Querida Asma,
Creo que ante lo importante de este
acontecimiento ha llegado el momento de dedicarte unas bonitas
palabras a la altura de nuestro compromiso, pese a ser consciente de
lo complejo de tal hazaña.
Me resulta imposible obviar una fecha
tan singular, un aniversario tan glorioso. Algunos lo llaman bodas de
plata, otros un cuarto de siglo, pero para mí, es mucho más que
todo eso. Toda una vida. Sí, eso es lo que llevamos juntos. Toda una
vida repleta de buenos y malos momentos en la que he podido disfrutar
de cada uno de tus peculiares gestos, cada uno de tus intensos
abrazos, cada sutil caricia, cada interminable noche juntos.
En muchas ocasiones he dudado acerca de
la existencia del amor verdadero, acerca del porqué de las cosas,
del porqué de esta inesperada relación. Muchas han sido las dudas
que han protagonizado mis alocados pensamientos. Muchas las ocasiones
en que he llegado a maldecir lo azaroso del destino. Múltiples las
quejas ahogadas, innumerables las decepciones, indescriptibles los
miedos.
Sin embargo, todo ello ha supuesto para
mí el paradigma de la vida, la única y verdadera razón de mi
existencia. A lo largo de mi vida has sabido enseñarme lo
trascendental de este don con que hemos sido bendecidos. He ido
aprendiendo a valorar lo realmente importante, aquello que nos
permite ser feliz por encima de todo. Un placer que he podido
compartir durante más de veinticinco años, y que confío en que nos
siga uniendo durante muchos más.
Probablemente a estas alturas muchos
habrán recurrido a la locura como probable explicación a tal
despropósito literario. Pero no. Nada más lejos de la realidad.
Estas palabras responden a un agradecimiento tan sincero como
intenso. Todo lo que soy, es gracias a ti. Todo lo que sé, lo
aprendí de ti. Cada segundo contigo ha contribuido a definirme como
persona y me ha ayudado a madurar, incluso antes de lo que en
ocasiones hubiese deseado. Sé que fuera de contexto, pensar en
alguien dispuesto a privarte del oxígeno fundamental para la vida,
sería considerado como un cruel asesino, si no algo peor. Pero esta
historia no trata acerca de la maldad.
Trata acerca de las lecciones que
aporta la vida. Trata acerca de noches imborrables en las que
apreciar hasta el más mínimo atisbo de aire penetrando mis
perjudicados pulmones. Noches en las que cada luz de coche era
entendida como un nuevo pasatiempo con el que aderezar el inmenso
aburrimiento que se asomaba tras esa inminente preocupación. Saberte
capaz de superar lo que algunos calificarían de agobiante, aterrador
o indeseable, no hace sino convertirte en una persona mejor de lo que
eras. Armarte de fuerza y valor para afrontar todo lo que esté por
llegar. No es que te permita actuar como el superhéroe que nunca
serás, pero sí que te aporta esa importantísima coherencia a
través de la cual saber interpretar cada cosa en su justa medida.
Si tuviese que ponerte alguna pega como
acompañante, mi más fiel y cercana amante, sería la de la
impaciencia. Aquella que te impidió esperar hasta que nuestra
relación fuese tan sólo cosa de dos. No implicar a tanta gente que
no tenía por qué participar de nuestro improvisado e incomprendido
amor. No era necesario hacer partícipes a aquellos que desde el
desconocimiento sólo podían valorar la parte más negativa de tus
intenciones. No necesitabas llegar tan pronto como lo hiciste, por
más preparado que pudieras considerarme.
Por lo demás, agradezco cada minuto
juntos. Nadie como tú ha sabido entenderme, acompañarme tanto en
los buenos como en los malos momentos de mi vida. Nadie como tú ha
sabido mostrarme el lado positivo de la vida, aquel que decora sutil
cada matiz del mundo que nos rodea, y del cual tantas veces
desearíamos desaparecer. Nadie como tú para enseñarme a vivir.
