré siquiera, si le gustó. Si fue consciente. Pero, en el
fondo, sé de la magia contenida entre ambos. Sé que siempre podré
estarle agradecida por enseñarme lo que el verdadero amor es capaz
de generar.
Múltiples son los abrazos memorables
que decoran mis recuerdos, aunque ninguno tan intenso y relevante
como este. Por ellos, y por los que confío estén aún por llegar,
es que me libero hoy aquí.
Cada uno que elija su propia definición
de abrazo. Mientras tanto, intentaré seguir haciendo de la mía, la
única posible.
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