Desde
pequeños se nos ha inculcado que la vida nos tiene preparadas un
montón de lecciones que debemos aprender. Y que son los malos
momentos los que más nos enseñan. En mi opinión no es la vida la
que nos proporciona lecciones, sino las personas que en ella tenemos
la oportunidad de conocer. Personas dispuestas a compartir sus
vivencias con nosotros. Y personalmente, siento decir que estoy más
interesado en las lecciones positivas que otros puedan aportarme.
Ya esta
bien de centrarnos siempre en lo negativo, como si uno no estuviese
completo hasta que no confirmase la maldad que nos rodea.
Pues
bien, recientemente he podido disfrutar de un interesante viaje en el
cual he aprendido muchas cosas, en su mayoría buenas aunque otras
desgraciadamente no tanto. Sin embargo, hay una de ellas que, sin
llegar aún a comprenderla en su totalidad, destaca por encima del
resto: pensar del modo en que lo haría mister Yuan.
Si
recurro a él es porque he tenido el enorme placer de conocer algo
más a una de esas pocas personas especiales que tenemos la suerte de
encontrar. Una de esas personas que destacan por su habilidad para
hacer sentir especiales a todos quienes le rodean, y además con esa
asombrosa naturalidad que parece no requerir esfuerzo. Personas tan
acostumbradas a preocuparse por aquellos que conforman su entorno,
que llegan a convertirlo en algo normal, razón por la cual imagino
que acaban por no darse cuenta de lo grandes que son y lo mucho que
les tenemos que agradecer.
Cuando
alguien es capaz de sacar lo mejor de sí mismo, incluso en el peor
de sus momentos, no es sólo que tenga un don especial, sino que
además es capaz de anteponer el bienestar de los demás al suyo
propio. No se trata de altruismo, no se trata de un ejercicio
oportunista a través del cual ganarse el favor de otros, tan sólo
es el resultado de una determinada condición. Hay personas que
cuentan con esa condición y que, incluso aunque quisieran, no
podrían librarse de ella.
Una
habilidad, que cada vez más, tengo claro que he de exigir a aquellos
que considero referentes en mi vida. Un requisito fundamental que me
lleva irremediablemente a admirarlos.
Por
desgracia, esta sociedad se vanagloria de admirar a seres
desconocidos que otros encumbran bajo criterios puramente
comerciales, mientras que nos cuesta reconocer en los más cercanos
habilidad alguna, digna de ser destacada. Nos hemos creado un estado
global de hipocresía por el cual valorar más a quienes menos
conocemos. Al fin y al cabo, resulta menos vergonzoso sincerarse
frente a alguien a quien no tenemos por qué volver a ver.
Personalmente
hace años que entendí, que sin renunciar a posibles referentes
externos, mi vida ha de ser guiada por aquellos a quienes más cerca
tengo, pues serán quienes podrán mostrarme el camino en toda su
extensión, no sólo en aquellos momentos puntuales que les interese
compartir. Son los únicos capaces de ser sencillamente tal y como
son, para así entender su grandeza en toda su magnitud.
Muchas
veces me he referido ya a la importancia de lo sencillo. No todas las
carcajadas expresan más que una simple sonrisa. Con los años he
aprendido a valorar esos pequeños detalles que nos convierten en lo
que somos.
Por
supuesto que a todos nos encantan los deportivos, los áticos de
lujo, o incluso los yates repletos de buenas compañías. Sin duda.
Pero la vida está en ese primer Clio que tanto nos aportó, ese
“murete” del paseo que tantas noches nos acogió, esa sutil
compañía de un buen Murakami, esas escuetas y traviesas miradas que
tanto nos supieron decir.
Los
grandes héroes de nuestro entorno suelen recorrer nuestras vidas
casi de puntillas, sin apoyar sus talones para no interrumpir ninguna
de nuestras vivencias, con la agilidad de quien sabe cuando estar y
cuando no, con la habilidad para trasladar el protagonismo a otros
cuando son ellos quienes sin duda lo merecen. Aquellos quienes no
dudan en compartir lo que tienen y saben, convencidos de que así
contribuyen a que lo bueno siga fluyendo. Aquellos capaces de
anteponer su interesante silencio al absurdo bullicio que los rodea.
Esos
quienes no requieren más que una llamada para que los que de verdad
lo merecen acudan raudos a su rescate, no por que se lo deban, sino
porque realmente entienden a quien han de priorizar.
Es por
ello, que de todas las múltiples vivencias adquiridas, de todos los
paisajes visitados, de todas las grandezas descubiertas, me vais a
permitir que me quede con la que realmente las ha motivado a todas,
quien ha sabido compartirlas y permitir siquiera que pudieran existir
en nuestras mentes, aquel quien aún en la distancia, se siente más
cercano que muchos de los seres cuasi anónimos con los que me cruzo
a diario.
Muchas
gracias mister Yuan, no sólo por lo vivido, sino por dejarme
entender un poco más tu grandeza, por enseñarme el camino por el
cual descubrir una nueva persona a la que poder admirar, por
transmitirme esa inmensa humildad que sólo los grandes sabéis
derrochar.
Gracias.
Ojalá
todas esas personas especiales que se ocultan tras los fuegos
artificiales de esta hipócrita sociedad, no olviden nunca su
verdadera importancia. ¡Qué sería de nosotros sin estos auténticos
héroes de lo cotidiano!
Confío
en que sepáis valorar a aquellos que lo merecen, más allá de
vergüenzas y orgullos que poco nos van a aportar.
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