Recientemente he podido disfrutar de una visita tan
interesante como instructiva a la capital catalana, actual referente del
litoral mediterráneo nacional. La admiración suscitada ha derivado en una
mirada crítica hacia el caso de Málaga, como ciudad mediterránea de similares
características, fundamentalmente geográficas, que sin embargo alberga a sólo
un tercio de la población condal.
Lejos de cualquier apreciación o lectura política, me
gustaría valorar una estructura urbana ejemplar. Una muestra evidente del buen
hacer de una ciudad. Un hito nacional que refleja una creencia incuestionable
en la importancia del diseño.
Porque más allá de las circunstancias concretas que rodean a
cada una de las metrópolis mediterráneas, la principal diferencia, en mi
opinión, radica en la importancia que cada sociedad dedica al valor de la
arquitectura. Dicho de otro modo, en Barcelona el ciudadano medio asume la
arquitectura como una muestra necesaria de diseño, en el más amplio sentido de
esta palabra; en cambio, en Málaga parece que el término arquitectura se
encuentra asociado más al concepto de construcción, especulación y riqueza.
Fue sorprendente descubrir como un barcelonés, no vinculado
al sector, se interesó por mi profesión desde el respeto y admiración que
entiendo que cualquier profesional se merece. Me impactó cómo se refirió a su
vida cotidiana en términos de diseño, declarando como evidente que sus amigos
llamaran a un arquitecto para reformar su cocina. Esta aparente trivialidad,
supuso para mí una increíble alegría, ya que me justificó tal decisión
apoyándose en la necesidad de recurrir a un técnico capaz de pensar y optimizar
el espacio, velando en todo momento por su correcta ejecución. Para todos
aquellos que, como yo, os hayáis decidido a ejercer esta bella profesión en la
capital de la Costa del Sol, entenderéis la inmensa diferencia existente.
Los malagueños recurrimos en todo momento al amigo de un
amigo, capaz de hacerte “lo mismo” por menos. Ese “manitas” que es capaz de
montarte una cocina entera sin despeinarse, independientemente del diseño que
pueda llevar asociada.
Que nadie malinterprete mis palabras. Admiro la capacidad
que tienen algunos para abordar los retos constructivos más complejos. Es más,
envidio a aquellos bendecidos por el don de la destreza y la habilidad
necesarias para realizar tal hazaña. Sin embargo, no entiendo, ni entenderé,
como alguien puede renunciar a la idoneidad de los espacios que conforman su
vivienda, por ahorrarse algo de dinero. A veces creo que no somos conscientes
de la cantidad de horas que pasamos en casa. Sin duda, entendemos la cuantía
económica asociada a este derecho fundamental, pero no lo valoramos lo
suficiente.
Por ello, me gustaría poner de manifiesto que son
actividades complementarias, para nada incompatibles. Podemos contar con los
servicios de ambos profesionales sin por ello renunciar a ningún privilegio.
De hecho, el por qué de este alegato se refleja en cada
calle de la ciudad condal. Un respeto por los edificios histórico-turísticos
que la conforman y caracterizan, que, por el contrario, no se malinterpreta
hacia un estatismo excesivo e insensato. Más allá de los gustos, no cabe duda
que Barcelona es una ciudad en constante evolución, asumiendo los aciertos y
errores cometidos en el proceso creativo de la ciudad.
Ya desde el planeamiento de Cerdá se apostaba por una
estructura coherente y de largo recorrido. Un llamamiento a la arquitectura
contemporánea para que ocupe el rol que hasta ahora han sabido evidenciar sus
predecesores. Al igual que en cualquier otro sector de la vida, el aprendizaje
continuo se basa en la selección de referentes y la improvisación de nuevos
modelos, conforme a las necesidades concretas de la nueva ciudadanía.
Cuando uno deambula a través de su retícula, se percata de
que cada pequeño rincón presenta una muestra inconfundible de diseño, un
intento valiente y descarado por destacar y mejorar su entorno. Si os animáis a
visitar la ciudad, probablemente no os dediquéis a tal análisis de sus entresijos,
pero sin duda, aquellos interesados en la ciudad y su arquitectura, regresaréis
tan sorprendidos como yo. Cansados de tanto caminar y mirar en infinitas
direcciones. Agotados por el esfuerzo que supone absorber toda la información
posible, exprimir la visita para aprender todo lo posible.
Como malagueño orgulloso e inconformista, confío en las
posibilidades de esta espectacular urbe, mi casa, capaz no sólo de igualar el
poderío catalán, sino incluso superarlo. De hecho, soy más bien partidario de
la posibilidad de ofrecer una alternativa propia e irrepetible. No pretendo
crear una versión sureña de Barcelona, ni entrar en competencia con ella, sino
aprender de sus errores y aciertos para crear la Málaga que a todos nos
gustaría tener.
Álvaro, te recomiendo un libro:
ResponderEliminarLa ciudad mentirosa
Fraude y miseria del ‘Modelo Barcelona’
de Manuel Delgado
A lo mejor acabas viendo Barcelona de otra forma...
Desde luego, lo que no falta en la ciudad condal es espíritu crítico (en el fondo es lo que nos hace mejorar). Me alegro de que tú hagas lo propio con Málaga...
Un abrazo,
Angel