Muchos son los foros en los cuales se
debate acerca del preocupante devenir de nuestra sociedad y no menos
las veces en que me he encontrado a mi mismo meditando sobre el por
qué de esta involución social.
No cabe duda que como todo aspecto
relacionado con un proceso tan complejo como el evolutivo, son
múltiples los aspectos que condicionan una determinada actitud
poblacional y amplísimas las consecuencias culturales y educativas
de dichos matices.
Sin embargo, en mi afán por entender
el origen, comprender el fin último de este debate, me decanto por
una explicación bastante sencilla, capaz no sólo de invertir el
proceso evolutivo sino fomentar un desarrollo negativo del ser
humano.
Mientras algunos apuntan hacia la
maldad o el egoísmo como posibles causantes de tal debacle, yo
prefiero atribuir estos defectos a todos y cada uno de nosotros, como
consecuencia de actos más comunes y tangibles.
En mi opinión, la principal razón por
la cual nos horrorizamos cada día con las anécdotas que nos rodean,
es la falta de principios de la que adolece nuestra sociedad.
Evidentemente, este macro-motivo genera
a su vez infinidad de motivos secundarios, como la creación de un
sistema basado en ensalzar al menos capaz, un modelo de comunicación
basado en el morbo derivado de lo negativo, una pseudo libertad que
nos aleja de lo más importante, nuestra propia intimidad y su
consiguiente habilidad para decidir. La globalización, en lugar de
desembocar en un esquema social desde el cual poner en valor el
potencial colectivo a partir de las diferentes virtudes individuales,
nos limita cada día más mediante la anulación del valor individual
en pro de un colectivo curiosamente más individualista y ajeno
precisamente al colectivo del que procede. La preocupación por el
bienestar de los demás ha cedido su lugar a la preocupación por la
imagen trasladada públicamente a nuestros semejantes, mientras nos
importa un pimiento su auténtico bienestar o incluso el nuestro.
Valores tan importantes como la
amistad, el compañerismo o el disfrute y enriquecimiento personal
derivado del altruismo, se han convertido en banales símbolos de la
cursilería más recalcitrante y de la obsolescencia social.
Con todos mis respetos, no debemos
permitir que esto ocurra, no podemos quedarnos impasibles mientras
renunciamos abiertamente al “hoy por ti mañana por mi”, a cambio
de una suscripción no solicitada para el “doble rasero” o el
famoso “es que no es lo mismo”.
Una de las cosas más detestables de la
sociedad actual es algo tan antiguo como hacer a los demás aquello
que no nos gustaría que nos hicieran a nosotros mismos. Esta
ausencia total de empatía nos introduce irremediablemente en una
espiral que se retroalimenta y nos arma de excusas para justificar
nuestras más lamentables decisiones. El doble rasero implícito en
la típica respuesta “no es lo mismo” viene a resolver los
resquicios de conciencia social que aún permanecen en nuestras
modernas mentalidades.
Por último, se tiende a vincular esta
tendencia con el indudable egoísmo que caracteriza al ser humano,
aportando así unas connotaciones negativas no pertenecientes al
concepto objetivo original. Hacer las cosas por nuestro bien, no
tiene absolutamente nada que ver con que el motivo de ese bienestar
sea el bien o mal ajeno. Ahí es donde se esconde la verdadera
conciencia social, en saber elegir la forma de disfrutar sin molestar
a los demás, sin perjudicarles a ellos para evitar así sentirnos
perjudicados por sus respectivos actos. En definitiva, empatizar para
fomentar en los demás lo que nos gustaría que nos hicieran a
nosotros.
Pero, sin duda, estos razonamientos
podrían ser acusados de una excesiva generalidad. Es por ello, que
haría falta analizar el problema con mayor detalle, llegando a una
conclusión fundamental, el principal causante de todo esto es tan
sencillo como el desarrollo desmesurado de dos de los principales
problemas de la sociedad:
La inmadurez y la inseguridad.
La inmadurez de no ser capaz de asumir
las consecuencias de nuestros actos, no ser capaces de afrontar los
esfuerzos que requieren muchos de ellos. La inmadurez intrínseca en
la búsqueda de lo bueno sin aceptar lo menos bueno. Siempre se ha
dicho que “el que algo quiere algo le cuesta”, sin embargo, este
refrán tradicional cada vez carece de más sentido. Si algo nos
cuesta verdadero esfuerzo, ya no lo queremos. Y si aún así lo
seguimos queriendo por su importancia dentro del nuevo status social
impuesto, entonces parece que alguien nos ha delegado inmediatamente
el derecho a tenerlo, y ya que otros se hagan cargo de aquello que
nosotros ni podemos ni queremos encarar. Es así como surge la otra
gran palabra clave, por no decir mágica. El favor. El favor es esa
maravillosa acción por la cual puedes llegar a solicitar a los demás
todo aquello que necesites o no quieras aceptar, sin que se genere
derecho alguno de reciprocidad y desde la evidente convicción de que
es un arma secreta que puedo usar en mi propio beneficio con el único
límite que nos llegue a imponer nuestro interlocutor. Porque claro
está, en este caso, los valores sociales tradicionales sí son de lo
más importantes e inevitables.
El otro gran mal que asola nuestra
sociedad es la inseguridad como medio de impulsión humana. La
inseguridad es una virtud humana que desemboca irremediablemente en
el miedo a sentirnos menos que nuestro vecino, con lo importante que
ello resulta dentro de ese nuevo status del que os hablaba. Hemos
creado una sociedad en la cual parece que todos debemos ser igual de
buenos e importantes, independientemente de nuestra capacidad innata,
nuestra preparación o nuestro esfuerzo. Ya no premiamos la
excelencia, sino que, una vez más, fomentamos la mediocridad para
así lograr que nadie se sienta menospreciado o minusvalorado. Nadie
desea esa sensación en sus iguales, evidentemente, pero no acabo de
entender en qué momento, el hecho de ser peor que alguien debe
constituir una amenaza a mi valía. Lo siento, pero no puedo estar de
acuerdo con esta afirmación ni esta nueva filosofía social. Ya está
bien.
Basta de igualdades forzadas,
mediocridades inducidas, luchemos por ser mejores, para lo cual es
fundamental que haya referentes sociales que nos ayuden a avistar
nuevos horizontes culturales e intelectuales, que nos inviten a
seguir aprendiendo, en definitiva que nos ayuden a mejorar. Para lo
cual, es fundamental volver a la madurez y la seguridad como
principales referentes de cara a la culminación de estos principios.
La generosidad implícita en compartir. Compartir los conocimientos
adquiridos para así lograr que sean más los que alcancen nuestro
nivel, la humildad necesaria para entender que lo que yo he
comprendido sin más, puede que genere nuevos avances desde la
perspectiva de otros. Creer en la capacidad de los demás, entender
lo importante de un trabajo en equipo. La importancia de perpetuar el
saber colectivo a través de la educación como transmisión de
conocimiento. Todo lo que sabemos nos viene heredado por lo que,
sinceramente, no creo que queramos destrozar en esto también el
principio del “hoy por ti, mañana por mi”. Es el momento de
recordar todos los avances que hemos podido disfrutar gracias a la
generosidad de grandes mentes del pasado.
En definitiva, es fundamental que la
sociedad actual luche por recuperar logros pasados para
reinterpretarlos en clave contemporánea y seguir aportando nuestro
granito de arena de cara a generaciones futuras. No rompamos la
cadena social. Asumamos nuestra responsabilidad para con nuestros
descendientes, pues no es nuestro presente con lo que estamos
jugando, sino que es el futuro lo que realmente hipotecamos.
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