Nadie como tú para enseñarme a valorar. Nadie como tú para
enseñarme a reír. Nadie como tú para enseñarme a llorar.
Son tantas las escenas vinculadas a ti
que me resultaría difícil destacar alguna. Aún recuerdo algunos de
nuestros primeros encuentros, cuando aún no tenías siquiera nombre
para mí. El inexplicable dolor de la aguja invadiendo mi cuerpo sin
previo aviso. El miedo y la tensión como único denominador común
en mi entorno familiar.
No quisiera siquiera imaginar lo que
tuvo que significar todo aquello para ellos. Sólo confío en que
sepan verlo ahora como he aprendido a verlo yo.
Más agradables y claros son los
recuerdos asociados a mis incontables experiencias deportivas. Era el
único a quien permitían jugar con ayuda extra y además terminar
con una ansiada botella como premio. ¡Qué recuerdos! Cuántas
fueron las mañanas en las que llevé mi cuerpo hasta su límite
convencido de su invencibilidad. Cuántas las carreras agónicas
hacia aquel inesperado pero glorioso despertar, ese instante
inexplicable en que mis pulmones tan sólo decidían retomar su
posición original, dejando con ello paso al sanador fluido de vida.
Irrepetible aquella fortuita visita al
especialista cuando sobrepasaba ya las veinte primaveras y la
normalidad parecía haberse instalado entre nosotros. Jamás olvidaré
aquel rostro desencajado mientras me desvelaba el aterrador desenlace
a las recién realizadas pruebas. Anecdótico descubrir como uno de
mis pulmones había decidido unilateralmente emprender su propio
camino, llevándose con él incluso a parte de su influenciable
vecino. Una capacidad pulmonar que rondaba un lamentable cuarenta por
ciento de la supuesta media teórica.
Es increíble cómo el tiempo ayuda a
relativizar las cosas, cómo el optimismo nos transfiere esa fuerza
tan inhumana, cómo la insensatez se erige en líder improvisado para
hacerse cargo del resto.
Inolvidables los conciertos que
amenizaban cada una de mis noches desde el anochecer hasta las
primeras luces del alba, aquellos atrevidos agudos dispuestos a retar
al más temible de los silencios. Un sutil sonido interior que supe
transformar en melodía, en sinónimo de vitalidad. Un ruido atroz
que me recordaba que aún seguías ahí, dispuesta a seguirme hasta
la peor de mis pesadillas.
Nunca antes había sentido un amor tan
incondicional, un amor tan desinteresado. Una pasión tan
inquebrantable, por más que fueran los expertos dispuestos a
separarnos. Por más innovaciones tecnológicas que surgieran para
acallarte. Siempre has sabido estar ahí, latente, discreta,
omnipresente, audaz, impertinente, atrevida, cariñosa, oportuna,
cálida y vehemente.
Un regalo que no muchos saben apreciar.
Una desgracia que no logran entender. Un referente que no todos
alcanzan a seguir.
Pues sí, en mi caso no puedo sino
agradecer tu presencia. De todas las enfermedades que podrían haber
decidido protagonizar mi vida, estoy completamente seguro de que no
podría haber ninguna mejor.
Nadie como tú para hacerme la vida tan
complicada pero, en definitiva, tan fácil.
A todos vosotros, seáis conscientes o
no, hayáis sucumbido a sus imperfectos encantos, o sean otros
cercanos quienes lo hayan hecho. Sea reciente o ya veterana esta
indudable relación, tan sólo puedo enviaros este peculiar mensaje
de ánimo con el cual transmitiros mi particular experiencia, la cual
espero sirva para mostrar a otros lo bonito que sin duda esconde esta
gran oportunidad. Esta apasionante compañía que bien entendida,
marcará el devenir de nuestros actos y nos convertirá en aquello
que somos, en aquello que queramos ser.
Siempre tuyo,
El paciente in-ex