Como arquitectos, nos sentimos atraídos por el hecho de generar algo de la nada, esa ilusión implícita en la creatividad que caracteriza un proyecto. Partir de unas premisas para inventar un nuevo elemento capaz de mejorar el anterior y con ello facilitar la vida a alguien.
Pues bien, hoy estoy aquí para alejarme de este principio, a
base de llevarlo hasta el final de sus consecuencias. Pretendo por un día
abandonar la temática puramente arquitectónica con la que suelo enfocar cada
post, para hacer un homenaje a la vida, como súmmum mismo de la arquitectura.
Recientemente he presenciado uno de los momentos más bonitos
e interesantes que he podido vivir hasta ahora. Una explosión de júbilo e
ilusión altamente contagiosa. Un simple hecho capaz de emular al más complejo
de los milagros. Una de las principales razones por las cuales entiendo que
estamos aquí.
Todo esto, no es sino un homenaje a mi tocayo, ese
“personajillo” indefenso y debilucho, capaz de traer consigo toneladas de felicidad.
Pese a su corta edad, en escasas horas logró aquello por lo cual todos luchamos
y probablemente jamás conseguiremos. Fue capaz de alegrar la vida a infinidad
de personas, simplemente con su presencia. El más mínimo gesto de su pequeño
rostro actúa como fuente infinita de luz, iluminando hasta el ultimo rincón de
su entorno, hasta el último centímetro de piel ajena.
Ni que decir tiene que se trata de actos incomparables; sin
embargo, puede ser un buen ejemplo que ayude a entender y admirar la profesión,
esa satisfacción indescriptible asociada a la realización de un diseño, la
creación de una idea, el parto de un hijo.
En ocasiones nuestro gremio se ha visto perjudicado ante las
críticas reiteradas que nos tachan de utópicos, prepotentes o pseudoartistas.
No seré yo quien les reste razón. Pese a ello, entiendo que no es la profesión
la culpable de nuestros defectos sino la propia condición humana que nos
caracteriza. Esta es la razón por la cual me gustaría describir el por qué de
nuestro día a día, cuando los trámites burocráticos, reuniones y demás
actividades puramente empresariales nos lo permiten.
La creatividad, también conocida como inspiración artística,
es esa extraña y tímida amante que decide visitarnos sin previo aviso, ya sea
en mitad de la noche o en el tumulto de un bar. Su grandeza recae precisamente
en la arbitrariedad aparentemente asociada a su llegada. Un simple clic que
protagoniza y esclaviza nuestros sentidos. Un escalofrío que recorre cada una
de nuestras neuronas para llamarlas a filas y requerir su presencia. Un toque
de corneta que nos anuncia el inicio de las más dura y bella de todas las
batallas. Una explosión nuclear de ideas en cuya onda expansiva se
recrean nuestros pensamientos e inquietudes. Ese momento mágico en el cual la
luz invade cada rincón de las entrañas, mientras se esfuerza en absorber cada
vestigio luminoso del exterior, logrando mostrarnos una realidad oculta tras un
velo de incertidumbre. Es entonces cuando no existe otra opción que la de
centrarnos en resolver la gran cantidad de ecuaciones hasta ahora complejas,
todas ellas de resultado incierto pero emocionante.
Realmente podríamos decir que se trata de un proceso en el
cual el cuerpo se ve bombardeado por infinidad de sensaciones y emociones contrapuestas
que no hacen sino eclipsar nuestro entorno, en una mezcla de júbilo y cierto
estrés. Como su símil natural, todo proceso creativo requiere de un encargo
(aunque no precise dos personas) y un periodo de gestación de la idea en el
cual investigar acerca de los múltiples aspectos que componen la situación, así
como la búsqueda de referentes tanto en nuestro entorno más inmediato como en
opiniones más académicas y literarias. Este proceso puede ser más largo o
menos, pero siempre está. Se trata de un requisito imprescindible. No es hasta
que se considera asimilado por nuestra mente, cuando la sabia naturaleza nos
invita a intervenir.
Lo bueno ha llegado. Sólo queda disfrutar y exprimir cada
instante.
Tras dicha explosión viene la calma, un merecido descanso en
el cual aún inmersos en un cóctel de cambios, la realidad enmascarada se
esconde esta vez ante una felicidad aun no asimilada pero ya digerida. Es ahora
cuando debemos desconectar levemente y prepararnos para el proceso de
maduración de la idea, en el cual ordenar las pinceladas de genialidad
que se ven ya esbozadas entre tanto alboroto. Lo más recomendable, una buena
cabezada que permita a nuestra mente reorganizarse y volver a ver la realidad
desde la perspectiva habitual, a una distancia prudencial, suficiente como para
recuperar la capacidad de elegir y guiar los acontecimientos y pasos a seguir
por nuestra idea.
Si ahora os digo que esa idea se llama Álvaro y que más que
un edificio es un potencial usuario, no cambia más que la perfección del resultado
y la identidad de sus creadores, pero la alegría, orgullo y satisfacción son
los mismos; eso sí, elevados a la enésima potencia. Sin más, deciros,
afortunados padres, que como arquitecto, así como hermano y tío, me enorgullece
escribir que sois un ejemplo a seguir en mi profesión, y que venga cuando
venga la inspiración, siempre procuraré estar preparado y dispuesto para
recibirla, se llame como se llame.
A aquellos padres no vinculados al proceso creativo, confío esto os sirva para encontrar con mayor facilidad el camino hasta entender y disfrutar de la arquitectura. A los compañeros que ya hayan pasado por dicha experiencia paternal, confío que vuestros proyectos, independientemente de su grandeza, representen tan sólo una mínima muestra de lo que ese hijo puede llegar a significar.
A aquellos padres no vinculados al proceso creativo, confío esto os sirva para encontrar con mayor facilidad el camino hasta entender y disfrutar de la arquitectura. A los compañeros que ya hayan pasado por dicha experiencia paternal, confío que vuestros proyectos, independientemente de su grandeza, representen tan sólo una mínima muestra de lo que ese hijo puede llegar a significar.